Nota: éste es nuestro segundo viaje por la zona, si quieres consultar el primero puedes visitar el anterior diario: www.losviajeros.com/ ...hp?b=16363
7 de septiembre de 2019
Nuestros viajes tienen dos finales: el obvio, cuando un avión toma tierra en Son Sant Joan y nos devuelve a la isla de Mallorca, y el extraoficial, que sucede cuando alcanzamos el último día protagonizado por alguna excursión. Tras ese punto de inflexión suelen restar varios días de carretera, compras y ciudades, pero ya no es lo mismo.
Pues hoy es ese día. Hoy, coincidiendo con nuestra última jornada en Glacier National Park, nos despediremos de la retahíla de senderos, subidas, bajadas y paisajes que hemos ido disfrutando durante algo más de una semana.
Durante la noche anterior nos propusimos dormir hasta las 6:30, pero son las 5:30 cuando ya no somos capaces de volver a conciliar el sueño. Con las maletas ya casi preparadas para regresar al maletero del coche, no tardamos en cerrar por última vez la cara pero acogedora cabina de Glacier Trailhead Cabins. Y en este momento no lo sabíamos, pero iba a ser una despedida más definitiva de lo que creíamos: meses después, el negocio anunció que echaba el cierre y dejaría de ofrecer alojamiento por siempre jamás a los interesados en visitar el Parque Nacional de los Glaciares. Antes de abandonar el complejo, hacemos un parada en la cabaña común para aprovechar los fogones y prepararnos la comida del día mientras desayunamos.
Son las 7:20 cuando echamos a rodar. Antes de hacerlo, un último vistazo a la webcam de Logan Pass nos muestra cómo ya están llegando los primeros visitantes del día. La niebla empieza a levantarse y parece que hoy las condiciones serán mucho más aptas para el senderismo que las de ayer. No aguarda nadie en las garitas de la entrada al parque desde Saint Mary, por lo que ni siquiera necesitamos mostrar nuestro pase de 7 días para acceder. Son las 8:00 cuando estamos ya en Logan Pass, ese centro neurálgico en el corazón de Glacier y desde cuyo inmenso aparcamiento y centro de visitantes salen algunas de las excursiones más populares del parque. Por el camino, la Going-to-the-sun Road comienza a mostrar su mejor cada, aunque seguramente lo mejor esté por llegar cuando el sol haya ascendido a lo más alto y no queden sombras que compitan con las zonas iluminadas.
Nuestro canto de cisne en forma de excursiones consiste en cubrir parcialmente el Highline Trail, una senda de 19 kilómetros que se aleja de Logan Pass por el norte y transcurre por las alturas hasta conectar de nuevo con la carretera desde la que poder tomar unos de los "shuttle" del parque para regresar al punto de partida. Esta excursión, en su versión completa, supera un desnivel de 600 metros. Nosotros nos conformaremos con una variante bastante más asequible: recorrer su trazado hasta Haystack Pass, una meta intermedia con vistas panorámicas que se alcanza tras "solo" 6 kilómetros desde Logan Pass que luego hay que deshacer en sentido contrario y que, lo más importante, reduce el desnivel a tan solo 250 metros de altura.
En compañía de bastantes grupos, echamos a andar por el Highline Trail. Y no tarda en llegar el momento más llamativo y a la vez más temido por mi respeto a las alturas: un tramo en el que el paso se reduce a apenas un par de metros de ancho y a su izquierda deja una caída libre hacia la carretera, varias decenas de metros por debajo de nuestra posición. Como refuerzo para la seguridad, una cuerda en la pared contraria a la que agarrarse con fuerza si las alturas desprotegidas no son santo de tu devoción. Para rizar el rizo, nos recibe en este tramo un interminable manto de nubes bajas allá donde debería estar el valle. Una vista poco habitual que se acerca mucho a esa tan manida expresión que es "pasear entre las nubes".
Superamos el tramo, que en vivo y en directo no intimida tanto como en fotografías. El ancho del camino es más que suficiente para atravesarlo con garantías, y basta con ser prudente y detenerse si es necesario cuando se cruza tráfico en dirección contraria. Sin ir más lejos, la sensación de vértigo e inseguridad era mucho mayor en el Yukness Ledge de Yoho National Park. Tras 500 metros, volvemos a pisar un terreno sin amenaza de acantilados.
El siguiente tramo es bastante llano, una pequeña tregua hasta iniciar la subida al collado que, creemos, será nuestra meta. Nos topamos ante nosotros con un grupo numeroso -mínimo 30 personas, sin exagerar-, de paso muy lento y muy poco considerado, ya que lo normal en estos casos es echar la vista atrás a menudo para comprobar si hay alguien a quien estés ralentizando y echarse a un lado para dejar que te adelanten. Estos, sin embargo, nos tienen unos buenos 20 minutos a paso de tortuga y generando un atasco digno de mención, ya que no somos los únicos que estamos deseando superarles para poder continuar a nuestro propio ritmo.
Por fin los adelantamos y, de nuevo con la vista al frente despejada, superamos el último esfuerzo ganando altura para alcanzar Haystack Pass. Y aquí nos quedamos, con L descansando sobre una roca en compañía de otros 9 o 10 excursionistas mientras yo remonto por mi cuenta una cima a mano izquierda desde la que presumo que las vistas serán sensiblemente mejores. Y lo son: aquí se acercan bastante a los 360 grados, solo obstaculizadas por un último tramo hasta la verdadera cima que ni me planteo superar. Desde aquí puedo ver perfectamente como las nubes permanecen agarradas sobre Logan Pass, mientras que hacia donde continúa el Highline Trail el cielo presume de estar casi totalmente despejado.
En mi regreso hacia la posición de L provoco que una cabra se aleje a toda velocidad, pero la estrella del momento no es ella. De nuevo reunidos, L me cuenta que una "Bighorn sheep", una oveja con unos llamativos, anchos y retorcidos cuernos, ha estado por la zona desafiando a los senderistas, que debían esperar a que decidiera apartarse para seguir avanzando. Ahora se ha alejado hasta asomarse desde un saliente varios metros por encima de nosotros, desde el que observa la escena con aires de superioridad. Larga vida al rey.
A las 10:30 decidimos que ya hemos disfrutado bastante de las vistas de Haystack Pass y es hora de ponerle el broche a nuestros días de naturaleza. Cuando llevamos recorrida aproximadamente la mitad del camino de vuelta, las nubes vuelven a engullirnos provocando que avancemos casi a ciegas con una visibilidad limitada a los siguientes dos o tres metros de sendero. Afortunadamente, la niebla se disipa antes de que nos encontramos con otra Bighorn, esta vez más amenazante ya que nos observa desde el mismo camino que estamos recorriendo a tan solo 4 o 5 metros de distancia. Tras un tenso intercambio de miradas, la oveja decide que no merece la pena el enfrentamiento y desaparece entre los arbustos que quedan a la izquierda de nuestra marcha. Seguimos recortando distancia con Logan Pass sin tener ni idea de que el mayor encuentro con la fauna local estaba por llegar.
La aparición de la cuerda anclada en la pared nos avisa de que ya hemos alcanzado esos 500 metros de paseo por las alturas. Superado el respeto de la ida, esta vez la intención es recorrerlo cargando en una mano -la que no está agarrando la cuerda- con la cámara de acción para poder inmortalizar el paseo. Pero la grabación se iba a ver inesperadamente interrumpida cuando se acerca a nosotros en dirección contraria un Ranger ganándose el sueldo. Según nos informa, han avistado un oso negro en el otro extremo del camino y lo más probable es que decida pasar exactamente por donde estamos, así que nos recomienda dar media vuelta y buscar un lugar elevado en el que poder apartarnos del camino para permitir que el oso pase. A los pocos segundos se nos une una pareja de más avanzada edad que nos venía pisando los talones, y los cuatro en bloque comenzamos a retroceder mientras el Ranger controla nuestra retaguardia. L y yo vamos con paso ligero pero despreocupado, sin sentir que estemos en peligro. La otra pareja, sin embargo, parece que esté llegando a las puertas de El Corte Inglés el primer día de rebajas. Encontramos a nuestra derecha un pequeño apartadero en el que, tras remontar ayudados con las manos una pequeña pendiente, podemos permanecer fuera del camino y con dos o tres metros de altura que nos ofrezcan protección.
Por ser el más ágil de los cuatro fugitivos, acabo siendo el que se encarama a la posición más alta. En cuanto me doy la vuelta y me siento para observar el camino, veo como el Ranger ya nos ha adelantado y se dirige al siguiente senderista al que alertar. Y tras de si, a apenas unos 10 metros, aparece el oso. Y cuando veo a qué velocidad pasa frente a nosotros me doy cuenta de que quizás L y yo estábamos demasiado tranquilos. Ella, con un mejor ángulo de visión, tiene la ¿fortuna? de ver como se acercaba hacia nuestra posición antes de pasar de largo. Yo sin embargo no tengo pistas de él hasta que ya empieza a darnos la espalda, y es una pena porque el que llevaba la cámara al cuello soy yo. Mientras el oso avanza, el Ranger ya ha alcanzado al siguiente turista pero, al ver que la bestia se acerca hacia ellos, pasa de las palabras a la acción y se encarama junto al pobre diablo como buenamente puede a la ladera de la montaña. Mientras tanto, el oso sigue su curso y, cuando apenas le quedan un par de metros para llegar a donde ellos estaban hace unos segundos, gira a la izquierda y se aleja de la zona de paso para finalmente desaparecer. Todo ocurre en apenas un puñado de segundos, pero vaya segundos. Con el paso de las horas y los días tomaremos conciencia del momentazo que nos ha tocado vivir, y lo excesivamente tranquilos que estábamos. Ese bicho en forma de pequeña mancha negra en la distancia corre como el demonio y podía alcanzar mi posición en mucho menos tiempo del que creía. De lo que sí somos conscientes desde el primer instante es de la inmensa labor que hacen los Ranger de los Parques Nacionales.
A las 12:15, todavía sonriendo por la experiencia, estamos de nuevo en Logan Pass. Según nos acercamos al Centro de Visitantes vemos como la pareja que nos ha acompañado en nuestra huida está contando a ¿unos conocidos? como su vida ha estado en peligro. Nos sentamos en un banco frente al Visitor Center y lo comentamos entre nosotros, haciéndonos cada vez más y más a la idea de qué demonios acaba de pasar. Con el estómago lleno, descarto irme por mi cuenta a un Hidden Lake Overlook que me gustaría revisitar pero que entre idas, paradas y venidas supondría invertir una hora por mi cuenta mientras L se queda dando vueltas sin rumbo en Logan Pass. Además todavía guardo el recuerdo de lo pequeño y disputado que era el mirador al final del camino, así que eso que me ahorro.
Abandonamos un aparcamiento de Logan Pass que a estas horas está ya lleno hasta la bandera. Volvemos a deshacer nuestros pasos como si fuéramos a regresar hasta Babb, aunque solo es un regreso parcial. Buscamos una última oportunidad de disfrutar de los miradores a lo largo de la Going to the Sun Road, todos en el lateral derecho según descendemos y por lo tanto con más facilidades para apearse siguiendo nuestro sentido actual de la marcha. No podemos tener este canto de cisne en todos los puntos de parada, ya que algunos como el de Jackson Glacier están abarratodas y no cabe un alfiler. Cuando estamos contemplando las tranquilas aguas que rodean la Wild Goose Island llega el momento de despedirse de Glacier en lo que a este viaje respecta, y lo haremos por su lateral oeste, el que menos hemos transitado.
No paramos en ningún mirador al inmenso Lake McDonald por no haber estudiado previamente cuál es el mejor punto para contemplarlo y no querer demasiado tiempo buscándolo de forma improvisada. Si que nos paramos sin embargo junto a las McDonald Falls, unas cataratas inmediatamente anteriores a alcanzar el lago y que no requieren de caminar, ya que se pueden ver perfectamente desde un mirador habilitado junto a la carretera. Hacemos una última parada en el Visitor Center de la West Entrance para conectarnos un momento a Internet y decir adios definitivamente a Glacier National Park dejando por el camino dos dólares en una de las urnas disponibles para donaciones.
Nuestra meta para hoy es Kalispell, una ciudad a algo más de una hora de la entrada este de Glacier y todavía en el estado de Montana. Sabiendo tras descubrir anoche que en este estado no hay "Sales Tax", antes de alcanzar nuestro nuevo hogar nos detenemos en un centro comercial como tantos y tantos hay repartidos por los Estados Unidos. No hacemos demasiadas paradas, y todas terminan de vacío: en una Famous Footwear no encontramos ningún calzado del estilo que está buscando L, y yo en un Best Buy encuentro la Lowepro Fastpack BP 250, una mochila fotográfica a la que tengo echado el ojo... pero a 115 euros al cambio, 10 más de su precio habitual en Amazon España. Ni evitando los impuestos merece la pena.
Alcanzamos nuestro Airbnb para esta noche. Se trata de la típica casa de dos alturas pero con unos interiores algo fuera de lo habitual, y es que nada más entrar encontramos junto a la cocina un salón dormitorio completo sin ningún tipo de separación. La explicación es que tanto Ángela, la anfitriona que nos ha recibido, como su pareja, han pasado recientemente por operaciones cuya consecuencia es que deben evitar el exceso de muebles y ahorrarse subir y bajar a menudo las escaleras. Tras las presentaciones protocolarias, nos avanza parte del desayuno que nos tendrá preparado para mañana y nos deja a nuestro aire en la planta superior, donde a pocos pasos de nuestra suficiente habitación tenemos un baño que usaremos exclusivamente nosotros. Le consultamos si podemos hacer una lavadora, y nos permite hacerlo sin pagar los cinco dólares que suele cobrar por el servicio debido a que somos sus últimos huéspedes de la temporada. Mientras deambulamos por nuestra zona de la casa nos encontramos con el tímido perro de servicio que tiene la pareja.
Hoy vamos a darnos un pequeño homenaje para cenar. En el propio Kalispell localizamos un un local de la franquicia Five Guys, unas hamburgueserías ya presentes también en España y que se caracterizan por dejar configurar tus hamburguesas al gusto, las máquinas expendedoras de bebidas con mil y un sabores y marcas y, sobre todo, el uso de aceite de cacahuete para las freidoras. Lo completan con el guiño de habilitar enormes cajas de cacahuetes con barra libre para sus clientes. La música, de corte rockero de los 80, no nos podría venir mejor.
Son las 21:00 cuando hemos regresado a nuestro dormitorio, en una casa que está ya en completo silencio. Habiéndonos duchado ya antes de la cena, no nos queda mucho más que hacer que relajarnos en la cama acompañados de la Nintendo Switch y algo de Netflix en el ordenador portátil. Esto se va terminando.
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