A diferencia del recorrido cultural por los sitios mayas donde todo lo traíamos contratado desde España, para la estancia de tres días que teníamos previstos pasar en el Caribe Beliceño, tan sólo teníamos reservado el alojamiento en la ciudad de San Pedro, en el Cayo Ambergris, el mayor y situado más al norte, haciendo frontera con México por mar.
Queríamos hacer snorkel en la Barrera de Coral y, especialmente, intentar ver manatíes. Por lo que leí en internet, lo más práctico era contactar con algún marinero una vez llegados al cayo y concertar con él las excursiones. Y así lo hicimos.
Desde San Ignacio, fuimos en coche directamente hasta el puerto de la capital del país, Belice City, donde aprovechamos para cambiar moneda (siempre lo hicimos en la calle, donde ofrecían un cambio mucho más ventajoso que en los bancos) y compramos los billetes para el primer ferry disponible que tardó una hora y media en llevarnos a San Pedro, la única población de Cayo Ambergris, que está situada en su parte sur.
San Pedro está comunicada también comunicada por ferry rápido con la ciudad mexicana de Chetumal, de tal forma que es punto de entrada y salida del país, por lo cual funciona también como aduana. Al final de nuestra estancia sería la forma en que regresaríamos a México.

En el cayo no hay coches. La forma de transporte más usada es el carrito de golf, que se puede alquilar por días, la bicicleta y, por supuesto, por agua, con barcas y lanchas que se mueven por toda la costa.
Cayo Ambergris tiene unos 35 kilómetros de largo por unos cinco en su punto más ancho, pero su población y actividad de concentra casi en su totalidad en torno a San Pedro.
A la llegada, nos estaba esperando un chico enviado por la anfitriona de nuestro alojamiento, que nos llevó en un carrito y nos puso al día de cómo funcionaba más o menos el tema de las actividades turísticas, cómo moverse y demás. Nos dijo que conocía una persona que gestionaba todo y, si queríamos, le diría que se pasara por nuestro alojamiento, Así, lo acordamos.
Estábamos alojados en "La Casa del Rai", un apartamento en el mismo San Pedro, en un pequeño edificio donde la dueña vivía en el piso bajo. Teníamos una terraza con bonitas vistas del mar Caribe.

San Pedro recibe muchísimo turismo norteamericano y eso suele ser sinónimo de precios altos. Lo eran los restaurantes y lo eran también las excursiones que se pueden hacer por el entorno.
Nuestra anfitriona nos recomendó que compráramos en los pequeños restaurantes locales de comida para llevar, que se componían de una cocina con varias personas que no paraban de trabajar, un par de mesitas en la calle y un tablón con el menú, que era poco amplio y algo difícil de entender, así que a la pregunta de qué queríamos, la respuesta era “pues un poco de todo”.

Básicamente, era a base de pollo y pescados frescos que estaban exquisitos. Nuestros hijos preferían el especializado en comidas mexicanas.
Allí parecía no cocinar nadie en su casa. Llegada la hora del almuerzo o la cena, estos locales se llenaban de gente que bajaban la persiana cuando no le quedaban más existencias.
Con el “agente turístico” a domicilio, concertamos las excursiones para los dos días siguientes: el primer día iríamos a la Reserva Marina Hol Chan y alrededores, en una excursión de algo más de tres horas, que incluía snorkel y entre sus atractivos el avistamiento de manatíes.
Para el siguiente día, preguntamos si era posible ir a algunos de los cientos de pequeños cayos que conforman la Barrera de Coral, donde pudiéramos hacer snorkel. No había excursiones como tal, que requerían embarcaciones de mayor calado.
Con respecto al “Blue Hole”, yo ya tenía descartada de antemano esta excursión, que puede parecer un imprescindible en la Barrera de Coral. Las principales razones eran, por un lado, el precio excesivo que, en nuestro caso había que multiplicar por cuatro y por otro, las opciones : se podía hacer un sobrevuelo en avioneta (siempre he descartado este tipo de actividades, sólo tomo vuelos porque es imprescindible para desplazarse rápido), la otra era un larguísimo viaje ida y vuelta en barco en mar abierto que merece la pena para los que hacen la inmersión de buceo, no para hacer un snórkel que está condicionado a las condiciones del mar ese día.
Finalmente, para el segundo concretamos una excursión de día entero en lancha alrededor del cayo, para dirigirnos a la Reserva Marina de Bacalar Chico. Incluía snorkel y una comida preparada en base a lo que pescáramos durante la jornada.
También se encargó de proporcionarnos un carrito de golf para los días que íbamos a estar en la isla y que era imprescindible para salir fuera de San Pedro.
Con lo del agente turístico nos vimos involuntariamente envueltos en conflicto conyugal, pues resultaba ser el marido de nuestra anfitriona. La pobre señora se quejaba amargamente de que un día, sin más ni más, se marchó y no había querido volver a la casa. Todavía seguían casados.
El resto de esta larga jornada lo empleamos en aprender a manejarnos con el carrito, que no estaba en las mejores condiciones que cabía esperar y buscar el restaurante menos caro (tarea muy difícil) y que tuviera una mesa libre (también muy difícil) donde cenar.