A pesar de tener desayuno, Dilrukshi nos dijo el día antes que al levantarnos tan temprano no nos lo podía tener hecho, así que nos preparamos unos bocadillos con lo que habíamos comprado el día antes. ¡Aún así, sin avisar nos tenía un mini pícnic preparado! ¡Eso está bien!
Llegamos a la estación, compramos los billetes para Haputale y el tren de las 6:38h llegó puntual como un reloj. Nos esperaban un par de horas de trayecto, y ese momento era uno de los más deseados de nuestro viaje. No decepcionó: conocimos a un chico de Colombo con el que charlamos un buen rato. Una mujer támil, ofreció a Laura un ungüento para la rodilla al ver que tenía una herida; su hija le dió una chuchería a Guillem, y ya para acabar hablamos con un grupo de chavales de Barcelona que hacían todo el recorrido hasta Kandy. Además mi compañero de asiento de Colombo me dio conversación durante un buen rato.
Así que cuando ya conocíamos a todo el coche, empezamos con la fotos. Como podéis ver, no están muy conseguidas:

Tras una hora y ya en Haputale en plan era el siguiente. Atar un tuk tuk para que nos subiera al Lipton Seat, que está en lo alto de unas montañas y en el recorrido se pueden empezar a ver las plantaciones de té. Solamente había un conductor, Omar, así que no pudimos negociar mucho y lo dejamos en 5000 LKR.
Efectivamente, estas plantaciones reciben el nombre de su impulsor, el escocés Thomas Lipton. Ahora las plantaciones pertenecen a una empresa india, pero el legado de Lipton perdura y el famoso Lipton Seat es una estatua de este señor sentado en un banco. Esto, y el nombre del te, claro.
Arriba hay un pequeño bar y se puede hacer un pequeño paseo hasta la estatua. Nosotros fuimos ahí para desayunar con la sorpresa que apareció una família de monos y me robó el mío. Así que recapacitamos y nos fuimos al bar, donde el perro guardián auyentaba los monos mientras nosotros disfrutábamos de las vistas...y del té, que no podía faltar.


El conductor nos propuso recogernos algo más abajo de la montaña, para que pudiéramos bajar un poco dando un paseo, disfrutar de las vistas y hacer algunas fotos. Así se hizo, y cuando llegamos a la cuidad, el conductor miró el móvil y nos dijo que nuestro tren de las 11h se había retrasado una hora. Pues nada, dimos un paseo por la calle principal donde compramos te y un helado para Guillem....¿sabéis dónde? Nosotros tampoco, así que preguntamos a un niño donde lo había comprado y nos dijo que EN LA FARMACIA. Qué cosas, porque así era, en las farmacias también venden helados. De fresa.
Pues nos fuimos a la estación y el tren seguía demorado....ni las 11, ni las 12....a las 14h pasó. Y le gente se iba acumulando en el andén. Cuando llegó, la gente empezó a subir como locos y como no queríamos ir en modo lata de sardinas nos fuimos corriendo al primer vagón. Qué raro...no había nadie. Subimos y....¡era un vagón de carga! Ahí había un montón de cajas, e incluso una moto. Estábamos dudando si bajar o no, cuando un tipo uniformado y con gorra de plato que luego supimos que era el jefe del tren hizo subir una familia china, así que dimos por buenos "nuestros asientos". Y ahí empezó el momento más loco de nuestro viaje a Sri Lanka. Atentos.

Nos acomodamos sentándonos en unas cajas y al cabo de un rato aparece el señor jefe del tren y nos sugiere posar para la típica foto del tren de Ella. Ya sabéis, es la foto en la que aprovechando la perspectiva de cuando el tren recorre una curva, una persona saca el cuerpo del vagón sujetándose las manos: ese era yo. Bonus track: Laura me daba un beso y la foto quedaría muy bonita. El jefe me gritaba que me echara más para atrás, yo veía que el tren cruzaba un puente sobre un río y la caída era de unos mil o dos mil metros (!!). Yo supe que iba a morir.
Bueno, como podéis imaginar nada de eso pasó, salvo que las fotos quedaron bien. Luego intentó lo mismo, sin mucho éxito, con la família china. Y cuando ya faltaba poco para Ella, se abrió la puerta del vagón y entraros unos cincuenta o sesenta chinos con sus cámaras y su pusieron a hacer fotos como unos locos. Eso parecía el camarote de los hermanos Marx (los cómicos, no los comunistas).
Nos reímos un montón, y tras una foto con él le dimos una buena propina al Gran Mariscal de los Trenes de Su Majestad. Se la había ganado.
Llegamos a Ella ya comidos, ya que habíamos tenido la precaución de llevar bocadillos para el trayecto. Lo que hicimos en lo que quedaba del día fue coger el tuk tuk cinco minutos para ir a ver el puente de los nueve arcos. El puente es una de las atracciones más famosas de Sri Lanka, y como se puede deducir es un puente de unos 90 metros de largo construído en bloques de piedra y con nueve arcos. Tiene alrededor de 100 años e impresiona un montón por estar en medio de una frondosa selva y terminando en un túnel.
Se llega en tuk tuk hasta pie de carretera y se caminan diez minutos hasta llegar a un mirador. No hay que esperar mucho a que pase un tren, además descubrimos que el tren aminora el paso y hasta se queda un rato parado para posar para las fotos. Un imperdible, vaya.

Poco más, comimos en un restaurante muy guiri. Se nota que ya estábamos algo cansados de la comida local, ¿no? Es que al final, todo se basa en combinar arroz, fideos, kottu, verduras, ternera y pollo. Y cada día lo mismo.
Al día siguiente ya dejábamos Ella.