Madeira. Los grandes paisajes de una pequeña isla. ✏️ Blogs of PortugalUna semana en Madeira, recorriendo en especial levadas y veredas.Author: Artemisa23 Input Date: ⭐ Points: 5 (20 Votes) Index for Blog: Madeira. Los grandes paisajes de una pequeña isla.
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Reconozco que estaba equivocada respecto a Madeira. Nunca tuve demasiado interés por esta isla, pensando que sería una especie de hermana menor de las Canarias. Mi opinión cambió completamente al ver un reportaje fotográfico en una conocida revista de viajes. Las fotos del majestuoso comienzo de la ruta del Pico Arieeiro, la de la cascada del Velo de la Novia y la del final de la levada de las 25 Fontes me atrajeron sin remedio y decidí ir allí algún día. La posibilidad de hacer senderismo era un extra añadido. Mi marido, al ver las fotos, estuvo completamente de acuerdo conmigo, lo cual no siempre sucede.
Este fue uno de los paisajes que vi en aquel reportaje. La foto ya está hecha por mi.
Madeira tiene un clima muy agradable, parecido al de las islas Canarias, o eso dicen, templado y húmedo, por lo cual se puede visitar en cualquier época del año, pero el momento propicio se presentó cuando supe que el 19 de junio iba a ser festivo, lo cual me permitía preparar una semanita de vacaciones en una época que me encanta porque ya hace buen tiempo, los paisajes están aún bastante verdes y no hay afluencias masivas de visitantes; además, los días son muy largos y el tiempo cunde mucho.
Una semana parecía suficiente para visitar la isla (luego se me hizo muy corto). Miré webs de viajes, consulté hoteles y al final me decidí por una propuesta de “muchoviaje”, eligiendo hotel y vuelos a precio bastante aceptable. Por los comentarios que leí, una zona recomendable para alojarse es Estrada Monumental/Lido, entre 1 y 2,5 Km. del centro de Funchal, donde se encuentran la mayor parte de los hoteles. Escogí uno de los hoteles de la cadena Pestana, el Promenade, por las buenas críticas que tiene. Es un hotel de cuatro estrellas, casi nuevo, de unas 100 habitaciones, con piscinas, jardines, spa, etc. Hay mucho alojamiento para elegir por la zona, se trata de mirar precios y situación, pero tampoco es bueno dejarse impresionar por los hoteles, a la hora de la verdad, en una isla tan preciosa como Madeira sería un pecado pasarse las horas muertas en el hotel. En mi caso, por 500 euros por persona, conseguí habitación superior vista mar y vuelos. La oferta es muy amplia y se puede conseguir vuelo y alojamiento desde 350 euros por persona siempre que no sea temporada extra. Sí que aconsejo tener cuidado con la ubicación del hotel porque las cuestas a veces son agotadoras. Por fortuna, el Promenade tiene la recepción en el piso 5, en la calle principal que lleva al centro de Funchal, y en el piso 0 también cuenta con salida directa al mar (que no playa). Del 1 de julio al 15 de septiembre operan vuelos directos entre España y Madeira, pero fuera de esas fechas hay que hacer escala. Escogí vuelos de la compañía aérea portuguesa TAP, Madrid/Lisboa/Funchal, una opción con escalas cortas, que permitía aprovechar bien el día de llegada y el día de salida. Salimos a las 9:50 hora española, en Lisboa hicimos una escala de apenas 40 minutos, y estábamos en Funchal sobre las 14:00. Los vuelos salieron con muy poquito retraso y nos dieron un bocadillo y una bebida en ambos, la atención de TAP bastante correcta. Las vacaciones en Madeira comienzan nada más vislumbrar la isla desde el aire. Las vistas ya anuncian parte de lo que vas a ver, con la península de Sao Lorenço mostrándose como hito inconfundible para quien haya planificado un poco los recorridos. A continuación, un momento estelar: el aterrizaje en el aeropuerto de Funchal, que en realidad está en Santa Cruz. Este aeropuerto estaba considerado como uno de los más peligrosos del mundo hasta que hace unos pocos años se amplió la pista en dos kilómetros sobre terreno ganado al mar, en realidad un puente bajo el que pasa la autopista. El avión enfiló la pista en sentido contrario al habitual, se bamboleó cual atracción de feria y cuando iba a tomar tierra levantó el vuelo nuevamente a toda mecha: aterrizaje abortado por culpa del viento. Las vacaciones comenzaban entretenidas, una vuelta frente a la zona sur de la isla que nos permitió apreciar a vista de pájaro las excelencias del aeropuerto y zonas aledañas, incluidos los picos más altos. Cuando se preparó para aterrizar nuevamente, volvió a bambolearse y no pude por menos que pensar “aquí no vuelvo más”. Por fortuna, esta vez fue la buena y el avión se posó en tierra con mucho movimiento pero sin frenazos bruscos. Por fin habíamos llegado a Madeira. Después de recoger las maletas, buscamos el autobús que va a los hoteles. No estaba y, al parecer, iba a tardar bastante (los domingos hay uno a la hora). No teníamos ganas de esperar y se estaba haciendo tarde para comer, así que cogimos un taxi. Era domingo y tenía un suplemento por día festivo. El aeropuerto está en Santa Cruz y teníamos más de 30 Km. hasta nuestro hotel. Llegamos en unos 20 minutos por la autopista. Con taxímetro puesto, nos costó 45 euros, lo normal según el simulacro que había hecho en la página web de turismo de Madeira. Por el camino, ya nos llamó la atención el verde intenso del paisaje, el azul profundo del mar, las flores, la cantidad de casas, en su mayoría de color blanco que salpican las laderas de las montañas; y el abrupto paisaje que se divisa desde la misma costa. Funchal es una ciudad muy extendida, de animada imagen a la brillante luz del sol de aquel día.
Al hacer el check-in en el hotel, el amable recepcionista, en un buen castellano, nos comentó que teníamos un up grade a suite (¡vaya por Dios!). Tras entregarnos unos folletos con información y publicidad del hotel, nos llevaron las maletas a una suite impresionante, de unos 40 m2. Pero… la terraza daba a una calle lateral, por donde suben y bajan los coches, y sin vistas al mar. ¡Pues muy bien! No se trataba de la vista al mar, que no nos resulta imprescindible, pero al ser dos personas no tenemos necesidad de tanto espacio y, sobre todo, eso no era lo que habíamos contratado. Fuimos a quejarnos convenientemente (enseñé la copia de la reserva que siempre hay que llevar) y, de inmediato, nos resolvieron el “malentendido”, compensándonos con otro up grade: una suite en el piso séptimo, con unas preciosas vistas al mar.
Tenía un cuarto de baño inmenso, habitación con bañera exenta delante de la cama (?), bicicleta estática y televisión; caja fuerte; salón comedor con otra televisión y nevera; y también dos terrazas con mesa, silla y tumbonas. En fin, nosotros habíamos contratado simplemente una habitación con vistas al mar, pero no era cuestión de volver a protestar, así que decidimos “apañarnos”.
Una vez instalados, salimos a toda prisa con idea de encontrar un lugar para comer. Eran más de las 3 y aunque había muchos restaurantes en los alrededores, ya estaban de recogida. La zona es típicamente turística y los menús van en consonancia, si bien tampoco parecía excesivamente caro. Encontramos un sitio abierto y pedimos ensaladas y pescado. Cuando llegó la comida, comprendimos nuestra equivocación: los platos de pescado tenían su propia guarnición de ensalada y verduras, con lo cual nos sobraron las ensaladas. Moraleja que nunca aprendemos: hay que ser precavido la primera vez, y según pongan, luego pedir más o no. Probamos nuestro primer bolo de caco (pan caliente con mantequilla y ajo; es cierto que en algunos sitios está mejor que en otro, pero en todos, está riquísimo). Terminada la comida, fuimos a dar un paseo, bajando la calle del hotel hasta el mar, unos cincuenta metros. De paso, fuimos mirando las zonas de aparcamiento para ver dónde podríamos dejar el coche cuando nos lo trajeran. Vimos zonas de pago desde las 08:00 a las 20:00. Nos podría valer ya que dejaríamos el coche por la noche, pero no nos hacía gracia la idea de salir a recoger el coche antes de las 08:00 cada día. Por fortuna, descubrimos una zona de aparcamiento bastante grande completamente gratuita, al lado del hotel. ¡Estupendo!. Llegamos hasta el mar. Hay lugares acondicionados para el baño, pero sin playa. Son escaleras para bajar al agua y zonas con tumbonas, instaladas por los hoteles, algunas de acceso exclusivo para clientes y otras públicas. El sol brillaba, hacía calor y había gente en el agua. Sin embargo, las olas batían con fuerza y no parecía un lugar muy apropiado para tomar un baño tranquilo. Definitivamente, Madeira no resulta el mejor destino para un turismo de sol y playa. Caminamos en dirección contraria a Funchal, hacia Playa Formosa. Hay un paseo marítimo majo, aunque con constantes subidas y bajadas, como es propio de la isla; también se puede visitar un bonito parque junto al hotel. La línea costera resulta atractiva, pero se encuentra casi totalmente edificada. Están haciendo más piscinas junto a los acantilados, incluso una especie de parque acuático. Es una zona de turismo un tanto masificado, aunque casi mejor que ocupen esta zona de la isla y no que la copen toda con complejos hoteleros. Llegamos a un mirador y distinguimos la inconfundible y bella silueta del Cabo Girao. Sin embargo, un par de horribles construcciones de cemento sobre las mismas piedras de la playa Formosa estropean cualquier perspectiva.
A media tarde, fuimos a Funchal. Queríamos coger el autobús (el 1 o el 2) que paran al lado del hotel. Se nos escapó uno y al ser domingo la frecuencia es menor por lo que nos cansamos de esperar al siguiente y decidimos ir caminando. Se tarda aproximadamente una hora hasta el centro de Funchal. El camino es por una calle con comercios, restaurantes, agencias, hoteles… la típica avenida turística de todas las zonas playeras. Pasamos junto a otro de los hoteles Pestana, en cuya entrada se encuentra la famosa escultura de la emperatriz Isabel de Austria (Sisí), que pasó algún tiempo en Madeira.
Aparecieron nubes y el calor se apaciguó. Por el camino vimos el Parque de Santa Catarina. Muy agradable, con un estanque con cisnes y una fuente (que no funciona), tiene una arboleda muy bonita, con flores y plantas tropicales, y buenas vistas sobre el puerto de Funchal. Sin embargo, el puerto está en obras y las grúas estropean el panorama.
Tras bajar una pronunciada cuesta, llegamos a una de las calles más importantes de Funchal, la avenida Arriaga con el Jardín Municipal, la biblioteca, las bodegas Blandy’s, etc. Empezamos a ver las típicas aceras con piedra negra y blanca, haciendo dibujos geométricos, que le dan un aire entre romántico y señorial a la ciudad (pero prohibidos los tacones).
A esa hora no había ya demasiada gente por las calles, lo cual nos sorprendió. Se puede pasear tranquilamente y resulta muy agradable. Vimos por fuera la Catedral que estaba cerrada y, bajando hasta el puerto, nos encontramos con el castillo de Sao Lorenço. Eran las20:00 y pudimos presenciar un pequeño desfile que se realiza a diario para arriar la bandera portuguesa.
Llegamos a la rua 5 de Octubro y a la 31 de Janeiro, que en realidad es la misma calle dividida por la Ribeira de Santa Luzia.
Bajando por la rua del Dr. Fernao Ornelas se sale justamente al famoso Mercado dos Lavradores, que estaba cerrado. Enseguida llegamos a la rua de Santa María, donde pudimos ver las famosas puertas pintadas. Debía ser fiesta porque la calle estaba engalanada con guirnaldas de colores y bombillas.
Hay muchas terrazas de restaurantes situadas a ambos lados de la estrecha callejuela, mejor ojear las diferentes cartas y los precios antes de decidirse. Fue la única zona de ambiente nocturno que vimos. En una calle lateral, cenamos una espetada de marisco con guarnición (si no sois de mucho comer, basta una para dos personas), dos sopas (de pescado y vegetal) y el imprescindible bolo de caco. Para beber, cerveza de la marca local, Coral. Estaba todo muy bueno. Creo que pagamos unos 25 euros. Regresamos ya de noche, la ciudad estaba casi vacía, a excepción de la zona de ambiente mencionada. Quisimos coger el autobús, pero no pasaba ninguno. Así que nueva caminata hasta el hotel.
Con estas vistas de la piscina del hotel iluminada terminó nuestro primer día en Madeira. Journeys 1 to 3, Total 7
El desayuno era el típico bufet de este tipo de hoteles: había de todo (fiambres, quesos, te hacían tortillas, bollos, fruta, zumos, embutidos…). Estaba bien, pero tampoco había nada especialmente destacable, ese “algo especial” que esperas y a veces encuentras en algunos alojamientos, normalmente más pequeños que éste.
A las 9 en punto, una representante de Funchal Hire Car nos trajo el coche al hotel. Todo correcto, el precio acordado (llevad los justificantes que envían por email), seguro a todo riesgo, sin franquicias ni depósitos, en fin, sin ningún problema, también nos dieron un pequeño mapa de carreteras. Por cierto, el día anterior me enviaron un SMS ofreciéndome entregarnos el coche la tarde en que llegamos al mismo precio, pero preferimos no cogerlo hasta el día siguiente. Cinco días de alquiler, desde un lunes a las 09:00 hasta un viernes a las 21:00, un Opel Corsa de gasolina, por 165 euros en total. La gasolina cuesta sobre 1,67 euros, y el gasoil, sobre 1,32. Pero alquilar un coche diésel equivalente nos salía por 233 euros, así que con la diferencia tuvimos para pagar la gasolina de toda la semana. Os podría contar mis cuentas respecto del precio del alquiler del coche con recogida en el aeropuerto, los suplementos y demás; pero es una historia aburrida y depende mucho la época y los días de estancia, con lo cual que cada uno haga sus números de acuerdo con sus circunstancias. En la web de esta empresa podéis hacer los cálculos fácilmente. El coche tenía medio depósito de gasolina, pero lo llenamos por si acaso. Compramos comida para bocatas en un supermercado (mejor evitar los de la zona de los hoteles pues son más caros) y nos dispusimos a iniciar nuestras andanzas por tierras madeirenses. En Madrid, compré un mapa de carreteras de Madeira (plastificado y con mucho detalle), de freytag & berndt. Me costó cuatro euros y los considero muy bien empleados, ya que nos prestó un buen servicio. Es muy aconsejable contar con un buen mapa de carreteras. No llevamos el navegador, no creo que aquí resulte tan útil como en otros lugares. Tras dejar la autopista, empezamos a ascender por la carretera ER-103 que lleva a Ribeiro Frío. En Funchal estaba un poco nublado, pero lo que aparecía ante nosotros era una enorme masa de nubes blancas que mosqueaban un montón. Nos metimos en la maraña y tras unos minutos de no ver nada, súbitamente las nubes se quedaron debajo de nosotros y nos saludó un sol espléndido que iluminaba los hermosos parajes que surgían ante nosotros. Empezábamos a disfrutar de la naturaleza de Madeira. Antes de seguir dos comentarios: en Madeira siempre hay que llevar un Plan B e, incluso, un Plan C. Nunca sabes cuándo te vas a encontrar con una carretera, un camino, una levada o una vereda cortada o un cambio de tiempo brusco que aconseje cambiar el itinerario.. Hay que reaccionar a tiempo para no estropear la jornada porque nada ni nadie avisa de las incidencias en las carreteras y menos aún de los cambios de tiempo. Hay que distinguir entre lveredas (caminos o senderos) y levadas (acequias). Las levadas se construyeron desde tiempos antiguos para aprovechar la abundante lluvia del norte y llevarla al más seco sur: el agua se recoge en depósitos o lagunas y se canaliza desde los manantiales naturales, que a menudo forman preciosas cascadas, la llamada “madre de la levada”. Hay 2.150 Km. de canales, hoy en día utilizados sobre todo con fines turísticos.
En Ribeiro Frío hay restaurante, bar y tiendas, así que vimos un par de autobuses turísticos y bastantes coches aparcados. De aquí salen dos excursiones muy conocidas: la vereda a Balçoes y la levada hacia Portela (ésta había estado cortada y no estábamos seguros de su situación, así que no la teníamos programada). Nos llamó la atención que la mayor parte de los turistas se quedaban en la tienda de recuerdos y, como mucho, en las piscifactorías (es recomendable verlas), pero muy pocos emprendían siquiera el fácil camino hacia Balçoes, no sé por falta de tiempo, desconocimiento o porque no les apetecía caminar.
BALÇOES (PR11) es un sencillo camino de 3 Km. ida y vuelta por el mismo camino, que se recorre en unos cuarenta minutos. Aunque sigue una levada, en realidad se trata de una vereda porque el objetivo no es llegar a la “madre de la levada” sino a un mirador desde el que se contemplan (si las nubes no lo impiden) varios de los picos más altos de la isla y, también, el valle del Río Ametade hasta Penha de Aguia y la costa . Las vistas son preciosas, también se pueden avistar aves e, incluso, los pinzones vienen a saludarnos, pidiendo unas miguitas de pan. Visita imprescindible por lo sencilla que es y lo agradecida que resulta.
Proseguimos hacia Santana, tomando las carreteras antiguas (o marginales, como las denominan a veces). Son estrechas, tienen mucha pendiente y hay que ir con precaución, pero los impresionantes paisajes recompensan el esfuerzo. A cada paso hay miradores en los que te paras sí o sí, y si no los hay, aparcas el coche donde puedes y te asomas, no lo puedes evitar (por lo menos el primer día).
Ya en SANTANA vimos el parque temático, donde están las típicas casas triangulares de madera con techos de paja, algunas muy preparadas para el turismo. En otras partes del pueblo se pueden ver casas de este tipo utilizadas como viviendas habituales; todas presentan una imagen muy colorista.
Seguimos por un desvió a la izquierda hacia Queimadas, donde comienza la levada del Caldeirao Verde. La carreterita tiene su miga, en tramos es muy estrecha y con una pendiente increíble: el coche casi se amotinó, pero llegar, se llega. Ya había pasado el momento de más afluencia y pudimos aparcar sin problemas. Cominos nuestros bocatas en una zona de picnic que hay junto a las Casas de Queimadas y nos dispusimos a iniciar la caminata.
LEVADA DEL CALDEIRAO VERDE (PR09). En total son 13 Km, ida y vuelta por el mismo camino. Apenas tiene desnivel y es un recorrido bastante asequible que lleva entre 4 y 5 horas, depende del ritmo de cada cual. La ruta es muy verde y muy bonita, al principio el camino es ancho y va junto a la levada; poco a poco se va estrechando hasta que en muchos puntos hay que caminar sobre la propia levada. Va muy alta, pero la exuberante vegetación aporta frescor, a veces forma toldos sobre el camino y cubre los laterales, disimulando unos abismos de más de 100 metros en algunos lugares. Hay postes con cables de acero que protegen las zonas más expuestas por lo que no resulta peligroso. Además de cedros, brezos, tilos y otros árboles centenarios, se puede disfrutar del maravilloso bosque de laurisilva, que sólo existen en Madeira, las Canarias y las Azores, y que está declarado Patrimonio Universal por la Unesco. Respecto al vértigo, no me atrevo a juzgar, yo creo que puede superarse bien, pero también he leído comentarios en contra, si bien el paisaje bien vale el intento por la exuberante vegetación, las cascadas, las vistas panorámicas que surgen en la distancia cuando se abre un poco la masa vegetal…
Y como apenas tiene desnivel, la caminata se convierte en un paseo cómodo y de una enorme belleza. Se atraviesan cuatro túneles y en dos de ellos es necesario llevar linterna porque son muy largos, hay agua y barro en el suelo, el techo es de altura irregular y te puedes dar un buen golpe en la cabeza si no vas con cuidado.
El final es espectacular, con un sorprendente panorama de bosque tropical y el agua de la altísima cascada cayendo sobre una laguna de color azul intenso. Cuando llegamos había cinco o seis personas; luego, se fueron y nos quedamos solos durante unos minutos hasta que llegó otra pareja. La sensación de bienestar es deliciosa.
Más allá, se encuentra la levada del Caldeirao do Inferno. Se trata de un camino peligroso, que hay que tomar con bastantes precauciones y que lleva un par de horas más de ida y otras tantas de vuelta. No teníamos tiempo de explorar la que, dicen, es una de las levadas más espectaculares de Madeira. Otra vez será. Regresamos a Santana y, esta vez por la carretera rápida, nos dirigimos a la zona occidental, al pueblo de Caniçal, antiguo centro ballenero, donde se rodaron escenas de la película Moby Dick. Las capturas de estos cetáceos se prohibieron, al igual que las de delfines y focas, en 1981, cuando se declararon las aguas de Madeira zona de protección para mamíferos marinos. Se puede visitar el Museo de la Ballena. El pueblo en sí no tiene mucho de particular salvo las vistas sobre la Ponta de Sao Lorenço. Eran cerca de las 9 de la noche y queríamos cenar en uno de los restaurantes de la zona del puerto (el pesquero, no el comercial). Entramos en las Muralhas: pulpo a la vinagreta, bolo de caco y pescado local (no recuerdo el nombre, bodio o algo así). Estaba todo muy bueno y fue bastante barato.
Ya de noche, por la autopista, llegamos al hotel en menos de una hora. Viene bien la vía rápida para volver a “casa”. Fue la primera vez que pasamos por debajo de la pista de aterrizaje del aeropuerto. Pongo un mapita del recorrido de hoy. Journeys 1 to 3, Total 7
Después de desayunar, salimos hacia la zona occidental de la isla. Fuimos por la autopista hasta Ribeira Brava y allí tomamos la carretera VE4 que cruza la isla de sur a norte. Están haciendo obras para ensanchar la vía. Queríamos ir a Rabaçal, así que cerca de Serra do Agua, tomamos la empinada carretera que sube hacia Encumeada. Por el camino, nos detuvimos en varios miradores, aunque las vistas no seducían debido a las grúas, a las obras y a los esqueletos de algunos árboles calcinados por incendios. El día era bastante soleado, pero esa capa de nubes blancas tan seductora sobre la montaña nos iba a causar un quebradero de cabeza inesperado.
Llegamos al mirador de Boca de Encumeada, de donde sale la carretera que va a Paul da Serra y que sigue hasta Rabaçal. El tiempo cambió bruscamente y el sol quedó ocultó por una intensa maraña de niebla y nubes. Soplaba un viento gélido y el frío sorprendía por el contraste del clima cálido anterior. No se veía nada desde el mirador y para colmo de males la carretera que iba a Rabaçal ¡estaba cerrada con una cadena! Ni un solo aviso, nada que lo advirtiera. Habíamos llegado hasta allí para encontrarnos atrapados. Igual que nosotros, otros coches, ya que es de unas de las rutas más frecuentadas por los turistas. Los propietarios de una tienda de recuerdos nos miraban con cara de pena. Al parecer, había habido un desprendimiento. ¡Pero, hombre, se pone un cartelito al principio de la subida, digo yo!
Nos quedamos renegando, sin saber qué hacer. Nuestra idea era ir por esa carretera hacia Rabaçal, hacer las levadas, y luego bajar hasta Porto Moniz, para volver dando la vuelta por Ponta do Pargo hacia Calheta y Ponta do Sol. Este plan ya no servía. Había que improvisar rápidamente.
Decidimos invertir el sentido de la ruta e ir primero a Porto Moniz y desde allí a Rabaçal. Eso implicaba perdernos Ponta do Pargo, pero no se puede tener todo y Rabaçal era irrenunciable. Desde el cruce, en vez de volver atrás, seguimos por la ER-228, hacia Sao Vicente. En cuanto descendimos unos pocos metros, las nubes se quedaron pegadas a la montaña en Encumeada, asomaba el sol, se calmó el viento y la temperatura subió 10 grados. La vista de los paisajes recompensaba la reducida velocidad exigida por la carretera. Vimos nuevos anuncios de carretera express, ¡no, gracias! Sao Vicente es un pequeño pueblo, ubicado junto al mar, en un enclave muy bello de montañas al fondo y casas blancas sobre terrazas verdes. Tiene un par de calles empedradas muy bonitas, una vistosa iglesia del S. XVII con pinturas en su interior (es curioso un cartel que pone que ha de pagarse 1 euro por hacer fotos en el interior). Un corto paseo hasta el puente y muy recomendable comprar cerezas locales a un vendedor callejero, cerca de la plaza: son pequeñas y muy dulces, están buenísimas.
También compramos pan y fiambre para los bocatas en una tienda. En este pueblo se encuentra el Centro de Vulcanismo y las grutas. No las visitamos. También paramos en la costa, junto a una playa de piedras, desde la que se aprecia muy bien la antigua carretera colgada sobre el acantilado.
Seguimos en dirección a Seixal, por la carretera ER-101. Nada más salir de Sao Vicente nos encontramos con una cascada que cae al borde de la carretera, junto a la entrada de un túnel. lEmpezamos a surcar una zona en que la carretera atraviesa continuos túneles y se hace un tanto aburrida. La antigua carretera se vislumbra a la entrada y a la salida de los túneles y también hay miradores en su interior, apenas era un saliente en los acantilados. Había oído comentar que se podía circular por ella en sentido único hacia Seixal “bajo la exclusiva responsabilidad del conductor”. Aunque estos carteles siguen existiendo, ya no es posible porque la circulación por esa carretera está prohibida e, incluso, hay cadenas que cortan el acceso. Entre los numerosos miradores, no hay que olvidarse de parar en uno de los más famosos: el del Velo de la Novia. Está muy bien indicado. Realmente impresionante la cascada (con otra más pequeña a la izquierda) que salpica sobre la antigua carretera y cae al mar.
Pasamos cerca de Seixal y de Ribeira de Janela (me quedé con muchas ganas de hacer esta levada, ¡otra vez será!). Llegamos a Porto Moniz, pequeña localidad conocida por las piscinas naturales construidas entre las rocas. El viento sopla y las olas golpean con fuerza, saltando por encima de las paredes de piedra y de los bañistas. Merece la pena pararse a contemplarlas y, si se tercia, remojarse también. No era el caso, no hacía suficiente calor.
La carretera ER-101 asciende vertiginosamente, ofreciendo vistas espectaculares sobre Porto Moniz. En Axada do Pinheiro, fuimos a la izquierda, por la carretera ER-110, hacia Paul da Serra, una gran meseta de 17 Km. de largo por 6 de ancho. Esta llanura barrida por el viento contrasta con la exuberante vegetación de otras zonas de la isla, pero no faltan el verde, los matojos y las flores, porque en Madeira siempre hay flores; y el paisaje, aunque descarnado, es hermoso. El sustrato de piedra volcánica que sustenta el suelo cubierto de hierba permite la filtración de agua de lluvia, que resurge en manantiales que alimentan las levadas.
Al principio, encontramos algo de niebla, pero hacia la zona occidental, el sol iluminaba la costa y permitía vistas espectaculares en miradores anónimos. Sin embargo, el recorrido se hace largo y si no se van a recorrer las levadas de Rabaçal quizás sea mejor elegir otra ruta para hacer simplemente turismo.
Nada más pasar el desvío de la carretera hacia Calheta (la que tendríamos que coger a la vuelta), vimos bastantes coches aparcados en una explanada, a nuestra izquierda. Evidentemente era el aparcamiento de Rabaçal. Tomamos un bocata en el mismo parking y nos preparamos para hacer nuestras levadas. Como por arte de magia, la niebla había desaparecido y el sol lucía con fuerza en un cielo intensamente azul.
Las rutas de las levadas más conocidas, 25 Fontes y do Risco, comienzan aquí, pero lo más bonito de ambas se inicia en el lugar denominado Casa de Rabaçal (un especie de refugio con bar). Hasta allí se va caminando por una carretera asfaltada y cerrada al tráfico particular, de unos 2 kilómetros en pendiente de bajada a la ida y de subida a la vuelta. Una furgoneta del parque acerca a los excursionistas que lo desean hasta allí, cobrando 3 euros por trayecto y persona, y 5 euros si se coge ida y vuelta. Mucha gente prefiere ir andando, bien por ahorrarse ese dinero o porque prefiere caminar; también hay quien baja andando y sube en la furgoneta. Es una decisión de cada cual, si bien yo tenía claro que prefería ahorrar las fuerzas y el tiempo para hacer otra levada en vez de sufrir (sobre todo a la vuelta, subiendo) por una carretera asfaltada con poco interés. La furgoneta tiene un horario, no recuerdo a qué hora empezaba, pero sí que el último viaje lo hacía a las 18:30. Eran las 15:00 y, por lo tanto, teníamos que hacer el recorrido en 3 horas y media para no perder el transporte y hacer también la levada de Alecrim, que se inicia en el aparcamiento.
LEVADA DAS 25 FONTES Y LEVADA DO RISCO (PR6). Algo menos de 10 Km. entre la ida y la vuelta. La ruta está perfectamente indicada, tiene dos variantes, una de ellas es más larga pero con menos pendiente. Se tarda entre tres y cuatro horas y el recorrido es bastante asequible, si bien tiene una alguna subida durilla, aunque no muy larga, y algunos tramos de escaleras.
Son dos levadas distintas, pero pueden hacerse conjuntamente porque van paralelas pero a distinta altura, la del Risco más elevada, a unos 1.000 m. Merece la pena hacer las dos. Son de las más populares de Madeira y suelen estar muy concurridas, aunque a la hora que fuimos tampoco había “atascos”. A poco de comenzar, encontramos la bifurcación y decidimos hacer primero la levada do Risco. La vegetación es realmente espléndida, brezos y líquenes gigantes forman un espeso manto vegetal sobre la roca, salpicado de flores, fuentes y pequeñas cascadas. Hasta que llegas a un mirador maravilloso, en el que a la izquierda se abre un paraje soberbio en las alturas y a la derecha la fantástica caída de agua, que resbala sobre un manto verde, salpicado de adelfas y margaritas. ¡Qué bonito!
Aunque no nos sobraba demasiado tiempo, estuvimos un buen rato allí, sentados en unos bancos, contemplando el agua y dando de comer a unos pájaros, pinzones locales que se las saben todas y esperan a los turistas (como las cabras en Gredos o en el Cares). Con un pelín de paciencia, comen de tu mano.
Regresamos a la bifurcación y seguimos hacia la levada das 25 Fontes. Es todo bajada, un camino de continuas escaleras que se hace un poco incómodo, aunque no es muy largo. Siguiendo la levada, además de la magnífica vegetación, disfrutando nuevamente del bosque de laurisilva, van apareciendo cursos de agua, fuentes, cascaditas, hasta llegar a la madre de la levada, una pared de colores sobre la que resbalan las 25 fuentes (bueno, no las conté) sobre una laguna azul. Otro rato de relax, sacando muchas fotos.
Volvimos por el camino más largo para evitar las escaleras y aunque también tiene una zona de subida pronunciada (lo que se ha bajado hay que volverlo a subir de todas todas), no se hace muy pesado. Llegamos a la Casa de Rabaçal sobre las seis, y en cinco minutos aparece la furgoneta. Le preguntamos al conductor por la levada de Alecrim y nos dice que sale de la zona del aparcamiento, donde nos va a dejar. Por el carretera nos cruzamos con la gente que ha decidido volver a pie. La verdad es que nos miran con mala cara, se nota el cansancio en sus rostros, hace calor, pega el sol y los 2,5 Km. de ascenso por el asfalto pasan factura. En fin, que cada cual decida.
Así se ve la levada de Alecrim desde el aparcamiento, arriba, en lo alto, como una costura en la montaña: LEVADA DO ALECRIM. Son 3 Km. de ida y otros 3 de vuelta. Unas dos horas, en total. La ruta es sencilla, va muy alta y aunque hay algún tramo corto sin protección, el camino no resulta peligroso. Es una levada muy poco conocida, la hicimos completamente solos, no nos cruzamos con nadie en el camino.
[align=justify]Sin embargo, es una grata sorpresa, una ruta preciosa, en la que se suceden las vistas panorámicas sobre Rabaçal, las cascadas y las caídas de agua que alimentan varias lagunas que van surgiendo entre la espesa vegetación hasta llegar a la madre de la levada. Esta ruta continua con la llamada Lagoas da Madeira, que también teníamos intención de hacer; pero con el el cierre de la carretera, tuvimos que abandonar la idea ya que se nos hubiera hecho de noche. Sin embargo, al final fue un día bastante bien aprovechado.
Volvimos por el mismo camino al aparcamiento, donde nuestro coche está casi solo. Retrcedimos hasta el cruce con la carretera que habíamos visto antes, la ER-211, y enfilamos hacia Calheta, en la costa sur-occidental de la isla. Es una carretera empedrada y con muchas curvas, por la que hay que circular despacio. Teníamos intención de cenar en Ponta do Sol, un pueblo que presume de tener la mejor puesta de sol de Madeira. Queríamos ir por la costa, lo que nos llevaría poco más de quince minutos. Sin embargo, a poco de llegar a Calheta vimos un indicador hacia “Funchal” y pensamos que el cruce estaba allí. A mi no me dio buena espina, porque tenía pinta de ser una carretera un tanto vetusta. Después de vueltas y revueltas comprobamos con horror que habíamos subido varios cientos de metros otra vez y veíamos los pueblecitos abajo, las casas blancas como motas salpicando los acantilados. Nos habíamos equivocado de camino y estábamos en una de esas carreteras que se retuercen sobre si mismas en subidas y bajadas que rodean las montañas, y aunque las vistas eran preciosas, ya estábamos un tanto mareados y queríamos cenar. Además, a ese paso me iba a perder la puesta de sol. Tardamos más de una hora en llegar a Ponta do Sol, un pueblo muy bonito, con casitas de colores y una playa de piedras gordas con sombrillas de paja. Todavía se veía un bonito reflejo entre rosa y violáceo en el cielo. Nos sentamos a cenar en un restaurante que tenía una terraza en la misma playa. Había otro encaramado a uno de los acantilados, sin duda con vistas privilegiadas para ver la puesta de sol. Pero no nos animamos a subir hasta allí.
Con la cena acertamos plenamente. El restaurante es muy recomendable (y yo no suelo recomendar restaurantes porque los gustos luego no coinciden). Tomamos un arroz con marisco realmente buenísimo. Lo ponen en cazuela, un poco caldoso, pero en su punto, y tenía todo tipo de bichos de mar. También tenían mariscadas, espetadas, pescados variados, etc. Nos sirvieron muy bien y, aunque no me acuerdo del precio, no fue caro para cómo nos pusimos y lo rico que estaba. De allí al hotel, a descansar. Pongo un mapita de la jornada. Este no era el itinerario inicial, lo tuvimos que cambiar por la carretera cerrada. Journeys 1 to 3, Total 7
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