Hacía tiempo que tenía marcado este lugar entre las rutas pendientes, así que decidimos aprovechar que el 9 de noviembre (día de la Virgen de la Almudena, Patrona de Madrid) caía en domingo y la festividad se trasladó al lunes siguiente, pudiendo así disfrutar de tres días libres. El lunes festivo teníamos reserva para visitar el Hayedo de la Tejera Negra, con lo cual nos cuadró muy bien combinarlo con las Hoces del Riaza, ya que ambos lugares se encuentran a menos de 80 Km el uno del otro. Estas hoces se encuentran también muy cerca de las del río Duratón (igualmente en la provincia de Segovia), uno de los grandes clásicos de las excursiones de naturaleza en las proximidades de Madrid. Sin embargo, son mucho menos conocidas, lo cual representa una ventaja porque la afluencia de gente es bastante menor.
SITUACIÓN EN EL MAPA PENINSULAR.
Existen varios itinerarios para recorrer en el Parque Natural de las Hoces del Río Riaza, cuyos dos puntos principales de referencia son las pequeñas poblaciones de Montejo de la Vega de la Serrezuela (donde se encuentra la Casa del Parque y Centro de Interpretación) y Maderuelo, cada una por un extremo. A medio camino, está el pequeño pueblo de Valdevacas, desde donde sale otro sendero que también llega a las Hoces, concretamente a la ermita del Casuar. Nosotros queríamos hacer la llamada “Senda del Río”, que recorre el curso del río desde la presa del Embalse de Linares hasta Montejo de la Vega de la Serrezuela. Esta ruta es sencilla y llana, casi toda por pista forestal o sendero amplio, salvo el tramo que asciende desde el río a la zona alta del cañón, que tampoco es ni muy largo ni especialmente fatigoso. El único problema viene dado por la longitud de la marcha: 12 Km. de ida y otros tantos de vuelta, salvo que se disponga de transporte en los puntos de inicio y final. Como estábamos en noviembre y no nos iba a ser posible hacer los 24 Km. (entre 7 y 8 horas caminando) antes de que se hiciera de noche, decidimos comenzar por la zona más cercana a Maderuelo, dejar el coche en el aparcamiento señalizado y hacer la ruta por la zona más espectacular del cañón hasta que la luz nos lo permitiera, asegurando, naturalmente, el regreso con luz natural.
Una cuestión importante a tener en cuenta es que si se hace esta ruta entre el 1 de enero y el 31 de julio hay que pedir un permiso en la Casa del Parque de Montejo de la Vega de la Serrezuela, ya que es la época de anidación de los buitres y el paso por la zona está restringido. Como no era nuestro caso, pudimos iniciar directamente la caminata desde el aparcamiento de la presa del embalse de Linares, construido en 1951.
Llegamos desde Madrid por la A-1 hasta Boceguillas y allí tomamos la SG-V-9113 hasta Maderuelo; sin parar (de momento) en el pueblo, pero admirando desde la carretera el magnífico aspecto de la pequeña población medieval, encaramada en un cerro sobre el río, seguimos por la CL-114 hasta el Km. 26, justamente donde hay un indicador que pone “PIE DE PRESA”. Hasta este desvío, casi nada en el paisaje aventura el tajo que existe en el terreno a tan poca distancia. Unos centenares de metros más adelante encontramos el aparcamiento y un cartel informativo. También hay una caseta turística, pero estaba cerrada. Nos cambiamos de calzado e iniciamos la marcha sin perder tiempo. Había muchas nubes, pero no se notaba demasiado frío. Pronosticaban lluvia para unas horas más tarde, así que cruzamos los dedos para que nos respetara la climatología hasta concluir el recorrido a pie.
Nada más empezar la caminata por la pista asfaltada de uso restringido que lleva a las instalaciones de la presa, nos encontramos con una de las postales más características de las Hoces del río Riaza. Se distinguían todavía manchas amarillas en el bosquecillo que va paralelo al río, pero la mayor parte de los árboles habían perdido ya las hojas. De todas formas, el paisaje lucía magnífico: con las paredes del cañón, el río, el viaducto del ferrocarril y el dibujo difuso de la línea de la pista forestal que deberíamos tomar más adelante.
Disfrutando desde el mismo inicio de un paisaje precioso, con las paredes grises y marrones de las cárcavas donde acechaban ya algunos buitres, llegamos hasta el pie de la presa (no se puede subir a la misma) y cruzamos el río por un puente. Antes habíamos visto otros dos puentes, pero decidimos llegar hasta el del final para ver la zona completa. En este punto, ya con el río a nuestra derecha, vimos los carteles que anunciaban el inicio de la ruta.
Al principio, el río corre en espacio abierto, construyendo un bonito meandro, bordeado por las paredes rocosas. Desde la vereda del río, metidos en el bosquecillo, parecían más abundantes las hojas amarillas en los árboles y el suelo estaba sembrado de un manto rojizo de las que ya han caído. El sol empezaba a asomar y la naturaleza nos ofrecía unas estupendas vistas.
En menos de una hora llegamos al viaducto del ferrocarril, que cruza el barranco a 60 metros de altura. Al contrario de lo que suele ocurrir, la construcción, al menos en mi opinión, no estropea demasiado el paisaje y los arcos enmarcan los perfiles rocosos realzándolos. El silencio sólo roto por el canto de los pájaros ofrecía una paz que aliviaba cualquier estrés. Nos cruzamos con pocos visitantes, aunque tampoco estuvimos solos; incluso aparecieron un par de vehículos todo-terreno (supongo que contaban con autorización para circular por las pistas). En un momento dado, hay que entrar en unos terrenos particulares, la llamada finca del Casuar.
A partir de aquí, el río se encajona y el barranco se aprieta alrededor, aunque sin llegar a ser nunca demasiado angosto. Según la información de que disponíamos, el cañón en este punto tiene una profundidad de hasta 150 metros y una anchura de 250 metros entre los cortados. Poco antes de alcanzar la ermita del Casuar (que en principio nos habíamos fijado como objetivo), hay un mirador realmente espectacular, con los encinares y el bosque de sabinas. Aquí sí que el otoño lucía en todo su esplendor y las manchas amarillas de los árboles pintaban el paisaje con un destello mágico. Los buitres aparecían a decenas, surcando el cielo, sobre las rocas donde viven. Era una imagen hermosa.
Un poco más adelante, divisamos la punta de la torre de la iglesia del antiguo convento de San Martín de Casuar. Está en ruinas, apenas quedan las cuatro paredes que sustentaron la iglesia sustentaron tiempo atrás. Un cartel informa de que fue destruida por los franceses, que llegaron hasta esos recónditos parajes buscando a El Empecinado en tiempos de la Guerra de la Independencia.
En un claro, junto al río, muy cerca de la ermita, nos sentamos a comer nuestros bocatas. Ni un alma alrededor, solo el murmullo del agua, una iglesia en ruinas y unos enormes farallones que sobrevolaban los buitres.
Como todavía teníamos tiempo, decidimos seguir un poco más la marcha y ascendimos la ladera del cañón, siguiendo la senda del río hacia Montejo de la Vega de la Serrezuela. Este es el único punto un poco más complicado, pero no hay demasiada pendiente y el terreno estaba bien, apenas fueron diez minutos lo que tardamos en alcanzar la parte más alta. Por el camino, íbamos viendo cada vez más en perspectiva el río y el cañón, decorado con la ermita en ruinas. Bonito, realmente. Además, apareció el sol, iluminando algunos de sus rayos el horizonte.
Seguimos un rato el camino hasta que, de nuevo, nos encontramos con el curso del río, en una visión preciosa desde las alturas. Hay que retirarse un poco del sendero y asomarse al vacío para apreciar esta curva del Ríaza. No es peligroso y merece la pena.
En este punto, dimos la vuelta y volvimos sobre nuestros pasos todo el camino recorrido con anterioridad. No nos importó, era tan bello y reconfortante que repetimos con sumo agrado las vistas ya conocidas y las fotos ya tomadas. Brillaba el sol, iluminando las altas paredes rocosas y dibujando de azul algunos retazos del cielo.
Pasamos la ermita, el viaducto del ferrocarril y llegamos a los meandros del río. Allí, cruzamos por el primer puente que encontramos, en lugar de seguir hasta el que está al borde la presa. Ganamos unos 20 minutos con esa maniobra. Estaba empezando a oscurecer y los buitres nos contemplaban, aposentados en sus altos dominios rocosos.
Llegamos al aparcamiento unos minutos antes de las seis. Justo a tiempo. Habíamos caminado unas 4 horas y 45 minutos (incluyendo 20 minutos para bocatas). La luz empezaba a extinguirse rápidamente y mientras nos quitábamos las botas, empezaron a caer gotas con fuerza. En unos minutos, comenzó a diluviar. ¡Menuda suerte! Una buena caminata, con paisajes hermosos y nos había respetado la lluvia hasta el final. ¿Qué más podíamos pedir?
Aconsejo este recorrido a todo el mundo; y todavía más espectacular en otoño, con el aliciente de su mágica paleta de amarillos y ocres. Incluso si se es de los que no van más allá de donde les lleva el coche, se puede llegar hasta el aparcamiento y contemplar las vistas desde allí: merece la pena.
Y si queréis completar la excursión visitando bonitos pueblos, donde incluso poder alojarse para completar un estupendo fin de semana, podéis consultar una etapa de mi diario De Viaje por España, de la que copio el enlace:
PUEBLOS MEDIEVALES SEGOVIANOS: MADERUELO, AYLLÓN Y RIAZA.