Hoy toca madrugar, claro que si lo comparamos con lo que hicimos ayer...
Cuando bajamos por las escaleras, el olor a croissant recién hecho nos dirige hacia el lugar donde se sirve el desayuno. Buen café, embutidos, pastas recién horneadas... ¡Qué más se puede pedir!
Con el 'depósito' lleno, es el momento de intentar visitar la
catedral. Atravesamos las Gallerías y parece que hoy sí que vamos a tener suerte: para empezar, los operarios han madrugado más que nosotros y el escenario ha desaparecido. Solo quedan esparcidos por el suelo los hierros que lo formaban y están siendo retirados con diligencia.
Ahora sí que la fachada se muestra con todo su esplendor. Es una fachada neogótica cuyo proyecto inicial es del siglo XVI, pero que tuvo modificaciones hasta que fue finalizada en el siglo XIX. Como todo edificio que se precie, tiene un origen legendario. Se cuenta que el diablo se presentó una noche al señor de Milán ofreciéndole salvar su vida a cambio de la construcción de una gran iglesia con numerosas imágenes suyas. Las 96 gárgolas satánicas ¿confirmarían esta historia? Yo ni afirmo, ni desmiento... pero tendría guasa que una catedral hubiese sido construida gracias a Lucifer.
Ya nos dirigimos al interior. Ante la catedral hay dos filas: la de la derecha es para los turistas. Suponemos que el estado de alerta antiterrorista en Milán es alto, porque el ejército patrulla, metralleta en mano, por el centro, y antes de acceder a los lugares emblemáticos, revisan mochilas y se tiene que pasar por un arco detector de metales. Por cierto, la entrada es gratuita.
El
interior es impresionante por su altura, pero también por el
bosque de pilastras rodeadas de santos en hornacinas, que separa las naves. Los enormes
vitrales dan una singular luminosidad. Por cierto, los vitrales de la zona de la cabecera son los más grandes utilizados en una construcción cristiana. La zona del presbiterio y deambulatorio solo están abiertos al culto, así que tenemos que conformarnos con ver desde la lejanía el coro, púlpitos y uno de los dos órganos.
Una de las esculturas más curiosas es la de
San Bartolomé desollado, patrón de los curtidores. Esta talla muestra al santo con los músculos y las venas al aire, la piel arrancada y colgando sobre sus hombros haciendo referencia al martirio que sufrió. En el pedestal hay una inscripción: “Non me Praxiteles, sed Marc' finxit Agrat”, “No me hizo Praxíteles, sino Marco d'Agrate” o por lo menos eso indica la guía (mi latín está un poco oxidado). La dejó escrita el autor, que era discípulo de Leonardo da Vinci, y que quería dejar bien clarito quién había realizado la obra. No le quitaremos mérito, pero la verdad es que da un poco de "yu yu" mirarla.
También destacan el
Sarcófago del arzobispo Diego Hualde y el
de Gian Giacomo Medici di Marignano. Esta última es obra de Leone Leoni según diseño de Miguel Ángel e incluye una estatua de bronce con armadura de centurión romano.
Bajo el Duomo se visitan las excavaciones arqueológicas en las que se muestran los restos de la Catedral de Santa Tecla, que ocupaba este lugar, y las ruinas de un baptisterio paleocristiano del siglo IV. En el centro del baptisterio se encuentran los restos de una gran pila bautismal octogonal en la que se dice que San Ambrosio bautizó a San Agustín en el año 387.
Nuestro siguiente destino es el
Castillo Sforzesco, pero para llegar allí vamos dando un paseo por el
barrio de Brera, el barrio bohemio de Milán, lleno de cafés y terrazas de restaurantes al aire libre.
Pasamos delante de la
Pinacoteca de Brera, que expone obras de Piero della Francesca, Rafael, Tintoretto,... Pero vamos a dejar la visita para otro momento, aprovechemos que hace buen tiempo.
El
Castillo Sforzesco también es gratuito. Fue construido como fortaleza en 1368, en parte destruido en 1447 a causa de una decisión de la República Ambrosiana y reconstruido tres años más tarde por Francesco Sforza, señor de Milán, que junto a su hijo Ludovico El Moro convirtieron el castillo en una de las cortes más magníficas de la Italia Renacentista con invitados como Bramante y Leonardo da Vinci. Si podemos disfrutar de él en la actualidad, es gracias a que los milaneses decidieron, en la segunda mitad del siglo XIX, que era preferible mantener viva la historia, que destruirlo para construir un barrio residencial en su lugar. No quiero ni pensar qué hubiese pasado en España.
La entrada principal se sitúa bajo la
torre Filarete o torre del reloj. Al parecer, la torre actual es una reconstrucción de 1905, ya que la original del siglo XV se derrumbó cuando explotó la pólvora que almacenaba. El reloj inspirado en el escudo de armas de los Sforza, la estatua de San Ambrosio y las pinturas con los varios escudos de armas, son añadidos posteriores. La verdad es que da gusto sentarse junto a la fuente que hay frente a la torre y ver pasar a la gente. Es cierto que hay muchos turistas, pero también muchas familias que han venido a pasar el día por aquí.
Ya en el interior, también vigilado por el ejército, encontramos la
torre de Bona di Savoia. Al parecer, el Señor de Milán Galeazzo Maria Sforza, fue víctima de un complot y murió apuñalado. Esto hizo que su esposa Bona di Savoia, tuviese que refugiarse en el lugar más seguro del castillo, que más tarde fue reforzado por la construcción de una torre. Delante de la torre está la
estatua de San Juan Nepomuceno, que al parecer, es muy venerado en Milán, además de en Praga.
En el castillo se expone la última obra de Miguel Ángel, la
Pietà Rondanini, que muestra a la Virgen acunando el cuerpo de Cristo descendido de la cruz. Eso sí, para poder disfrutar de ella, hay que pagar los 5,00€ que vale la entrada del museo.
Desde uno de los cortiles o patios del castillo, un arco conduce directamente al
parque Sempione, que fue, en el siglo XV un jardín ducal, aunque se remodeló. Actualmente tiene grandes zonas de césped repletas de árboles y vegetación y un lago artificial. Aquí también está el Arco della Pace, construido en 1807 para que Napoleón pasara por él cuando llegara a Milán, pero no se terminó a tiempo (parece que los italianos y los españoles nos parecemos mucho, todo a última hora). Si hay que ponerle un pero es que en los senderos no hay ni un sólo árbol que de sombra. No me extraña que a la entrada den muestras de crema solar (a mi me dieron dos, parece que me vieron muy blanquita).
Por otra de las salidas del Castillo Sforzesco se llega a la
Plaza Luigi Cadorna, junto a la estación de ferrocarril de Milán-Cadorna. Aquí hay una escultura muy colorista, que está divida en dos partes,
La Aguja, el hilo y el nudo que está aquí desde el año 2000. La verdad es que dado que Milán es la ciudad de la moda, en ningún lugar como aquí tiene razón de ser esta escultura.
Enseguida estamos en Corso Magenta donde hay algunos palacios de gran belleza, como
Palazzo Litta, con una fachada rosa de estilo barroco y está decorada con dos grandes telamones. Actualmente es sede de las oficinas de la compañía estatal de ferrocarriles.
Pero sobre todo, la mejor de todas las joyas es la
Iglesia de San Maurizio al Monastero Maggiore, que era una parte del convento de las benedictinas, la congregación más importante de Milán. Agradezco alguno de los diarios que leí, porque no tenía noticias de esta iglesia ni de los tesoros que guarda. Por su aspecto exterior, pasarías de largo, pero lo que impacta de San Maurizio son los frescos que adornan sus paredes y que representan escenas de la vida de Jesús, pintadas por los más importantes pintores del renacimiento lombardo.
La iglesia está dividida en dos por un muro central; en la zona de la entrada se situaban los feligreses que asistían a la misa, mientras que en la parte interior se colocaban las monjas. En la bóveda del “Aula de las monjas” se representa un cielo estrellado, con Dios, los evangelistas y los ángeles, mientras que en la parte final está representado el nacimiento del hombre. En el “Aula de las monjas” también se encuentra el órgano de 1554 que todavía hoy se utiliza en algún concierto programado.
Al salir de la iglesia, ha llegado la hora de comer. Muy cerca está
So'Riso, en Corso Magenta núm. 30, donde degustamos un arroz con pollo y limón, tan rico como escaso. El local es precioso, lleno de rincones para descubrir ¡hasta merece la pena visitar la toilette!, pero si tienes prisa y hambre, este no es el lugar más adecuado. Está claro que nos merecemos un heladito para merendar o antes, incluso.
Al salir, nos dirigimos a la
Basílica de San Lorenzo Maggiore alle Colonne que está situada enfrente de 16 columnas corintias de los siglos II y III, que formaban parte de un templo romano. Al parecer, estas columnas no siempre han estado aquí, sino que fueron trasladadas en el siglo IV. Entre la basílica y la columnata hay una copia de bronce de la estatua del Emperador Constantino.
A lado está
Porta Ticinese Antica, una de las puertas de la ciudad, medieval, del siglo XII y ...
LA HELADERIA GROM: ya tenemos nuestro heladito de café (¡qué rico!).
Nuestro siguiente destino es la
Basílica de Sant'Ambrogio, una de las iglesias más antiguas de Milán y que todos hemos estudiado, ya sea por su atrio como por el impresionante mosaico de su ábside.
Nunca me cansaré de decir que ser turista es muy sacrificado. Me explico: para poder disfrutar de esta maravilla, hemos tenido que "tragarnos" el bautizo de dos "bambini". Durante la ceremonia, que por cierto no es corta, hacemos una inspección ocular del recinto, pero en cuanto acaba…
En la nave central, hay dos columnas que imitan símbolos cristianos: la cruz con la cual se vencen todos los males, representados en la serpiente, junto al tercer pilar de la izquierda. El
ábside me recuerda mis tiempos de estudiante y es una de las primeras imágenes que recuerdo. Es impresionante y está decorado con un mosaico que representa a Cristo entronizado e incluye escenas de la vida de San Ambrosio.
El
Altar Dorado está situado bajo un baldaquino que se apoya en cuatro columnas romanas decoradas con estucos. El Altar Dorado es de madera, cubierto de láminas de oro y plata, adornado con piedras preciosas y esmaltes. En el centro se representa a Cristo con los apóstoles, a los lados se narran episodios del Evangelio y atrás la historia de San Ambrosio. Se construyó para contener los restos de San Ambrosio.
Bajo el púlpito, casi escondido está el
sarcófago de Stilicho, una obra maestra del siglo IV con relieves de figuras religiosas. Tradicionalmente se considera la tumba del general romano Stilicho, pero es posible que contenga los restos del emperador Graciano.
Y desde aquí hasta nuestra siguiente parada,
Santa María delle Grazie, una iglesia singular diseñada y construida entre 1463 y 1490, que fue terminada por Bramante en pleno renacimiento a petición de Ludovico el Moro para convertirla en un mausoleo familiar. La verdad es que es una iglesia normalita, pero la verdadera joya que guarda es su refectorio conocido como el Cenacolo Vinciano, donde se encuentra el mural de Leonardo da Vinci:
'La Última Cena', una de las obras maestras de la historia del arte. Estar ante esta maravilla produce una de esas sensaciones de cosquilleo, comparable a la que se siente ante el Partenón de Atenas o el David de Miguel Ángel en Florencia: te sientes pequeñita ante tanta grandeza y afortunada de haber podido disfrutar, aunque solo sea durante 15 minutos, de ella.
Para poder ver la pintura es necesario reservar las entradas con bastante antelación en la web de
VIVATICKET. Mucha antelación, diría yo: dos meses antes de nuestro viaje, ya no había horarios de visita disponibles para los días de nuestra estancia en Milán. Pero como decían en Sonrisas y Lágrimas, “donde se cierra una puerta, se abre una ventana”: reservamos una visita guiada con
CIVITATIS por el módico precio de 45,00€ por persona y la verdad es que no nos arrepentimos.
Una vez pasados los nervios porque la guía se presentó cuando faltaban solo 5 minutos para la hora reservada, todo fue de maravilla. Antes de entrar al refectorio, durante el periodo de aclimatación, la guía nos explicó un poco de la historia de esta pintura: es una auténtica superviviente. La pintura ha sufrido diferentes desventuras con el paso del tiempo. Al ser un mural ejecutado al temple y óleo sobre yeso, pronto empezó a deteriorarse. Sus condiciones no mejoraron después de los numerosos intentos de restauración. El último intento ha durado más de 20 años y el resultado es muy satisfactorio. Por otro lado, las tropas de Napoleón utilizaron la pared para realizar prácticas de tiro, y en 1943 los bombardeos aliados lograron arrancar el techo de la habitación, dejando la pintura a la intemperie durante varios años. En resumen, se puede decir que casi es un milagro que podamos disfrutar de esta maravilla.
Y ya accedemos al Cenacolo, donde está el mural. Según comentó la guía, Leonardo representa la escena de la Última Cena en la cual Jesús anuncia que uno de sus doce discípulos le traicionará. Se representan las distintas reacciones individualizadas de cada uno los apóstoles: unos se asombran, otros se levantan porque no han oído bien, otros se espantan, y Judas retrocede al sentirse aludido.
Al parecer, Leonardo observaba los modelos del natural, y procuraba dotar a sus figuras de la mayor diversidad posible y del máximo movimiento y contraste. Otra de las anécdotas que explicó la guía es que, como tardó tanto tiempo en dar por finalizada la obra, uno de los modelos que eligió, un vagabundo, le dijo que hacía tiempo que ya le había escogido como modelo, antes de perder su fortuna.
En la pared de enfrente hay una Crucifixión, obra de Donato Montorfano, aunque la verdad es que la gente no le hace mucho caso. Las figuras arrodilladas de los laterales se añadieron después en yeso seco, la misma técnica utilizada por Leonardo en su última Cena, lo que hace pensar que Leonardo fue su autor.
Y, por hoy, ya hay bastantes emociones. Todavía nos queda un buen trecho hasta el hotel. Cena de súper, que mañana toca madrugar.