Las previsiones daban lluvia y tormentas para hoy, así que muy a nuestro pesar, decidimos no volver a Efteling.
Pensamos acercarnos a Breda, que nos quedaba bastante cerca y pasamos allí la mañana.

Llovía y tuvimos que tirar de paraguas y chubasqueros. Paseamos por sus calles casi desiertas y entramos en la Grote Kerk, donde estaba terminando un concierto de órgano que fue muy aplaudido por todos los asistentes.
Cuando salimos a la calle ya había más gente, dimos un garbeo por el centro pero enseguida empezó a llover esta vez con más fuerza así que "obligatoriamente" nos tuvimos que cobijar en un H&M hasta que paró.
Gracias a un folleto, nos enteramos de que muy cerca de nuestro hotel había unas dunas impresionantes: El Sáhara de Bravaria ponía. Se llamaba National Park De Loonse en Drunense Duinen.
Compramos comida en un super para hacernos un picnic y nos fuimos para allá. Cuando llegamos empezó a diluviar, así que cambiamos de planes y nos sentamos a comer en la terraza de un restaurante muy mono que había justo al lado de las dunas.
El sitio estaba muy bien. Aunque comimos fuera no nos mojamos pues hay muchas sombrillas enormes y no te mojas. Estaba lleno, con eso os lo digo todo. Había mucho sitio dentro, pues además es un local bastante grande. Pero la gente prefería comer en la terraza porque aunque llovía, la temperatura era muy buena. La comida fue estupenda y bien de precio. Recomendado.
Este lugar es espectacular. Había muchas personas con perros. Es un sitio precioso para andar, correr, montar en bici, o a caballo... simplemente perderse.

Las dunas son sorprendentes. A veces sí daba la impresión de estar en el desierto por su paisaje de arena y su vegetación tan especial. Sin embargo, alrededor se extiende un frondoso y fresco bosque donde pasear o practicar mountain bike.

La lluvia cesó y apenas si había gente. ¿Cómo desaprovechar la ocasión?. Nos lanzamos a las dunas y pasamos un rato bastante divertido. Igualmente, las fotos salieron muy bonitas aunque no se aprecia del todo la belleza del lugar. Sobre todo la tranquilidad que se respiraba... justo lo contrario de lo que luego encontraríamos en Amsterdam.

Los niños lo estaban pasando genial, correteando de aquí para allá y no había manera de volver al hotel. Pero empezó a chispear otra vez y en el cielo nos miraba una amenazante nube oscura. Nos dio tiempo justo para llegar al coche, la nube explotó en cuanto lo pusimos en marcha.
Al llegar al hotel aprovechamos el wiffi gratis para wasear con la familia mientras los niños jugaban con nuevos amigos en el salón de juguetes y llegaba la hora de cenar. Sería nuestra última noche en Kaatsheuvel.