El cansancio va haciendo mella, pero aún quedan cosas que ver, tanto en el centro como en el extrarradio de Bujará. Las piernas comienzan a flaquear, así que hoy el día debe ser más relajado en teoría.
Ayer se quedó pendiente la visita a la mezquita más antigua de Bujará llamada Magoki-Attor y, que si creo recordar bien, data del siglo IX. Es una construcción que estuvo enterrada durante muchos años y que fue recuperada mediante sucesivas excavaciones. La sobria fachada denota una antigüedad solemne y su austero interior cobija el museo de las alfombras. Se trata de un edificio pequeño, pero de un valor histórico incalculable.
Después de aquí, nos dirigimos a otra mezquita llamada Hoya Zaynnidin, ésta algo más moderna y que combina artesonados de estrella en el exterior junto a columnas de madera tallada: un aperitivo de lo que veríamos luego en un complejo sufí a las afueras de la ciudad. El interior de la mezquita también merece bastante la pena, en especial su cúpula en relieve.
Continuamos por unas estrechas y céntricas calles, las cuales recuerdan a las medinas marroquíes hasta salir de nuevo a las murallas de la fortaleza, como el día anterior. Bordeamos la muralla para dirigirnos a otro antiguo fuerte que ha hecho las veces de prisión: el Zindan. No accedimos, pues tampoco aparentaba que hubiera gran cosa en su interior.
En sus cercanías acordamos con un taxista un buen precio para llegar hasta el Palacio del Emir (Sitorai Mokhi Khosa, en uzbeko), un complejo ecléctico de estancias palaciegas con jardines que combina elementos de todo tipo: barrocos, timúridas e incluso recuerda en ciertos momentos a la arquitectura hindú. Podría tratarse efectivamente de un pastiche de principios del siglo XX, pero sus jardines y sus salones merecen una visita.

Con el mismo taxista, negociamos igualmente otra visita alejada de la ciudad. Se trata de la necrópolis Bakhautdin Naqsband, una maraña de construcciones brindadas a la peregrinación y a la oración donde se acumulan tumbas, mezquitas, jardines... los artesonados de las terrazas de uno de los patios son sencillamente grandiosos. Una visita muy recomendable, a pesar de su lejanía. La solemnidad del sufismo puede palparse en este lugar que ha ido extendiéndose arquitectónicamente desde el siglo XVI y parece que lo seguirá haciendo, pues está considerado una especie de Meca para los sufistas de Asia central.
Tomamos el taxi de vuelta a Bujará y el amable conductor nos deja de nuevo en Chor Minor (el edificio de los cuatro minaretes) al que subimos por un puñado de soms que al cambio venían a ser menos de un euro.
La tarde hay que tomarla para relajarse y descansar. Aun así, disfrutamos de una magnífica puesta de sol en la plaza de la mezquita Kalon y, posteriormente, de una cena más que aceptable en el restaurante Old Bukhara, plagado de extranjeros, por cierto.
