El día da el pistoletazo de salida con buena temperatura y cielos despejados, y sin embargo nos queda por delante una horrible mañana. L despierta peor que nunca de la fiebre, y yo tengo un dolor agudo de cabeza y sigo con serias dudas sobre mi estómago. Lo último que se nos pasa por la cabeza es salir rápidamente hacia la playa. Y los días siguen pasando.
Desayunamos poco y tarde, pasadas las 10. Al acabar, L vuelve enseguida a la cama y yo paso por la farmacia a pocos metros del hotel, para abastecerme de las drogas que una amiga común con estudios en medicina le ha recomendado. Marchando un cóctel de nolotil y paracetamol en dosis bebibles.
Cuando alcanzamos el mediodía, parece que nos hemos recuperado lo suficiente para intentar que el día no se pierda del todo. Por tercer día consecutivo, nos ponemos en marcha hacia el este de Menorca y esta vez sí, cubrimos probablemente la distancia más larga posible en los límites de la isla: 1 hora de carretera entre los alrededores de Ciutadella y la fortaleza de La Mola, más allá de Maó. El último tramo, ya superada la capital y adentrándose en la pequeña península que alberga la fortaleza, es especialmente bonito de ver desde la ventana para el copiloto.
Pese a no ser ni mucho menos primera hora, no hay excesiva afluencia de gente cuando alcanzamos la fortaleza. Apenas 6 o 7 coches aparcados, y ni rastro de turistas cuando entramos en la tienda de recuerdos que hace las funciones de recepción. Por 8 euros cada uno (1 más de lo que habíamos leído recientemente) conseguimos nuestras entradas y nos hacen una introducción a lo que vamos a ver con la ayuda de un mapa. Para el que lo desee, por 3 euros más pueden alquilarse audioguías que van dando información sobre lo que estás viendo en momentos puntuales del recorrido. Recorrido que en su versión más básica se estima que dura 1 hora y 15 minutos, aunque puede alargarse otros 35 más si se toma una ruta adicional que lleva, al aire libre, hasta el extremo oriental del complejo.
En absoluto nos arrepentimos de haber decidido descubrir La Mola. Se trata de una visita muy recomendada, que alterna grandes espacios dignos de un capítulo de Juego de Tronos (o de Águila Roja, si no queremos irnos tan lejos), recorridos por estancias subterráneas con una escasez de iluminación que le dan una atmósfera genial, y buenas vistas a la pequeña bahía y la ciudad de Maó. Mención especial a la "Galería Aspilleraza" un interminable pasillo de 390 metros en el que tras cada par de pasos se sucede un arco de piedra, y desde cuyo inicio es imposible vislumbrar donde termina.
Por ahora los cuerpos nos están dando una tregua y nos sentimos bastante bien. No pensábamos realizar la excursión opcional que añade 35 minutos a la visita, pero accidentalmente la iniciamos y nos damos cuenta cuando ya llevamos varios minutos de travesía. La ida supone un ascenso de 15 minutos alcanzando los bloques de las instalaciones penitenciarias, para finalmente llegar al punto más oriental del territorio español. ¿Y qué nos encontramos en ese punto? La "Batería Vickers", un enorme cañón bien conservado apuntando al agua. Para que al que se le ocurra venir por mar sepa qué bienvenida le espera.
Si durante la visita a la fortaleza apenas nos habíamos cruzado con un puñado de familias, en esta parte adicional del recorrido estamos ya completamente solos, lo cual es de agradecer. El regreso hasta el punto de salida es un descenso de 20 minutos por un camino rural, acompañados por una agradable brisa incluso estando a pleno sol.
Abandonamos La Mola para, esta vez sí, de una vez por todas y tras recorrer la isla de lado a lado tres veces, alcanzar la capital de Menorca. En 15 minutos hemos abandonado la pequeña península del extremo y alcanzado el aparcamiento público de la Plaça Miranda, a pocos metros del casco histórico de Maó. El parking se cobra la plaza a unos nada desdeñables 2 euros por hora.
Sin ganas de buscar mucho y dada la hora que es (casi las 16 ya), paramos en el primer bar que encontramos que no tenga pinta de taberna de mala muerte. Compartimos un bocata caliente de pollo y queso que nos sienta de maravilla.
Solventado el problema del hambre, empezamos a descubrir la capital menorquina... y terminamos enseguida. En apenas 20 minutos cubrimos toda la zona antigua de arriba abajo. Pese a estar en vísperas de fiestas todo está cerrado, solitario y solo algunos operarios que están preparando un escenario dan señales de vida a estas horas. Aún con las calles engalanadas con banderas y adornos de la ciudad, personalmente nos quedamos con Ciutadella.
ntes de dar por finalizado el día de excursiones y regresar al hotel tomamos un último desvío al pueblo de Sant Climent. Situado cerca del aeropuerto de Maó, en este pequeñísimo lugar con aspecto de pueblo clásico de Girona tenemos apuntada una de las mejores opciones para comprar queso típico de Maó sin recurrir a una cadena de distribución. Se trata de "Can Bernat", un pequeño y austero local en plena plaza de la iglesia donde juegan los niños (lo dicho, típico pueblo encantador), y donde por apenas 11 euros nos llevamos un queso semicurado (que evidentemente te dejan probar antes) de 1 kilo envasado al vacío en el preciso instante de la compra. Comparado con los precios que tiene el queso de Maó en supermercados de Mallorca, es baratísimo. Nos quedamos solo con el queso, pero aquí mismo venden también otros productos artesanos como cervezas, vinos e incluso sus propias abarcas.
Nos despedimos de un día que nos ha acompañado desde que salimos del hotel con una temperatura nunca inferior a 30 grados. Tras pasar entre 40 y 45 minutos adelantando a los clásicos coches de alquiler que parecen esperar pasarse las vacaciones en carretera, aprovechamos que la habitación debe estar impecable para realizar el ya tradicional recorrido en vídeo para quien se esté planteando alojarse en la zona.