LUARCA.
Luarca es la capital del Concejo de Valdés, se encuentra a 100 kilómetros de Oviedo y tiene unos 17.000 habitantes. En esencia, es una villa marinera y vive de cara a su puerto pesquero, que ya existía cuando Alfonso X el Sabio, fundó la Puebla de Valdés en 1270. La prosperidad de la villa se cimentó en la pesca y fundamentalmente en la caza de ballenas, y sus navegantes fueron muy influyentes durante la Edad Media. Muchas de sus gentes emigraron a América y algunos regresaron ricos a finales del siglo XIX, construyendo las tradicionales y bellas casas de indianos, que se pueden contemplar en sus inmediaciones, sobre todo en torno a Cadavedo.


Hacía casi veinte años desde la última vez que visitamos Luarca y no sabría decir si ha cambiado mucho o poco, pero la vista del puerto me pareció tan bonita como la recordaba de entonces. Llegamos a última hora de la tarde, con el sol languideciendo. Entramos por la carretera que baja desde la Atalaya, donde se encuentra la Capilla de la Virgen Blanca y el Cementerio. El panorama desde el mirador era espléndido, con el caserío asentado en pendiente, que abraza el puerto.

Fuimos hasta la Plaza de Alfonso X el Sabio, donde además del ayuntamiento y otros edificios destacados se encuentra el Hotel Rico, en el que teníamos reserva para 1 noche. Tiene solo una estrella, es sencillo y básico, pero estaba limpio y la cama era cómoda; pocos lujos cabe esperar por 52 euros en el centro de Luarca en pleno mes de julio. No tiene parking, pero pudimos dejar el coche sin ningún problema y gratis a unos pocos minutos, en la zona de la calle Rivero.


El edificio de la izquierda es el Ayuntamiento.


Como ya era la hora de cenar, fuimos hasta el Paseo del Muelle, donde se arremolinan casi todas las “comideras”. Hacía un tiempo estupendo y las terrazas estaban llenas de gente. Nos habían recomendado el restaurante “El Barómetro”, pero no había sitio, así que nos aposentamos en otro que está al lado y del que no recuerdo el nombre. No teníamos demasiado apetito, así que pedimos una botella de sidra y una mariscada pequeña, que nos contentó a los dos perfectamente.
El puerto de Luarca al atardecer.




Luego fuimos a tomar un helado al Paseo de la Barbacana, seguimos hasta la Casa del Mar y volvimos por el paseo que bordea el río Negro hasta las calles del centro, solitarias ya casi a media noche.
Luarca de noche.







Por la mañana, me levanté temprano y fui paseando hasta el mirador que hay pasada la Filagona. Pasé frente a lo que queda del que fue Museo del Calamar Gigante, que albergaba varios ejemplares, uno de ellos de más de catorce metros de longitud. Como si fuera una advertencia, hace un par de años, las olas enfurecidas provocaron grandes destrozos en toda la zona del puerto, atravesaron el edificio y se llevaron consigo lo que el hombre le había arrebatado: aunque muertos, los descomunales calamares volvieron al mar. Seguí el malecón, creo que lo han construido nuevo porque no lo recuerdo de la ocasión anterior. Las vistas que hay del Faro, la Capilla de la Atalaya y el Cementerio son excelentes. La Capilla, que también se llama de la Virgen Blanca, está en el lugar que antaño ocupaba la torre vigía de los balleneros; el faro es del siglo XX y el Cementerio está considerado uno de los más bonitos de España, tanto por su ubicación como por la suntuosidad de las sepulturas, en gran parte construidas por indianos. Aquí descansa también un hijo predilecto de Luarca, Severo Ochoa, premio Nobel de Medicina en 1959.


Arriba, la Capilla de San Martín, situada en el promontorio del Barrio de la Peña.


Varias vistas de Luarca.





En Luarca hay varios puentes, pero el más popular se encuentra frente al tradicional Barrio de la Pescadería, cruza el río Negro y todo el mundo lo conoce como el Puente del Beso. Su leyenda se remonta al medievo, cuando el temible corsario Cambaral era el azote de los mares pues abordaba las naves, se quedaba con sus mercancías y tesoros y asesinaba a sus ocupantes, excepto a las mujeres, a las que apresaba para venderlas como esclavas. Después de muchos intentos, un caballero de Luarca llamado Hidalgo y sus hombres lograron atrapar a Cambaral, que resultó gravemente herido. Antes de entregarlo a la justicia, Hidalgo llevó al pirata a su casa para que lo atendiera su hija, que era una experta curandera. Pero el pirata y la doncella se enamoraron perdidamente y acordaron huir juntos. Quedaron en reunirse junto al río Negro y cuando se encontraron se dieron un beso apasionado, pero en ese instante les sorprendió Hidalgo, que ciego de ira mató a ambos y luego les decapitó con su propia espada. Ante la consternación de todos los presentes, los cuerpos permanecieron abrazados mientras sus cabezas rodaban hacia el mar. Según se cuenta, en memoria de esta triste historia se construyó un puente en el lugar donde acaeció, al que se llamó “puente del beso”.
Puente del Beso.



OTROS LUGARES DESTACADOS DEL OCCIDENTE ASTURIANO.
Aunque no los visitamosn está vez,, me parece oportuno mencionarlos en el diario porque nos gustaron antaño y seguramente habrá mucha gente que quiera conocer la punta más occidental de Asturias incluso en un primer viaje. Tres de los destinos más interesantes son Tapia de Casariego, Castropol y Taramundi. Estas localidades están bastante próximas entre si, poco más de 37 kilómetros de recorrido total como se puede ver en la ruta sacada de Google Maps, pero tienen bastante que ver y no conviene ir con demasiadas prisas; aunque eso va en gustos.

Se puede aprovechar para combinarlo con la Playa de las Catedrales (según la época del año habrá que pedir reserva) y Ribadeo, en el lado gallego de la Ría del Eo; en este caso, para no ir demasiado apurados se puede dejar Taramundi para otra ocasión.

Como este diario es de Asturias, citaré solamente los tres destinos asturianos, pero si os interesa la ruta de la Playa de las Catedrales, pongo el enlace de la etapa que tengo publicada en el foro por si queréis echar un vistazo.

TAPIA DE CASARIEGO.
Se encuentra a 126 kilómetros de Oviedo, y con la opción de la autovía se llega tranquilamente en hora y media. Desde Luarca son apenas 37 kilómetros, media hora de viaje.

El concejo de Tapia no es muy antiguo, ya que se creó en 1863 con la segregación de varias parroquias que pertenecían a los de Castropol y el Franco. Su principal impulsor fue el Marqués de Casariego, de ahí que se añadiera su apellido al nombre del concejo. Sin embargo, su historia data de tiempos muy antiguos, con la existencia de varios castros. Los romanos explotaron sus minas y perteneció al Reino de Asturias casi desde su nacimiento, ya con Alfonso I. En el siglo XVI era muy mportante su puerto pesquero y también tenía fama su hospital de peregrinos pues se encuentra en el paso de la vía compostelana de la costa cantábrica.


Su economía se ha basado tradicionalmente en la agricultura, la ganadería y la pesca, pero en las últimas décadas ha vivido un boom de un turismo atraído sobre todo por sus playas, algunas de las cuales, como la del Anguileiro, son muy apreciadas para hacer surf.




Tiene un puerto muy pintoresco, rodeado por las tradicionales casas marineras y buenos restaurantes (algunos bastante caros) que ofrecen marisco y pescado (también están muy ricas las croquetas de morcilla). Hay un camino muy interesante que recorre la costa, ofreciendo buenas vistas de las playas, que son realmente bonitas pero que pueden llegar a estar muy concurridas en verano.


CASTROPOL.
Siguiendo la carretera hacia el sur, nos encontramos con esta bonita villa, de 5.000 habitantes, que está ubicada en un emplazamiento espectacular, elevada unos metros sobre una península en la orilla derecha de la Ría del Eo.

En la zona se han encontrado restos prehistóricos y de castros de las Edades del Bronce y el Hierro. Los romanos explotaron sus minas, especialmente de oro. Durante la Edad Media se sucedieron los conflictos nobiliarios y eclesiásticos, en particular fue objeto de disputas con la vecina Lugo. El rey Alfonso VII de Castilla zanjó la cuestión otorgando al obispo de Lugo las tierras gallegas de la orilla izquierda del Eo y al de Oviedo las asturianas de la orilla derecha. A finales del siglo XIII, Alfonso X el Sabio fundó una puebla en Castropol como lugar defensivo y comercial, y con el paso del tiempo se convirtió en un importante puerto pesquero. En 1587 fue destruida por un voraz incendio. Como curiosidad decir que los ingleses la ocuparon en 1719 y hubo que pagar rescate por su liberación; y también fue sede de la Junta del Principado durante la guerra de la independencia contra los franceses. Como monumento más destacado para visitar se encuentra la Iglesia de Santiago de Apóstol, del siglo XVI, cuyo campanario despunta altivo sobre el caseríos, constituyendo una de sus principales señas de identidad. Destaca su arquitectura con casas marineras, antiguas residencias y palacios nobiliarios de los siglos XVII y XVIII (por ejemplo, el Palacio de los Marqueses de Santa Cruz de Marcenado, el Palacio de las Cuatro Torres o el palacio Vallédor), las llamativas casas de indianos y el Casino-Teatro de 1906.
Sin embargo, a mi lo que más me gusta de Castropol son sus vistas, tanto “desde” como “de”. Hay un precioso paseo-mirador desde el que se contemplan unos extraordinarios panoramas de la Ría del Eo y de Ribadeo.


Cuando la marea está baja, las barcas varadas en la arena transmiten un aire romántico que seduce sin remedio, sobre todo por la mañana temprano.

También se ve el puente de la autovía que une Asturias con Galicia y sobre todo se aprecia Ribadeo casi con más detalle que estando allí.


Igualmente, la visita de Castropol estaría incompleta si no se la contempla de frente, desde el lado opuesto de la Ría, en Ribadeo, su vecino gallego, desde donde muestra una de las postales más conocidas y pintorescas de Asturias. Por la tarde, si el día está claro y el sol la ilumina, aparecerá blanca y verde, enmarcada de modo espectacular por los azules del cielo y el mar.

TARAMUNDI.
Si continuamos unos kilómetros hacia el sur, cuando acaba la ría, el paisaje adquiere un verde de matices diferentes, la sierra al fondo, coloreada por bosques de robles, castaños y abedules, y prados donde pastan las vacas, y en cuyo quebrado horizonte se asientan casas de piedra con tejado de pizarra.
El paisaje va cambiando según descendemos por la ría hacia el interior.




Encontramos Taramundi casi colgado de la montaña y con sus casonas de piedra emplazadas en calles sumamente empinadas, que deparan desde cualquier punto unos extraordinarios panoramas de valles y montañas, marcados los ríos Ouria, Cabreira y Turia (el asturiano no el de Valencia). Aquí siempre se ha trabajado el hierro y todavía destaca la producción artesanal de tijeras, cuchillos y navajas con decoraciones geométricas en madera de bog. Se pueden visitar un museo etnográfico de antiguos oficios y la Iglesia de San Martín, del siglo XVIII y estilo barroco. Existen muchas rutas para realizar a caballo o a pie, como la Ruta de los Ferreiros y la de los Molinos, y si se dispone de tiempo resulta muy interesante acercarse a la comarca de los Oscos, con su terreno accidentado y el color negro de la pizarra de su arquitectura popular, en la que abundan los hórreos de forma rectangular.


Después de estos recuerdos, en la siguiente etapa volveré al relato de nuestro viaje de este año, ya rumbo al centro y oriente asturianos.