Yo soy un mal padre, porque he arrastrado a mis hijos por medio mundo y no me ha importado su bienestar, sino que los sitios fueran interesantes.
Mi hija se partió un labio aprendiendo a andar en Miconos y a mi hijo se le quemaron las plantas de los pies corriendo descalzo por los templos del Sur de India.
Nunca han llorado en un avión a la ida, alguna vez a la vuelta porque se acababa el viaje.
Ahora son adolescentes, pero no consigo librarme de ellos.
Siguen queriendo viajar con nosotros.