11 de julio de 2019
Mi rutina de sueño habitual es despertarme un par de veces a lo largo de la noche -la primera sobre las 3:00, la segunda alrededor de las 6:00- y finalmente no ser capaz de volver a dormir a partir de las 7:00. Así que me llevo una buena sorpresa cuando abro tímidamente los ojos por primera vez, distingo ya un poco de claridad a través de la persiana bajada, y cuando miro el reloj éste marca ya las 8:00. Muy cansados debíamos estar y sorprendentemente cómoda debe haber sido la cama para dormir sin interrupciones.
Nos vestimos, dejamos el equipaje lo más preparado posible para nuestra salida y a las 8:30 bajamos al salón común de la planta baja, cuya mesa ya está preparada con todo lo necesario para el desayuno. Nos cortamos nosotros mismos dos largas rebanadas de pan y, mientras las estamos calentando, llega la dueña del alojamiento para tomar las riendas y comenzar su maratón conversacional. Mientras nos cuenta cómo está el accidentado chico que se cayó del caballo, qué tal va el negocio y otras curiosidades y anécdotas tanto de ella como de sus amistades y conocidos, nosotros vamos degustando lo que hay sobre la mesa. Café, zumo, mermelada, y dos elaboraciones caseras como lo más destacable del menú: un jugoso bizcocho recubierto de chocolate y "perrunillas", una suerte de gruesa galleta con almendra que conocemos por las raíces salmantinas de L.

El desayuno
Terminamos la sesión de "come y escucha" escuchando los lamentos por la comisión del 15% que Booking se queda por cada reserva a través de su portal, a la que hay que sumar las comisiones por pago con tarjeta bancaria que tras un reciente cambio de política debe asumir el anfitrión. Por ese motivo prácticamente nos suplica que si nos planteamos volver en futuras ocasiones o si queremos recomendar el lugar a alguien, contactemos directamente con ella a través del número de teléfono en lugar de recurrir al portal de reservas.
Son las 9:30 cuando bajamos por última vez la escalera, cargados con todos nuestros bultos y dispuestos a volver a encajarlo todo en el maletero de nuestro coche. Abandonamos la Casa Rural El Pinar del mismo modo que llegamos a ella: rodeados de tractores, perros y caballos. Dentro de nuestros planes a medio plazo de instalarnos en un entorno rural, Acebedo quizás sea incluso demasiado rústico para nosotros. Pero no me importaría averiguar hasta qué punto.

¿Te vienes?

Caballos y tractores
Repitiendo el trayecto que nos llevó ayer hasta la cena, nos desplazamos durante 20 minutos hasta Riaño recibidos de nuevo por las vistas del embalse y las montañas colindantes. Hacemos una parada rápida para conseguir una barra de pan, cruzamos uno de los puentes que atraviesan un estrecho del embalse y a las 10:15 estamos aparcados junto a otros cinco o seis vehículos y a escasos metros del punto de salida de la excursión que tenemos en mente.

El Puente del Pantano de Riaño
Para hoy no tenemos claro hasta dónde seremos capaces de llegar. Nos acercamos al Pico Gilbo, pero se trata de una montaña que a todas luces está varios niveles por encima de lo que solemos ascender. Iniciando el camino a 1.100 metros de altura, llegar a su cima tiene un coste de más de 500 metros de desnivel en algo menos de 4 kilómetros. Dado que no se empieza a ganar altura hasta superar el primer kilómetro y medio, estamos hablando de una pendiente media del 20%. E incluso ese dato es engañoso, ya que el desnivel no es lineal a lo largo de toda la subida y el tramo final exige remontar 200 metros de altura en apenas 500 metros de recorrido, rozando pendientes del 40%. Teniendo en cuenta que nuestra "zona de confort" se encuentra en pendientes de alrededor del 10%, está claro que lo de hoy va a requerir un plus por nuestra parte. Al igual que ocurría ayer con el Coriscao nuestra esperanza y más asumible meta se concentra en el collado previo al ascenso final situado a 1.450 metros de altura y desde el que tenemos la convicción de que las vistas hacia el Embalse de Riaño deben ser ya suficientemente espectaculares como para que el esfuerzo merezca la pena.
Así que echamos a andar con un ojo puesto en esa amenazante cima y sin saber si la aventura terminará en satisfacción o frustración. Comenzamos con un primer kilómetro que rodea la orilla de una de las entradas del embalse en la tierra, todavía sin ganar altura y sufriendo ya los primeros minutos de un sol que cae a plomo sobre nosotros sin ninguna nube que lo obstaculice. Al dejar atrás ese brazo de agua se nos presenta la primera duda: el "track" de ida y vuelta con el que nos estamos orientando realiza la ida por un lateral y la vuelta por otro, y es aquí donde ambos caminos se bifurcan y debemos decidir por cuál de ellos intentar el ascenso. Uno de ellos, el más cercano al embalse, parece ser ligeramente más corto y además cuenta con alguna parada intermedia como un supuesto mirador al embalse antes de iniciar el grueso de la subida, así que decidimos que esa será nuestra ruta de ascensión.
Esa parada intermedia resulta ser una orilla en la zona con agua más cercana al Pico Gilbo, y merece la pena. El embalse presenta tonos turquesa allí donde choca con la tierra y, aunque las corrientes impidan un efecto espejo que sería espectacular, se pueden intuir sobre su superficie los reflejos de las cumbres del Pico Gilbo y sus vecinos. Lo del sol y la temperatura empieza a ser un problema: debemos estar ya rondando los 30 grados, unas condiciones que empiezan a no ser óptima para excursiones exigentes. Afortunadamente eso no será un problema en el siguiente tramo, cuando el camino se adentra en un bosque que nos ofrece una muy agradecida sombra. La parte negativa es que junto a la sombra llega el comienzo de la subida de verdad. Quedan por delante dos kilómetros de sendero durante los cuales debemos ganar 300 metros de altitud.

Una orilla del embalse

El collado, esperándonos
El ascenso por el bosque, con calma y deteniéndose lo necesario, llega a su fin sin que tengamos nada que lamentar. Con la vista puesta en el cielo azul tras las ramas, alcanzamos el final de los árboles y con él vuelve el intenso sol sobre nuestras cabezas. Perdemos aquí la referencia del camino de tierra entre los arbustos y decidimos rodear la cumbre a nuestra derecha, que todavía no es el Gilbo, allá por dónde vemos más factible. Superamos dicha cumbre vecina y ya vemos ante nosotros la angulosa piedra de la cima pero sin quedar nada claro dónde se encuentra ese collado que prentendemos alcanzar. Nos vamos acercando más y más hacia ella en nuestra búsqueda, y nuestros pasos nos llevan hasta una valla que impide seguir más allá. Desde este punto, no nos queda más remedio que girar a la derecha y seguir subiendo por un terreno que presenta dificultades... y se dirige directamente hacia la cima.

Duelo de miradas

Ganando altura respecto al embalse
Intentamos acercarnos todo lo posible. L decide que su límite llega a 1.460 metros, cuando la pendiente empieza a presentar dudas ya no solo acerca de cómo subirla, sino de cómo se puede luego descender. Yo voy un poco más allá y empiezo a pisar ya sobre roca sin vegetación, pero me quedo en los 1.480 metros cuando alcanzo un tramo sin asideros en el que no tendría más remedio que bajar arrastrándome sentado a la vuelta. Por lo menos, en esta posición elevada, me es más fácil recuperar la orientación y ver en qué punto nos desviamos de nuestro itinerario previsto. Si queremos insistir en alcanzar el collado, deberemos bajar hasta los 1.400 metros para enlazar con un sendero de tierra perfectamente visible desde aquí y por el que deberíamos haber aparecido si no nos hubiéramos desorientado en el altiplano.

Hasta aquí puedo llegar

Recalculando la ruta
Paso más apuros de los que me gustaría para descender esos 20 metros que me separan de L, tras los cuales ambos avanzamos muy lentamente entre la vegetación para seguir bajando hasta los 1.390. Yo he venido equipado con pantalón largo, pero L ha decidido debido al calor llevar hoy unos pantalones cortos que no le están protegiendo las piernas de unas plantas que la arañan si no camina con cuidado. Reconectamos con la senda y desde aquí no hay pérdida posible. El camino se va diluyendo poco a poco según asciende y se convierte en una sucesión de escalones y rampas empinadas pero que en ningún momento pasa a ser completamente salvaje. Y así es como por fin alcanzamos el collado.

Un último esfuerzo...
Merecía la pena. A nuestra izquierda la cima del Gilbo nos recuerda nuestro límite burlándose 200 metros por encima de nuestras cabezas, pero poco nos importa cuando giramos la vista a la derecha. Ahí tenemos dos inmensas porciones del embalse cuya panorámica queda dividida por la cumbre de esa montaña vecina que hemos rodeado tras alcanzar el altiplano. Y lo más llamativo, en el horizonte se distingue perfectamente la silueta de uno de los macizos de los Picos de Europa. Incluso es muy probable que desde aquí estemos viendo la cumbre de ese Coriscao que tan cerca dejamos ayer, pero no somos capaces de identificarla. En resumen: las vistas son una barbaridad y, pese a la hora y el aliento que hemos perdido entre ir y volver por el camino equivocado, el esfuerzo ha merecido la pena. No parecen pensar lo mismo los senderistas que nos hemos cruzado al alcanzar el collado, que durante los 15 minutos durante los que coincidimos solo parecen quejarse de absolutamente todo, dándose voces entre ellos. Nos sentamos a la sombra de un árbol y disfrutamos del silencio tras su marcha mientras sentimos nuestras espaldas completamente empapadas por el sudor.

Las vistas desde el collado

Espectaculares vistas al Embalse de Riaño

El Pico Gilbo, misión imposible
Son las 14:00 cuando consideramos que es el momento de regresar. Nuestra previsión era haber llegado hasta aquí una hora antes y estar de vuelta en el coche a las 15:00, por lo que no llevamos encima ningún bocadillo que sirva para paliar un hambre que ya lleva un rato manifestándose. Teniendo en cuenta lo que nos queda por delante hasta alcanzar nuestro siguiente alojamiento, probablemente hoy tocará concentrar ambas comidas del día en una única "meriendacena".
Bajamos a buen ritmo, siempre por terrenos mucho mejores al que nos ha tocado deshacer para arreglar el entuerto en el que nos habíamos metido. La sombra que realcanzamos a las 14:25 nos sabe a gloria, y el descenso a través del bosque vuelve a ser el tramo más agradable y llevadero del camino pese al fuerte desnivel. Lo peor llega cuando reparecemos a pleno sol y nos queda por rodear la misma entrada del embalse en la tierra que hemos superado a la ida. Cambio a modo "dromedario" y me cargo al frente con la mochila de L, a la que veo ya poner cara de sufrimiento. Dan las 15:30 cuando al fin estamos de nuevo en el coche. Me encuentro el coche, ahora ya sin ninguna compañía en el aparcamiento, con la ventanilla del conductor solo cerrada hasta la mitad, siendo perfectamente posible acceder al interior y abrir las puertas. Y el maletero está cargado hasta arriba con todas nuestras posesiones. Vaya traje me podrían haber hecho.

Los duros últimos metros rodeando un trozo de embalse

Riaño, desde nuestro lado del puente
Nuestro tiempo en Riaño todavía no ha terminado. Antes de poner rumbo al oeste hacemos una última parada en el extremo opuesto del puente, allí donde la iglesia y cinco grandes letras con el nombre del pueblo se encuentran frente a frente con otro mirador hacia el embalse y las montañas. Aprovecho para hacer varias fotos de larga exposición ahora que tengo el trípode conmigo, ya que a tenor del desnivel de la excursión era impensable cargar con él en la mochila durante la subida. Mientras calculo, encuadro y disparo me entero de todos los cotilleos de una familia onubense que está disfrutando de una comilona en una mesa de madera frente a la iglesia.

Deteniendo el agua

De ahí venimos
Y ahora sí, llega el momento de despedirse de León. Nos ponemos en marcha y, tras superar Riaño, enfilamos la hora y diez minutos que nos separan de Abantro, nuestro próximo destino. Una carretera de montaña que no da un respiro entre curva y curva nos da la bienvenida a Asturias, nuestra Tierra Prometida, si bien nos priva de un letrero de bienvenida en el que L querría haberse hecho una foto... o por lo menos, nosotros no lo hemos visto mientras nos concentrábamos en el dibujo de la carretera. El coche sigue marcando temperaturas de 30 grados pero se nota un frescor inmediato cada vez que atravesamos uno de los cortos túneles que nos evitan rodear alguna montaña.
Llegamos a las puertas de Abantro a las 17:15, en cuyo desvío nos espera a bordo de su todoterreno la anfitriona de Los Cascayos, los apartamentos rurales en los que pasaremos las dos próximas noches. Dado que el acceso a la casa es algo complicado por encontrarse en lo alto del pueblo tras una serie de fuertes pendientes, hemos acordado previamente encontrarnos aquí para seguir a su vehículo a través de lo que ella considera la vía más accesible. Y cómo deben ser el resto de vías... con la primera marcha metida, vamos avanzando poco a poco por empinadísimas cuestas en estrechas calles que ponen a prueba el ancho de mi vehículo. La guinda la ponen los tramos de alcantarillado en los que las ruedas incluso llegan a patinar si no se atacan con suficiente velocidad. Alcanzamos la puerta de nuestro apartamento cuando el coche marca 35 grados. Qué de broma es esta.
La dueña nos hace el recorrido de rigor por las instalaciones. Nos espera en el interior un espacio reducido pero muy bien aprovechado de dos plantas de construcción rústica. En la inferior tenemos un salón comedor junto a la cocina completa a excepción de un horno. En el superior un baño con una moderna ducha y el dormitorio, con un techo elevado que no oculta las vigas de madera. Al salir al balcón, varias colinas completamente verdes nos saludan más allá de los marrones tejados. Damos el visto bueno a todo el recinto acompañados de las densas y frenéticas explicaciones de nuestra anfitriona, que una vez más no parece tener dificultades para pasarse horas y horas hablando. Cuando nos despedimos me indica el camino a seguir para bajar las fuertes cuestas hasta la salida del pueblo y nos enseña la zona trasera de la casa en la que poder tender la ropa.
Ya en soledad, cargamos la lavadora y nos damos una ducha que vamos necesitando desde que estábamos en el collado junto al Pico Gilbo. Son las 18:40 cuando ya hemos tendido todo nuestro equipo de senderismo y regresamos al coche con el objetivo de hacer varias compras en Pola de Laviana, un municipio 20 kilómetros al oeste con un buen surtido de supermercados. Uno de ellos es de Alimerka, una cadena de supermercados concentrados en Asturias, Castilla y León, Galicia y Cantabria cuya visita nos despierta las mismas emociones que entrar por primera vez a un Walmart cada vez que cruzamos el Atlántico. Lo recordábamos más barato, pero igual de completo. Compramos lo necesario para las cenas de hoy y mañana, algo de proteína para los próximos bocadillos y algún capricho adicional en forma de guacamole o cucuruchos con sabor a Kinder Bueno. Que estamos de vacaciones, oiga.

Los tejados de Abantro
De nuevo en Abantro, son las 21:00 cuando ya hemos cenado, la mayoría de la ropa está ya secada, doblada y guardada y solo queda navegar un poco por las redes sociales antes de irse a dormir. Una vez más, el gran inconveniente del alojamiento es la falta de conexión a Internet, pero la compensamos con la generosa cantidad de datos que tenemos contratada con la compañía O2. Mientras L apaga las luces yo me quedo uniendo las panorámicas y HDR de las fotografías del día y redactando textos atrasados para este diario de viaje. Me acompaña el ruido de unos vecinos y su bebé que, sin ser excesivamente escandalosos, hacen crujir cada pocos minutos las paredes con algún golpe. Por el balcón sigue entrando tanta claridad como la que tendríamos en Mallorca a las seis de la tarde.
El tiempo vuela y a las 23:00 me doy por vencido. Todavía me quedan fotos por procesar y toda una etapa por escribir, pero los párpados se niegan a ejecutar mis órdenes. Apago luces y cierro los ojos esperando a que el ruido ajeno termine para poder dormir.