En la primavera de 2008 empecé a analizar la posibilidad de realizar un viaje de una semana, más o menos, para visitar Gales, esa tierra bastante desconocida del Oeste de Gran Bretaña. Tanteé las posibilidades de vuelos a Bristol o Cardiff, pero la oferta era escasa, y no me resultó conveniente.
(La visita de madrugada tiene varias ventajas. Empezando por el parking semivacío y siguiendo por el Sol del amanecer, que brinda unas luces y contraluces maravillosos)
Al final conseguí, a muy buen precio, un vuelo de Ryanair (la más cutre de las compañías low cost, eso hay que decirlo) de Madrid a Liverpool, que está próxima al Norte de Gales. Alquilé un coche para poderme mover con libertad por toda la ruta.
Digresión: Conducir por el Reino Unido con un coche con el volante a la derecha.
Al principio da un poco de respeto, pero te acostumbras pronto a subir al coche por la derecha y a tener la palanca del cambio de marchas a tu izquierda. La propia circulación (salvo en las carreteras muy deisertas) te lleva a circular correctamente por la izquierda, y a abordar las rotondas también por la izquierda (las embocaduras están preparadas para ello, y todo parece muy natural).
El principal problema es habituarse a que la mitad del coche está a tu izquierda, y no, como estamos acostumbrados en España, a la derecha. Ello provoca que tendamos inconscientemente a situar el coche demasiado a la izquierda respecto al carril de circulación. Es fácil que acabemos rozando el retrovisor exterior izquierdo.
Los giros hay que vigilarlos especialmente, porque el coche se desplaza diferentemente de como estamos habituados. Al girar a la izquierda, es fácil que pisemos bordillo, mientras que en el giro a la derecha nos abriremos demasiado. De hecho, en una ocasión, tras recoger el coche y circular una treintena de kilómetros sin ningún problema, me metí en un Área de Servicio, donde tenía que aparcar en batería a la derecha. No tomé las necesarias precauciones y me abrí demasiado, rozando al coche de mi izquierda.
Cuando la carretera está bien señalizada, conviene no perder de vista las líneas blancas por los dos retrovisores exteriores, para asegurarnos de que mantenemos correctamente al coche en el carril de circulación.
Tras unos días, ya nos habituamos, pero conviene no bajar la guardia. Que la costumbre tira más que un par de bueyes.
De todas formas, la circulación resulta mucho más cómoda por la izquierda, llevando el volante a la derecha. En una ocasión pasé mi coche al Reino Unido por el Eurotunnel, y conduje por Inglaterra con el volante a la izquierda. Al final no tienes demasiados problemas (más que si necesitas adelantar en una carretera de dos sentidos, porque te falta visibilidad). El problema real es cuando hay que pagar algún peaje, o entrar en algún parking. Porque la garita o el dispensador de tickets está a la derecha del coche y no junto a la ventanilla del conductor. Si no llevamos copiloto activo, no tenemos más remedio que bajar del coche, ponerle carita de pedir comprensión al coche de atrás, y recoger el ticket o pagar el peaje pie a tierra.
Fin de la digresión.
De siempre había tenido muchas ganas de visitar Stonehenge algún día. No me venía de paso, pero tampoco era un gran desvío de la ruta, por lo que empecé a bucear en Internet para ver cómo eran las visitas, los horarios, los precios. En la web del English Heritage pude ver las diversas opciones, y vi que se ofrecía la posibilidad, para pequeños grupos (de no más de 26 personas, creo recordar), de realizar una visita especial, fuera de los horarios habituales de apertura, mediante la autorización llamada Stone Circle Access.
Dependiendo de la época del año, había una o varias visitas de madrugada, antes de la apertura, y otras al atardecer, después de la hora de cierre.
(La luz de una mañana brillante es genial para obtener excelentes fotografías de las piedras)
Mi viaje iba a ser en la segunda quincena de Julio. En la web hay un formulario para solicitar esta autorización especial (lógicamente, algo más cara que la visita convencional). Se trata de un formulario de solicitud muy completo, donde hay que dejar constancia de si se quiere realizar algún tipo de ritual durante la visita, de qué equipamiento audiovisual se va a llevar (cámara fotográfica, de video,...), y de la eventual utilización posterior del material gráfico obtenido durante la visita.
Hay que proponer varias fechas y horas alternativas, y a vuelta de correo electrónico te proponen una en concreto, de acuerdo a la disponibilidad. Yo articulé toda la ruta de mi viaje de acuerdo a la fecha que me dieron: 21 de Julio a las 6.30 horas de la mañana.
Reservé un hotel en Salisbury, que es la ciudad más próxima a Stonehenge (unos 16 km. de distancia). Junto a Stonehenge hay un pueblo llamado Amesbury, pero con recursos bastante limitados. Escogí el hotel The White Hart (un Mercure del Grupo Accor), en el centro de Salisbury, casi frente a la entrada al recinto de la Catedral. Un hotel excelente, dicho sea de paso, con aparcamiento propio en la parte de atrás.
Llegué a Salisbury la víspera, el 20 de Julio, por la tarde. Me paseé un poco por el centro, cené, y me acosté prontito, que al día siguiente había que madrugar.
Me levanté antes de las cinco de la mañana. Me preparé un café en la habitación, cogí algo de ropa de abrigo, que a pesar de ser Julio, las madrugadas eran fresquitas, la cámara fotográfica y la reserva para el Stone Circle Access. Monté en el coche y me fui para Stonehenge. Llegué al aparcamiento hacia las 6.15 de la mañana, con el Sol empezando a asomar por el horizonte.
En el parking de Stonehenge había muy pocos coches. Sólo los de la visita anterior (sí, ese día había otra visita a las 5.30 de la mañana) y los poquitos pirados que teníamos reserva para las seis y media. A esa hora salió del recinto el grupo anterior, y entramos nosotros. Éramos veintipico, algunos en solitario, pero también un grupito que había llegado allí esa misma mañana desde Londres (menudo madrugón se habría pegado la peña).
Y luego empezó la magia. El Sol Naciente, la Luna que todavía se veía en el cielo. La luz de la mañana iluminando las piedras del cromlech de Stonehenge. Y todos nosotros, bajo la atenta vigilancia de algún guardián, para evitar todo tipo de desmanes (que no se produjeron), entrando en el Círculo. Una orgía de fotografías, de contraluces, de un cielo completamente azul en una mañana fresquita. Y también algún místico, que se sentó en el Interior y realizaría, supongo, algún tipo de ritual solar.
Una visita inolvidable. El English Heritage lo califica de experiencia de una vez en la vida (once in a lifetime), y tienen razón. Lógicamente, para el solsticio de verano el ambiente es todavía más especial, pero complicadísimo acceder, claro. Pero un mes después del solsticio, la experiencia fue maravillosa. Tanto, que me ha costado reducir la colección de fotografías que he subido a solamente setenta (Picasa jmbigas). Porque todas ellas transmiten algo muy especial.
La visita estándar consiste en un simple paseo por el camino periférico que rodea al Círculo. El único inconveniente que tiene la visita especial que incluye el Interior del Círculo es que la tienda está cerrada a esas horas, y no pude comprar ninguno de los múltiples souvenirs que ofrecen durante el horario de apertura.
Pero sí me llevé una experiencia muy especial

Tras una hora de deambular por dentro y por fuera del Círculo, se terminó la visita (ya había otro grupito preparado para las 7.30 horas). Volví al hotel de Salisbury, desayuné, y luego visité la Catedral, pero eso acaso lo cuente otro día. Al igual que el resto de viaje por Gales, que merece la pena.
Si tenéis intención de visitar Stonehenge, intentad conseguir una plaza en una de estas visitas especiales de madrugada. Os prometo que merece la pena el sobrecoste y el madrugón.