Ayer, primer domingo de septiembre, almorzamos en
Agua Amarga. Hay que ver lo que ha crecido el pueblo desde mis recuerdos de unas pocas casillas en torno a la plaza y la playa. Pero lo ha hecho con cierta armonía; resplandece de cal y buganvillas y en la vista de conjunto (muy chula desde el antiguo cargadero de mineral) nada chirría.
La oferta de restaurantes es amplia. Me decidí por probar
Aljibe 19 por disponer de terraza y protocolo de salud, incluyendo dos turnos para comer (a las 14 h y a las 15:30). El pequeño restaurante queda al interior lo que, en principio, augura una afluencia más moderada que la de las terrazas en primera línea de playa. Su nombre es también su dirección en el número 19 de la coqueta calle del Aljibe cuyo rótulo está visible desde la carretera. Preferible aparcar el vehículo a orillas de la misma.
Los turnos se respetaron gracias al servicio diligente e incluso había ya bastantes mesas ocupadas y alguna servida antes de las 14 h. Esto
antes no era corriente. Estamos adaptando nuestras costumbres.
Probamos las muy andaluzas berenjenas con miel de caña, la castiza "marraná de pulpo" (especialidad de la casa), un jugoso lomo de atún con deliciosas patatas fritas, un par de cervezas por comensal y postre compartido. Todo nos supo rico. La cuenta resultó en torno a veintipocos € cada uno.
Tienen buena fama los arroces y vi que muchos los pedían; para la próxima ocasión.
Un inciso y es que, ya desde antes de la pandemia, echo en falta
cubiertos de servir en muchos restaurantes. También me ocurrió aquí pero los pedí y lo solucionaron al instante. Creo que -por nuestro bien y por acostumbrar a los que nos atienden en los restaurantes- es algo que los clientes debemos pedir. Nos encanta probar, compartir...y son cosas que, con un poco de orden (la marraná, para el pulpo
), podemos seguir haciendo.
Aunque el pueblo registraba una afluencia como de pleno verano, pudimos tomar café en la terraza "chill-out" del
Real Beach que estaba sorprendentemente tranquila pese a su ubicación a pie de playa. Los precios (2,50 € un café) ayudan pero los pongo en relación con la situación y el entorno en un jardín espacioso y sombreado con música suavecita que invita a echar un rato. A nosotros nos vino bien, en esa hora penosilla en la que el sol pica sin misericordia. Este rincón queda un tanto escondido, a continuación del conocido restaurante Los Tarahis.
Diría que los hosteleros del Cabo de Gata están salvando -y más que salvando- la situación así que bien por ellos, particularmente por los que se esfuerzan por ofrecer medidas de higiene y distancia, en armonía con estas limpias y espaciosas playas.