Así pues, desayunamos y dimos un paseo por el lago hasta llegar al templo del diente. El lago es artificial y tiene unos tres quilómetros de largo, nada mal. Por ahí hay gente que pasea e incluso es fácil de ver algún lagarto enorme pero inofensivo tomando el sol.
Llegamos al templo, es cual estaba muy muy concurrido, ya que como todos los templos hay montones de gente que va ahí a hacer sus ofrendas. Pasamos un control de metales e incluso nos miraron que nuestro vestuario fuera rigurosamente respetuoso, y a decir verdad la situación y la veneración intimidaba tanto que nos cortamos mucho con las fotos. Es muy abrumador y no llegas a saber si lo que haces está bien o está mal.
Dice la leyenda, o los escritos o el saber popular que cuando Buda dejó su forma corpórea sus cenizas fueron repartidas por los territorios con más fieles, esto es Sri Lanka, la India o Tailandia. A Sri Lanka le tocó un diente, y como buena reliquia fue una poderosa razón para edificar un fabuloso templo, y así tenemos el Templo del Diente de Buda o Sri Dalada Maligawa.
Dejamos el templo y como estábamos hechos polvo, pagamos un tuk tuk para que nos llevara al hotel y ya de paso para que después nos acompañara a un sitio a cambiar moneda, ya que las rupias se nos estaban acabando. Debo insistir que llevar efectivo es imprescindible, ya que en casi ningún sitio se acepta el pago con tarjeta, y si es así te desaniman con una comisión.
Nos despedimos del hotel y nos fuimos a la siguiente parada: Habarana. Aquí ya teníamos un buen trecho, ya que eran casi cien quilómetros y a la velocidad de nuestro tuk tuk significaba unas dos horas y media.
Llegamos a Habarana, donde teníamos dos misiones: subir al Pidurungala para ver el anochecer con la Roca del León de fondo y atar un safari para ver….elefantes en su hábitat.
El hotel que se llamaba A4 Villa & Spa, como no, tenía piscina. Salió a 75,75 USD. Mientras nos dábamos un chapuzón hablamos con el responsable del hotel para atar ese safari, y nos dijo que lo podíamos hacer al día siguiente por la mañana. Así que nos preparamos para la excursión al Pidurungala calculando subir con luz y ver desde ahí el anochecer. Y es que habíamos decidido no subir a La Roca del León por el montón de escalones y por el precio que nos cobrarían (unos 30 USD por persona).
La Roca del León es una enorme montaña plana en su parte superior y donde en el siglo V el Rey Kashyapa contruyó (no él, sino sus súbditos) un complejo formado de jardines, un palacio e incluso unos estanques.
Pues nada, subimos al Pidurungala no sin alguna duda en relación al camino y a medida que nos acercábamos íbamos viendo más y más gente. La cima estaba bastante llena, pero sin agobios. Pudimos hacer unas bonitas fotos con la roca de fondo y empezamos el descenso. Si mal no recuerdo, se tardaba poco más de media hora en subir y lo mismo en bajar.
Al empezar el descenso ya estaba oscuro, de modo que imprescindible llevar linterna o aún mejor, un frontal. Éramos de los pocos que íbamos equipados (¿en qué pensaba el resto de gente? ¿qué tenían rayos X en los ojos?) y cuando nos veían asentían con la cabeza como diciendo “vosotros sí que sabéis”.
Llegamos al hotel, cenamos y nos preparamos para el safari del día siguiente. Una fea sorpresa estava a punto de suceder.
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