Había leído tantos elogios dedicados a Hoi An que decidí dedicarle 2 días completos para verlo tranquilamente y también para tener tiempo holgado y hacerme un traje.
Es una pequeña ciudad que atrae a muchos turistas y que fue declarada por la Unesco, Patrimonio de la Humanidad en el año 1999.
Nuestro hotel está situado al lado del mercado nocturno, frente al centro histórico, pero al otro lado del rio Thu Bon.
Entrar a toda la zona es gratis, pero al principio del puente que hay que cruzar para acceder al casco viejo, han colocado una caseta, y en el momento que pones un pie en el puente te hacen señas y gritan “ticket, ticket”. Te acercas y sin información de ningún tipo, tiran de talonario y te piden 120.000 dong (creo recordar, no estoy segura).
A pesar de que ya conocía el tema no me gustó ese asalto, así que pregunto
-“¿hay que pagar por cruzar el puente?”,
-“no, no, por la visita”, -me responde.
-“¿la visita? ¿se paga por pasear por las calles?”,
y ya por fin, tras un tira y afloja, me dice
-“hay que pagar para entrar en los museos y las casas antiguas”.
-¡¡Ah!! –contesto- entonces no necesito tickets, no voy a entrar, pero si cambio de opinión volveré a buscarlos.
No le hizo mucha gracia perder una venta.
Tras cruzar el puente, unos diez metros a la izquierda, se ve el emblema de la ciudad y el lugar que acapara todo el interés fotográfico del turista (y el mío, claro): el Puentecito Japonés.
Tras hacer unas cuantas fotos iniciamos el callejeo y, sinceramente, Hoi An no me pareció tan maravilloso ni encantador. Tal vez influyeran el excesivo calor y humedad reinante.
Es posible que hace unos cuantos años se pudiera apreciar el encanto de sus casas de una o dos plantas, con sus balcones de madera y casi todas pintadas de amarillo, entre las que destacaban las señoriales pertenecientes a familias ricas; y el puente de madera con sus rojas tejas y sus elaborados decorados, sobre unos pequeños arcos de piedra bajo los que corría un agua cristalina; pero ahora, lo que yo vi fue un lugar en el que todas sus casas se han convertido en tiendas que venden de todo, bueno, todo lo que el turista va a comprar. El agua cristalina es un puré estancado y con tropezones, el puente tiene la piedra como si hubiera sufrido un incendio, la pintura sucia y desconchada, el río no tiene mal aspecto, pero una mujer vació delante de mí, un cubo con desperdicios…vamos que el conjunto no me pareció encantador.
Desde Hoian cogimos un vuelo a Hanoi. El traslado hasta el aeropuerto lo teníamos contratado con el hotel en taxi privado por 20$. Se puede ir en los minibuses comunitarios por 8$ por persona. Los tickets los ofrecen por todos los sitios. El avión despegaba a las 18:10 horas, y pudimos ver una puesta de sol preciosa desde el mismo.
Es una pequeña ciudad que atrae a muchos turistas y que fue declarada por la Unesco, Patrimonio de la Humanidad en el año 1999.
Nuestro hotel está situado al lado del mercado nocturno, frente al centro histórico, pero al otro lado del rio Thu Bon.
Entrar a toda la zona es gratis, pero al principio del puente que hay que cruzar para acceder al casco viejo, han colocado una caseta, y en el momento que pones un pie en el puente te hacen señas y gritan “ticket, ticket”. Te acercas y sin información de ningún tipo, tiran de talonario y te piden 120.000 dong (creo recordar, no estoy segura).
A pesar de que ya conocía el tema no me gustó ese asalto, así que pregunto
-“¿hay que pagar por cruzar el puente?”,
-“no, no, por la visita”, -me responde.
-“¿la visita? ¿se paga por pasear por las calles?”,
y ya por fin, tras un tira y afloja, me dice
-“hay que pagar para entrar en los museos y las casas antiguas”.
-¡¡Ah!! –contesto- entonces no necesito tickets, no voy a entrar, pero si cambio de opinión volveré a buscarlos.
No le hizo mucha gracia perder una venta.
Tras cruzar el puente, unos diez metros a la izquierda, se ve el emblema de la ciudad y el lugar que acapara todo el interés fotográfico del turista (y el mío, claro): el Puentecito Japonés.
Tras hacer unas cuantas fotos iniciamos el callejeo y, sinceramente, Hoi An no me pareció tan maravilloso ni encantador. Tal vez influyeran el excesivo calor y humedad reinante.
Es posible que hace unos cuantos años se pudiera apreciar el encanto de sus casas de una o dos plantas, con sus balcones de madera y casi todas pintadas de amarillo, entre las que destacaban las señoriales pertenecientes a familias ricas; y el puente de madera con sus rojas tejas y sus elaborados decorados, sobre unos pequeños arcos de piedra bajo los que corría un agua cristalina; pero ahora, lo que yo vi fue un lugar en el que todas sus casas se han convertido en tiendas que venden de todo, bueno, todo lo que el turista va a comprar. El agua cristalina es un puré estancado y con tropezones, el puente tiene la piedra como si hubiera sufrido un incendio, la pintura sucia y desconchada, el río no tiene mal aspecto, pero una mujer vació delante de mí, un cubo con desperdicios…vamos que el conjunto no me pareció encantador.
Desde Hoian cogimos un vuelo a Hanoi. El traslado hasta el aeropuerto lo teníamos contratado con el hotel en taxi privado por 20$. Se puede ir en los minibuses comunitarios por 8$ por persona. Los tickets los ofrecen por todos los sitios. El avión despegaba a las 18:10 horas, y pudimos ver una puesta de sol preciosa desde el mismo.