Finalmente llega el día que no queríamos que llegara, hay que recoger los bártulos y regresar a “la civilización”
Abandonamos el campamento de buena mañana e iniciamos el regreso, a diferencia de a la llegada, la vuelta a Doli lodge la haremos en un solo día, Manu ha aprovechado que relativamente cerca de donde estábamos acampados, encontramos una patrulla del ejército centroafricano, para usar su radio y pedir que los coches nos vengan a buscar a la pista abandonada que encontramos al venir, ahorrándonos así una buena caminata.
Por supuesto, como generalmente ocurre en África, no todo sale según lo planeado, de los dos vehículos que vienen a buscarnos, el segundo de pronto queda atrás y no lo vemos, esperamos un rato a ver si aparece, pero no hay ni rastro de ellos, así que el chofer decide seguir y llevarnos a los que vamos en este primer vehículo hasta el lodge.
Llegamos al lodge y una vez allí el coche que nos ha traído se va, suponemos que a buscar al resto, a ver qué ha pasado. Nosotros nos duchamos y nos vamos a la terraza a tomarnos una cerveza fría, que hace días que añoramos, mientras esperamos que lleguen los que se han quedado atrás.
Pues bien, la espera empieza a resultar preocupante, hace ya varias horas que estamos aquí y seguimos sin noticias del otro vehículo, finalmente y ya de noche, vemos a Manu llegar totalmente agotado. Resulta que nuestra suposición de que el coche que nos trajo hasta aquí regresaría a buscar a los rezagados fue una suposición errónea, el chofer simplemente ya había concluido su trabajo, así que ¿para qué demonios iba a querer volver a donde estaba el otro coche? Simplemente se fue a su casa a descansar.
Por otro lado, el chofer del segundo vehículo, después de una docena de veces de hacer descender a los pasajeros a empujar para poner el coche en marcha y que este se volviera a parar a los cinco metros, parece darse cuenta finalmente de que el problema es que no hay gasolina, entonces deja el coche allí y se va andando hacia Bayanga a buscar gasolina, pero como cuando llega, descubre que en todo Bayanga no hay ni una gota de gasolina, entonces ¿Qué hace?, pues lo más lógico, se va a casa a dormir. No va a volver al coche si no tiene gasolina, ¿Para qué?, como dicen “ir por ir es tontería”.
Al final, Manu ha dejado al resto de nuestros compañeros junto al coche, en compañía de varios bayaka y se ha pegado un carrerón de varias horas por la selva para llegar al lodge donde Luis Arranz le deja su coche para poder ir a buscar al resto, finalmente nos reunimos todos para cenar, un poco tarde, eso sí.
En fin, es lo que tiene este tipo de viajes, que a veces pasan cosas!

A la mañana siguiente, nos levantamos e iniciamos el camino hacia el Congo Brazzaville. Antes de iniciar el camino pero, nos acercamos al poblado donde los bayaka habitan cuando están fuera de la selva y al que acudimos cuando llegamos, para despedirnos definitivamente de ellos. El ambiente es triste y finalmente nos obligamos a subir a los coches y partir sabiendo que nunca podremos olvidar a estas gentes, su alegría de vivir, su compañía y todo lo que nos han enseñado permitiéndonos compartir unos días con ellos en el interior de su amada selva. Las primeras horas transcurren por el camino que sigue dirección sur desde Bayanga, decir que es un camino poco transitado es exagerar, prácticamente no se usa nunca. Varias veces tenemos que bajar del coche, coger las sierras y cortar troncos de árboles caídos atravesados en la ruta para poder continuar, hasta que finalmente, a media tarde llegamos a la punta más al sur de la República Centroafricana, donde encontramos un pequeño asentamiento que ha ido creciendo junto a un puesto fronterizo del ejercito centroafricano.
Aquí deberemos pasar la noche, ya que el ritual del paso de fronteras es largo y complejo, a parte hay que negociar “la propina” que deberemos darles a los guardias para que se decidan a estamparnos los correspondientes sellos en los visados, así que lo primero es montar las tiendas y lo segundo preparar algo de cena.
Pero no hay mal que por bien no venga, esta noche, en el poblado hay una fiesta, se trata de un funeral, pero en esta parte del mundo, un funeral es algo parecido a una boda en nuestra casa, así que bueno, allá vamos, junto a algunos de los bayakas que han decidido acompañarnos hasta aquí, pasamos una noche de fiesta, música, cantos y tabaco de la selva de lo más entretenida.

Por la mañana, ya con todos los sellos en los pasaportes y visados en regla, nos despedimos de los bayaka que nos han acompañado hasta aquí y nos embarcamos en una canoa, que no es más que el tronco de un gigantesco árbol vaciado y empezamos la ruta fluvial hasta Kabo, en la República del Congo. Tras unas cuatro horas de navegación llegamos al primer control aduanero congoleño, aquí está el ejército, así que toca parar, bajar, enseñar papeles y los otros “papeles” antes de continuar. Un poco más abajo, segundo control. Este de la policía de fronteras, más de lo mismo y finalmente llegamos a Kabo, donde nos espera el tercer control, el de la gendarmería.
Una vez formalizados todos los tramites ya podemos decir que ya estamos en la Republica del Congo.
Inmediatamente subimos a un camión con la caja abierta que hace las veces de autobús y nos dirigimos hacia la zona del rio Likouala a donde llegaremos cruzando antes la zona conocida como Black Forest.

Pero antes de llegar allí deberemos pasar la noche, así que nos dirigimos hacia una zona a unos kilómetros de Kabo, donde al amparo de una empresa maderera francesa ha crecido una población. Dormiremos en las dependencias que esta empresa tiene para alojar a los empleados y visitas que vienen aquí y a la mañana siguiente volveremos a subir al camión-autobús y llegaremos finalmente a la hora de comer al pequeño poblado de Mboua.
