Amanecemos repuestos y nos dirigimos a la sala de desayunos donde disfrutamos nuevamente de un espléndido desayuno con un buen “cappuccino”. Tras esto y bajar nuestro equipaje, pedimos que nos acerquen el coche (“la macchina” como dicen los italianos) y mientras pagamos. Ha sido una magnífica estancia en este hotel. Son las nueve cuando nos ponemos en marcha rumbo a Monreale. Recorremos en toda su longitud el Corso Calatafimi sorteando como ya hemos comentado a otros vehículos y peatones. Pero afortunadamente el mayor tráfico es de entrada a la ciudad. Monreale está en un extremo de la Concha de Oro, en las laderas del Monte Caputo, donde está un castillo, hoy semiderruido, llamado Castelaccio que construyó Guillermo II a la vez que la Catedral.
En una media hora hemos llegado al Parcheggio Comunale (aparcamiento municipal) que es de pago horario. Desde aquí se divisa un magnífico panorama con los montes que limitan la mencionada planicie. Pese a lo temprano, ya el sol apretaba lo suyo y desde el mismo aparcamiento accedemos por una escalera a una calle llena de puestos de recuerdo a un lateral del conjunto de la Catedral y el claustro.

Esta catedral fue mandada construir por Guillermo II, mientras en Palermo su preceptor, Walter of the Mill, más conocido como Gualtiero Offamilio, entonces arzobispo de Palermo, ordenaba hacer la catedral de Palermo. Cada uno tiene su tumba en su respectivo templo. Por el camino que elegimos, la primera vista es la de la fachada, que recuerda en cierta forma a la de Cefalú, aunque en este caso la torre izquierda es mucho más corta, dicen que dañada por un rayo en 1807.


La entrada es gratuita pero si luego se quiere visitar el claustro o los tejados hay que pagar. El interior es impresionante por su grandeza comparada con la Capilla Palatina mucho más pequeña. Como en todos los casos el Pantocrátor preside toda la nave central. Las paredes de las naves laterales están cubiertas de mosaicos con escenas de Antiguo y Nuevo Testamento, al igual que la Capilla Palatina.

Tras la visita nos tomamos un café en una terraza de la Piazza Guglielmo II, para también aprovechar para hacer nuestras necesidades pues nos esperaba un tirón hasta Trapani. Tras tomar el coche nos dirigimos hacia la autopista del norte atravesando una zona bastante montañosa y que muestra una Sicilia que no responde a las ideas preconcebidas que uno tiene cuando se imagina a esta enorme isla. Muy bonito paisaje solo alterado por algunos rincones a los lados de la carretera por montones de bolsas negras de basura, en muchos casos con ella desparramada, que nos hacía echar imprecaciones sobre los desconocidos autores de esta suciedad.
Paramos en una gasolinera de Partinico a rellenar el depósito. Y desembocamos en la autopista. El límite de velocidad teórico es de 130 km/h. La autopista recorre un paisaje diferente al descrito anteriormente: llano y muestra porque los romanos consideraron a Sicilia el granero del imperio, zonas de cultivos por todas partes.
Nuestro destino propiamente no era Trapani, sino el funicular (aquí le llaman Funivia) que lleva desde allí al pueblo de Erice (preferimos hacer esto a subir directamente en el coche al pueblo pues no sabíamos cómo podía estar de lleno el escaso estacionamiento que tiene). Aparcamos sin problemas en el parking de pago, pero si notamos que el calor era tremebundo. Nos dirigimos al funivia. El precio ida y vuelta es de 9 euros. El trayecto que lleva unos veinte minutos permite ver todo Trapani, su puerto, sus salinas (explotadas desde la época fenicia nada menos) y su costa con sus islas Egadi, pese a la fuerte calima que reinaba y la suciedad de los cristales de la cabina del teleférico.
Llegamos a Erice que se encuentra en la cima del Monte San Giuliano que en muchas épocas del año cubre la niebla o sopla un frío viento pero hoy a lo más que permitía era bajar unos grados de temperatura de la que había abajo. Los orígenes de esta antigua ciudad se remontan a su supuesto fundador Erix, hijo de la diosa Afrodita, a la que dedicó un templo aquí. Habitada por una tribu de los sículos (pueblo que da nombre a toda la isla) llamada élimos, descendiente de troyanos, que se helenizaron más tarde, tomada por los cartagineses, posteriormente expulsados por Pirro de Epiro, y nuevamente tomada y destruida a manos del general cartaginés, Amílcar Barca, hasta la Primera Guerra Púnica y la victoria de los romanos. Es decir de antesdeayer, ja, ja, ja. Luego sería árabe hasta ser conquistada por los normandos con el resto de la isla. Hoy en día es un conjunto medieval digno de visitarse y disfrutarlo sin el calor que tuvimos que soportar (pese a que dicen que en otras fechas suele haber en este lugar frío y niebla).
Atravesamos su Puerta de Trapani,




En ella probé el famoso “genovesi” de crema que junto al “cannoli” son los dulces sicilianos por excelencia.




Ni se nos ocurrió subir a la torre con sus 108 escalones pues con el calor podríamos morir en el intento aunque aquí si soplaba el viento característico del lugar.
Volvimos al coche, via teleférico, y cuando intentamos entrar la temperatura interior era, sin exagerar, infernal y el volante no se podía ni tocar. Así que pusimos el aire acondicionado y esperamos a que se enfriara un poco para partir. Con este calor la idea que nos pareció mejor era ir hacia el hotel y darnos un baño en la playa particular que tiene. Así que dicho y hecho. A las cinco aproximadamente estábamos en el Hotel Punta Nord-Est de Castellammare del Golfo. Antiguamente puerto de Segesta, que visitaríamos al día siguiente, y cuna de grandes mafiosos especialmente Salvatore Maranzano que en en EEUU tuvo sus enfrentamientos en Nueva York con otros clanes, por lo que le llamaron “Guerra de Castellammare” ayudado por el famoso Lucky Luciano y el no menos famoso Bugsy Siegel (el más tarde fundador de Las Vegas): Luego se enfrentarían acabando con la muerte de Maranzano y cuyo clan fue “heredado” por otro nato en este lugar Joseph Bonnano y cuya “famiglia” se considera actualmente activa con sus sucesores. (Cuando redacto estas líneas surge la noticia de la muerte en la cárcel del mafioso nacido en la ciudad mafiosa mítica de Corleone,Totò Riina, asesino intelectual del general Carlo Alberto Dalla Chiesa, y los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsalino, todos luchadores en los años 80-90, contra la “Cosa Nostra”. Unos auténticos héroes cuando el estado se propuso acabar con la Mafia (De estos últimos lleva el nombre el Aeropuerto de Palermo). Por cierto, creedme, si no quieres poner a un siciliano en un compromiso, mejor no preguntes por la Mafia en Sicilia.

Tras tomar posesión de la habitación con vistas al mar Tirreno y al Golfo del mismo nombre (obsérvese el humo de otro incendio en la lejanía),

nos pusimos el bañador y dejando a nuestro paso la piscina que estaba muy concurrida, pasamos por un paso subterráneo y bajamos unas escaleras finalmente llegábamos a una cala ¡qué decepción¡ estaba toda ella llena de guijarros (aunque la vista de satélite de Google Maps no hacía pensar eso. A lo peor un temporal de invierno los habría llevado). Solo había una pareja tomando las últimas horas del sol que daba, sobre unas rocas. Llevábamos, previsores nosotros, zapatillas pues ya sabemos que muchos lugares de baño en el Mediterráneo no son de arena (aunque Castelllammare tiene varias de rubia arena) y con cuidado donde pisábamos nos arrojamos al agua, que como era de esperar estaba calentita. Disfrutamos del baño y cuando el sol dejó la playa nos volvimos a la habitación.
Tras las correspondientes duchas, sobre las ocho y media nos dispusimos a pasear hasta el centro. En concreto al Corso Giuseppe Garibaldi donde había un ambientazo de paseantes y terrazas llenas, escapando del calor reinante que me imagino habría de hacer en el interior de las casas. Se observaba ser un lugar de veraneo de paisanos que disfrutaban de sus vacaciones. Acabamos sentándonos en una terraza llamada, nada menos, que Pizza Mon Amour di Battaglia Giusseppina y que tiene una carta con 200 tipos diferentes de pizza para los más variados gustos y también varias ensaladas. Luego regresamos de nuevo paseando tratando de disfrutar del poco fresco que hacía. Nos esperaba el descanso.