Salimos de la Estación de Chamartín en AVE hacia Orense, donde hicimos un trasbordo (apenas siete minutos) a un tren convencional que nos llevó hasta Sarria (Lugo). En total, tardamos 3 horas y 40 minutos, llegamos sobre la una y veinte y fuimos directamente a nuestro alojamiento para dejar las mochilas, lo que nos llevó unos quince minutos caminando. De paso, pudimos ir conociendo un poquito la parte baja y más moderna de la población, que no es, por cierto, donde están colocadas las letras de su nombre.

Habíamos reservado habitaciones con baño en un hostal llamado Baixo A Lua Rooming (58 euros), que nos sorprendió muy gratamente. Establecimiento nuevo, con cuartos cómodos, amplios y muy limpios. La pareja que lo lleva de lo más amable. Nos plastificaron las etiquetas de Correos y las pusieron en las mochilas, nos aconsejaron sitios para comer y nos facilitaron planos e información turística. Un diez. Y, por cierto, también nos estamparon nuestro primer sello en la credencial, lo que, por qué no decirlo, nos hizo bastante ilusión.
Fotografías de la habitación y del plano turístico e informativo que nos facilitaron en el hostal.




Aunque el cielo estaba un poquito nublado, la temperatura era muy agradable. Así que almorzamos un menú en la terraza de un restaurante. Allí aprendí que los callos con garbanzos a la gallega son, en realidad, garbanzos con algún que otro callo. No es que no me gustasen, pero me quedé un poco decepcionada, pues confieso mi ignorancia y esperaba algo parecido a los callos a la madrileña, con muchos callos y poquitos garganzos. Lo tuve en cuenta para los días sucesivos, ya que es un plato muy habitual en Galicia y bastante frecuente en el “menú del peregrino”, al que me referiré más adelante. También tomamos paella y potaje.


Al igual que ocurrió a lo largo de todo el recorrido, enseguida empezamos a ver alusiones al Camino de Santiago, que parece haberse convertido en una de las principales (si no la principal) fuente de ingresos turísticos para los municipios de esta zona gallega, sobre todo en los últimos tiempos (época de pandemia aparte, claro), cuando el Camino parece haberse puesto más de moda que nunca tanto a nivel nacional como internacional.

No niego que nos produjo cierta emoción ver nuestro primer mojón con la viera azul, la flecha amarilla y la distancia hasta Santiago: 114,736 Kilómetros. Por cierto, que las insignias con la vieira o concha, que teóricamente solo se vendían en la ciudad compostelana, era el modo que empleaban los primitivos peregrinos para acreditar que habían completado la ruta a pie hasta Santiago, lo cual se empleaba en muchas ocasiones para obtener recompensas que escapaban del ámbito espiritual. Por eso, pronto empezaron a proliferar las falsificaciones, lo que obligó a intervenir incluso al Papa, que estableció penas de excomunión para los falsificadores. A partir del siglo XIII surgieron las cartas probatorias, antecedente directo de la Compostela, cuyo formato y condiciones fueron variando a lo largo del tiempo.


Tras descansar un rato, salí a dar una vuelta, utilizando el plano que me habían facilitado en el hostal. Tuve que subir alguna que otra cuesta, pero el recorrido por el casco antiguo me compensó el pequeño esfuerzo. Con cerca de 15.000 habitantes, Sarria es el quinto municipio más poblado de la provincia de Lugo, de cuya capital se encuentra a unos 31 kilómetros. En la zona existen yacimientos prehistóricos, castros, restos de la época romana y también conventos e iglesias medievales, sobre todo románicas, de las que se conservan una veintena en todo el municipio. Mi paseo lo inicié caminando por la Rúa do Peregrino, crucé el río Sarria y ascendí la Escalinata Maior, que me condujo a la Rúa Maior, lugar de mucho ambiente, donde se concentran tabernas, bares, mesones y restaurantes, así como tiendas de recuerdos, aunque a esa hora no estaban muy concurridos





No tardé en divisar la Iglesia de Santa Mariña, construida en 1885 sobre un templo románico del siglo XII. En el exterior, en un jardín, hay un cruceiro.



Tras pasar por la Plaza do Concello, llegué a la Iglesia de San Salvador, del siglo XIII, con elementos románicos y arcos y puertas góticas. La espadaña es de 1860. Estaba cerrada, así que no vi el interior.


Continué hacia la Rúa do Castelo, de cuya fortaleza del siglo XIII solo se conserva una torre redonda de 14 metros, cubierta por una bóveda de cañón apuntada. Apenas pude distinguir la silueta desde el exterior, ya que se halla en un recinto cerrado. Retrocediendo unos metros, llegué hasta la Rúa de la Merced, en cuyos alrededores se asientan algunos edificios notables, como el antiguo Hospital de San Antón, fundado en 1589 para acoger a los peregrinos, y la Cárcel Preventiva, que data de la primera mitad del siglo XX.


Un poco más adelante, desde el Miradouro do Carcere, junto al cual se encuentra un cruceiro de construcción moderna, se tienen unas amplias vistas de la parte baja de la villa y de la Vega del Sarria, si bien los árboles estorbaban un tanto el panorama.


Más interesante me resultó la visita al Monasteiro da Madalena, cuyo origen se remonta al siglo XIII. Contiene elementos románicos, góticos y barrocos. El claustro es de estilo gótico, si bien conserva una puerta románica junto a la escalera principal. Aunque el portón esté cerrado, durante el horario de visita que se señala en el exterior, te abren si tocas la campana. Merece la pena entrar a echar un vistazo tanto por dentro como por fuera.





Por la tarde, ya los tres juntos, caminamos un rato por el Paseo del Malecón, junto al río Sarria. A la hora de cenar, empezó a llover con intensidad mientras soplaba un viento tan fuerte que a mi marido se le rompió el paraguas. Regresamos al hostal para coger los chubasqueros y ropa de abrigo, pero cuando aparecimos de nuevo en la calle el aguacero había cesado y el viento también, de modo que pudimos cenar tranquilamente unas tapas en la terraza de un mesón en la Rúa Maior.

Antes de acostarnos, dejamos las tres mochilas en el sitio dispuesto por el hostal para que las recogiera Correos. Y nos fuimos a dormir sabiendo que al día siguiente comenzaríamos de verdad nuestro “Camino de Santiago”.