CASCADAS Y MOLINOS DE ONETA.
Estas cascadas están declaradas Monumento Natural en el municipio de Villayón, en la zona occidental de Asturias, si bien llevan el nombre de la aldea que da nombre al río que las forma. Son tres saltos de agua que se encadenan en pocos metros, aunque el tercero es complicado de encontrar. Además el flujo de agua es permanente, con lo cual pueden visitarse a lo largo de todo el año, incluso en verano, como fue nuestro caso. Excursión muy recomendable.
Situación en el mapa peninsular según Google Maps.
Datos de la ruta.
Recorrido lineal; es decir, de ida y vuelta por el mismo sitio.
Longitud: 2 kilómetros.
Duración: 1 hora en total.
Nivel: fácil.
Saliendo de la Oficina de Turismo (está a la entrada del pueblo), a la izquierda, se toma una pista ancha y plana, que deja el río a nuestra izquierda. La ruta irá siempre paralela al río, con este a la izquierda, salvo al llegar a la segunda cascada, donde hay que cruzarlo.
Con unas vistas muy sugerentes del campo circundante, caminamos entre prados hasta llegar al bosque, que atravesamos por un sendero fácil hasta que una pendiente en bajada nos llevó rápidamente a la primera cascada, llamada la Firbia o Firvia. Qué bonita la cortina de agua rodeada de una densa vegetación de alisos, sauces y fresnos, con el musgo alfombrando las piedras.
Aunque se veía bien desde el mismo acceso, nos acercamos todo lo que pudimos hasta casi tocarla. Hay que saltar algunas piedras, pero se llega después de unos pocos equilibrios. Allí pudimos descubrir que la caída vertical de más de 20 metros tiene varios escalones escondidos en la parte más alta. El agua al caer forma una poza, en la que se estaban bañando un par de valientes. Apenas habíamos tardado 15 minutos desde el pueblo hasta allí, menos de los que transcurrieron hasta que dejamos aquel lugar tan encantador.
Seguimos por el sendero que continua paralelo al río y enseguida nos encontramos un antiguo molino, el Molin de Abaxo. Hay paneles explicativos de cómo funcionaba y se puede entrar a comprobarlo porque conserva la maquinaria en buen estado. Resulta entretenido y pasamos un ratito allí, curioseando.
Continuamos hacia la segunda cascada por un bosque cada vez más frondoso. Había una roca con una fisura enorme: daba cosa pasar tan cerca, no se fuera a caer. Nos encaramamos a un muro y vimos el río correr formando pequeñas cascaditas. Dicen que con suerte también se pueden ver nutrias y mirlos acuáticos por aquí, pero supongo que será en otra época con menos presencia humana.
Después de otra una bajada pronunciada, llegamos a un segundo molino, también con paneles informativos y al que igualmente se podía acceder pues estaba en perfecto estado de conservación. Se nota que cuidan las rutas turísticas por aquí.
Siguiendo los indicadores, continuamos el sendero que buscaba el agua formando pequeños saltos. En pocos minutos estábamos frente a la segunda cascada, la Ulloa, no tan vertical porque más que caer se desliza sobre la pared de roca, pero igual de bonita que su hermana mayor. De nuevo tocó mojarse y hacer equilibrios sobre las piedras para conseguir la mejor perspectiva.
Hay una tercera cascada, la Maseirúa, pero no supimos dónde estaba. Parece que el acceso es bastante complicado.
Tardamos casi dos horas en hacer la caminata completa, ya que nos entretuvimos mucho, contemplando las cascadas, saltando de piedra en piedra, viendo los molinos… En fin, ni que decir tiene que nos gustó. Además, aunque había bastantes turistas, tampoco llegaban a ser multitud, con lo cual la excursión fue muy agradable y no hacía falta sacar invitados no previstos en las fotos.