Tras tomar el desayuno en el hotel. Muy bueno y completo. Nos dispusimos a salir hacia la Zona Arqueológica de Segesta. Se encuentra situada a solo 15 kilómetros de nuestro hotel. Dirigimos nuestro GPS hacia el aparcamiento que según Google Maps estaba justo a la entrada de la zona arqueológica. Pero resultó que cuando llegamos nos indican que el aparcamiento ha cambiado de sitio y que desde el nuevo emplazamiento había un autobús que nos traía. Menudo cabreo, pues ya podían haberlo indicado en el camino. Eramos de los primeros en acceder al terreno de aparcamiento que costaba 5 € tarifa plana. Nos fuimos hacia el autobús y allí tuvimos que esperar un buen rato hasta que se llenó. Yo solo pensaba que cuánto más tiempo perdiésemos más calor nos iba a hacer después. Esta vez si pusimos unas toallas en los volantes para que no nos pasara a la vuelta lo de ayer. Finalmente llegamos a la zona de venta de las entradas (6 euros) que ya tenía una pequeña cola con un grupo que había llegado. Informados por los “buenos samaritanos” de los foros que comentaban que había otro autobús (navetta como le llaman los italianos) que te alcanzaba al anfiteatro por 1,5 € ida y vuelta (los tickets los venden en otro sitio) por lo que si uno no va avisado vas a subir a la naveta y te echan para atrás por no tener el billete. Con el calor que hacía, subir y bajar caminando los dos kilómetros era de suicidas (aunque vimos algunos).
La primera parte de la visita es el templo, al que se accede subiendo una escalera que bajo el sol abrasador se convertía en un suplicio, pero mereció la pena.
Luego de vuelta tomamos la navetta hasta el Monte Barbaro donde se haya el anfiteatro con una capacidad de unos 3000 espectadores, con unas vistas magníficas.
Parece que la elección de los parajes de los teatros no era casual como ya vimos en Taormina. Después tuvimos que esperar un buen rato para regresar en la navetta. Desde ella se ve una impresionante vista del templo.
Finalmente abajo tuvimos que hacer otra gran espera para el bus que nos llevaría de regreso al aparcamiento. Resumiendo se pierde un montón de tiempo con los medios de transporte. Yo diría que demasiado, por lo menos una hora y media y todo bajo un sol abrasador en este caso.
Cogimos el coche afortunadamente protegido su volante con destino a Agrigento, o más concretamente Vilaggio Mosé, donde estaba nuestro hotel. Eran unos 150 kilómetros que nos llevaría más de dos horas pues la autopista solo llega hasta Castelvetrano (unos 45 kilómetros) pues allí se desvía hacia Mazzara del Vallo.
Al hotel llegábamos sobre las tres bajo un sol que rajaba las piedras pero afortunadamente en el hotel tuvieron la amabilidad de darnos la habitación pese a que la hora de entrada era desde la cuatro. Tras tomar posesión de la habitación que daba a la piscina, en ese momento superconcurrida como era de esperar, con un los estómagos rugiendo nos dirigimos a un McDonald´s cercano pues por la hora considerábamos que cualquier otro restaurante estaría cerrado. El paseo no podríamos decir que fuera de placer con el sol calentando a tope y se ve que en Italia la guerra de la comida rápida se va perdiendo pues ofrecen muchas más ensaladas y más abundantes y las hamburguesas menos variadas. No obstante hicieron su función y tras comer nos regresamos al hotel. Nos cambiamos y nos fuimos a la playa más conocida de la zona la llamada Scala dei Turchi (la Escalera de los Turcos).
La verdad es que la ida a la playa es algo incómoda. Desde nuestro hotel hay que atravesar Puerto Empedocle en dirección a Realmonte y cuando se llega a la zona de la playa hay que buscar aparcamiento. Muchos coches están aparcados a los bordes de la carretera, pero nosotros buscamos un aparcamiento (5 €) de los dos que hay. Gracias a la hora que era no estaban completos. Ya veíamos que los del país aparcan donde les da la gana pero nosotros no nos fiamos. Después hay que caminar hasta una escalera que baja hasta la playa. El acantilado que le da nombre separa dos partes de la playa. Y su blancura impresiona.
Se puede caminar fácilmente por él pues el material que lo forma una roca llamada marga no resbala y mucha gente lo utiliza para tomar el sol. En nuestro caso estaba justificado pues se acercaba la puesta del sol y las vistas desde ella son sensacionales, pero el resto del día con el sol y la blancura puede que te pongas rojo como un salmonete, creo yo. El baño no era muy fácil en ese momento pues la entrada al agua estaba llena de piedras, que no se ven, y cubría solo hasta la pantorrilla. Por lo que para darse un baño en condiciones hay que meterse bastante adentro. Pero el calor era mucho y con tumbarse era suficiente. Pero por si fuera poco a mi mujer y mi hija le picaron creemos que alguna medusa por lo que tuvimos que ir al socorrista a que les pusiera una crema calmante. Pasado el susto pudimos bañarnos un rato como pudimos y con el temor de ser picados, pero es que había que refrescarse como fuera (Hay que destacar que esta playa si da al Mar Mediterráneo, pues al norte de la isla está el Mar Tirreno y al oeste el Mar Jónico).
Pese a la hora seguía la playa bastante concurrida. Finalmente cuando el sol ya se despedía subimos de nuevo la escalera de vuelta con lo que el fresco adquirido se perdió rápidamente. El regreso parece que coincidió con la “operación retorno” y fue bastante lento. Ya anochecido, se veían iluminados en lo alto alguno de los templos del Valle de los Templos. Esa sería la visita del día de mañana. Al lado del hotel hay un supermercado Lidl así que decidimos comprar algo para la cena y hacerla en el hotel donde la verdad se estaba más fresquito.
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