El Cayo Ambergris está separado unos 20 kilómetros del continente, quedando entre los dos una zona de aguas someras y tranquilas, que bañan la costa oeste del cayo. Por su costa este, tras la barrera de coral, se abre al Mar Caribe.
San Pedro está en este lado oriental, al que llegan las corrientes que arrastran el sargazo que, al igual que en Tulun cubría todo el litoral. La diferencia estaba en que allí los complejos hoteleros se esforzaban por retirarlo. Aquí se acumulaba día a día y no desaparecía hasta su descomposición.
En San Pedro y sus alrededores no hay playas amplias y de arena fina, como en otras partes del Caribe. La costa del cayo es de roca coralina y, de tanto en tanto, hay alguna pequeña playa a la que te tienen que llevar en barca. En aquellas fechas no merecía la pena el intento, porque todo el litoral este estaba cubierto de sargazo.
La parte occidental, sin embargo, está a resguardo de las corrientes oceánicas y a ella no llega la molesta alga. En esta parte se encuentra la playa más famosa del cayo: Secret Beach a la cual se necesitaba ir con el carrito de golf y allí iríamos en la tarde del segundo día, ya que por la mañana teníamos contratadas las excursiones a la Barrera de Coral.
Nos habían citado por la mañana en un embarcadero situado por debajo de nuestro apartamento y, de camino, aprovechamos para dar una vuelta y comprobar que, además del sargazo, en la playa había bastantes plásticos y desechos como para poderse bañar allí.

Pasó a recogernos un marinero curtido, al que su acompañante llamaba “abuelo”, aunque no era su nieto. Era la forma en que le llamaban en el cayo y así lo llamaríamos nosotros también.
El plan de la jornada era comenzar por la Reserva Marina Hol Chan, que se encuentra situada al sur del cayo, próxima a la parte norte del vecino Cayo Caulker, que precisa el pago previo de un impuesto de acceso, que llevábamos incluido en nuestra excursión y nos dieron una pulsera como identificativo, ya que se acercan a diario los barcos de los guardas para supervisar.
La reserva coge una zona de manglares al sur del cayo y se extiende hasta la barrera de coral. Se estableció a finales de los 80, cuando los daños en el arrecife por la pesca intensiva ya eran irreversibles. Es una zona de especial concentración de fauna marina, con tiburones nodriza, rayas, tortugas y manatíes, entre otros.
Navegamos hasta la zona más al sur de la reserva, llamada Shark Ray Alley, donde los pescadores habituaron a los peces a venir a comerse los restos de su pesca y hoy la actividad se continúa con el turismo. Aquí el Abuelo sacó algo de carnaza que sostenía con su mano sin arrojarla al agua y, al momento, había multitud de tiburones nodriza alrededor del bote.

Esta atracción es la que más entusisamo provoca entre muchos de los turistas y algunos sólo hacen la excursión para ver esto desde el barco. A mí, personalmente, no me gustó demasiado. Parece más un espectáculo de circo...
Era el momento de echarse por primera vez al agua con el equipo de snorkel. Daba un poco de reparo hacerlo entre tanto tiburón que, aunque no mostraban mandíbulas llenas de dientes imponían cierto respeto. El abuelo nos dijo que no pasaría nada. Su ayudante quedaría en la barca arrojando carnaza, mientras él se lanzaríamos con nosotros, porque le preocupaban las corrientes y quería tenernos a la vista.
Nada más meternos en el agua notamos que no estaba ni mucho menos tranquila y había que hacer un cierto esfuerzo para avanzar según qué dirección. Tampoco estaba muy transparente y, a pocos metros, la visibilidad era escasa.
Aquí, como en buena parte de la reserva, el fondo era de praderas de posidonias y pastos marinos, sin rastro de coral.
Nos situamos en el entorno de la barca y cuando el agua burbujeaba por los trozos de pescado que arrojaba desde arriba, aparecían peces de todas direcciones lanzados a por el botín.

Allí estuvimos echando un buen rato, viendo muchos tiburones, peces de gran tamaño y algunas rayas. De vuelta al bote, tomamos dirección hacia una parte de la reserva más hacia el norte, para ir a una zona que tuviera arrecifes de coral. En todas las paradas que hacíamos, aun quedando una persona arriba, era necesario echar el ancla, pues la corriente arrastraba con fuerza.
El Abuelo se lanzaba con un salvavidas y cada vez que uno se separaba del grupo insistía en que había que permanecer juntos. Como buceador, era un gran experto. Hacía inmersiones a varios metros y aguantaba bastante tiempo a pulmón libre.

El snorkel en el arrecife de Hol Chan no me resultó tan espectacular como esperaba. Se ven retazos de corales entre la pradera de pastos, pero no formaciones continuas. Tiene su fauna, pero tampoco una gran cantidad de peces. También se une el hecho de que el día no era el más propicio, con las corrientes y la transparencia del agua. Dejo estas fotos como ejemplo de lo que se ve.

Quizás los que hicieran buceo, sumergiéndose a mayor profundidad, tendrían la oportunidad de ver algo mejor. Quiero puntualizar que no hago este comentario extensivo a toda la Barrera de Coral de Belice, que es inmensa y también al hecho de que lo comparo con otros lugares donde hemos estado que lo superan con creces.
El Abuelo nos estuvo llevando a varios puntos donde hacíamos inmersiones cortas, porque cansaba nadar. No enseñó alguna tortuga (no muchas y no muy de cerca), morenas y, en dos ocasiones, topamos con unas parejas de manatíes que eran muy fáciles de contemplar porque permanecían estáticos, aunque te acercaras bastante a ellos.
Terminado el snorkel, nos despedimos del marinero y su acompañante hasta el siguiente día, en que de nuevo íbamos a navegar con ellos y volvimos a San Pedro que, de manera unánime para sus habitantes, es “la isla bonita” de la canción de Madonna, aunque nadie nos supo decir cuándo estuvo por allí para inspirarse.
Descartado el poder estar por alguna de las playas de la ciudad, decidimos ir después de comer a la más famosa del cayo: Secret Beach.
La Playa Secreta se encuentra a unos 7 kilómetros de San Pedro, circulando por una carretera de tierra con bastantes agujeros. Antes de salir de la ciudad se pasaba por un puente sobre un canal, en el que había que pagar un peaje de 3 dólares que valían también para el trayecto de vuelta.
El viaje fue a pleno sol y en más de una ocasión el carrito estuvo a punto de volcar por lo accidentado del firme. Tardamos casi una hora en el trayecto y llegados allí encontramos varios bares de playa con la música caribeña a todo volumen.
Había embarcaderos con chiringuitos para copas y zonas para atracciones acuáticas de las que abundan en todas las playas populosas. Efectivamente, allí no llegaba el sargazo y la playa tenía algo de arena fina y el agua estaba transparente y en calma como la de una piscina.

Con el calor pasado por el camino, decidimos irnos directos al agua. Había que avanzar bastante desde la orilla para llegar a una zona donde el agua cubriera.
Después de nadar un buen rato, nos quedamos sentados en el agua porque fuera el calor apretaba. Al poco empezamos a notar unos picotazos por todas las partes del cuerpo que estaban sumergidas. Se trataba de una especie de pulgas marinas que estaban en el fondo marino que te acosaban si te quedabas quieto, así que dentro del agua no quedaba más remedio que estar en movimiento.
Todas estas incomodidades las compensamos sentándonos en uno de los bares para tomarnos un buen zumo de frutas tropicales, escuchar música y hacer tiempo para volver antes de que anocheciera.
El día siguiente iba a ser nuestra última jornada en el cayo y la íbamos a emplear navegando hasta la Reserva Marina Bacalar Chico, en la parte norte, junto a la frontera con México.