![]() ![]() Picos de Europa 2019 ✏️ Blogs de España
Viaje realizado por Cantabria, León y Asturias en julio de 2019Autor: Lou83 Fecha creación: ⭐ Puntos: 4.6 (9 Votos) Índice del Diario: Picos de Europa 2019
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Etapas 10 a 12, total 15
16 de julio de 2019
Qué bien se duerme en Cabielles. Ni un solo ruido salvo el de los cencerros a partir de las siete de la mañana, un colchón comodísimo y una temperatura agradable pese a tener que ir alternando entre "sábana sí" y "sábana no" a lo largo de la noche por no saber encontrar el punto intermedio. Despierto yo primero para arrancar una lavadora que ya quedó preparada para ponerse en marcha tras la noche anterior. Sufro al hacerlo, ya que el cacharro del infierno empieza a acelerar y emitir ruidos dignos de un lanzamiento espacial y no me haría ninguna gracia ser el vecino que está durmiendo en la casa contigua. Durante la ronda matutina por redes y servicios varios descubro que esos cargos fraudulentos de mi tarjeta de crédito que estaban pendientes de autorizar se han confirmado. Intento utilizar las opciones que el portal web de Wizink habilita para reportar situaciones como esta pero me encuentro errores de programación por todas partes que me impiden completar el proceso. Toca recurrir al teléfono para hacer las gestiones pertinentes y acabar con un formulario en PDF que debería imprimir, rellenar y enviar escaneado o cuidadosamente fotografiado por correo electrónico. Contactamos a través de Whatsapp con los anfitriones de nuestro apartamento con la esperanza de poder tener acceso a alguna impresora. En otro orden de cosas, ya tengo cerrado el trato para la Nintendo Switch seminueva. Un capricho que llega dos años tarde, pero acaba llegando. El tiempo parece acompañar en las primeras horas de sol, pero no así el estómago de L. Aunque cada vez con menos frecuencia, siempre ha sufrido de problemas intestinales que tienden a agudizarse en épocas de estrés o cambios de ritmo. Afortunadamente ya sabe cómo actuar ante estas situaciones y parece que solo ha sido un pequeño malestar que no irá a mayores y nos permitirá seguir con los planes previstos. Con algo de agobio por querer hacer demasiadas cosas a la vez, alcanzamos las 9:00, echamos el cierre al apartamento y nos ponemos en marcha. Aunque tengamos a tiro de piedra Cangas de Onís y con él las salidas en autocar a los populares Lagos de Covadonga no es ese nuestro objetivo para hoy. En su lugar nos vamos en dirección contraria, hacia el este, donde tras una hora de carretera nos espera la que casi con toda probabilidad será nuestra última excursión de este periplo cantabro-leonés-asturiano. Nos disponemos a subir a la Peña Maín, un macizo cuya cumbre a poco más de 1.600 metros ofrece, bajo las condiciones adecuadas, el mejor balcón posible hacia el Naranjo de Bulnes o Pico Urriellu, una mole de piedra que atrae todas las miradas de los que miran hacia el macizo central de los Picos de Europa. Nos espera un total de alrededor de 70 minutos hasta alcanzar nuestro remoto destino. Los primeros 40 transcurren por una carretera mayormente llana, en perfectas condiciones, atravesando pueblos que según nos alejamos de la zona de Covadonga van pasando de descaradamente turísticos a más auténticos. Entonces toca desviarse y enfilar la subida a Sotres "Sotres, Asturias", pueblo de 114 habitantes -según el censo de 2015- y con el prestigioso honor de ser el más elevado de toda Asturias. Ese honor tiene un precio, y es que llegar hasta él tiene un peaje en forma de fuertes pendientes e infinitas curvas durante las cuales el conductor no puede distraerse mucho para admirar el espectacular paisaje. Por el camino superamos las señales de Poncebos y junto a ellas los coches que empiezan a acumularse debido a que aquí da inicio uno de los extremos de la archiconocida Ruta del Cares. Y lo peor está por llegar, ya que nuestra meta no se encuentra en el propio Sotres si no en el Collado de Pandebano, a ocho kilómetros al oeste del pueblo y accesible mediante una pista forestal que, según leemos por Internet, se puede transitar con cualquier vehículo siempre y cuando se tenga suficiente precaución. Sin embargo no estábamos preparados para lo que se nos presenta bajo las ruedas: aparte de una señalización algo deficiente que nos obliga a preguntar a un local cuya furgoneta se cruza en nuestro camino mientras transporta a unos cochinos, el terreno dista mucho de ser "complicado pero transitable" y durante los primeros instantes nos planteamos seriamente si dar la vuelta y hacer que venir hasta aquí haya sido en vano. Sin embargo cada nuevo tramo superado nos hace sentir más obligados a no desperdiciar lo avanzado y así, con paciencia y mucha tensión, alcanzamos el punto en el que los coches se acumulan en el arcén dejando a pocos metros la subida final a pie hasta el collado. Para nuestra sorpresa encontramos entre el parque de vehículos algunos con todavía menos garantías de sobrevivir a la carretera que el nuestro, con los bajos muy cercanos al suelo. Nuestro Modus parece haber llegado de una pieza, pero personalmente no recomendaría a nadie seguir nuestros pasos si no cuentan con un todoterreno. No quiero esa responsabilidad. Nos untamos de crema solar brazos, cara y nuca y comenzamos a subir hacia el collado. Las vistas son impresionantes desde el primer minuto y durante el camino me dedico a atender a algunos senderistas que me piden que les haga una fotografía con cámaras de 2.000 euros configuradas en modo automático. Tengo mi momento de postureo máximo cuando, al alcanzar el collado, apago remotamente con el móvil el portátil que he dejado en Cabielles procesando las fotografías de un timelapse. ![]() Preparándonos para atacar el collado ![]() Las cumbres esperan tras el collado Y ahora pasemos a las vistas. Tenemos ante nosotros algunas de las más impactantes cumbres del macizo central de los Picos de Europa. A la izquierda de ellas deberíamos poder asombrarnos ya con la peculiar forma alargada del Urriellu, pero por ahora se resiste. Unas nubes junto al resto de la cordillera se mantienen a media altura. Volviendo la vista atrás el inabarcable valle nos saluda con Sotres despertando en el centro de la imagen. Solo las vistas desde aquí hacen que ya haya merecido la pena el mal rato al volante. Pero y ahora... ¿qué? ![]() Sotres, desde el Collado ![]() Las nubes coquetean con la montaña Lo fácil sería pintarlo todo de color de rosa, narrar la divertida confusión vivida y hacer como si todo el día hubiera marchado sobre ruedas. Pero no, aquí se viene al salseo, y salseo es lo que tenemos. Pasamos unos minutos tensos, confusos y, por qué no decirlos, cabreados el uno con el otro. Por que nos damos cuenta de que hemos venido muy poco informados de cómo se inicia la excursión pese a tener material descargado en el móvil, y la naturaleza humana pasa por comenzar haciendo responsable al otro. Y pasamos unos minutos en silencio, y dando vueltas como pollos sin cabeza. Pero tras esos tensos momentos deambulando por el collado llegamos a la conclusión de que a alguna parte hemos de llegar. Y hacemos el esfuerzo de hacer tabula rasa y volver a la casilla de salida, es decir, a consultar el material. Y reconocemos el error de haber subido al collado casi por instinto cuando resulta que debíamos echar a andar en exactamente la dirección contraria. Y, todavía a regañadientes, comenzamos a arreglar el desaguisado. Si alguien está sufriendo por nosotros leyendo esto que no lo haga, que son ya muchos años juntos y esto al cabo de unas horas solo es una nota al pie en el libro de pequeños desencuentros que están más que asumidos y superados. Nadie en su sano juicio puede decir que se arrepienta de subir hasta el Collado de Pandebano, pero la verdad es que en caliente nos pesan los pies a cada paso que hay dar cuesta abajo para regresar hasta el coche. Pasamos junto a él y entonces comenzamos la excursión de verdad. Deshaciendo unos pocos metros de los que hemos recorrido sobre ruedas antes de aparcar encontramos una cuesta a mano izquierda que inicia el desvío que aproximadamente tres kilómetros después debería dejarnos en la Peña Maín. Venga, empecemos. El camino empieza a subir con una pendiente por ahora bastante suave y un terreno todavía apto para los todoterrenos o coches con menos a perder. Se cruzan a nuestro paso vacas cuyos cuernos pasan más cerca de nosotros de lo que nos gustaría, aunque nunca a una distancia que suponga un peligro inminente. No tardamos en alcanzar un pequeño grupo de casas de piedra, algunas más ruinosas que otras pero todas con síntomas de llevar ya un tiempo sin ser la residencia principal de nadie. Aquí llega otro momento de tensión pero no ya del uno con el otro, si no de ambos -especialmente yo- con el autor del artículo/guía en el que nos estamos basando para encontrar la vía de acceso a Peña Maín. Y es que cuando estás rodeado de maleza y pequeños surcos de tierra que abren caminos en todas las direcciones, al leer algo como "La vía de acceso todavía no está visible, pero no tiene pérdida" te dan ganas de localizar al autor de tan inspirada frase y hacerle saber en persona lo que opinas de tanta concreción cuando se trata de facilitar a los demás el modo de encontrar el camino. Me parecen tan reprochable que no pienso ni enlazar el artículo. ![]() Buenos días... ![]() Buscando la subida hasta el altiplano Momento más que adecuado para un aviso legal: este diario de viaje, al igual que todos los que le acompañan, no pretende ser una guía de senderismo. No lo es, le faltan muchos detalles y no tengo los conocimientos necesarios para narrar con la requerida exactitud el transcurso de una excursión. Si alguien se siente inspirado por una de nuestras expediciones y quiere imitarnos, siempre tiene la posibilidad de hacernos preguntas más concretas pero teniendo en cuenta que la mejor fuente de información siempre será una guía y recursos de senderismo, bien sean oficiales o de alguien más experimentado que nosotros. Por ejemplo, wikiloc suele ser un buen punto de partida para conseguir información más concreta. Volvamos al presente. Tras varios avances en falso de varias decenas de metros creemos haber encontrado la opción correcta para ganar altura y enlazar con esa curva de 180 grados que parece esperarnos varios metros por encima de nuestras cabezas. Nuestro héroe de hoy es la aplicación para móvil Maps.me, que parece tener constancia de cuál es el trazado entre el Collado de Pandébano y la Peña Maín y, aunque haya que seguirlo con prudencia, es quien está sabiendo corregir nuestro rumbo a tiempo cuando tomamos la opción incorrecta. Superados los problemas de orientación, avanzamos ya a un ritmo mucho más constante. Aunque viniéramos mentalizados de que era el peor y menos claro de todo el trayecto, el primer tramo de subida sigue siendo el más lento y pesado debido a que se abre camino por una cuesta casi imposible que apenas deja adivinar que por ahí se enlaza con un altiplano desde el que dirigirse hacia las cumbres a este lado del collado. Alcanzamos dicho altiplano y vemos como el sendero continúa sorteando un pequeño valle en el que descansan unos pocos y abandonados refugios de pastores. A las 12:25, tras recobrar parcialmente el aliento y bajo un sol que amenaza con otra jornada con más calor que el que esperábamos encontrar, giramos a la derecha donde, tan cerca y a la vez tan lejos, vemos el siguiente objetivo parcial de la excursión. Todavía con el Peña Maín escondido tras los cambios de rasante un nuevo collado en el que hemos visto paradas durante unos minutos las siluetas de unas pocas personas constituye nuestra nueva meta intermedia. ![]() Ya asoma tímidamente el Urriellu ![]() Dejamos atrás los refugios de pastores ![]() Mejor no pensar en cuánto falta Alcanzamos ese nuevo hito no sin esfuerzo y a mano izquierda aparece ante nosotros la magia. Las nubes que sufríamos en en Collado de Pandebano parecen haberse disipado y ahora vemos con visibilidad casi absoluta no solo el Urriellu si no sus vecinos más cercanos. En este momento no lo sabíamos, pero sería una de las últimas ocasiones en las que veríamos esta postal. Afortunadamente el esfuerzo realizado prácticamente nos obliga a descansar apoyados en unas piedras con vistas al espectáculo, asi que escudriñamos con la mirada durante varios minutos esa piedra calcárea que sube y sube formando un macizo casi antinatural que le habla de tú a tú al cielo. Si giramos la vista Sotres empieza a ser una anécdota en la distancia aunque permanece todavía distinguible, rodeada del verde de la vegetación y el gris de la piedra. ![]() Urriellu y sus vecinos Llega ahora el momento clave en el que decidir si seguimos o damos la vuelta, el equivalente a ese muro metafórico que los atletas de maratón dice encontrarse en cada carrera. Si seguimos avanzando no volveremos a ver el Pico Urriellu hasta que alcancemos la cima de la Peña Maín. Eso ocurrirá tras ganar otros 300 metros de altitud avanzando 1,5 kilómetros, los cuales se sumarían al kilómetro ya recorrido durante el que hemos ganado 250 metros de altura. Es el clásico instante en el que L se plantea si merece la pena continuar y yo busco el modo de motivarla a continuar. Sé que sufrirá durante la subida, pero también sé qué horas después cuando descanse en el sofá se alegrará de haber dado ese extra necesario para superar sus límites -spoiler: esta vez se arrepentirá de haberlo hecho, pero no por mi culpa-. Mis últimas arengas tienen lugar mientras tomamos aire en la agradecida sombra que nos proporciona un puñado de árboles antes de enfrentarnos al siguiente tramo de subida. ![]() La siguiente meta intermedia ![]() Seguimos subiendo Seguimos ganando metros en distancia y en altitud, y cuánto menos queda para la meta menos sentido tiene dar media vuelta. Cada cima que alcanzamos parece que vaya a ser la última, pero esa ilusión se desvanece cuando al alcanzarla vemos que más allá hay otro hito todavía más elevado esperándonos. Solo cuando la siguiente cumbre enseña claramente en lo más alto el bloque de piedra del punto geodésico sabemos que se acerca el final. Y avanzamos pesadamente, y nos ayudamos de las manos para superar las últimas rocas, y llegamos a lo más alto. Y el Urriellu se ha ido. Un banco de nubes que hace apenas media hora no estaba ni se le intuía se ha plantado entre nosotros y el Naranjo de Bulnes. Y no solo eso, si no que ha traído a sus amigos tras de sí y parece que van a quedarse un buen rato. Solo una pequeña ventana de pocos metros de ancho que se abre temporalmente nos deja intuir el lateral derecho del Urriellu, y ni siquiera eso dura mucho tiempo. Las nubes se cierran completamente y no podemos disfrutar de nuestro merecido bocadillo en la cumbre. Tras apenas dar el primer bocado, observamos con preocupación como la visibilidad cada vez se va reduciendo a menos distancia de nosotros y la creciente niebla amenaza con engullirnos. No es el momento para comer: es el momento para volver a cargarse la mochila a la espalda y comenzar a bajar antes de que sea imposible distinguir los hitos a seguir para encontrar el camino de vuelta. ![]() El manto de nubes, mal presagio ![]() Y el Urriellu se despide ![]() Pues vaya... ![]() La desoladora panorámica desde la cima de Peña Maín El otro grupo de cuatro personas que hemos alcanzado al llegar a la cima parece más tranquilo que nosotros pero apenas diez minutos después vemos como se levantan y nos persiguen en el descenso. Poco después, tras haber perdido unos 80 metros de altitud, creemos estar ya a salvo y volvemos a pasar a "modo bocata", pero el temporal se volvería a empeñar en contradecirnos. Los últimos mordiscos los damos ya de pie y caminando, dejando atrás una niebla que sigue aumentando en densidad y por la que seguimos sin estar completamente a salvo. ![]() No parecen tener prisa... ![]() ... pero no tardan en seguirnos 30 minutos más avanzando todavía sin problemas pero con notable preocupación y esta vez sí salimos fuera de la zona de peligro. Sotres vuelve a estar visible desde nuestra posición y la niebla no parece tener intención de llegar tan abajo. Con un regusto más agrio que dulce -hemos podido ver la postal que buscábamos, pero el sobreesfuerzo de alcanzar la cumbre ha sido en vano- seguimos avanzando ya con el único objetivo de volver cuánto antes a nuestro vehículo y dar el cierre a esta frustrante experiencia. ![]() Hay que seguir bajando Continuamos el apesadumbrado descenso sin apenas tentación de girar la vista hacia dónde debería estar el Urriellu a sabiendas de que en esa dirección nos espera la más absoluta y blanca nada. Las piernas comienzan a avisarnos de que, a diferencia de en circunstancias normales, esta vez no han tenido apenas descanso entre el final de la subida y el inicio de la bajada. Por lo menos el cielo completamente cubierto nos ha privado del calor de la ida, aunque probablemente firmaríamos recuperar el sol a cambio de hacer disfrutado un poco más de las panorámicas. Hacemos una pequeña parada en el penúltimo de los tramos de bajada, deteniéndonos el tiempo suficiente para que las piernas recuperen algo de aire y podamos afrontar el último estirón hasta superar las casas ruinosas y volver a las pistas de tierra. ![]() La conquistadora ![]() De nuevo las casas en ruinas Son las 17:00 y nunca me había alegrado tanto de volver a ver mi coche. Tras un par de minutos en los que disfrutar del mullido asiento, lo celebro enfrentándolo de nuevo a ese interminable trayecto que nadie sin tracción a las cuatro ruedas debería realizar. De un modo que no consigo explicar alcanzamos Sotres, bajamos hasta la carretera principal y tras una hora y quince minutos desde que abandonamos el Collado de Pandebano llegamos de nuevo a los Apartamentos Fuentes el Güeyu tras una única parada de un par de minutos en el cercano pueblo de Mestas de Con para confirmar que el sitio en el que planeamos cenar esta noche no requiere de reserva en un día como el de hoy. El coche no presenta ningún daño ni en la parte visible de la carrocería ni aparentemente en los bajos, y me pregunto cuándo será la próxima vez que me meta en tal piscina sin saber cuánta agua hay dentro. ![]() El collado, mucho menos atractivo que esta mañana Entre el cansancio físico y mental que traemos con nosotros y la calidad del apartamento, quizás disfrute de la ducha más placentera de todo el viaje. Antes de entrar en ella descubro que nuestro anfitrión Carlos ha dejado junto a los sofás del porche a la entrada del apartamento la hoja impresa que Wizink me exige para reclamar los movimientos no reconocidos. Con cada acción, tanto Carlos como Andrea se siguen ganando ese 10 de reputación que presumen tener en Booking. Precisamente a Carlos es a quien nos encontramos podando en el perímetro de la finca y nos paramos unos instantes a agradecerle el gesto antes de volver, ya con mejor higiene, al interior del coche para salir a cenar aunque solo sean las 20:00. Llegamos a San Martín Gastrobar, el restaurante algo escondido de Mestas de Con que nuestros anfitriones nos han recomendado bajo la premisa de que "es a dónde van ellos cuando les apetece cenar un buen cachopo". Nos encontramos un local rodeado de jardines y terrazas en los que perfectamente se podría celebrar el banquete de una boda o bautizo. En su interior todavía no hay apenas nadie sentado así que podemos escoger una mesa esquinada que nos de la tranquilidad que estamos buscando. Y que empiece el espectáculo. Va a ser difícil plasmarlo en texto, así que no me andaré con rodeos: puede ser una de las mejores puñeteras cenas que hayamos tenido en nuestra vida. Pedimos, pecando de no saber cómo iban a ser las raciones, sendos entrantes de patatas con alioli y mejillones a la marinera. Como plato principal compartimos un cachopo de ternera asturiana que al fin y al cabo es el motivo principal por el que nos encontramos aquí. Bebemos dos refrescos para L y una botella de sidra con mecanismo para servírmela yo mismo y cerramos con una tarta de queso al horno con mermelada. Difícil decir con qué quedarse. Las patatas, presentadas a modo de tartar con suave alioli por encima, están de escándalo. Los mejillones son los primeros que consiguen competir de tú a tú con los que hace La Lola -mi madre-, y estamos hablando de una cocinera de diez. Y el cachopo... la madre que parió al cachopo. Además de tener tamaño suficiente como para que Pato sobreviva a un naufragio subido en él, la mezcla de salsa de queso, jamón y ternera debidamente encerrada entre las capas de rebozado suman en su conjunto un manjar que cuesta creer que exista hasta que lo tienes metido en la boca. Y la tarta de queso... pues no iba a perderse la fiesta. Con muchísimo sabor y de textura y temperatura perfectas. Y eso no es todo: cuando pedimos la cuenta, el numero que figura al pie de ella es un 43. Cuarenta y tres euros por semejante festín del que no se sabe qué es mejor, si la cantidad o la calidad. Medio cachopo se viene con nosotros resguardado en un recipiente de aluminio y abandonamos el local atravesando una terraza llena en la que debo suponer que todos están disfrutando de una experiencia al nivel de la nuestra. Entre el precio y el sabor nos preguntamos por qué demonios seguimos viviendo en Mallorca. Y en Mallorca se puede comer muy bien, pero es que esto... esto es otro nivel. ![]() Las patatas ![]() Los mejillones ![]() El rey de la noche, el cachopo ![]() El postre Llegamos a casa pasadas las 22:00 y cruzo el umbral de la puerta con el propósito de escribir los textos que me quedan hasta alcanzar el presente. Pero así no hay manera. La botella de sidra ha acabado vacía y se ha unido a todo el cansancio acumulado durante el día. Mañana por la mañana será mejor momento para buscar la inspiración y, si no amanece con lluvia, incluso es posible que prepare trípode y cámara antes de comenzar a escribir. Vaya día de contrastes. Etapas 10 a 12, total 15
17 de julio de 2019
No hay mejores despertares que los de Cabielles. Aunque lo habitual sea nombrar a los vecinos solo cuando viene acompañado de algo negativo esta vez merece una mención positiva la familia de cuatro miembros que veranea en el apartamento junto al nuestro. Pese a llegar por las tardes llenos de energía y haciendo bastante ruido, en cuanto el reloj marca las 23:00 parece que pulsaran el botón Mute del mando a distancia y todo rastro de ellos desaparece. No mucha, pero todavía hay esperanza para la humanidad. Son las 6:50 y estoy desperezándome en la cama cuando de repente recuerdo que el amanecer puede ser un momento interesante para capturar otro "timelapse" mirando al oeste. No es lo habitual -el sol sale por el este, y tal- pero ayer pude comprobar como la salida del sol por el lado contrario provoca que la luz vaya ganando terreno a la sombra hasta fusionarse con el horizonte... si el día empieza despejado, claro. Salgo a plantar cámara y trípode y, mientras se suceden los disparos, vuelvo al interior para avanzar algo más el diario del viaje con los auriculares sonando a ritmo de los Foo Fighters. Cuando repaso los grupos de WhatsApp observo con terror que yo mismo me he auto-contestado a las 0:30 un mensaje con jerga incomprensible. Unido al hecho de que a las 3:00 durante un instante en el que me desperté encontré mi móvil tumbado boca abajo con la linterna encendida, no me quedan muchas más dudas de que mi yo sonámbulo intentaba hacer algo con el teléfono. A este paso voy a tener que dormir con el móvil apagado y encerrado en una caja fuerte. Pasa algo más de una hora y a las 8:00 recojo la cámara. El amanecer no va a ser tan espectacular como me imaginaba en mi cabeza ya que el cielo está totalmente cubierto y eso impide el efecto "cortina de luz" que antes mencionaba. Además ha llegado lo inevitable: está lloviendo en Asturias. Una lluvia débil pero de las que se agarran a la todo lo que encuentre por su camino, incluida la ropa. Soy el único que lo sabe ya que a tenor de los sonidos de la mañana, todo Cabielles todavía duerme. ![]() Buenos días, Cabielles ![]() ¿Te imaginas despertar así cada día de tu vida? Pasan dos horas más, hasta las 10:00. Con L ya incorporándose a la jornada y el sonido de una podadora y algún rebuzno sustituyendo al de los cencerros matutinos, el cielo sigue cubierto pero hay bastante más luz de la que se podía esperar. Entre procesar fotografías y navegar por Internet van surgiendo ideas para sustituir nuestros planes originales de subir a los Lagos de Covadonga. Ya los hemos visto hace dos años, para llegar a ellos hay que pagar un billete de autocar -salvo que subas en tu coche antes de las 8:30 o después de las 21:00- y siendo algo mucho más turístico, popular y masificado que los anteriores hitos el viaje, no tiene mucho sentido llegar hasta ellos si además lo más probable es que una vez arriba todo lo que nos espere sea el interior de una nube que no deje ver más allá de dos metros, tal y como nos confirma la webcam instalada junto al Lago Enol. Empieza a ganar fuerza la idea de desplazarse hasta Gijón. Con una previsión de que las nubes van a cubrir todo el territorio en 100 kilómetros a la redonda, no hay ningún rincón al que podamos escapar buscando un cielo más despejado. Así que la hora de trayecto que nos separa de la ciudad más poblada del Principado no nos parece un precio demasiado alto a pagar y, a cambio, nos permitirá visitar otro sitio inédito para nosotros que no figuraba inicialmente en nuestros planes. Decidimos que saldremos hacia el norte después de comer, sabiendo que no será muy tarde cuando echemos mano de los restos del cachopo de la noche anterior ya que hemos hecho un desayuno bastante ligero. Hacemos tiempo dando un paseo por los alrededores del apartamento, aprovechando un momento de tregua en el que las nubes han dejado de llorar. Alcanzamos a través de un camino la valla que nos separa de un caballo blanco al que veíamos hacer extraños gestos desde la distancia. Cuando lo observamos de cerca descubrimos que el problema son las pesadas y testarudas moscas, que se agarran constantemente a su morro y le obligan a dar cabezazos una y otra vez para ahuyentarlas. Regresamos a nuestro asentamiento para calentar la comida y hacer un último repaso a qué podemos hacer cuando lleguemos a Gijón. Salimos hacia el coche, no sin antes procastinar un poco más y descubrir que han puesto a la venta todo el complejo de esos Apartamentos Lagos de Saliencia en los que pasamos dos noches recientemente. Antes de cerrar la puerta pongo en marcha el primer lavavajillas que utilizo en mi vida y apago las luces esperando que cuando las vuelva a encender no aparezca ante nosotros un enorme charco de agua y jabón. ![]() Malditas moscas... ![]() Incómodo, pero espléndido ![]() Dejadme en paz de una vez... ![]() Disfrutando de los alrededores del apartamento ![]() Cachopo, Round 2 Los 75 minutos que nos llevan hasta el centro de Gijón se hacen algo largos, especialmente en su último tramo. Durante el camino atravesamos múltiples túneles -me parece muy significativa la inversión y mantenimiento de las carreteras asturianas- e intercalamos tramos de lluvia algo intensa con fragmentos de carretera sobre los que no parece haber caído ni una sola gota. Damos un par de vueltas por la plaza junto al Centro Comercial Los Fresnos pero, al ver que el aparcamiento es gratuito solo durante las primeras dos horas, decidimos dar un repaso a las calles cercanas hasta encontrar una plaza libre en una de las vías que no está tarificada mediante zona azul. Echamos a andar con rumbo al mar, que está a unos 15 minutos de nuestro coche. Por las calles, de momento muy poco transitadas, nos encontramos todos los comercios cerrados hasta las 17:00. Digamos que, de momento, Gijón no está siendo exactamente un flechazo. Alcanzamos el mar allí donde se encuentran las "Letronas de Gijón", las cuales pasamos de largo por que ya están siendo atendidas por unos cuantos turistas y lo de posar ante unas letras con el nombre de la ciudad nos recuerda demasiado a lo que hacen ingleses y alemanes en el Paseo Marítimo de Palma, incomodándonos la idea de hacer lo mismo que ellos. Rodeamos por la izquierda el barrio de "Cimadevilla", ubicado en un saliente que se adentra en el mar y en cuyo centro se levanta el Parque del Cerro. Aqui, tras ganar altura mediante unas pocas cuestas, alcanzamos el Elogio del Horizonte. ![]() El poco atractivo cielo de Gijón ![]() Torre construida con la sidra que se consume cada noche en Asturias ![]() Bordeando el puerto deportivo de Gijón ![]() Rincones urbanos El que no sepa lo que es el Elogio del Horizonte probablemente lo haya visto en fotografías aún sin saber qué era y en qué ciudad se encontraba. Por lo menos, eso es lo que nos pasaba a nosotros. Se trata de una escultura de hormigón de Chillida que consiste en un anillo casi cerrado elevado 10 metros sobre el suelo mediante dos columnas del mismo material. No sé de arte, así que no puedo decir qué significa o representa sin estar tirándome un triple. Me limitaré a hacer de altavoz de la cultura popular y, tal y como me descubre nuestra amiga S de Mieres, recalcar que el pueblo también lo conoce como "El váter de King Kong". Y sí, la verdad es que se trata de una metáfora muy evocadora y en absoluto desencaminada. El Elogio luce más por su situación que por su construcción y mantenimiento, ya que sus paredes no están especialmente limpias y lo que más destaca en ellas son varias pintadas, en su mayoría antifascistas. ![]() El Elogio del Horizonte ![]() Tejados de Gijón Comenzamos a perder altura bajando del cerro por el lado opuesto al que hemos utilizado para alcanzar su punto más alto. Por esta vertiente oriental nos espera la Playa de San Lorenzo y la Iglesia de San Pedro plantada entre su orilla y nosotros. Por aquí hay más ambiente, más vida, y nuestra percepción de la ciudad comienza a mejorar. Vamos avanzando lo más cerca posible del mar, que suele ser en paralelo a una barandilla excepto en el tramo en el que el club náutico nos impide acercarnos más al agua. Bajamos hasta el inicio de la playa pero sin llegar a entrar en ella. El mar está dominado por gaviotas y otra fauna similar a excepción de un par de bañistas que parecen estar usando las aguas más como gimnasio que como área recreativa. ![]() Aparece la Playa de San Lorenzo ![]() Iglesia de San Pedro ![]() Real Club Astur de Regatas ![]() La Playa de San Lorenzo, desde abajo ![]() La atractiva ubicación de la iglesia Son las 16:00 cuando empezamos a alejarnos del Mar Cantábrico, que pese a estar en un día tranquilo presenta un oleaje que para el Mediterráneo ya supondría "un día movido". En lugar de regresar directamente hacia el coche preferimos hacer algo más de tiempo para alcanzar el horario comercial de tarde y ver las calles de Gijón con un poco más de actividad. Nos sentamos en una cafetería cualquiera para tomar dos cafetines junto a un mini-brownie y un mini-donut por 3,85€. Entramos tímidamente en el Mercado del Sur, pero enseguida salimos por otro de sus accesos para disimular. Las pocas charcuterías abiertas en su interior presentan precios muy superiores a los que hemos visto en algunos escaparates según paseábamos por la ciudad, así que finalmente es en uno de esos negocios donde hacemos acopio de queso para nosotros y toda la familia. Tres piezas de algo menos de medio kilo de queso curado asturiano y una generosa cuña de queso de tipo manchego para nosotros por un total de 23€. ![]() Queeeesooo... Volvemos ahora sí a nuestro Grand Modus, pero antes de abandonar la ciudad paramos en el cercano Carrefour del Centro Comercial Los Fresnos. Unas últimas compras pendientes y ahora sí, nos vamos de aquí no sin antes pasar por una gasolinera Ballenoil en un polígono industrial de Gijón-Sur. Nuestra opinión sobre la ciudad costera asturiana ha ido mejorando según ha avanzado la tarde, pero personalmente seguimos quedándonos con Oviedo. Un factor muy determinante puede ser que, tras 23 años en Barcelona y otros 12 en Mallorca, el hecho de contar con costa ha dejado de ser una variable que ayude a que me guste más o menos una ciudad. Al que haya vivido siempre en el interior o esté realmente enamorado de los contrastes entre cemento y arena, puede que Gijón le convenza más que Uviéu. Nuestros primeros kilómetros alejándonos de la ciudad nos llevan sin pretenderlo a través del barrio de Mareo, cuyo nombre me resulta familiar... hasta que un buen puñado de camisetas del Sporting de Gijón me hacen ver la luz. Aquí se encuentra, y de hecho pasamos junto a ella, la ciudad deportiva del equipo de la ciudad, actualmente en segunda división. Aunque no sea una opinión compartida por mi otra mitad, se me hace mucho más corto el trayecto de vuelta que el de ida. Quizás sea porque al contrario que durante el trayecto de ida el paisaje ahora va pasando de los llanos y las edificaciones a los prados y las montañas. O quizás sea porque apenas nos cruzamos ya con tramos donde la lluvia reaparezca. A las 19:30 estamos de nuevo en unos Apartamentos Fuente El Güeyu que empezamos a contemplar con pena al saber que nuestro tiempo en él está llegando a su fin. Frente a nosotros tenemos un paisaje cubierto de una neblina mucho más densa que la que habíamos tenido durante la mañana. Al acceder al interior no hay agua ni jabón por el suelo. El programa "Eco" del lavavajillas terminó satisfactoriamente y lo relucientes que salen los platos y la cubertería cuando los sacamos del cajón me parece magia. El motivo de no haber usado un lavavajillas antes no es por ninguna decisión personal ni manía: simplemente no hay espacio para él en ninguna de las dos casas por las que he pasado. Durante el trayecto de vuelta desde Gijón hemos estado evaluando nuestras opciones para cenar. Y en cuanto se nos ha ocurrido, la posibilidad de regresar al San Martín Gastrobar de Mestas de Con ha sido siempre la más destacada de la lista. La escasez de alimentos que empezamos a tener en la nevera -lógico, el viaje está llegando a su fin- y la mezcla de cantidad, calidad y económico precio de la cena de ayer son factores que pesan mucho en la decisión final. Además nuestra anfitriona Andrea nos ha recomendado otro par de platos de la carta de esos que prometen dejarnos sin aliento. Resistimos las ganas de ir a cenar ya, y no es hasta las 20:00 y tras descansar un poco en el salón cuando volvemos a la carretera. Nos prometemos ser más comedidos esta vez con nuestra comanda, aunque tratándose de Asturias eso es como proponerse no echar demasiada pasta a cocer en la olla. Llegan el refresco de L y mi inevitable botella de sidra y pasamos a los platos. Vamos por partes. - Provolone a la piedra con verduras. Un centro de queso fundido rodeado de calabacín, pimiento, patatas y tomate a la plancha. El resultado final cuando se mezcla todo en el tenedor es muy parecido al sabor de una pizza salvo por la masa que lo sostenga. Pero una pizza de las buenas. - Risotto de langostinos. Recomendación expresa de nuestra anfitriona y el momento que más espero de la noche ya que el risotto es ya de por sí uno de mis tres platos favoritos. Algo menos pastoso de lo que a mí me gusta -pero es que me gusta casi compacto- y con mucho regusto a paella. Igualmente impresionante. - Secreto ibérico. Unas seis o siete finas tiras de cerdo presentadas sobre una plancha todavía caliente para que alcancen el punto de crujiente deseado por el comensal. Acompañado de nuevas rodajas de calabacín y un generoso colchón de patatas fritas caseras que todavía conservan el brillo de la freidora. Para mí, lo mejor de la noche. Y eso que, recuerdo, el menú incluía mi plato de arroz preferido. ![]() El provolone ![]() El risotto ![]() El secreto Esta vez no hay postre, ya que no seríamos capaces de comérnoslo tras hacer el pequeño esfuerzo por no dejar nada en el plato. Y la cuenta, 41,7€. Prácticamente idéntica a los 43€ de ayer, ya que hemos sustituido un entrante por un plato principal y hemos prescindido del postre. Incluso a nuestros amigos asturianos les parece barato, no digamos ya a nuestros amigos y familiares catalanes, madrileños o mallorquines. San Martín Gastrobar. No hay que olvidarse de este nombre. Estamos de vuelta en nuestro apartamento a las 22:30 con nuestros recién regresados vecinos llenos de energía pero sabiendo que, si se repite la historia de las dos noches anteriores, a partir de las 23:00 volverá a reinar el silencio. Y así es: tras un rato en el salón en el que L se adueña del sofá y yo de la mesa acompañado del ordenador portátil, nos vamos a la cama no sin antes apurar los últimos vasos de cerveza que quedaban en la botella de litro que esperaba en la nevera, haciendo así compañía en el estómago a la sidra de esa botella que hoy no he vaciado durante la cena, pero poco le ha faltado. Voy a pasar tres meses a base de agua y zumitos. Apagamos las luces por última vez en Cabielles. Hasta días extraños e improvisados como este terminan siendo fechas para recordar. Etapas 10 a 12, total 15
18 de julio de 2019
Silencio en el interior. Niebla en el exterior. Nuestra última -cómo duele decirlo- mañana en los Apartamentos Fuente El Güeyu de Cabielles no podía empezar de manera muy distinta a las dos anteriores. Reina la tranquilidad a las 8:00 cuando salgo al exterior para ver qué tal ha arrancado el día. La visibilidad es muy limitada ya que las nubes bajas ocupan gran parte del inabarcable paisaje que ofrece esta privilegiada colina. Nuestra intención es apurar todo lo posible nuestras últimas horas en este excelente alojamiento, y lo cumplimos. No es hasta las 11:00 cuando, ya duchados y con todo el equipaje de nuevo listo para irse hacia el maletero, empezamos a seguir el clásico ritual de abandono de un apartamento. Tetris para encajar las bolsas, varios repasos a todas las estancias en busca de objetos olvidados y finalmente cierre de la puerta y mensaje a los anfitriones para que sepan que la casa ha quedado vacía. Nos ponemos en marcha abandonando Cabielles ante la atenta mirada de un sol que ha vencido a las nubes y derrotado a una niebla de la que no queda rastro, iluminando y proporcionando colores vivos a ese paisaje montañoso que nos saluda por última vez. Nos alejamos de los Apartamentos Fuente El Güeyu con más pena que nunca y el sueño de que, si finalmente materializamos nuestros planes de volver el año que viene a Asturias para una estancia algo más larga, sus dueños nos puedan hacer un precio más ajustado que lo conviertan en un posible hogar durante esa instancia prolongada. El apartamento ha sido el más moderno, completo, mejor mantenido y mejor situado de todo el viaje, y sus anfitriones tienen un nivel de atención y disponibilidad que les hacen merecedores de ese 10 que presumen tener en Booking. ![]() Nos despedimos de las vistas desde Fuente El Güeyu Comenzamos nuestro periplo de hoy, que se anticipa movido. Con la mente ya puesta en comenzar a perder distancia respecto a Barcelona, nuestra agenda del día incluye un recorrido por la costa cántabra rumbo al este antes de girar hacia el sur para alcanzar la ciudad de Vitoria en la que nos espera la última cama ajena del viaje. Llevamos apuntadas varias paradas que poder hacer durante el día pero con muy pocas garantías de que tengamos tiempo de cumplirlas todas, así que durante la jornada deberemos ir reevaluando constantemente si algo debe caerse de la lista en función de las horas que queden disponibles. De momento conducimos hacia el este repitiendo parte del trayecto de montaña que nos llevó hace dos días hasta las alturas de Sotres pero cambiando el rumbo esta vez a medio camino para iniciar la aproximación al mar. Superamos pueblos con un fuerte olor a queso y, pocos minutos antes de alcanzar la Autopista del Cantábrico, cruzamos de punta a punta Posada de Llanes, un concejo que nos sorprende por su tamaño, el bullicio de sus calles y la cantidad de servicios que parece aunar sin perder apenas un ápice de ese encanto de pueblo asturiano de montaña. Y encima a tiro de piedra de la autopista pero teniendo a mano todo el paraíso de montaña que acabamos de dejar atrás. Interesante opción para establecer un campamento base. Con una temperatura que arranca en 22 grados cuando nos incorporamos a la autopista y va subiendo paulatinamente alcanzamos la zona de nuestra primera parada del día. Tomamos el desvío señalado para alcanzar el aparcamiento de la Playa de la Franca y entonces se nos viene todo encima. Es un 18 de julio. Hace bastante calor para los baremos del norte. Nos dirigimos a una playa. ¿Qué demonios esperábamos encontrar? Pues un aparcamiento abarrotado y gente y más gente dirigiéndose a la orilla cargados con neveras, sombrillas y sillas plegables. Conducimos hasta el final del camino sabiendo que hay una posibilidad entre un millón de cazar una plaza libre, pero con la mente ya fijada en deshacer unos cientos de metros y estacionar en un merendero que hemos ignorado antes de tomar el desvío. Nuestra intención es poder ver la playa desde un mirador y no bañarnos en ella, así que con un poco de suerte eso bastará. Aparcamos en el merendero y nos asomamos hacia donde debería estar la playa. Está ahí detrás, pero cuesta verla... los árboles son demasiado densos para distinguir nada. Vemos a mano izquierda un camino que pierde altura a toda velocidad para acabar en la misma arena, pero ya sin tener que confirmarlo verbalmente sé que L en absoluto estará dispuesta a bajar por ahí. Así que ella se queda en el coche mientras yo, en 5 minutos, bajo y subo la cuesta para poder asomarme. Y efectivamente ahí está la interminable orilla gracias a la marea baja, con una arena de un tono naranja muy pálido brillando a la luz del sol y unos cuantos futuros bañistas acercándose a su destino tras cruzar un río que me separa de los últimos metros antes de alcanzar el mar. Lo de meter los pies en el río ya me parece demasiado si mi intención no es quedarme aquí, así que disfruto durante unos instantes de la panorámica y vuelvo hacia el coche. Por el camino, ya de nuevo en la zona de merienda, voy viendo en el suelo un buen puñado de envoltorios de preservativos. Vaya, vaya. ![]() La bajada... ![]() ... la Playa de la Franca... ![]() ... y la subida Tras esta primera parada que no ha ido tal y como esperábamos, solo 10 minutos nos separan del siguiente punto marcado en el mapa. Tras una cuesta en la que se suceden las curvas para ganar altura durante dos kilómetros, atravesamos la urbanización de Pimiango y alcanzamos el homónimo mirador, también conocido como Mirador de El Picu. Se trata de un balcón de cemento que apunta hacia el Mar Cantábrico, al que por debajo separan de las aguas unas pocas decenas de metros de vegetación. Aprovechamos que todo el ancho del mirador cuenta con un banco de cemento para sentarnos en él y sacar de la mochila los bocadillos para hoy, preparados pese a no tener excursiones programadas ya que para hoy preferimos no perder el precioso tiempo que supone sentarse en una terraza. Un abuelete con buenas intenciones pero demasiado insistente nos da una charla durante un rato enumerando las bondades y secretos que esconde este trozo de costa cantábrica, y tras su marcha disfrutamos de las vistas unos minutos más antes de volver a un coche que marca unos ofensivos 30 grados. ![]() Las vistas desde el Mirador de Pimiango ![]() El balcón del mirador ![]() Mirador de Pimiango La siguiente parada, a tan solo 20 minutos más, es San Vicente de la Barquera. Sí, lo sé. Vamos a decirlo ya y así podemos seguir a lo nuestro: es el lugar de origen de David Bustamante, gracias por este sueño y todo eso. Y ahora que nos hemos quitado esa losa de encima procedamos a contar las bondades de este municipio pesquero. Que son muchas. San Vicente de la Barquera es una localidad costera que en relativamente poco espacio concentra muchos atractivos: playas, miradores, y el Parque Natural de Oyambre. Sus calles nos reciben con pequeños chispazos que nos recuerdan a esa masificación turística de la que pretendemos siempre huir, con una calle principal muy concurrida y coches aparcados en cada posible rincón que deje las playas a relativamente poca distancia. Nosotros pasamos de largo el bullicio y nos vamos hasta el final de esa arteria principal, donde una cuesta que sube varias decenas de metros nos deja a las puertas del Centro de Interpretación del parque. Aquí, junto a las casas que siguen más allá del espacio público y dejando ya atrás el balcón hacia la playa, encontramos aparcamiento de sobra. Nos asomamos al vacío y podemos disfrutar de una notable panorámica a la Playa de Merón. Aunque su espaciosa orilla copa el protagonismo también reclaman nuestra atención las vistas tierra adentro hasta más prados y pequeñas colinas que contrastan con el paisaje estival junto al mar. ![]() Playa de Merón ![]() Un detalle de la marea baja Tras disfrutar las vistas entramos fugazmente en las instalaciones del Centro de Interpretación, el tiempo justo y necesario para recorrer sus pocas salas con exposiciones y dioramas, pasar por el cuarto de baño y atender a las explicaciones de una de las chicas encargadas de recibir a los visitantes, explicándonos el mejor modo de llegar al mirador al otro lado del pueblo y que desde aquí parece muy prometedor. A las 14:30 y sin quitarle ojo a un reloj que hoy está avanzando a toda velocidad nos dirigimos a ese punto de vista alternativo a través de la carretera que lleva hacia la Playa de Gerra. Sin alcanzarla, dejamos el coche en el único espacio que vemos que no esta custodiado o bien por un hotel o bien por los buitres con sombrilla encargados de cobrar una generosa suma por ofrecerte tres metros cuadrados de tierra. Remontamos a pie una pequeña colina para acabar justo frente a la terraza de ese hotel que debe basar gran parte de su atractivo en las vistas al atardecer, y con razón: volvemos a tener ante nosotros San Vicente de la Barquera y la Playa de Merón, pero esta vez mirando hacia el oeste y con una composición en general todavía más rica en detalles que la de nuestro primer avistamiento. Definitivamente esta zona ha superado nuestras expectativas pese a hacerlo bajo un calor que empieza a ser demasiado incluso para nosotros, dulces niños del Mediterráneo. ![]() Apartheid vacuno ![]() La Playa de Merón, desde el ángulo contrario Antes de abandonar Cantabria por última vez consideramos visita obligada un último supermercado de la cadena Lupa con el objetivo de llevarnos algo típico de la zona. Ese algo termina siendo una Quesada Pasiega con la mente puesta en que sirva de postre durante la cena familiar que nos espera mañana en Barcelona. Y tras este pequeño abastecimiento que aprovechamos para tomar algo frío que nos ayude a combatir el calor nos dirigimos a la que sería la última parada turística del día y prácticamente del viaje. Y vaya una manera de poner la guinda. Se conoce como la Costa Quebrada a un tramo de costa que se extiende al oeste de Santander. El origen de su nombre resulta bastante obvio cuando empiezas a ver fotos: a lo largo de estos kilómetros de litoral del Cantábrico una serie de islotas con formas angulosas conocidos como Urros de Liencres se suceden elevándose del nivel de mar y provocando una silueta que llama la atención por poco habitual. Además, los recodos y espacios cerrados que forman la sucesión de esas rocas derivan en pequeñas piscinas naturales expuestas a las fuertes bajadas y subidas de la marea, conformando así una suerte de calas en miniatura que los cántabros -y el resto de turistas que vengan hasta aquí con un bañador a la cintura, supongo- no dudan en aprovechar durante los meses estivales. Llegar al punto que tenemos marcado en el mapa como uno de los más adecuados para echar un vistazo a la Costa Quebrada conlleva conducir durante unos cientos de metros por otra de esas pistas de tierra que requieren de prudencia y paciencia. Tras el mal trago de alcanzar el Collado de Pandebano esto es una minucia, pero hay que pasar por ello. Aparcamos el coche en un espacio libre de pendientes y peligrosos baches y echamos a andar hacia el mar, donde tras superar una pequeña colina se nos aparece el espectáculo. Una extensión alargada de agua reposa entre nuestra posición elevada y una línea de islotas de agresivas formas que suben al cielo inclinadas y en paralelo al acantilado. En ese agua, accesible mediante una rampa que deriva en una pequeña piscina, se concentran ya unos 20 o 25 bañistas que por ahora pueden aprovechar la marea baja para instalar sus toallas y sombrillas no solo en la orilla de acceso si no también en pequeñas superficies que emergen del agua antes de llegar al mar abierto. En uno de los puntos más altos de la línea de rocas que delimitan la piscina natural, la silueta de un chico y su caña de pescar rompen el horizonte y nosotros nos preguntamos por dónde ha llegado hasta allí y, el mayor de los misterios, cómo piensa bajar. ![]() La Costa Quebrada (1) ![]() La Costa Quebrada (2) ![]() La Costa Quebrada (y 3) ![]() Cómo demonios ha subido... Conocía el sitio a través de instantáneas de mi profesor de fotografía y ciertamente no hemos llegado en el mejor momento para sacar imágenes espectaculares -en fotografía de paisaje, llegar a los lugares con la salida o la puesta de sol es un factor clave-, pero es igualmente espectacular. Aún a sabiendas de que el tiempo vuela en esta tarde de julio y que poco a poco se desvanecen el tiempo disponible para seguir visitando puntos de interés, pasamos aquí algo más de una hora moviéndonos a lo largo del acantilado y observando como el paisaje cambia a cada minuto gracias al movimiento del sol y la subida de la marea. Para cuando nos marchamos a las 17:30 el agua ya cubre toda la piscina natural y las toallas, sombrillas, mascotas y bañistas -nudistas y no nudistas- han tenido que retroceder para concentrarse todos en la orilla de acceso al lugar. Consultamos mediante la AEMET la temperatura del agua, y saber que está a 20 grados hace que baje un poco la envidia que sentimos hacia aquellos a los que vemos refrescarse. Nuestro termostato mallorquín no está preparado para ese tipo de inmersiones. ![]() Lo que queda tras nosotros ![]() Un último vistazo ![]() Las vistas desde el aparcamiento Este no es un viaje fotográfico, así que no podemos pasarnos aquí todo el día. Pese a que nuestra agenda -que ya de por sí era muy abierta para hoy- incluía más cosas a ver como un mirador en Santander hacia la Isla de Mouro, decidimos fijar ya Vitoria-Gasteiz como nuestro próximo destino en el navegador. Nos separan de ella dos horas incluyendo tramos de autopista, aunque nuestra intención es seguir con la filosofía de evitar peajes y cubrir la distancia que separa Vitoria de Bilbao mediante carreteras secundarias. Tras una parada rápida en un tranquilo McDonalds de Castro-Urdiales -L puede ver el castillo desde el asiento de copiloto pero yo no tengo esa suerte- damos el aviso a nuestra amiga y anfitriona de que nos dirigimos ya hacia su casa. Al hacerlo prácticamente nos suplica por nuestro bien que evitemos la carretera nacional hasta Vitoria ya que al parecer es una tortura a base de curvas, camiones y atravesar pueblos a velocidad de tortuga, así que rompemos temporalmente nuestra norma de evitar peajes y tomaremos la autopista en su lugar. El paso por el perímetro sur de Bilbao es abrumador, y es que tras tantos días de paisaje natural y pequeños pueblos la amplia extensión de bloques de edificios, chimeneas y decenas de vías de acceso que se entrelazan para llegar a ellos nos devuelve a la realidad de la civilización. También ayuda a ello el tráfico, mucho más denso que el que hemos encontrado hasta ahora incluso en autovías de varios carriles. El tramo de autopista de peaje que nos quita complicaciones apenas dura unos 40 kilómetros y pasar por él tiene un precio de casi 6 euros. A las 20:10 y gracias a un trazado de Google Maps que ya tiene presente incluso los últimos cambios que ha sufrido el barrio donde reside nuestra amiga, alcanzamos el portal de su casa. Empieza aquí una visita frenética en la que recorrer, aunque no estuviera previsto inicialmente, lo más esencial de la ciudad de Vitoria. M, una amiga con la que entramos en contacto gracias a los foros de LosViajeros (hola @artabra! ![]() ![]() Vitoria a toda velocidad (1) ![]() Vitoria a toda velocidad (y 2) Cerramos al fin los ojos en la que es nuestra última noche de viaje y lo hacemos en un cuarto que no deja ni un centímetro de pared libre de motivos de viaje en forma de fotos, carteles y pinturas de sitios que M y su pareja han visitado. Y es que si nosotros viajamos mucho, lo de ellas ya es otro nivel. Siempre hay alguien en quien fijarse. Etapas 10 a 12, total 15
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