Nuestros planes se torcieron a primera hora, pues pensábamos repetir en la cabaña del camping dónde tan a gusto habíamos estado. Pero al ir a solicitar una noche más, nos dijeron que no podía ser porque estaba reservada. Después de recoger todos los bártulos, al ir a entregar las llaves, nos dicen que hay otra cabaña disponible, por si nos interesaba, aunque a un precio superior porque tenía cocina y baño. Como la carne es débil, pagamos la diferencia y nos quedamos con la nueva cabaña y su aire acondicionado. Aprovechamos para darnos un nuevo baño en la piscina, hacer la colada (en la lavadora del camping, no en la piscina, claro…) y después de comer, me fui al rafting. La verdad es que fue una bonita excursión Colorado abajo, pero sin nada de riesgo, pues atravesamos tres o cuatro rápidos, y lo demás fue un apacible descenso por el río. Eso sí, tuve el gusto de pegarme un chapuzón, que no todos los días se puede bañar uno en el Colorado. De hecho, no creo que lo vuelva a hacer.
Empapado tras el rafting por el Colorado:
A la vuelta del rafting, aún nos dio tiempo de visitar el Arches National Park. Hemos averiguado que la entrada a los parques es gratuita a partir de las seis, pues los que te cobran se van de sus garitas, pero los parques permanecen abiertos 24 horas. Esto reporta dos beneficios: el ahorro de dinero, y fotografiar el atardecer. Claro que, no hubiésemos pagado de todas formas, gracias al pase anual a los parques nacionales que compramos en las Rocky. El inconveniente de ir tan tarde, es que hay que ir un poco deprisa para verlo todo y que no se te eche la noche encima, cosa que por cierto, no conseguimos esta vez. El Arches, como era previsible, es impresionante. Toda la arquitectura natural está aquí representada: hay ventanas, arcos, puentes, bóvedas, columnas, paredes y alguna que otra piedra que le debió caer en su día al Coyote en la cabeza gracias a la astucia de su amigo el Correcaminos. Todo gracias a los productos marca Acme.
A punto para caerle al coyote en la cabeza:
Doble arco. Tan grande como una catedral:
El atardecer se nos fue de las manos...pero valió la pena:
El jueves dejamos atrás el camping de Moab y seguimos nuestra ruta hacia el sur. No siempre las cosas salen como nos gustaría. Planeamos una nueva entrada a Canyonlands para ver una formación rocosa llamada The Needles (las Agujas) para lo que había que hacer un desvío en nuestra ruta de en torno a cien kilómetros. El chasco es que al final se veían las Agujas de lejos, y para verlas de cerca había que darse una buena caminata, cosa para la que no teníamos ni tiempo ni ganas. Pero valió la pena aunque fuese verlas de lejos, y porque por el camino también pudimos ver en las paredes de una roca los petroglifos con más de dos mil años, de los antiguos habitantes de estas tierras. No solo eso; a la vuelta de una curva, nos encontramos con un rebaño de terneros guiados por auténticos cowboys, en sus caballos con sus sombreros, sus camisas de cuadros y toda la parafernalia típica. El genuino oeste americano en vivo.
Grafitis de los antiguos habitantes de estas tierras:
Conductora sorprendida por un rebaño de ternerillos, aunque los cowboys no salen en la foto:
Poco después, otro desvío en nuestra ruta, nos llevó a ver el Bridges Natural Monument, tres puentes de piedra excavados por el mismo río, y de un porte magestuoso. Especialmente estilizado y fino era el último puente, que tuvimos la suerte de poder ver antes de que se caiga, cosa que ocurrirá tarde o temprano. Muuuuuuuucha caló a pleno día pero nos cundió y sobrevivimos.
Soportando al sol, grandísimo hijo de la gran Utah:
Espectacular, ¿no?:
A lo que casi no sobrevivimos es a la carretera que nos había de llevar a nuestro siguiente destino: Mexican Hat. Resulta que es una carretera recta y perfectamente asfaltada durante casi todo su recorrido. Pero este itinerario transcurre por unos altiplanos que aquí llaman “Mesas”. Cuando se acaba el altiplano, hay que bajar al valle, y esta carretera lo hace pasando de estar asfaltada a ser de grava, y además a salvar un desnivel de 400 metros en menos de tres millas. La carretera de la muerte norteamericana, vamos. Lo bueno es que, bajando despacito, no había peligro y, eso sí, disfrutamos como en una divertida atracción de feria pero sin pagar. En Mexican Hat, rellenamos el depósito de combustible, pues por estas tierras hay que llenarlo en cuanto encuentras una gasolinera porque puedes recorrer fácilmente más de doscientos kilómetros sin encontrarte dónde repostar de nuevo. Tras atravesar este minipueblo, y al lado del río, que por cierto se llama San Juan, encontramos un motel del mismo nombre dónde decidimos pasar la noche. ¡ Nuestro primer motel !. Es cómodo, limpio, en un bonito lugar y sin atisbo de tráfico de metanfetaminas. Aunque era tarde, decidimos acercarnos al Monument Valley que no estaba muy lejos de allí. Acertamos con la decisión, pues la mejor hora para ver las gigantescas formaciones es con la luz del atardecer…además de no pagar la entrada porque los indios navajos que controlan estas tierras, ya se habían ido a cenar. El panorama es muy cinematográfico, pues aquí se rodaron películas clásicas como La Diligencia de John Ford. Pero lo más emocionante ha sido pasar por la misma carretera por la que en su día corrió Forrest Gump. Tanto nos ha gustado que mañana vamos a volver para hacer unas cuantas fotos….con más luz.
Mexican hat, otro susto para el Coyote:
En Monument Valley al atardecer. Sin duda, la mejor hora del día para disfrutarlo: