Alsacia y Selva Negra ✏️ Blogs de Europa Sur

Aconsejadas por otras personas, nos decidimos a realizar este viaje, que se llevó a cabo entre el 2 y el 9 de septiembre de 2013. Somos dos amigas viguesas y la opción más interesante de vuelo era la que nos llevaba desde Oporto al aeropuerto de Mulhouse (Francia), denominado Euroairport, ya que comparte titularidad con Suiza y Alemania (es decir, Basilea y Friburgo). Deciros que volamos con la compañía Brussels Airlines y que todo se desarrolló estupendamente. Nuestra primera noche la hicimos en la propia ciudad de Mulhouse para evitar desplazamientos más largos en el coche, por si hubiera retrasos al llegar. Cogimos el coche en el mismo aeropuerto con la compañía Hertz (yo es la que utilizo siempre que viajo y nunca he tenido ningún problema). Comentaros que el precio por una semana completa fue de 182 euros (que me parece bastante económico, independientemente de que queráis contratar un seguro adicional, a todo riesgo, que ascendió a 98 euros la semana).
Nos alojamos en un sitio maravilloso que no quiero dejar de recomendaros “Peonia at home”, una fantástica casa del siglo XIX, donde el matrimonio anfitrión (Thierry y Andreina) nos trató como si fuéramos de la familia. Una vez instaladas en la casa, salimos a dar una vuelta por la pequeña ciudad y a cenar en un restaurante típico de una plaza muy pintoresca. Regreso al hotel y a dormir, que al día siguiente comenzábamos la ruta por Alsacia.

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Después de un impresionante desayuno preparado por los propietarios de la casa y servido en su maravilloso salón, tanto en calidad como en presentación, y agradecidas del trato y consejos de visitas por la zona, emprendimos la marcha hacia el primer pueblecito, llamado Eguisheim. No figura entre los más turísticos, pero a mi me lo había recomendado una buena amiga que estuvo allí hace unos años, y haciéndole caso nos dirigimos hacía allí. El pueblo es muy pequeño pero tiene un encanto especial, unido a lo bien cuidado que se encuentra su centro histórico, y a la oferta gastronómica que presenta. Tiene una estructura concéntrica, en torno a los escasos restos del antiguo castillo originario del siglo VIII, y aún conserva su estructura defensiva. Sus propias casas (en círculo) eran muralla ante ataques exteriores.





Era media mañana, y después de las primeras fotos, continuamos hacia Colmar.

Comentaros que en casi todos estos pueblos hay unos aparcamientos al aire libre, muy bien localizados y no excesivamente caros, donde poder dejar el coche tranquilamente y a una distancia relativamente corta.

Colmar fue lo que nos imaginamos, un precioso pueblo, un poquito más grande que los que veríamos estos días, pero extremadamente cuidado y pintoresco. Después de pasear por sus calles, y observar varios de sus más notables edificios, entre ellos la Colegiata de St.Martin, la Casa de las Cabezas, la Casa Pfister o el Koïfhus, nos adentramos en la zona de la Pequeña Venecia a través del barrio de los curtidores (quartier des Tanneurs). Un paseo a lo largo de la orilla del Lauch, nos lleva al puente de Saint-Pierre, desde donde se contempla una bonita vista de la Petite Venise (Pequeña Venecia), y entonces nos decidimos a dar un paseo en barca por el canal (6 euros), que antiguamente utilizaban los pescadores y otros gremios para transportar las mercancías al mercado. El mercado, que está a la orilla del canal, todavía conserva su antigua estructura y está activo, allí se ofrece todo tipo de artículos de alimentación, aunque los precios son bastante elevados en cuanto a frutas y verduras. No os digo ya en cuanto a pescados…
Llegada la hora de comer, nos decantamos por un local que estaba en la orilla del canal y que vimos desde el paseo en barca. Solo tenía para comer pizzas alsacianas (las famosas tartes flambées, que se llaman allí, y que están buenísimas), pero teniendo en cuenta que tampoco queríamos perder mucho tiempo en la comida, fue suficiente y el entorno era estupendo.





Después de comer, un último paseo hasta la zona donde habíamos aparcado el coche y continuamos hacia Riquewihr.

Para nosotras, Riquewihr fue el pueblo más bonito que vimos en estos días. Es muy pequeñito, pero está tan cuidado y tiene unas edificaciones tan características que parece que te hayas transportado en el tiempo a otra época. Está lleno de tiendas de productos de alimentación (embutidos alsacianos, dulces, patés, mostazas…) y vinos de la zona, restaurantes y lo que más nos llamó la atención fue la tienda permanente de navidad (Fèerie de Noël). Aunque no compréis nada, merece la pena entrar y verla, porque es una preciosidad. Además está prohibido hacer fotografías, así que solo queda visitarla en persona.














Ya saliendo del pueblo, a la izquierda justo antes de pasar por debajo del arco que corresponde al Ayuntamiento del pueblo, hay un puesto de helados, absolutamente recomendable, en el que repusimos fuerzas antes de continuar hacia la siguiente parada, Ribeauvillé.

Ribeauvillé, nos decepcionó un poco, no sé si porque acabábamos de ver un pueblo más bonito, o porque ya las tiendas estaban cerradas (eran más de las seis de la tarde) y daba la impresión de estar bastante muerto, a pesar de ser más grande que Riquewihr. Si váis con tiempo podéis visitar alguno de los 3 castillos que ofrece esa zona. A nosotras ya no nos dio tiempo y nos limitamos a recorrer las calles del pueblo y tomarnos una cervecita alsaciana en un local bastante chulo que había en plaza de la Sinne, llena de encanto y casas tradicionales, y desde la que se divisaba en lo alto, el castillo más cercano, el Castillo de San Ulrich.





Este pueblo es uno de los centros de producción vinícolas más importantes de la llamada Ruta de los Vinos de Alsacia.

Finalizada la visita, nos dirigimos al que habría de ser nuestro hotel en las siguientes dos noches y que estaba en la localidad de Bischwihr, a unos 20 km. de Colmar. Como disponía de un restaurante con buena fama y tenía un horario más flexible (la cocina abría hasta las diez de la noche, todo un lujo por esa zona), ya cenamos allí.

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