Para no dispersar la información, en esta etapa voy a recopilar todo lo referente a O Porto do Espasante, donde nos alojamos durante tres noches en el Hotel Viento del Norte, un establecimiento de calidad, con habitaciones amplias y muy bien decoradas al estilo tradicional. Desde el balcón se divisaban las casas de colores, el mar y el Mirador de la Garita de la Vela con su cruz. No fue barato (405 euros las tres noches), pero incluía un buen desayuno con productos caseros y zumo de naranja natural recién exprimido. Estuvimos muy cómodos allí.
O Porto Espasante es un pequeño núcleo poblacional con un puerto que concentra la mayor actividad pesquera de Ortigueira, Concello al que pertenece y de cuya capital dista solo unos 8 kilómetros. Situado en un istmo entre las playas de San Antonio y de la Concha, por su posición central nos pareció una buena base para visitar la costa norte de la provincia coruñesa. Además, es un lugar realmente bonito, sobre todo cuando brilla el sol.
Al volver de Cedeira (final de la etapa anterior), nos apetecía tomar algo para cenar y nos sentamos en la terraza de un bar cerca de la playa de San Antonio y nos topamos con otro de esos episodios “extraños” en las comidas. En el exterior, había una carta con oferta diversa, pero el primer camarero que nos atendió nos señaló que lo que tenían era ensaladilla, empanada de xoubas (sardinas), croquetas y salpicón de rape. A mi marido le encanta esa empanada, así que pidió una ración; por mi parte, pedí el salpicón. A la hora de servirnos, apareció un camarero diferente (al otro no le volvimos a ver) con la empanada (cuatro pequeñas porciones) y las cervezas. Unos minutos después, regresó con una ración de croquetas (ocho bolitas) y patatas fritas. Como única explicación, me dijo que se había acabado el salpicón . Volvmos a transigir porque ya nos habíamos tomado la mitad de las cervezas y buena parte de la empanada. La cuenta ascendió a 28 euros.
Luego, mi marido se fue a descansar al hotel, pero a mí me apetecía pasear porque la temperatura era buena y se había quitado totalmente la niebla de la tarde anterior. Así que me dirigí hacia a Garita de la Vela, lugar de vigilancia desde principios del siglo XVIII sobre la Ensenada de Espasante y la Ría de Ortigueira.
Se puede llegar en coche por la carretera, pero, pese a la cuesta, lo mejor es ir a pie, contemplando las vistas que van surgiendo alrededor. A última hora de la tarde, la luz del sol poniente le daba un destello dorado muy bonito a la ensenada de San Antonio, mientras que hacia occidente se divisaba una resultona puesta de sol.
Desde el Mirador de la Garita, cerca del cual hay una cruz, se distinguen unas panorámicas imponentes de Porto Espasante, la Playa de la Concha, el puerto, la Ría de Ortigueira, Cariño y el Cabo Ortegal con sus rocas y su faro.
Después, regresé por el camino de ida y di una vuelta por la Playa de la Concha, con mucha gente tomando unas cervezas en los tres o cuatro bares que se asoman a la Calle Miramar. El ambiente me pareció muy agradable.
La mañana siguiente amaneció espléndida. Por primera vez veíamos Porto Espasante iluminado por un sol radiante, así que decidimos dedicar la mañana a dar una vuelta tranquila por allí. Tras desayunar en el hotel, pasamos junto a la llamada “residencia del Porco Antón”, un cerdito al que, siguiendo la tradición, se cuida con mimo y se alimenta opíparamente desde julio hasta enero, cuando se realiza la matanza. También tiene dedicada una escultura en una de las plazas. ¡Uff! Nos dio pena el bicho, la verdad. Una cosa es que te lo comas y otra que te lo presenten previamente.
Como mi marido no había visto el Mirador de la Garita de la Vela, le acompañé hasta arriba, para contemplar las vistas con una luz diferente, pero también muy bonitas, sobre todo las del Cabo Ortegal con su faro y sus puntiagudos escollos, que se divisaban perfectamente en aquella mañana tan clara.
Luego, en vez de continuar por la carretera hacia el pueblo, se me ocurrió meterme por lo que parecía una pista para tractores pero que terminó muriendo en un sendero. Siguiéndolo, me ofreció panorámicas fantásticas de los acantilados y la Ría de Ortigueira.
Más adelante el sendero, llegué a la Punta dos Prados, donde se encuentran los restos de un antiguo castro marítimo.
No sabía si podría continuar por allí hasta el puerto, hasta que vi unas escaleras que bajan a una cala de esas que te transportan al Caribe, aunque sin cocoteros. ¡Qué bonita, por favor! Además, completamente… ¿desierta? Pues, no. De pronto vi a una persona y escuché un sonido: ¡era un señor tocando la gaita!
Supongo que estaba ensayando porque no había nadie más allí. El momento me pareció flipante, la verdad. No pude por menos que tomar unas fotos a la cala con su único ocupante; lástima que le falte el sonido de la gaita. Sin duda, será uno de mis recuerdos destacados del viaje.
Ya en el puerto, obtuve otras instantáneas de los acantilados con las rocas y el faro del Cabo Ortegal apareciendo en lontananza. Un panorama imponente. Qué bonito lucía este lugar con aquellos increibles colores que le proporcionaba la luz del sol. Y es que el mar me gusta mñas cuando está muy bravo o cuando está casi en calma total, como era el caso. Me pasé un buen rato contemplándolo.
Más tarde, me reencontré con mi marido, que había ido por la carretera, y ya juntos fuimos a dar una vuelta por la playa de la Concha, contemplando las farolas de la calle Miramar, en las que se han colocado las fotografías de algunos de los vecinos de Porto Espasante.
En resumen, nos gustó mucho Puerto Espasante. Tiene panorámicas para enmarcar, de esas de las que te acuerdas pasado el tiempo.