El hotel Relais Charles-Alexandre está al lado de las llanuras de Abraham. Ahora es un parque urbano pero en 1759, cuando Quebec era la capital de Nueva Francia, los franceses fueron derrotados aquí por los ingleses en una batalla que resultó decisiva para la creación de Canadá. Parece un sitio ideal para pasear con vistas al río pero hay montones de nieve sucia y no se ve nada por la niebla, así que volvemos al hotel rápidamente. Nos sirven el desayuno, que es delicioso, y nos vamos al Vieux Quebec para verlo de día. Es extraño encontrarse aquí una ciudad tan europea, con sus murallas, sus casitas y sus tiendas de recuerdos. Nos sorprenden las galerías de arte inuit, con esculturas y grabados de los Inuit, son los esquimales que habitan el norte de la provincia de Quebec. Bajamos hasta el puerto, no hay ningún barco porque está completamente helado. Visitamos le Marché du Vieux Port, un edificio restaurado con puestos de comida y recuerdos, pequeño pero muy agradable, y volvemos al hotel para recoger todo y acercarnos en coche a la cascada de Montmorency.
El río Montmorency cae 83 m sobre un remanso Del Río San Lorenzo. La cascada es la más alta de la provincia de Quebec y supera en 30 m a las cataratas del Niágara. Un puente colgante la cruza con unas vistas fantásticas. Se puede rodear completamente por senderos y escaleras o coger un teleférico que nos lleva al punto más alto. En invierno el agua se hiela y en abril no había terminado de descongelarse. Nos llevamos una sorpresa porque después de coger el teleférico, cruzar el puente y bajar cientos de escaleras en dirección al aparcamiento nos encontramos el sendero cortado por hielo y tuvimos que dar la vuelta y volver a subir por donde habíamos venido. Pero valió la pena. Es espectacular.
Dejamos la cascada y pasamos el resto del día viajando. La etapa es larga pero cómoda, todo autovía y además ha dejado de llover. Llegamos al anochecer a casa de Chantal y Rose, nuestros anfitriones en Ottawa.