El itinerario de la jornada fue el siguiente:
LEQUEITIO (LEKEITIO)/ONDARROA/ZUMAYA (ZUMAIA) /MOTRICO (MUTRIKU). Noche en Motrico.
El perfil sale así en GoogleMaps: 65 kilómetros aproximadamente y hora y media en coche. Hicimos unos veinticinco kilómetros más porque fuimos antes a Zumaya por el horario del paseo en barco y, luego, tuvimos que retroceder hasta Motrico. Sin este retorno hubieran sido 43 kilómetros y
una hora y cuarto en el coche, aproximadamente.
una hora y cuarto en el coche, aproximadamente.

LEQUEITIO/LEKEITIO.
Habíamos llegado a Lequeitio el día anterior, hacia las nueve de la noche, lo cual era perfecto para nuestras intenciones de cenar allí. Dimos varias vueltas intentando dejar el coche y, al fin, tuvimos la suerte inmensa de encontrar un hueco libre muy cerca del puerto, sin duda por algún coche que acababa de marcharse porque no vimos ningún otro. Además, ya no había que pagar, con lo cual perfecto. Bajamos caminando hasta las inmediaciones del puerto y nos sorprendió un atardecer mágico, de esos que no se dan tan a menudo como uno quisiera, aunque tengo la suerte de ver muchos en Madrid (parece mentira que en una ciudad tan grande se puedan contemplar semejantes cielos), aunque sin mar, claro, que no todo se puede tener.

El caso es que la gente (aquello estaba hasta los topes) se volvía loca haciendo fotos de un cielo que parecía incendiarse de pronto. Mi primer objetivo fue la isla de Garraitz o de San Nicolás, a la que tenía tantas ganas de ir, caminando sobre el estrecho espigón tapizado de algas que queda al descubierto con la bajamar y la une a la playa de Isunza; circunstancia que no sucedía entonces.

Después, media vuelta y rumbo al puerto pesquero, plagado de bares y restaurantes con sus terrazas instaladas al aire libre, mirando hacia el casco antiguo, en el que sobresalía la gran mole de la Iglesia de Santa María.


Cuando el fuego se apagó en el cielo, el paisaje rosa y oro se volvió azul y empezó a oscurecer. Era el momento de buscar un sitio para tomar unos pintxos. No teníamos demasiado apetito, así que nos conformamos con poca cosa, cuatro o cinco, un buen surtido de croquetas y mejillones y unas cervecitas locales.

Al volver a la calle para seguir pateándola se había hecho de noche y fuimos a dar un paseo por el centro, como anticipo de lo que visitaríamos al día siguiente: la Iglesia de Santa María (de finales del siglo XV y estilo gótico tardío), los palacios de Arostegui, Uriarte y Oxangoiti, las casas señoriales, el Convento de las Madres Dominicas, las Torres de Arteita, Turpín y Zahar, el Barrio de Pescadores en torno a la calle Arranegi, la Antigua Cofradía de Pescadores de San Pedro en la calle Ezpeleta, la Ermita de San Juan al final de la calle Ezpeleta, la Ermita, el Faro y la Cueva de Santa Catalina, las Playas de Isuntza y Karraspio Txiki…

Iglesia de Santa María.

Seguimos luego por los alrededores del puerto, núcleo principal de esta villa litoral que cuenta con una población de más de 8.000 habitantes, dedicados a la industria maderera, la pesca, la industria conservera y el turismo. Aunque existen evidencias de pobladores durante el Paleolítico Superior, no fue hasta el año 1325 cuando se tienen noticias de un grupo de marineros que ocupaban estas tierras, aglutinados en torno a la primitiva Iglesia de Santa María. Como curiosidad, decir que Lekeitio compitió con San Sebastián en el siglo XIX en cuanto a destino turístico de las clases dominantes, e incluso le ganó la partida a Donostia al ser elegida como lugar de veraneo por la reina Isabel II, lo que le proporcionó un importante caché, hasta el punto de que aquí le sorprendió a la reina la revolución de 1868. Vamos, que lo del gentío en verano ya le viene de lejos. Y llega hasta la actualidad como pudimos comprobar y sufrir al día siguiente.

La mañana amaneció con un aspecto fantástico: un sol espléndido de verano, ni una nube en el cielo, una temperatura de casi treinta grados… En apariencia, una conjunción perfecta para una estupenda jornada vacacional que debía tener su comienzo con un suculento desayuno en Lequeitio, que para eso no lo habíamos reservado en el hotel. Además, así podríamos recorrer la villa y hacer una pequeña caminata hasta la isla de Garraiitz (también llamada de San Nicolás), aprovechando la marea baja, ya que a la una teníamos reservada una excursión en barco en Zumaya para ver los flysch. Así que madrugamos (sólo un poquito) y fuimos hasta Lequeitio, donde enseguida nos dimos cuenta de nuestra tremenda ingenuidad. Aquel día fantástico de sol era también sábado y 29 de julio, con lo cual todo el mundo en el País Vasco (lugareños y turistas) se habían echado a la carretera para disfrutar de un estupendo día de playa; porque por estas tierras del norte, el sol es oro y el calor es oro puro, especialmente en verano.
Nos recorrimos la villa de norte a sur y de sur a norte varias veces, buscando desesperadamente un sitio donde dejar el coche, aunque fuese pagando, que no íbamos a ponernos exigentes. Pronto desistimos de nuestra ilusoria idea de encontrar aparcamiento en torno al puerto y fuimos alejándonos más y más, hasta salir incluso de la población: nada. Resultaba desesperante vagar y vagar en pos de un hueco en alguna parte, aunque fuera lejos del centro. Puede parecer una exageración, pero juro y perjuro que no logramos hallar ni un simple agujero de cuatro metros y medio donde plantar nuestro vehículo. No eran ni las diez de la mañana y ya cientos y cientos de personas, decenas y decenas de vehículos, habían invadido Lequeitio para disfrutar de su jornada de playa. Así que, con los estómagos vacíos y todo el dolor de mi corazón (con la ilusión que tenía yo por cruzar el espigón hacia la isla…), tuvimos que desistir de nuestros planes y alejarnos de allí a toda prisa, en busca de algún lugar donde plantar el coche para poder, al menos, desayunar. Así que seguimos hacia Zumaya, pero como teníamos que pasar por Ondarroa, se nos ocurrió parar allí, aunque no lo teníamos previsto, para tomar algo y, de paso, echar un vistazo.
ONDARROA.
Como el resto de la costa vasca, Ondarroa y sus alrededores estaban hasta los topes, pero en este caso tuvimos la suerte de ver a un coche salir de un hueco en el arcén de la carretera que conduce al Puente de Calatrava. No sé si está prohibido, pero ese día había cientos de coches a un lado y otro de la carretera, con lo que a ningún agente se le ocurriría dedicarse a poner multas, lo que hubiera provocado un auténtico caos circulatorio. Fuimos caminando hasta el puerto comercial, cruzamos el final de la río por el llamativo puente blanco y nos sentamos en la terraza de un bar, donde tomamos unos riquísimos bocatas con café con leche, que nos supieron a gloria. Luego, dimos una vuelta por Ondarroa.

Lo primero que nos llamó la atención fue el Puente de Itsasaurre, también conocido como "Puente de Calatrava", ya que fue diseñado por el arquitecto valenciano. Este puente, inaugurado en 1993, ha mejorado notablemente los accesos por carretera entre ambas orillas y constituye un acceso directo al Puerto desde la carretera.

Muy cerca se encuentra el "Puente giratorio" o "Puente de la playa", fue inaugurado en 1927 con la denominación de "Pasarela de Alfonso XIII". Estaba cerrado incluso para los peatones: me pareció bonito, espero que lo reabran y pueda volver a utilizarse para uso peatonal.

Aunque fue un antiguo asentamiento romano, la villa no se fundó hasta 1327. Gozó de poderosas murallas en la época medieval, pero se perdieron, como muchas otras edificaciones, cuando los franceses destruyeron la ciudad en 1794. No obstante, Ondarroa mantiene el trazado medieval de sus calles y sus raíces marineras, ya que siempre ha sido un próspero puerto y, por lo tanto, su economía siempre se ha basado en la pesca y sus derivados. Por lo demás, aquí nació la madre de San Ignacio de Loyola y fue el hogar familiar de Simón Bolívar. Actualmente cuenta con más de diez mil habitantes y no es un pueblo tan turístico como algunos otros de sus vecinos vizcaínos.

Durante nuestro corto paseo pudimos ver las callejuelas del barrio marinero. Por una calle lateral, tomamos un ascensor que asciende el pequeño cerro que lleva hasta la parte superior del pueblo, remontando la fachada de la Iglesia de Santa María (gótica, del siglo XV, aunque modificada en los siglos XVIII y XIX). Es muy recomendable venir por aquí porque se ve una buena perspectiva de esta parte del puerto comercial y también se pasa por el frontón.

Sin embargo, la imagen más típica de Ondarroa es la que nos muestra el puente sobre el río, con la mayor parte de sus edificios principales a la vista (la Iglesia de Santa María, el edificio de piedra de la Cofradía de Santa Ana, las antiguas casas de pescadores, la ermita de Aita Eterno, situada en un alto, a la izquierda, etc.). Por cierto, que el Puente de piedra de Zubi-Zaharra que se ve actualmente corresponde a una remodelación realizada en 1953 del anterior también de piedra, construido en 1795, que sustituyó al medieval de madera y levadizo, erigido hacia 1330.

ZUMAYA/ZUMAIA.
Dejamos atrás la provincia de Vizcaya, entramos en la de Guipúzcoa y nos dirigimos hacia Zumaya, ya que teníamos nuestro paseo en barco a la una. Como íbamos un poco pegados de tiempo, no nos entretuvimos demasiado en buscar aparcamiento gratuito y dejamos el coche en un hueco en la calle, controlado por parquímetro, justo enfrente del amarradero (muelle Txomin Agirre) de donde zarpan las excursiones en barco de Geoparkea. Allí mismo nos explicaron que existe un enorme aparcamiento municipal gratuito al otro lado de la ría, aunque se tarda unos diez minutos caminando hasta el casco viejo. Nos lo apuntamos para llevar allí el coche a la vuelta. No nos daba tiempo a moverlo entonces y, además, ya habíamos puesto el papelito.

La excursión iba de observar la costa (flysch) desde el mar, pues nos habían asegurado que era una de las mejores formas de contemplar estas espectaculares formaciones, que en Zumaya alcanzan una de sus mejores expresiones. Como había leído que las plazas están limitadas y se suelen agotar pronto en verano, las reservé unos días antes por internet. El paseo de una hora costaba 15 euros por adulto (8 euros los niños). Hay otras posibilidades de mayor duración, enlazando incluso una que enlaza con el puerto de Motrico, donde para durante 45 minutos para que los turistas puedan conocer la villa (nosotros ya habíamos estado allí). Asimismo, está la opción de ir en barco hasta Deba (o viceversa), que resulta muy útil si se utiliza como vía de regreso en la ruta senderista que une ambas localidades por la costa, contemplando los acantilados. Lamentablemente, no teníamos tiempo de hacer ese recorrido, que nos hubiera llevado una jornada entera. Lo dejamos pendiente para otra ocasión pues debe ser una auténtica gozada recorrer el flysch caminando, sobre todo teniendo en cuenta lo que vimos después en una muy breve caminata.
Panel informativo en el puerto.


El Geoparque (Geoparkea) es un territorio enclavado entre el mar Cantábrico y las montañas cercanas al litoral entre las poblaciones de Zumaya, Deba y Motrico, con una longitud de 13 kilómetros, donde se produce un fenómeno geológico por el que la línea costera se pliega dando lugar a formaciones llamadas flysch, que afloran por la sedimentación alternativa de rocas de capas blandas (margas y arcillas) con otras de capas duras (calizas, pizarras o areniscas), lo que favorece una erosión diferencial ya que las blandas se desgastan con más facilidad, dejando expuestas a las duras, que, a su vez, protegen a las blandas impidiendo que se desmoronen. Así surge este paisaje tan llamativo en forma de pastel “milhojas”, bañado por el mar; como si una tarta hubiera sido cortada por un cuchillo dando tajos y llevándose trozos adheridos al filo: estos trozos serían la roca blanda y los que se mantienen, la roca dura.

En fin, que sería muy largo y complicado explicar correcta y científicamente todo esto. Y eso fue a lo que se dedicaron en el barco mientras hacíamos nuestra pequeña travesía. Las explicaciones estuvieron bien, pero confieso que la excursión me decepcionó un poco. Después del buen sabor de boca que me dejó la de Bermeo, con el barco a unos pocos metros de los misteriosos y amenazadores perfiles rocosos de la isla de Izaro y del Cabo Ogoño, me pareció que aquel flysch estaba demasiado lejos. Quizás el barco no se puede aproximar más por razones de seguridad, pero no pude evitar sentirme un tanto desilusionada al comparar ambas travesías.


A la ida, oyendo las explicaciones, pensé que a la vuelta, ya con la lección aprendida, nos acercaríamos más para repasar la teoría aprendida, pero fue todo lo contrario pues regresamos todavía más alejados del litoral. Así que comprendí que tendría que conformarme con ver los detalles del “milhojas” al final de la jornada, ampliando las fotos que había tomado, aunque lamentablemente la capacidad del zoom no es la mejor cualidad de mi cámara. Al final y pese a lo que me gustan los paseítos en barco, el corto trayecto se me hizo un poco pesado, aunque de paso también pudimos observar el faro, algunas edificaciones marineras de la bocana del puerto y la playa de Santiago.


De nuevo en tierra, fuimos a comer, aprovechando que todavía nos quedaba tiempo del parquímetro. Recorrimos varios de los restaurantes típicos del casco viejo, pero enseguida nos dimos cuenta que sería imposible encontrar mesa por allí porque estaban a tope. Así que entramos en un bar algo alejado de la zona del turisteo, donde ofrecían menús sencillos a 10 euros. Naturalmente no fue nada del otro mundo (ensalada, espaguetis, pescado y helados), pero sirvió para alimentarnos y tardaron poco en atendernos, que es de lo que se trataba en un día tan complicado como aquél, con casi toda la población vasca y la forastera moviéndose por las zonas de playa.

Luego, mientras mi marido iba a dejar el coche al aparcamiento gratuito, yo me dediqué a curiosear por el casco antiguo de esta población que cuenta actualmente con unos 10.000 habitantes y que, indudablemente, se ha puesto de moda en los últimos tiempos por haber aparecido en famosos rodajes televisivos y cinematográficos, como la serie Juego de Tronos y la película Ocho apellidos vascos.

Un paseo por sus calles me llevó a ver lugares como la Iglesia Parroquial de San Pedro, del siglo XIV y estilo gótico, que se encuentra en un punto elevado del centro y que tiene aspecto de fortaleza; el Convento de San José, y los Palacios de Foronda, los Ubillos y Olazabal.

Iglesia Parroquial de San Pedro.

Sin embargo, lo más característico de Zumaya es el flysch. Así que, por un paseo arbolado que sale a la derecha de la Iglesia de San Pedro, nos dirigimos hacia la famosa Playa de Itzurun, que se contempla perfectamente desde un mirador, que se alcanza tras pasar una especie de pórtico, flanqueado por dos cabezas de animales esculpidas en piedra. Esta playa es de arena dorada, tiene 270 metros de longitud y un fuerte oleaje (en el agua, había un montón de personas apiñadas en una zona concreta, supongo que la más tranquila). Estaba hasta los topes: en vez de una playa guipuzcoana parecía Benidorm en su momento estelar. ¡Madre mía, qué gentío! Hubiera preferido verlo con menos personal, en una jornada nublada y, quizás, brumosa, por aquello del misterio… Pero, bueno, tampoco nos vamos a quejar: nos gustó lo que vimos.



Bajamos a la playa y anduvimos hacia la derecha, donde se apreciaban muy bien los típicos acantilados formando capas, tanto verticales como horizontales. Caminando un poquito (con cuidado, que pincha), pudimos sacar algunas fotos majas esquivando a los bañistas que en esta zona eran menos numerosos, lógicamente.



De nuevo en el mirador, se dan unas pocas vueltas entre unos bloques modernos y se llega a otro mirador, desde el que se aprecian unas preciosas vistas de la playa y de la Ermita de San Telmo, conocidísima por su aparición en la película Ocho apellidos vascos. Muy chula la imagen, aunque hubiera estado mejor al atardecer o con el cielo cubierto, amenazando tormenta. Tengo que verla así en otra ocasión.


Hay que llegar a ella y continuar por un sendero que lleva a la punta de la lengua rocosa que corona la playa y se interna en el mar, dejando otra playa a la izquierda. Las vistas del flysch desde lo alto son estupendas y con un poco de osadía se pueden sacar fotos fantásticas. Pero hay que tener cuidado y no emocionarse demasiado porque la caída es vertical y no hay protección. Con la debida precaución, no es en peligroso, aunque habrá que vigilar muy de cerca a los niños.
Panel informativo de la pequeña caminata.
Las formaciones rocosas impactan (pese a las sombrillas y los miles de bañitas
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Las formaciones rocosas impactan (pese a las sombrillas y los miles de bañitas




Merece la pena darse este paseíto de poco más de media hora (1 kilómetro entre la ida y la vuelta). Si se tiene tiempo, lo más aconsejable es continuar la ruta hacia Deba hasta donde se quiera o se pueda para darse el gustazo de contemplar el espléndido paisaje del flysch.



Como hacía mucho calor, dimos la jornada por concluida y fuimos a buscar el coche. Aunque daba el sol de frente, las vistas de Zumaya desde el aparcamiento eran muy chulas.

A media tarde, emprendimos viaje a Motrico, en donde teníamos nuestro alojamiento de la jornada. Por el camino pasamos por Deba, que también estaba a tope de gente. Desde la carretera vimos algunos panoramas interesantes de ese tramo de la costa vasca.
Deba.
Paisajes de camino desde Zumaya a Motrico.


Paisajes de camino desde Zumaya a Motrico.
