Hacía ya un par de años que había estado por primera vez en el pueblo de Albarracín y su arquitectura me había sorprendido muy gratamente, así que decidí montar otra escapada a este pueblo en días previos a la Navidad y combinarlo en esta ocasión con una visita a la ciudad de Teruel. Pese a tratarse de la ciudad más pequeña de España, con poco más de 33000 habitantes, es decir, como un pueblo, y no tener quizás demasiado turismo, ya había leído que tenía varios monumentos de arquitectura mudéjar declarados incluso Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Desde Madrid tardamos unas 4 horas en llegar a la ciudad de Teruel, donde íbamos a tener el alojamiento, concretamente en el HOTEL TORICO PLAZA, de 3*. Según nos íbamos acercando a la ciudad vimos que estaba enclavada sobre dos promontorios rocosos, en la confluencia de dos ríos, uno de ellos el Guadalaviar (o Turia). Entramos en Teruel por la parte nueva de la ciudad y para pasar a la zona más antigua lo hicimos a través de un viaducto. Verdaderamente la pinta que tenía era como la de estar en un pueblo pequeño.
Tras dejar las cosas en el hotel comenzamos a explorar la ciudad. El hotel estaba muy bien situado, a apenas unos metros de la Plaza Carlos Castel, que así por ese nombre no dice mucho, pero es popularmente conocida como la Plaza del Torico, ya que en el centro hay una fuente y una columna con una figura de un pequeño toro en lo alto. Me hizo bastante gracia, ya que en comparación con el resto de la plaza era de un tamaño insignificante. Aunque no tiene nada que ver, me recordaba al Manneken Pis, la estatua del niño meón de Bruselas que era uno de los símbolos de esa ciudad y que también tenía un tamaño insignificante. La columna sobre la que se sustentaba el torico estaba cubierta por un árbol navideño con sus adornos. Aparte del animalillo la plaza en sí merecía la pena por sus pórticos.
Desde Madrid tardamos unas 4 horas en llegar a la ciudad de Teruel, donde íbamos a tener el alojamiento, concretamente en el HOTEL TORICO PLAZA, de 3*. Según nos íbamos acercando a la ciudad vimos que estaba enclavada sobre dos promontorios rocosos, en la confluencia de dos ríos, uno de ellos el Guadalaviar (o Turia). Entramos en Teruel por la parte nueva de la ciudad y para pasar a la zona más antigua lo hicimos a través de un viaducto. Verdaderamente la pinta que tenía era como la de estar en un pueblo pequeño.
Tras dejar las cosas en el hotel comenzamos a explorar la ciudad. El hotel estaba muy bien situado, a apenas unos metros de la Plaza Carlos Castel, que así por ese nombre no dice mucho, pero es popularmente conocida como la Plaza del Torico, ya que en el centro hay una fuente y una columna con una figura de un pequeño toro en lo alto. Me hizo bastante gracia, ya que en comparación con el resto de la plaza era de un tamaño insignificante. Aunque no tiene nada que ver, me recordaba al Manneken Pis, la estatua del niño meón de Bruselas que era uno de los símbolos de esa ciudad y que también tenía un tamaño insignificante. La columna sobre la que se sustentaba el torico estaba cubierta por un árbol navideño con sus adornos. Aparte del animalillo la plaza en sí merecía la pena por sus pórticos.
*** Imagen borrada de Tinypic ***
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Después de comer en un bar de platos combinados, por no perder demasiado tiempo, seguimos callejeando por el casco antiguo. Conservaba un gran número de edificios medievales bien conservados, sobre todo de arte mudéjar, y apenas si había edificios que desentonaran del aspecto un tanto medieval de la ciudad, aunque tan bien es cierto que junto a un edificio de interés había otras casas medio derruidas. También había alguna que otra pancarta colgada de balcones haciendo referencia al slogan de Teruel existe y otros parecidos. Por la conservación general de la zona (no de los monumentos) sí que daba la sensación de estar abandonada de la mano de Dios.
Si algo destacaba en Teruel eran sus cuatro torres mudéjares. En primer lugar nos acercamos a ver la Iglesia de San Pedro, con su torre mudéjar del siglo XIII. De la iglesia destacaba su ábside poligonal con decoración de cerámica estrellada verde y morada y sus torreones de ladrillo. No pude tomar buenas fotos debido a la estrechura de las calles y la envergadura de la iglesia, pero al menos sí pude fotografiar un trozo del ábside. Anexa a la iglesia estaba la capilla con el Mausoleo de los Amantes, cuyo interior visitamos.
Si algo destacaba en Teruel eran sus cuatro torres mudéjares. En primer lugar nos acercamos a ver la Iglesia de San Pedro, con su torre mudéjar del siglo XIII. De la iglesia destacaba su ábside poligonal con decoración de cerámica estrellada verde y morada y sus torreones de ladrillo. No pude tomar buenas fotos debido a la estrechura de las calles y la envergadura de la iglesia, pero al menos sí pude fotografiar un trozo del ábside. Anexa a la iglesia estaba la capilla con el Mausoleo de los Amantes, cuyo interior visitamos.
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Relato a continuación la leyenda asociada a este monumento:
Don Juan Diego de Marcilla, segundo hijo de un noble, e Isabel de Segura, descendiente de una familia rica, se querían desde niños. Llegados a edad adulta, Diego decidió pedirla a su matrimonio, pero el padre de Isabel no estaba seguro de este compromiso y pidió al joven que volviera más adelante pero con riquezas. Llegaron a un pacto, él se iría a las Cruzadas en busca de riquezas e Isabel esperaría mientras tanto sin casarse con otros durante 5 años. Durante el tiempo que Diego estuvo fuera, el padre de Isabel no paró de incitarla a que se casara con Pedro Fernández de Asagra. Ella mantuvo la promesa, pero acercándose la fecha de expiración del acuerdo no le quedó más remedio que aceptar al pretendiente elegido por su padre. Diego regresó el mismo día que expiraba el plazo, pero la boda ya se acababa de realizar. Aún así consiguió reunirse con Isabel a solas y pedirle un beso, pero ella se negó porque ya estaba casada. En ese mismo instante, sintiéndose él fracasado murió. Al día siguiente se celebró el funeral por el joven y acudió Isabel de Segura, que quiso darle el beso que el día anterior le había negado. Como ella seguía enamorada, al besarle cayó muerta sobre el cadáver.
La importancia de esta leyenda, que puede tener su parte de verdad, es tanta que todos los años se escenifica en Teruel.
A continuación fuimos a ver las torres mudéjares gemelas de San Martín y San Salvador. La Torre de San Martín había sido construido sobre el 1315 según el esquema de los alminares almohades con una torre interior encerrada en otra exterior. Destacaba principalmente su decoración con cerámica de colores y sus arcos y ventanales. Atravesando la torre por la parte inferior por un arco a modo de puerta, seguimos hasta la Torre del Salvador, donde visitamos el Centro de Interpretación de la Arquitectura Mudéjar.
A continuación fuimos a ver las torres mudéjares gemelas de San Martín y San Salvador. La Torre de San Martín había sido construido sobre el 1315 según el esquema de los alminares almohades con una torre interior encerrada en otra exterior. Destacaba principalmente su decoración con cerámica de colores y sus arcos y ventanales. Atravesando la torre por la parte inferior por un arco a modo de puerta, seguimos hasta la Torre del Salvador, donde visitamos el Centro de Interpretación de la Arquitectura Mudéjar.
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En último lugar, pero no menos importante, volvimos otra vez hacia la plaza donde estaba el Ayuntamiento y la Casa del Deán para ver la impresionante Catedral de Santa María de Mediavilla, con su torre mudéjar de los siglos XII-XIII y cuya parte superior, a diferencia de las demás, estaba coronada por un cimborrio. En la parte inferior tenía un arco apuntado por el que cruzaba una calle. Pero lo mejor de la catedral estaba dentro. Por unas escaleras subimos hasta una galería situada en la nave central a media altura y desde allí pudimos admirar el fabuloso artesonado mudéjar del techo realizado en madera y decorado con pinturas góticas representando escenas de la época (alrededor del 1300). Este artesonado estaba declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
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Al salir de la catedral nos fuimos a cenar al hotel y a dar una última vuelta por la ciudad.
Al día siguiente dejamos la ciudad de Teruel y pusimos rumbo a la sierra de Albarracín, en la parte sudoeste de la provincia, cerca de Cuenca. Siguiendo a tramos el curso del río Guadalaviar (que se convierte en Turia al llegar a Teruel) alcanzamos la bonita cascada de Calomarde, que siendo como era mediados de Diciembre llevaba bastante agua.
Al día siguiente dejamos la ciudad de Teruel y pusimos rumbo a la sierra de Albarracín, en la parte sudoeste de la provincia, cerca de Cuenca. Siguiendo a tramos el curso del río Guadalaviar (que se convierte en Turia al llegar a Teruel) alcanzamos la bonita cascada de Calomarde, que siendo como era mediados de Diciembre llevaba bastante agua.
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De aquí nos dirigimos a ver las pinturas rupestres de El Rodeno de Albarracín, ubicadas en un pinar a 4 km del pueblo de Albarracín. Vimos varias cuevas como las del Abrigo de los Toricos del Prado del Navazo y el Abrigo de la Cocinilla del Obispo, donde se representaban escenas de caza relacionadas con animales como ciervos y toros y con arqueros. Los colores utilizados eran el rojo, el blanco y también había trazos negros. Aunque algunas se distinguían bien, la mayoría eran como buscar una aguja en un pajar y echándole mucha imaginación al asunto.
Vistas las pinturas rupestres seguimos hasta Albarracín. Comenzamos a andar por la parte baja del pueblo, junto a un parque al lado del río Guadalaviar. Desde esta parte ya se podían contemplar las típicas casas de varias plantas construidas en diferentes alturas sobre la roca. En cierta manera le daba un aire a las Casas Colgadas de Cuenca. Nos introdujimos ya en el casco antiguo subiendo hasta la Plaza Mayor, donde estaba el Ayuntamiento del siglo XIV.
Vistas las pinturas rupestres seguimos hasta Albarracín. Comenzamos a andar por la parte baja del pueblo, junto a un parque al lado del río Guadalaviar. Desde esta parte ya se podían contemplar las típicas casas de varias plantas construidas en diferentes alturas sobre la roca. En cierta manera le daba un aire a las Casas Colgadas de Cuenca. Nos introdujimos ya en el casco antiguo subiendo hasta la Plaza Mayor, donde estaba el Ayuntamiento del siglo XIV.
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Partiendo de la Plaza Mayor salían varias de las calles más importantes del pueblo. Nosotros empezamos subiendo por la Calle del Portal de Molina, típica calle de Albarracín con sus casas de piedra de varias plantas y sus balconadas de madera. En algunos puntos la calle era tan estrecha que casi se tocaban unas casas con otras. Pasamos por la Plaza de la Comunidad y por la Puerta del Agua, que permitía bajar al río por la parte sur. Desde esta parte ya se podía observar una de las murallas de la ciudad. Al final de la Calle del Portal de Molina llegamos a la Casa de la Julianeta, uno de los distintivos de Albarracín, con una disposición que casi desafía las leyes de la gravedad.
La foto inferior derecha es la Casa de la Julianeta.
La foto inferior derecha es la Casa de la Julianeta.
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Desde esta casa tomamos la Calle de Santiago pasando por el Rincón de la Panadería y la Iglesia de Santiago, donde tomamos el sendero que llevaba a subir a las murallas de Albarracín. El sistema defensivo consta de 3 castillos y de dos recintos cerrados por fuertes murallas. El primer recinto corresponde a la medina musulmana y estaba cerrado por una muralla sin torres con una puerta situada en las inmediaciones de la Plaza Mayor. El segundo recinto posee las murallas más espectaculares y no sólo cerraba la medina antigua sino también una buena extensión de monte. Y fue por estas murallas junto a las que subimos, hasta llegar a la Torre del Andador, del siglo X y anterior a la construcción de esta muralla exterior. La vista durante todo el sendero y una vez arriba en la torre era alucinante, puesto que teníamos una panorámica a vista de pájaro de todo Albarracín, de la sierra y del río Guadalaviar abajo del todo.
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Después de bajar de la muralla continuamos callejeando hasta la Plaza Mayor y de ahí tomamos la Calle Azagra, otra típica calle sinuosa con varias casas palaciegas como la Brigadiera, que hoy en día es el Hotel Albarracín. Hicimos un paréntesis para tomar una tapa de migas en una tasca y así no perder demasiado tiempo. Bajamos nuevamente hasta la carretera y la cruzamos para dar una pequeña vuelta por el Paseo Fluvial. A través de esta senda pudimos ver el meandro que forma el río Guadalaviar en Albarracín. Para finalizar nuestra visita de Albarracín nos fuimos a pasear por la Calle de la Catedral, que fue una de las calles más importantes en el siglo X. Aquí vimos la Catedral y el Palacio Episcopal. Seguimos por la Calle de Santa María, pasando por la Iglesia de Santa María y la Torre de Doña Blanca, en el otro extremo del pueblo. Como ya habíamos visto lo principal nos dejamos llevar simplemente por cada uno de los rincones, vimos alguna tienda de productos típicos e iniciamos la operación retorno a Madrid.
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