Este viaje es mucho más que un viaje y, sobre todo, no es un viaje cualquiera, así que no se puede resumir diciendo si te ha gustado más o menos, si merece la pena menos o más, porque cada persona lo hace por una motivación diferente, y diferente será también su opinión al finalizarlo. Personalmente, puedo decir que ahora estoy mucho más satisfecha de la experiencia que cuando la terminé. Entonces, no estaba segura de si volvería a repetirla; ahora sé que sí, que -salvo imponderables que nunca se pueden descartar- haré más etapas del Camino Francés o de otro distinto, completo o por partes, pero lo haré.
Antes de terminar, un par de comentarios por si le pueden ser de utilidad a alguien o para darles ánimo, simplemente, aunque tampoco me quiero enrollar porque ya he contado muchas cosas a lo largo del diario y hay información sobre el Camino por todas partes.
Hicimos un tramo corto del Camino Francés, 115 kilómetros, nada que ver con quien se aventura a la ruta entera. Un aperitivo, vamos. Por supuesto, resulta cansado, pero no me pareció especialmente duro, si bien estamos muy acostumbrados a caminar haciendo rutas de senderismo, aunque no tantos kilómetros ni tantos días seguidos. Hoy por hoy, en el recorrido desde Sarria me ceñiría a las etapas oficiales, que son cinco, en vez de seis como hicimos nosotros. Es decir, iría de un tirón de Palas de Rei a Arzúa. Eso sí, merece la pena detenerse a dar un paseo por Melide.
Al llevar los alojamientos reservados, podíamos permitirnos el lujo de no madrugar demasiado (empezábamos sobre las ocho y media o las nueve). A la llegada, siempre tuve tiempo (y ganas) de salir a pasear por el pueblo de pernocta. Muy recomendable darse una vuelta por los sitios, aunque solo sea para conocer la iglesia local, en la que, normalmente, se celebra la Misa del peregrino a las siete de la tarde. Aunque no se sea creyente, es interesante pasar y darse cuenta de la cantidad de gente que hace el Camino, de multitud de nacionalidades, algunas lejanas y sorprendentes.
En verano, los días son largos y, aunque llueva, la temperatura no suele ser baja, así que hará más falta un chubasquero que un abrigo, lo mismo que un pantalón de trekking, que sea impermeable. Viene bien un paraguas plegable, resistente al viento y que no pese. Protegen más que las capuchas y no estorban, ya que no se va por senderos complicados. Eso sí, que sea un buen paraguas. Yo tengo uno estupendo que compré en Balmaseda. Me pareció caro, pero cuando se lo comenté la señora que me lo vendió me dijo, "oiga, es que este es un paraguas vasco y los paraguas vascos lo aguantan todo, no se desmoronan como los chinos". ¡Y qué razón tenía! Lo llevo usando años, no abulta ni pesa, y es tan pequeño que lo guardo en el bolso.
Últimamente, el Camino de Santiago se ha convertido para mucha gente en un circuito turístico más. Es una opción muy respetable, claro está. Sin embargo, en mi opinión, tampoco se debe tomar como una serie de rutas de senderismo consecutivas, porque no lo son. Aunque las etapas constan de bastantes kilómetros, se camina mejor porque no hay caminos abruptos, ni piedras, sino pistas o sendas amplias, incluso tramos paralelos a las carreteras, aunque tengan sus buenas cuestas arriba y cuestas abajo. Con esto me refiero a que no todo son paisajes fantásticos, ni vistas panorámicas, ni finales en cascadas de cuento. Se pasa por bosques muy bonitos, se cruzan aldeas perdidas, se contemplan cruceiros y se visitan iglesias románicas... Pero también hay muchos kilómetros vacíos de contenido visual, solo andar y andar sin contemplar nada de interés, pensando, meditando, deseando que los kilómetros transcurran deprisa. Y, a veces, se hace largo. Sin embargo, al concluir cada etapa, se siente una satisfacción difícil de explicar. Y, vislumbrar Santiago desde el Monte do Gozo; y llegar al final, frente a la Catedral... ¡Oh!Y si, además, aparece el arco iris tras el chaparrón... ¡Ufff!
¡Hasta pronto, Camino de Santiago!