20 de julio de 2019
Arranca nuestra última mañana antes de regresar a Mallorca. Se trata de un día que guardamos de margen para el caso en el que un imprevisto nos impidiera llegar a Barcelona a tiempo para coger barco y avión pero, como finalmente todo ha salido según lo planeado, finalmente no ha sido necesario utilizarlo. Así que se nos presenta por delante casi todo un día sin obligaciones que, tras encajar las piezas y conseguir poner a todos de acuerdo, se traducirá en una jornada familiar con partes de ambas familias reuniéndose en Sabadell, una ciudad a 40 minutos en coche de Barcelona que tiene para nosotros un significado muy especial ya que fue donde comenzó nuestra relación.
La mañana pasa calurosa y tranquila hasta que a las 12:00 nos dirigimos mis padres y nosotros dos al parking para darle al coche una última excursión por carreteras extrañas para él. Comemos todos en Can Tòfol, un lugar que hemos descubierto a raíz de que el que iba a ser nuestra primera opción rechazara la posibilidad de reservar mesas y además lo hiciera de muy malas maneras. El Aquí Te Espero de la avenida principal pasa a ser así un claro ejemplo de como en tan solo 30 segundos de conversación telefónica puedes echar por tierra años de buena reputación y perder para siempre a un cliente fiel. Comemos bien, con menús a 10,50 y 16,50 con mucha variedad y servidos de forma diligente. Tras un paseo por los alrededores del Parc Catalunya y a la sombra y fresco de un pequeño rincón en el que observamos caer el agua de una catarata artificial, nos separamos ya que L se irá al aeropuerto con su padre y su hermano mientras yo vuelvo a Barcelona para pasar con los míos un último par de horas antes de dirigirme hacia el puerto. En el camino de vuelta, seguir al pie de la letra las indicaciones de Google Maps me lleva por calles que solo conocía de el Monopoly. De Vía Augusta solo sabía que formaba parte del grupo verde.
Dos horas en casa en compañía de fichas de dominó, vasos de horchata y esas galletas moscovitas que hemos traído y a todo el mundo han convencido, y un último paseo hasta el aparcamiento para plantarse enseguida en el puerto. O no tan enseguida, ya que según me aproximo a la Plaça de Drassanes por el Paral·lel la circulación empieza a congestionarse y, tras de mí, empiezan a sonar cláxones. Veo cruzarse a varios vehículos de los Mossos d'Esquadra para intervenir en algo que está ocurriendo más atrás, así que no me extrañaría que haya evitado por los pelos un corte de tráfico por alguna manifestación espontánea... y menos mal, porque ya estaba apurando los 90 minutos de antelación que Baleària exige para los pasajeros que quieran embarcar su vehículo.
Encuentro el punto de control para el embarque hacia Palma y no gracias a Google, cuyas indicaciones para la "Salida del ferry de Baleària a Palma" me llevan a una carretera cortada. Un agente del puerto me ayuda a encontrar el camino y cuando sigo sus indicaciones y alcanzo el punto de embarque, leen el código de barras de mi tarjeta y me instan a sumarme a una ya extensa cola de vehículos con las luces de emergencia puestas. Tras unos instantes empezamos a circular en convoy a velocidad lenta y siguiendo una furgoneta de la compañía, y durante 15 minutos damos vueltas por el puerto ante la mirada atónita de otros conductores que deben pensar que somos una comitiva presidencial. Finalmente enfilamos la rampa del Rosalind Franklin y apagamos todos el motor en la cubierta 3 del buque, ya que la cubierta superior está ocupada por varios tráileres de mercancias. Y eso que ganamos, ya que de ese modo me ahorro tener que lavar urgentemente el coche a mi llegada a Palma para quitarle toda la sal que hubiera recibido durante la travesía.
Subo hasta la recepción de la cubierta ocho en la que me entregan la llave de mi camarote doble. Tras el mal trago del año anterior en el que solo contaba con acomodación de butaca para el trayecto de vuelta, esta vez no quise correr riesgos. El camarote es todo un lujo en comparación, con una cama -y litera abatible encima de ella en caso de que fuéramos dos personas-, un pequeño escritorio y un baño con ducha que no tengo previsto utilizar. Dejo mis cosas y me dirijo a la cafetería para comprar algo caliente que llevarme a mi "casa" antes de que suba el resto del pasaje y se formen largas colas. Diez minutos más tarde estoy de nuevo sentado en mi escritorio con un wrap de pollo y una lata de cerveza que he traído de la nevera de mis padres. Las dos pastillas de Biodramina sin cafeína que me he tomado al subir al barco empiezan a hacer efecto tras pasar 30 minutos redactando la etapa del penúltimo día, y esa pequeña cama cada vez parece más y más cómoda. A las 23:00, coincidiendo con la hora prevista para abandonar el muelle, apago las luces y cierro los ojos, no sin antes dejar mi móvil junto a la almohada con el recurrente audio de lluvia en bucle para amortiguar el ruido de familias que o siguen buscando su camarote, o ya están en él y creen que las paredes están insonorizadas. Pero da igual cuánto griten, porque el poder de la Biodramina lo puede todo. Cierro los ojos y no despierto hasta que a las 6:00 el empleado de la compañía va golpeando las puertas avisando de que estamos aproximándonos a Puerto de Palma.

Así, sí (1)

Así, sí (2)

Así, sí (y 3)
Recojo las cosas, entrego la llave y bajo a la cubierta donde esperan los coches no sin antes asomarme a la cubierta superior para disfrutar de los tonos morados que están apareciendo sobre una costa cada vez más cercana a nosotros. A las 6:45, un cuarto hora antes de lo programado, estamos ya circulando por el muelle de una Palma de Mallorca que ya a esta hora comienza a rozar los 30 grados. Los pocos minutos en los que atravieso el Paseo Marítimo son suficientes para ver cuatro ambulancias con sus respectivas muchedumbres de gente curiosa y con resaca alrededor y es que, claro, acaba de empezar un domingo de verano en una de las zonas de discoteca más populares. Viendo restos de un aspecto de la adolescencia que no añoro, acudo a la cita con un amigo para desayunar juntos y así ir asumiendo poco a poco que ya estoy de vuelta. Aunque entre el sofocante bochorno y los borrachos, ya tenía bastante claro que estaba de vuelta. Hola de nuevo, Mallorca. Hasta la próxima, Asturias y Cantabria. Porque habrá una próxima.

Y fin