Llegábamos al último día de nuestro viaje y había que aprovechar el tiempo que nos quedaba en la ciudad. Nuestro vuelo salía a las 19:50, por lo que teníamos hasta bien empezada la tarde de margen. Tras disfrutar de nuevo del desayuno del hotel, hicimos el check out y dejamos nuestras maletas en una habitación que tienen habilitada en el propio hotel para ello (lo cual se agradece).
Y al salir del hotel, primera sorpresa agradable del día: sol y una temperatura más que agradable. La Plaza de la Ciudad Vieja lucía magnífica con tanta luz pero no nos entretuvimos demasiado y nos fuimos a Josefov, el barrio judío de Praga. Este barrio, que es fruto de la unión de todas las comunidades judías de la ciudad y de su aislamiento del resto de la ciudad, debe su nombre a Jose II, ya que bajo su mandato fue cuando este colectivo comenzó a tener ciertos derechos que antes no disfrutaban.
Se trata de un barrio pequeño, en el que todo está cerca y que tiene su mayor interés en las sinagogas. Hay varias y hay que sacar entradas dependiendo de lo que te interese ver. Las dos modalidades se diferencian en que incluyen (o no) la sinagoga Nueva-Vieja (donde quizá encontréis al golem!) y la entrada se puede sacar en cualquiera de las sinagogas. Nosotros fuimos la primera a la Sinagoga Pinkas, porque nos llamaba mucho la atención el museo judío y queríamos verlo sin aglomeraciones y, en vista de que para la Sinagoga Nueva - Vieja suele haber mucha cola, elegimos la opción de no incluirla en nuestra visita (al menos, inicialmente). Así, los tickets para los dos fueron 660 CZK (ojo!, no aceptan tarjeta, solo efectivo) más otras 10 CZK por una kipá que tuve puesta dentro de los templos y que luego me quedé de recuerdo.
Y al salir del hotel, primera sorpresa agradable del día: sol y una temperatura más que agradable. La Plaza de la Ciudad Vieja lucía magnífica con tanta luz pero no nos entretuvimos demasiado y nos fuimos a Josefov, el barrio judío de Praga. Este barrio, que es fruto de la unión de todas las comunidades judías de la ciudad y de su aislamiento del resto de la ciudad, debe su nombre a Jose II, ya que bajo su mandato fue cuando este colectivo comenzó a tener ciertos derechos que antes no disfrutaban.
Se trata de un barrio pequeño, en el que todo está cerca y que tiene su mayor interés en las sinagogas. Hay varias y hay que sacar entradas dependiendo de lo que te interese ver. Las dos modalidades se diferencian en que incluyen (o no) la sinagoga Nueva-Vieja (donde quizá encontréis al golem!) y la entrada se puede sacar en cualquiera de las sinagogas. Nosotros fuimos la primera a la Sinagoga Pinkas, porque nos llamaba mucho la atención el museo judío y queríamos verlo sin aglomeraciones y, en vista de que para la Sinagoga Nueva - Vieja suele haber mucha cola, elegimos la opción de no incluirla en nuestra visita (al menos, inicialmente). Así, los tickets para los dos fueron 660 CZK (ojo!, no aceptan tarjeta, solo efectivo) más otras 10 CZK por una kipá que tuve puesta dentro de los templos y que luego me quedé de recuerdo.
A las 9 abren las Sinagogas y nosotros llegamos a Pinkas a las 9:20. No había nada de cola y dentro de la sinagoga no había tampoco prácticamente nadie, por lo que pudimos hacer una visita muy cómoda. Nos impresionó muchísimo todo lo que vimos aquí, ya que está convertida en un monumento a la memoria de los judíos asesinados por los nazis (en las paredes hay escritos a mano miles de nombres de víctimas del nazismo). En especial hay una parte donde se exhiben los dibujos de niños que estaban presos en el campo de concentración de Terezín que ponen literalmente los vellos de punta. Tuve sensaciones muy parecidas viéndolos a las que sentí años atrás en Mauthausen, esa presión en el estómago y el mal cuerpo de pensar lo que se tuvo que sufrir en esas situaciones.
Por supuesto, dentro de la visita a esta sinagoga pudimos ver el cementerio judío y, gracias a que llegamos tan temprano, pudimos estar por él un buen rato sin ningún tipo de problema. Hay que tener en cuenta que el cementerio se ve a través de "un camino" de un único sentido, por lo que si hay mucha gente no se podrá parar demasiado (tenedlo en cuenta si esto es una de vuestras preferencias para ir lo antes posible). Como nos explicaron el día anterior, este cementerio era el único lugar permitido durante 300 años para enterrar a judíos en Praga, por lo que las tumbas estaban apiladas en varias alturas (se calcula que hay unas 100.000 personas enterradas ahí). Las tumbas están puestas sin un orden concreto y tiene por encima gran cantidad de piedras con papeles debajo (tiene que ver con una tradición de deseos dirigidos a Dios). Hicimos numerosas fotos, parando todo el tiempo que fuese necesario, y encontramos las tumbas del rabino Loew y de Mordecai Maisel. Sin duda, una de las visitas imprescindibles de Praga (y si tenéis la suerte de disfrutarla como nosotros, en ausencia de más gente, mucho mejor).
De ahí pasamos a la sinagoga Klausen, justo al lado. Pinkas había dejado el listón altísimo y esta nos supo a muy poco. Tras pasear un poco más por Josefov y ver de nuevo la escalera por la que sale el golem, nos fuimos a la Sinagoga Maisel, en cuyo interior está una exposición bastante interesante dedicada a la historia de los judíos en Praga (usa nuevas tecnologías para mostrar cómo se fue creando la judería).
Por último, llegamos a la Sinagoga Española. Justo en su puerta está la estatua en memoria de Frank Kafka, curiosa como casi todas las esculturas de la ciudad checa. Por dentro, esta sinagoga nos dejó bastante impresionados, ya que su diseño se separa bastante del resto. Cualquiera que haya estado en La Alhambra verá ciertas similitudes con este edificio. Es realmente bonita y dentro también podéis encontrar un pequeño museo con objetos relacionados con la persecución nazi a la comunidad judía.
Con esta visita completábamos lo que nos interesaba ver y definitivamente, dejábamos fuera la Sinagoga Nueva-Vieja (otro motivo más para volver a Praga). Eran las 11:30 y con el excelente tiempo que hacía ese día, nos apetecía pasear por la ciudad para despedirnos de ella. Así, nos fuimos de nuevo a la Plaza de la Ciudad Vieja y entramos en Nuestra Señora de Tyn. Definitivamente, es mucho más atractiva por fuera que por dentro aunque tiene cosas interesantes como el órgano más antiguo de Praga.
Estuvimos un rato sentados en la plaza, admirándola una vez más. No nos cansábamos de ver cada uno de los rincones de la plaza, de las más bonitas que hemos visitado. Tras eso, nos fuimos a pasear por penúltima vez por el Puente Carlos. Con las chaquetas fuera (increíble siendo Marzo) disfrutamos de varios músicos que tocaban por el puente y de las vistas que hay desde el puente con la luz del sol. Aprovechamos también para hacer algunas compras más por la zona antigua , incluso entramos en las tiendas de golosinas Captain Candy, donde es imposible resistirse a llenar una de sus bolsas de papel de golosinas gigantes (ojo, que el precio también es alto).
Estuvimos un rato sentados en la plaza, admirándola una vez más. No nos cansábamos de ver cada uno de los rincones de la plaza, de las más bonitas que hemos visitado. Tras eso, nos fuimos a pasear por penúltima vez por el Puente Carlos. Con las chaquetas fuera (increíble siendo Marzo) disfrutamos de varios músicos que tocaban por el puente y de las vistas que hay desde el puente con la luz del sol. Aprovechamos también para hacer algunas compras más por la zona antigua , incluso entramos en las tiendas de golosinas Captain Candy, donde es imposible resistirse a llenar una de sus bolsas de papel de golosinas gigantes (ojo, que el precio también es alto).
El calor hizo que nos entrase sed, y aún quedaba tiempo para algunas pivos más, así que decidimos ir a comer. Teníamos apuntado pasar por el U zlatého tygra, pero al llegar nos pareció que había cerrado. Sin embargo, justo al lado encontramos un cartel que ponía pintas de cerveza a 25 CZK y algunos "platos del día" apetecibles llamado U Modreho Hroznu. Decidimos entrar y no pudimos tomar mejor decisión. Comimos de escándalo, con un goulash delicioso y muy buena cerveza por un precio de 550 CZK, ¡¡excelente!!. No pudimos dejar propina porque con la tarjeta no la aceptaban y no llevábamos nada suelto (pedimos disculpas porque realmente se la merecían). Un sitio 100% recomendado (podéis leer una reseña más completa aquí).
Tras comer, y viendo que aún eran las 2 de la tarde, decidimos dar un último paseo por Praga e ir a visitar uno de los puntos que nos habíamos dejado pendiente. Así, volvimos a cruzar el Puente Carlos y fuimos hacia el norte, a los Jardines de Vojan (Vojanovy sady) que, según se comentaba, pasa por ser uno de los sitios más tranquilos y relajantes de Praga. Damos fe de que así, unos jardines que antes pertenecían a un convento en el que puedes sentarte a descansar mientras ves los pavos reales pasando por delante. Tras un buen rato, volvimos a la parte antigua cruzando en Puente Manés, el último que nos faltaba por atravesar (y haciendo las últimas fotos a modo de despedida al Puente Carlos).
Tras llegar de nuevo a la Plaza de la Ciudad Vieja, gastamos algunas monedas más en un último trdelnik para cada uno, aunque esta vez cambiamos y lo compramos en un sitio diferente que los hacían con forma de cono (si no me equivoco, en la calle Karlova) y que estaban bastante peor que los de la calle Celetná. De ahí, despedida de la Plaza y de Nuestra Señora de Tyn y al hotel a recoger las maletas.
El viaje de vuelta no tuvo ningún tipo de incidente, repitiendo el recorrido de la ida de Metro + Bus (por 80 CZK y sencillísimo, como en la ida) y con tiempo más que de sobra en el aeropuerto para pasar un buen rato viendo al Atleti ganar 3-0 al Celta (sacando partido al roaming gratuito de Vodafone). Vuelo sin ningún tipo de incidencias, muy cómodo. Cerca de la media noche salíamos de Barajas, recogimos el coche en el parking (desierto a esas horas) y directos al hotel Ilunion Alcalá Norte (reseña), donde pasamos esa noche (ya nos dijimos a nosotros mismos, tras volver de Roma, que no haríamos el viaje de vuelta de carretera tras un día de turismo por el cansancio).
Nos quedaba la última curiosidad del viaje, y es que, al día siguiente, a las 8:00, desayunando en el hotel nos encontramos con familia de Palma de Mallorca que habían ido a ver al Atleti con su peña sin saber que estaban allí. ¡¡Qué pequeño es el mundo!!. Un fin genial para un viaje que recordaremos mucho tiempo.
Nos quedaba la última curiosidad del viaje, y es que, al día siguiente, a las 8:00, desayunando en el hotel nos encontramos con familia de Palma de Mallorca que habían ido a ver al Atleti con su peña sin saber que estaban allí. ¡¡Qué pequeño es el mundo!!. Un fin genial para un viaje que recordaremos mucho tiempo.