Australia: Una isla-continente que se disfraza de país
Cuando uno decide visitar Australia, lo primero que debe aceptar es que nada tiene sentido. Estás en una isla del tamaño de una placenta continental, donde los animales tienen bolsillos, los árboles se incendian solos, y la gente, inexplicablemente, se saluda con un no worries incluso cuando el coche está ardiendo.
Pero vayamos por partes.
Sídney: La postal que cobra vida (y te cobra por todo)
Sídney es esa ciudad que aparece en todos los folletos: Opera House, Harbour Bridge, gente guapa corriendo en slow motion. Y sí, todo está ahí.
La Opera House es más pequeña de lo que esperas, pero aún así luce como una flota de caracoles albinos encallados con estilo. El Harbour Bridge se puede escalar, lo cual parece buena idea hasta que recuerdas que estás colgado sobre una bahía con viento suficiente como para mover una vaca.
Circular Quay es perfecto para pasear, y también para preguntarte cómo un café puede costar 6 dólares y aún así valer cada centavo.
La Gran Barrera de Coral: Naturaleza haciendo alarde
Luego tienes la Gran Barrera de Coral, que es básicamente el Louvre del esnórquel. Imagínate nadar entre peces que parecen diseñados por un niño hiperactivo con acceso ilimitado a lápices de colores.
Y sí, el coral se está muriendo, lo cual le añade una capa de drama existencial a cada buceo. No solo estás admirando belleza; estás presenciando su despedida.
Uluru: Una piedra que no necesita explicación
En el centro de Australia hay una piedra. No una montaña, no una colina. Una piedra. Y sin embargo, verla cambiar de color al atardecer es tan hipnótico que uno entiende por qué los pueblos aborígenes la consideran sagrada.
Uluru, Ayers Rock para los amigos, no hace nada y, sin embargo, lo dice todo. Es como el Dalai Lama en forma geológica.
Melbourne: Donde el café es una religión (y el clima una broma)
Melbourne es la capital cultural del país, lo que significa que hay arte en las paredes, poesía en los tranvías y camareros con bigote que te juzgan si pides café con leche después de las 10. El clima cambia cada doce minutos, así que llevar paraguas y gafas de sol al mismo tiempo es completamente sensato. Aquí no se pasea: se sobrevive con estilo.
Tasmania: Australia en miniatura, con más encanto y menos gente
Tasmania es la respuesta australiana a una pregunta que nadie hizo: ¿Y si tomamos lo mejor del país, lo ponemos en una isla y no se lo decimos a nadie? Con parques nacionales que parecen sacados de documentales narrados por David Attenborough y mercados donde el queso es una forma de arte, es imposible no enamorarse.
Y sí, los rugidos de los diablos de Tasmania pueden dar algo de miedo, hasta que ves que los bichos no levantan ni medio palmo y no tienen ni media torta (tampoco es plan de pegarles, pobrecitos).
Kangaroo Island: Disney para naturalistas
Por último, Kangaroo Island. El nombre lo dice todo. Hay canguros. Y koalas. Y leones marinos. Y playas vacías. Es como si la fauna australiana se hubiera fugado del zoológico para montar su propio club privado. Aquí no se trata de qué ver, sino de cuánto tiempo te puedes quedar sin querer mudarte.
Y esto es solo una parte de los tesoros que te esperan en las antípodas. Australia es hermosa, caótica, remota y profundamente absurda. Es un lugar donde puedes ver un pingüino, una serpiente venenosa y un atardecer perfecto en la misma hora. Es una tierra que te mira, se encoge de hombros, y te dice: “
Bueno, esto es lo que hay, ¿te gusta o no?”
Y lo cierto es que, si tienes algo de sentido común… te encantará.
Si quieres más información de qué ver y hacer en Australia durante unas vacaciones, no dudes en darte un garbeo por nuestro blog:
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