Ya a partir del cuarto día, la dinámica cambió un poco… desde de ese momento entrábamos a dos días con platos muy fuertes en los que queríamos poder disfrutar más tiempo, por lo que la ruta estaba menos cargada. Y este día tocaba glaciar… el grande además, el de Skaftafell.
El día, como no, no acompañaba. No llovía tanto como el primer día, pero no nos abandonó en toda la mañana. Salimos de Kirkjubæjarklaustur rumbo al primer alto en el camino Skeiðarársandur.
En dicho camino, nos encontramos primero al ladito de la carretera con esta maravilla:
Parece increíble que, de repente, aparezcan cascadas así, tan pegadas a la carretera. Las sorpresas islandesas!
Volviendo a nuestra primera parada del día, la verdad es que no sabía mucho de la historia cuando estuve allí pero bueno os resumo un poco para que no os pase lo mismo que a mí. Resulta que aquí, en este punto había un glaciar. Bueno el glaciar que después veríamos. Como pasa con estas cosas, se fue derritiendo, porque están en continuo retroceso, formándose un río. Ese río; y, para poder cruzarlo, hicieron un puente. Hasta aquí todo lógico. Pero ¿dónde estamos? En el país de hielo y fuego… en 1996 hubo una erupción volcánica en el interior del glaciar y boom! Inundación sin precedentes y todo arrasado. Fuera agua, fuera puente y fuera todo, 1.600km de desolación absoluta, todo cubierto de arena negra. Este es el panorama actual:
Sin duda, es una especie también de puerta de entrada a esta zona sin duda. La principal parada de ese día era el Parque Nacional de Skaftafell. Hay infinidad de rutas para hacer, pero nosotras hicimos las dos más famosas: la que lleva a la cascada de Svartifoss y la que lleva a la lengua del glaciar Vatnajökull. Tienen un centro de visitantes que es el punto base de las rutas. El parking es de pago, un día (la única opción) cuesta 750 kr (unos 5.50€)
Empecemos con la cascada de Svartifoss y aquí voy a ser franca aun a riesgo de que se me tilde de exagerada. Todo lo que he leído sobre el camino a la cascada es poco más que un paseo agradable para toda la familia, facilísimo, nada exigente, te lo haces con los ojos cerrados… tampoco es que sea la muerte (y menos si estáis acostumbrados a hacer trekking, que lo mismo lo veis así) pero de agradable nada… para mí fue lo más exigente del viaje, con diferencia. Son 1.80 km. (hasta ahí bien) de subida, a veces combinado con piedras a modo de escalera. Si le sumas la lluvia y las 20000 capas que llevaba (ya hablaré de eso más tarde) … se me hizo eterno y no dejé de maldecir lo del “camino fácil”. La duración estimada es de unos 45 minutos más o menos.
La cascada ya… pues preciosa, las paredes recuerdan de nuevo al órgano de una iglesia, de basalto. Esta formación se crea cuando se solidifica el magma rápidamente. Hay un pequeño mirador donde la podéis ver mejor. Hay, por cierto, otras dos cascadas más pequeñas por el camino, pero nada comparable con la magnificencia de ésta.
Ya la vuelta, si seguís el camino llegáis a un puente. Y aquí, se presentan dos opciones: o volver por donde habéis venido o volver por otra ruta. Con mi cansancio decidí seguir subiendo hasta un mirador. Me tenéis que perdonar que no recuerde el nombre, no lo veo por internet, pero hay varios carteles que te indican el nombre de este punto elevado donde admirar el vasto paisaje que os describía antes de la nada más absoluta.
Sinceramente, y siguiendo con mi exageración, no dejaba de preguntarme quién me mandaría a mí a subir tanto cuando no estoy habituada. Queriendo huir de cualquier subida, el camino de vuelta lo hicimos todo de bajada, pero mucho más largo, de más de 2km. Además, había partes que no estaban bien señaladas, así que creo que encima dimos más vueltas. Después de más de una hora de ruta, solo quería ir al coche a secarme, comer y terminar de maldecir mi falta de forma física!
Tras haber repuesto fuerzas, nos pusimos rumbo a la segunda parada: el glaciar Vatnajökull y su lengua de glaciar Skaftafellsjökull. Este glaciar es el más grande de Europa y era una de las partes de Islandia que más quería ver. La temperatura… pues a ver es un glaciar: hace frio y corre viento gélido. Yo, que soy muy friolera, llevaba 3 pantalones y 5 capas, con eso os digo todo… en la tediosa subida a Svartifoss me sobraron 2, pero aquí fui muy a gusto!
Si queréis andar por el glaciar, tenéis que contratar una excursión, si no olvidaros de pisarlo, porque no estaréis ni cerca. La ruta, ésta ya sí fácil, en llano, son 3.60 km ida y vuelta, una media hora por trayecto.
Una vez hacéis el camino, llegáis a la parte “arenosa” aunque cuidado con esta parte porque es algo pegajosa. Por cierto, os dejo las advertencias de todo glaciar que te quitan las ganas de hacer cualquier tontería.
Hay una especie de pivotes que marcan el mejor camino a seguir en esta ruta. Hay un punto, que no sé si se originó por la lluvia que había estado cayendo ese día o está siempre: consiste en un pequeño riachuelo que impedía el paso a la siguiente parte. Han puesto una tabla y unas rocas para pasarlo, aunque casi os recomiendo ir por la tabla, aunque el agua la cubra un poco que por las rocas, que son más resbaladizas. No es muy peligroso si vais con cuidado, así que no os preocupéis.
El glaciar… reconozco que es una expresión muy manida, a mí personalmente me da mucha rabia, pero de verdad que “las fotos no le hacen justicia”. No puedes dejar de mirar el lago con sus trozos de hielo enormes y la lengua del glaciar tan espectacular. Se escucha de vez en cuando el crujir del hielo al desprenderse algún trozo, en pleno silencio y en medio de esa inmensidad que te hace sentir tan pequeño.
Poco más y me tienen que llevar a rastras de allí! Pero volvimos al coche para ir a nuestra siguiente parada, la lengua glaciar de Svinafell. Muchísimo menos concurrida que la anterior, porque es menos popular, pero está muy cerca en coche y, honestamente, lo disfruté aún más si cabe que el anterior.
Primeramente, he de advertir del camino de llegada. Desde la Ring Road, hay un desvío para llegar hasta el parking. Son solo 2 km. y también descrito como “una carretera de grava pero de fácil acceso” … pues no señores, no es de fácil acceso, la peor carretera que nos encontramos. Se puede hacer en un turismo, no es una carretera F, pero no es lo más indicado. Pero bueno yendo despacito, lo superas mientras rezas para no pinchar. No recuerdo bien cuánto tardamos en hacer esos 2 km. pero más de 15 minutos seguro.
Ahora la recompensa es tan grande… tenéis un camino, en algún punto de trepar un poco por las rocas, que ya depende de vosotros hasta dónde queráis llegar. Ni mucho menos por ahí os acercareis al glaciar per se, que también se puede hacer trekking con una excursión. Carteles de recientes desapariciones o placas conmemorativas de gente que se perdió y no se la ha encontrado os harán quitaros las ganas para explorar. Entre que está alto y la premisa de que “si caes al agua solo tienes unos minutos para sobrevivir” …
Nuevamente, nos costó irnos de allí, entre esta maravilla y el “huir” de volver a la carretera de grava… pero ya pusimos rumbo al pueblo donde haríamos noche: Höfn.
Este pueblo, con un puerto pesquero, es el más grande de esta zona, con más de 1.300 habitantes, que lo hace perfecto para pernoctar, comprar comida o echar gasolina si es necesario. Es el punto más lejano al que íbamos a llegar, puesto que después ya volveríamos sobre nuestros pasos.
No es que sea bonito, ni mucho menos, pero tengo un buen recuerdo de él, porque me encantó el Guesthouse House on the Hill y porque nos dimos “el capricho” de ir a un restaurante. Hartas ya de tanto embutido, encontré este sitio como uno de los “más baratos”: Hafnarbudin. Este pueblo es famoso por su langosta, por lo que me pedí un bocadillo con langosta que también tenía langostinos. Costaba casi 20€, 2.600kr. pero lo disfruté una barbaridad!
El agua, punto positivo, era gratis y podías cogerte una botella. Sin duda, si no contáis con mucho presupuesto para permitiros una langosta propiamente dicha, es una muy buena opción y al lado del puerto.