Desde Calella de Palafrugell retomamos de nuevo el camino de ronda en dirección a Llafranc. Está muy bien señalizado.
En la playa de Canadell la familia de Josep Pla tenía su casa de veraneo. La playa que se divide en tres sectores, Canadell, Sota Can Jubert y els Canyissos.

En la bahía de Llafranc surgió a partir del siglo XVIII un pequeño barrio de pescadores. Creció muchísimo en las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX, con la construcción de las primeras viviendas de veraneo y sobre todo con la llegada del turismo, entre 1930-50. Destacan Can Capella o Villa Anita.
Sin embargo, ese enclave ya había sido habitado en época prerromana y posteriormente, hasta el siglo IV, tal como lo demuestran los numerosos hallazgos arqueológicos que se han producido.
Dicen que el camino de ronda que une Llafranc con Calella de Palafrugell, o a la inversa, es uno de los más bellos, cómodos y accesibles de la Costa Brava, de alrededor de un kilómetro. Bueno, eso de accesibles lo deberíamos poner entrecomillado porque no faltan los tramos de escaleras.
Por el camino encontraremos la Casa Rosa y la Playa de Sota Can Genís, sobre la que están la plaza y el mirador dedicado al ilustre farmacéutico D. Manuel Juanola i Reixach, inventor de las famosas pastillas de regaliz.
Veremos también la Torre de Calella, una torre de vigilancia construida en el año 1597 para controlar los ataques de los piratas de la época (ya comenté al hablar de Calella que estas torres son muy comunes en la costa) o el Mirador del Canadell, situado en el passatge del Pi, donde hay un pequeño monumento forjado, una columna de libros, en recuerdo al periodista Carles Sentís i Anfrun, muy querido en la zona.
A medio camino más o menos encontramos la estatua metálica conocida como “Gent del Mar”, que cedió a la villa de Palafrugell en el año 2002 el escultor norteamericano Rodolfo Candelaria, residente en la localidad.

La iglesia de Llafranc, dedicada a Santa Rosa de Lima, fue inaugurada en 1897, pero su aspecto actual se debe sobre todo a las ampliaciones de los años 1948 y 1958.
Se trata de un edificio de tres naves, con cabecera poligonal y campanario de torre. La fachada, encalada y sencilla, conserva el aspecto original, con portal rectangular enmarcado con piedra y ventanal geminado. El ábside está decorado con pinturas alusivas a la vida de la santa patrona, obra de Guillem Soler (1945). También estaba cerrada.
Es típico, una vez llegados a Llafranc, seguir hasta el Faro de san Sebastián. Y ahí es donde la cosa se complica.
Debemos ir hasta el final y tomar una empinadísima escalera en la calle de les Escales de Garbí. La comodidad del camino de ronda se termina ahí. Empieza la ascensión, con mucho calor y junto a la carretera. En verano hay un tren turístico que enlaza Calella con Llafranc y el Faro de Sant Sebastià.
Cuando llegamos arriba (a una altitud de 169 metros), lo primero que vemos es el faro y enfrente espectaculares vistas desde el Mirador de Joaquim Turró. Inaugurado en 1857, es un edificio formado por varios cuerpos de una sola planta que conforman un espacio rectangular con la torre de señales en su centro. Actualmente acoge un restaurante japonés.

El faro es el más potente del litoral catalán, su luz abarca las 32 millas náuticas. La luz del faro la emitía un aparato de la marca Sautter (París), que funcionaba con cinco mechas que quemaban aceite de oliva y era mantenido por tres faroleros que vivían en las estancias del mismo faro. Con el avance de la tecnología, su funcionamiento pasó a ser totalmente automático a partir del 1 de agosto de 1999.
Tenemos que subir un poquito más (aunque después de la media hora de ascenso con un calor insoportable, esto ya no es nada). Llegamos a la Torre de sant Sebastià. Fue construida a mediados del siglo XV y es la parte más antigua del conjunto de Sant Sebastià de la Guarda, formado por la capilla, la hospedería y la misma torre de vigilancia, con funciones también de capilla, en su parte baja.
Es una construcción de planta rectangular terminada en semicírculo por un lado. Tiene coronamiento almenado, restos de un matacán defensivo y espadaña.

Su función era vigilar la costa para protegerla de posibles invasiones corsarias y piratas, muy frecuentes durante los siglos XV y XVI. Por ello se construyó en un lugar estratégico desde donde se pudiera divisar cuanto más mar abierto mejor.
Cuando se divisaban barcos piratas se tocaba la campana de la torre y así se avisaba al pueblo que venían corsarios. De este modo tenían tiempo de irse al interior y esconderse. De ese modo, eran saqueados pero no había víctimas ni se llevaban a nadie para esclavizarle. Las campanas iban tocando de una torre a otra y así todo el mundo se resguardaba.
A lo largo de los más de 550 años de historia del edificio, se han hecho diferentes reformas. En 1441 se autorizó su uso como ermita, seguramente esta función religiosa es el motivo de su planta irregular. También se han modificado aberturas y se han mejorado los accesos entre las plantas y los pavimentos.
El primer ermitaño que vivió en la torre fue Jaume Corbera, cuyos restos residen actualmente bajo el suelo de la ermita.
Adosada a la torre-capilla encontramos la Hospedería, un gran edificio rectangular, de planta baja y piso, con numerosas aperturas de dintel monolítico enmarcadas con piedra. Las fechas que figuran inscritas demuestran que hubo numerosas modificaciones a lo largo de los siglos XVIII y XIX (1750 y 1756 a levante, 1760,1772, 1832 a poniente). En el interior hay varias salas con bóveda de cañón y lunetos. Originalmente había espacios de cobijo para caballerías y carruajes. Hoy en día sigue funcionando como hotel.
Hubo una primera capilla, documentada en el siglo XV, hecha construir por el prior de la iglesia de Santa Ana de Barcelona, señor de la villa de Palafrugell. La anterior ermita, situada en la parte baja de la torre, se convirtió en el santuario de Sant Sebastià mártir, protector de las epidemias. Por eso, tras la peste de los años 1650 -1652 Sant Sebastià de la Guarda se convirtió en un lugar de peregrinación, plegarias y ofrendas. En 1707 gracias al crecimiento económico y a la creciente demanda de culto, se decidió construir una ermita y una hospedería de estilo barroco.
La iglesia actual fue iniciada en 1707 junto con la hospedería y sufragada por el pueblo de Palafrugell. Se terminó el año 1710. Los retablos barrocos fueron quemados en 1936.
Está ubicada junto a la torre de vigilancia, que hace funciones de campanario. Consta de una nave única, cubierta con bóveda de arista y cerrada con cabecera poligonal. Tiene capillas laterales y sacristía. La fachada tiene coronamiento sinuoso, óculo central y puerta rectangular moldurada, con pequeñas ventanas a ambos lados. Estaba cerrada.
La hospedería se comunica con la ermita a través de un patio interior decorado con baldosas de cerámica valenciana del s. XVIII con la imagen de Sant Sebastià. En la entrada destaca la bóveda de ladrillo y la escalera de piedra doble que lleva a los niveles superiores.
Antiguamente los peregrinos subían hasta la hospedería a celebrar fiestas y banquetes. Entonces era un lugar público, con fogones de obra y una gran chimenea, donde podían cocinar la comida que llevaban y alquilar las mesas, ollas, platos y cubiertos.
Unos pasos más allá encontramos restos de un poblado ibérico, descubierto en los años 60 y empezado a excavar en los años 80 del siglo pasado. Su origen se puede situar en el siglo VI a.C. y estuvo habitado hasta el siglo I a.C., coincidiendo con la llegada de los romanos. Hay varias casas formadas por dos estancias, quince silos o depósitos excavados en la roca y un horno.
Todavía no está confirmada su extensión, ya que no se han encontrado restos de murallas que debían proteger a su población, los indiketas. Subsistían gracias a la pesca, la caza, la agricultura y la ganadería, conocían la metalurgia del hierro y el bronce, además de dominar las labores con hilos y tejidos.
Actualmente la superficie tiene unos 300 metros cuadrados.
Los indigetes, indigetae, indiketes, undigesquios o indigesquios ('habitantes de Undika o Indika) fueron un pueblo íbero establecido en lo que hoy es la provincia de Girona, en el golfo de Ampurias y Rhoda extendiéndose hasta el Pirineo y ocupando las comarcas de l'Empordà, La Selva y, quizá también, el Gironés, donde se encontraban los ausetanos, étnicamente relacionados.
Estaban divididos en cuatro tribus y sus ciudades principales eran Indika (no se sabe exactamente dónde estaba), Emporidae (donde se instaló con el tiempo una importantísima colonia griega, de los griegos focenses massaliotas, con su correspondiente emporio comercial), Rhoda (Rosas), Juncaria (La Junquera), Cinniana (Cervià) y Deciana (próxima a La Junquera). Se cree que Indika pudo haber sido Ullastret, uno de sus principales yacimientos y del que hice un diario al que me remito.
Los indiketas acuñaron moneda.