

el príncipe Constantin Brâncoveanu, este monasterio no solo es un centro espiritual, sino
también una obra maestra del arte y la arquitectura rumana. Declarado Patrimonio Mundial
por la UNESCO, representa el mejor ejemplo del estilo brâncovenesc, una fusión única de
influencias bizantinas, renacentistas y barrocas locales.
Lo que más impresiona es su simetría, las esculturas en piedra y los frescos interiores,
que están magníficamente conservados y cuentan historias bíblicas con un estilo y colorido
inconfundibles. La tranquilidad del lugar, el canto lejano de las aves, y el entorno natural
que lo rodea lo convierten en un lugar de recogimiento, perfecto tanto para creyentes
como para amantes de la historia y el arte.
Además, el monasterio está rodeado de jardines cuidados, bancas para sentarse y
pequeñas dependencias donde antiguamente vivían los monjes. Es un sitio que invita a la
contemplación y a desconectar del mundo moderno, aunque sea por un rato.
La visita puede durar hasta 30 minutos, dependiendo de cuánto te detengas a observar
los detalles. La entrada es gratuita, aunque siempre se agradece dejar una pequeña
donación. Consejo: Lleva algo para cubrirte los hombros si visitas en verano, ya que es un lugar
sagrado. Y no olvides la cámara: la fachada blanca contra el cielo azul y las colinas verdes
hacen que cualquier foto parezca una postal.