Hoy me levanto en mi casa de Bucarest. Son las 7:00 y siento como si me hubiera pasado un tranvía por encima. La noche anterior salí con las chicas y acabamos de vinos por el centro; el resultado es una resaca de campeonato. El vino fue protagonista absoluto. Lo último que me apetece es hacer una maleta, pero toca: escapada de 24 horas. A las 9:00 recogeré a Ainhoa en Pipera.
Fer no está este finde, y nos ha dejado el coche de empresa. Y no solo eso: lo ha dejado con el depósito lleno, para unos 700 km. Spoiler: lo devolvemos al día siguiente con gasolina justa para 40 km. Gracias, Fer.
Nos lanzamos a explorar una pequeña parte de Rumanía. Aquí, los mejores planes suelen estar a entre 3 y 5 horas en coche, como si estuviéramos en la España de los 90: carreteras nacionales, tráfico lento y casi ninguna autopista. Pero salir un sábado temprano es clave: apenas hay nadie.
Antes de salir, reviso el tiempo. Sábado soleado, domingo con lluvia. Empaco lo justo: chubasquero, bañador (por si hay piscina en el hotel), dos libros y listo.
Recojo a Ainhoa puntualmente. Va medio dormida y necesita café con urgencia, pero esto no es España: aquí a esas horas no hay bares abiertos, y menos con cafeteras funcionando. Paramos en un supermercado con cafetería improvisada. No es lo ideal, pero cumple su función.
Ya en carretera, el paisaje empieza a cambiar. Abril en Rumanía tiene algo mágico. Los campos están cubiertos de răpiță (Brassica Napus), la planta de colza. Un mar amarillo que parece pintado con témperas. Le prometo a Ainhoa que más tarde pararemos para hacer fotos.
09:00 – Salimos de Bucarest rumbo a Horezu
12:30 – Llegamos a Horezu (224 km, unas 3h30 de camino)

Horezu nos da la bienvenida con su característica calle principal repleta de tiendas de cerámica. La tradición ceramista de este lugar es tan importante que ha sido declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Exploramos varias tiendas, pero una de antigüedades nos atrapa por completo: SC Certo SRL Antiques. Podría haberme llevado media tienda, con piezas que irían perfectas en un chalet o incluso en una casa junto al mar.
Compramos en las tiendas de cerámica, platos y unas tablas talladas.
A las 14:00 nos entra el hambre. Buscamos el restaurante mejor valorado, pero está cerrado. Terminamos en el Hotel Horezu, el único sitio con gente. Comida rumana, casera, rica y aceptan tarjeta (alivio total).
En ese momento, el cielo se parte en dos y cae un auténtico diluvio. Nada en el pronóstico lo había anunciado. Yo solo llevo un chubasquero fino y mocasines. Corremos al coche caladas hasta los huesos.
Próxima parada: Confetăria Nicolette, una pastelería moderna a las afueras del pueblo que parece sacada de Malasaña. Chic, luminosa, impecable. Té, café, dulces exquisitos. No entendemos cómo ha acabado ese lugar allí, pero nos fascina.
Pese a la lluvia, seguimos con el plan. Vamos al Monasterio de Horezu, fundado en 1690 por el príncipe Constantin Brâncoveanu. Otro lugar Patrimonio Mundial de la UNESCO. Ainhoa duda si bajar, pero la convenzo. Merece la pena. El monasterio es un tesoro del estilo brâncovenesc: simetría, piedra tallada, frescos antiguos, una atmósfera serena.


17:30 – Llegamos a Crama Avincis, en Drăgășani


El trayecto final es intenso: curvas, caminos de tierra... pero al llegar, wow. Es como teletransportarse a La Rioja. Viñedos hasta donde alcanza la vista. El diseño de la finca es impresionante: tradición e innovación mezclados con gusto. El arquitecto Alexandru Beldiman ha conseguido armonizar la casa señorial original (estilo neorrománico) con un edificio moderno de líneas limpias que parece sacado de una revista de arquitectura.
Hacemos el check-in. La habitación es bonita, aunque no sé si los 150 € (750 lei) los vale. Rumanía no tiene temporadas turísticas marcadas, así que los precios son los mismos todo el año. Curioso.
Nos vamos al restaurante, con vistas a los viñedos. Ya hay gente haciendo la cata. Nosotras empezamos la nuestra: nos sirven cuatro de los cinco vinos que teníamos contratados, acompañados de quesos locales. No tenemos mucha hambre, pero el plan es perfecto.
La visita a la bodega será en rumano, así que pedimos hacerla en inglés al día siguiente. Acceden encantados.
La cena empieza a servirse, pero no podemos más. Ni hambre ni sed. Hablamos con la manager y proponemos comer al día siguiente lo que no tomamos hoy, y catar el último vino también entonces. Son flexibles y encantadores.
Yo, además, empiezo a encontrarme mal. Dolor de cabeza intenso. Subo a la habitación, me tomo un Enantyum e ibuprofeno, y me voy directa a dormir.
Para que os hagais una idea de los precios
Cena para dos (incluida en la reserva): 350 LEI (~70 €)
Cata de vinos para dos (5 vinos): 320 LEI (~65 €)
La comida salio por unos 11 euros cabeza, luego los platos de cercamica entre 5-10 euros el plato. La tabla de madera tallada unos 10 euros.