Yungay se despertaba entre el ruido de mototaxis y el cacareo de gallinas. El pollo constituye una parte importante en la alimentación andina, y te encuentras gallinas sueltas en cualquier esquina.
¡Cómo puede haber tantos niños en un pueblo tan pequeño!
Justo era la hora de entrar a la escuela en aquella mañana en la que partíamos hacia la laguna 69. Más pequeños o más mayores, llenaban de vida las calles de Yungay, uniformados en azul, portando sus mochilas a la espalda.
Nuestro destino…..Cebollapampa…….en el Parque Nacional Huascarán, desde donde comenzaremos la ruta a la Laguna 69.
Para ello, por medio de nuestro hostal, contratamos un taxi que nos llevará, nos esperará y nos devolverá a Yungay.
Hora y media por trocha en un coche con baja-lunas automático, aunque no eléctrico. Por mucho que yo subía la ventanilla y la volvía a subir, ella se empeñaba en bajarse con los botes que pegaba el taxi.
Pero, por mucho que brincase el coche, yo no dejaba de entusiasmarme ante el paisaje de patchwork que los lugareños han tejido en las montañas. Miles de parcelas sembradas ocupaban las laderas, conformando un conjunto de colores según los cultivos a los que se destinan: maíz, trigo, quinua, hortalizas………….son el sustento de las gentes que habitan en casitas desperdigadas por las montañas. Allá donde mirásemos, siempre encontrábamos algún campesino, sobre todo, mujeres coloridamente vestidas, arando el campo o guiando a las ovejas. Azada en mano, desfilaban por la ventanilla del coche. Otros, más agraciados, disponían de un buey para empujar el arado. A veces, sólo eran puntitos perdidos en la lejanía, pero allá, en aquellos terrenos escarpados, siempre había alguna personita.
Ganando altura, perdíamos de vista las laderas cultivadas. El bosque de quenuales se hacía frondoso, casi al ingresar al Parque Nacional Huascarán (entrada de 10 soles/persona).
Las lagunas de Llanganuco se ubican cerca del comienzo del PN. Su color, de intenso turquesa, suele encandilar a los numerosos visitantes que recibe, en una de las excursiones más típicas por la zona. El bosque de quenuales las circunda, y altos paredones rocosos por los que caen cascadas son sólo el preámbulo de su gran guardián, el Huascarán, la montaña más alta de Perú (6768 m).
Sólo unos cuantos kilómetros más allá, en el paraje denominado Cebolla Pampa, nos dejaba el taxista para comenzar la caminata a la Laguna 69. No me extraña que ésta sea la ruta de trekking de un día más popular en la Cordillera Blanca. Se lo tiene bien merecido, como bien podríamos comprobar después.
Con unas nubes más densas que en días anteriores comenzábamos la caminata. Un valle surcado por un río, al cual accedíamos entre un bosque de quenuales, era nuestro primer encuentro con la grandiosidad que disfrutaríamos durante toda la ruta. Unos cuantos paisanos guiaban a su ganado………..agua y pasto tenían en abundancia.
El ralentí es la única marcha posible cuando se empieza a caminar cuesta arriba, a 3700 m de altura, y no se quiere morir en el intento. Porque, pronto empezaba la subida, tras atravesar todo el valle, ascenso que nos conducía a un fantástico circo glaciar.
Cascadas de cientos de metros de altura se precipitaban por las paredes rocosas ocupadas en otros tiempos por los glaciares, ahora retrocedidos y reducidos a colgantes de las cumbres nevadas de 6000 m de altura. El valle es grandioso. No sabes a dónde mirar.
El ascenso continuaba en zigzag. El gran Huascarán iba quedando de espaldas, imponente.
No era escasa la variedad de plantas que crecían a esas alturas, algunas en flor.
La siguiente subida nos conducía a otro valle glaciar que se iniciaba en una pequeña laguna.
Atravesar todo este valle nos hacía sentir enanitos en un paisaje tan grande.
Superados los 4300 m de altura, el oxígeno se había tomado vacaciones…….nos sentíamos abandonados. Todos subíamos resoplando. Las paradas eran continuas, para aspirar aire, y………¡¡porque el paisaje se lo merecía!!
La laguna 69 es embelesadora, para enloquecer. Todos los que llegaban exclamaban un “¡Ooohhhh….valió la pena! No sé si era por el color tan arrebatadoramente turquesa de la laguna, por los nevados que la rodean coronados por glaciares colgantes, o por las cascadas que caen desde los glaciares sobre la laguna. Tal vez, era por todo ello en su conjunto, pero la verdad es que todos rendíamos admiración a semejante espectáculo natural.
Todos estábamos de acuerdo en lo mismo, en que el esfuerzo había compensado.
Esas montañas llevaban ahí milenios, y sin embargo, es probable que cada día se muestren diferentes.
A 4600 m de altitud, las paredes rocosas guarecen sus aguas del turquesa más profundo que se pueda soñar. El hielo suena al resquebrajarse. Todavía a estas altitudes crecen matorrales en distintos tonos de verde. ¡Qué lugar tan fantástico! No tiene nada que envidiar a los Himalayas o a la Patagonia.
La temperatura era cálida. El estruendo sonaba más ronco cuando se desprendían bloques de hielo, causando avalanchas. Demasiado grande para mostrarlo en fotos. ¡Hay que ir y vivirlo!.......y respirar ese aire seco que te deja sin aliento, y escuchar esos sonidos del agua bañando las paredes del circo glaciar!!!!!!!!
Por desgracia, ni mi objetivo tenía suficiente angular, ni yo sé montar panorámicas con la cámara.
Pero no es sólo la belleza de la Laguna 69 la que hace grande esta ruta. Es que todo el recorrido es una barbaridad. No hay un solo metro de caminata que no deje de impresionar.
Desde luego, es una ruta espectacular, con muchos paisajes diferentes. 3 horas es el tiempo que se necesita para subir hasta la laguna. Una vez allí…………¡es difícil querer marcharse!
Como consuelo, el regreso resulta menos penoso si lo que tienes enfrente es el Huascarán cara a cara.
El taxista nos esperaba para devolvernos a Yungay. Un par de españoles que se habían quedado colgados eran nuestros invitados en el taxi. Habían llegado en transporte público, y después no tenían forma de regresar. Menuda gracia que te pille la noche por ahí. Ellos ya estaban finalizando su viaje, encantados con la experiencia peruana. Resaltaban las grandes diferencias entre el turístico sur y el norte que vive más ajeno al turismo, aunque poco habían podido conocer de este último.
Los niños ayudaban en las tareas agrícolas a última hora. Su forma de vida tradicional, su carácter rural aplicando técnicas ancestrales te trasladan al pasado. Y, como cada tarde, las montañas nevadas resplandecían a más no poder.
La historia de Yungay se convirtió en tragedia en 1970 a causa de un terremoto, el más devastador en las historia de Perú. No fue el seísmo el que destruyó el pueblo, sino las avalanchas posteriores procedentes del Huascarán. El pueblo quedó sepultado y las cifras de fallecidos resultaron espeluznantes. Posteriormente fue construido el nuevo Yungay a escasa distancia del original gracias a ayuda internacional, lo que le valió el apodo de “Capital de la solidaridad internacional”.
Hotel en Yungay: Rima Rima. Pocos alojamientos hay en Yungay, y éste es tal vez el mejor. Aunque básico, las comodidades son suficientes, cama, ducha caliente, calefacción.
Apenas hay restaurantes en Yungay, sólo pollerías. Elegimos la de la plaza principal, guiándonos por las apariencias y por la afluencia local. Tocaba pollo a la brasa, que no estaba nada mal, y así, durante 3 cenas en Yungay repetimos pollo en distintas preparaciones. Yo creo que éramos los únicos turistas en el pueblo.
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