Seis y media de la mañana. Con ojos todavía adormecidos miraba a través de la ventanilla del autobús ORIENTE que hace el trayecto Kantuneikin-Valladolid (63 $MXC/4 euros, 2 horas) mientras dejábamos atrás el estado de Quintana Roo para entrar en el Yucatán. Atrás quedaban Holbox y el RINA. El cielo iba despejándose gradualmente a medida que nos acercábamos a Valladolid, “La Sultana del Oriente”.
“Zaci” significa “gavilán blanco” en lengua maya y es el nombre de la ciudad maya sobre la que se construyó la actual Valladolid allá por 1.700. Hoy en día, Con sus 100.000 habitantes Valladolid es la tercera ciudad más grande del Yucatán pero no por ello deja de destilar la tranquilidad mexicana. Un paseo por su Zócalo y las calles adyacentes te recuerda vagamente a San Cristóbal de las Casas aunque no desprenda el encanto de ésta. De cualquier modo, Valladolid es cálida y acogedora y al igual que la mayoría de grandes poblaciones mexicanas visitadas te ofrece su cara más turística en el zócalo y alrededores y la genuinamente local a medida que te alejas hacia la periferia.
La Plaza de la Candelaria es un rinconcito muy tranquilo cercano a la estación de autobuses donde se encuentra el Hostal Candelaria (dormitorio compartido 120$MXC/7 euros). Ahí nos encontramos con Mía, la eslovaca propietaria del Tribu Hostel de Holbox Island en su “destierro” obligado por causa del RINA y deseando volver cuanto antes. Mía andaba consultando constantemente los partes del huracán. Finalmente, el RINA había decidido debilitarse al tocar tierra y ya era tormenta tropical por lo que Holbox no iba a notar en exceso sus efectos y Mía podría volver a casa en 24 horas. Mientras hablaba con ella pensé que yo tardaría mucho más tiempo en volver a Holbox y me invadió una inesperada sensación de impotencia por no poder ir hacía allá mañana mismo. “Todo está bien, baby”, pensé una vez más. Me reconfortó el hecho de que, a diferencia de Mia, Holbox no era “mi casa” sino tan sólo un lugar muy especial que deseaba vivir con calma algún día.
El restaurante “Conato” está en la calle 40 de Valladolid, entre las calles 45 y 47. Me lo recomendaron en el Hostal Calendaria. Nada turístico, cocina local, precio “local”, un sitio “especial”. Así me lo vendieron… y no se equivocaban. Dejaremos el tema gastronómico de lado por un momento para enfatizar lo que, bajo mi punto de vista, verdaderamente está pasando en el “Conato” en este momento en el que estamos sentados poniéndonos hasta el culo. Hoy hace nueve meses que Laura decidió salir de Barcelona por su cuenta sin un billete de vuelta en el bolsillo y el “Conato” aparece como un inesperado y perfecto escenario para celebrar tal efemérides. Ambiente cálido y tranquilo, servicio impecable y una curiosa selección de cuadros de Frida Kahlo vistiendo las paredes del local. Laura me había comentado que sentía una profunda admiración por esta pintora mexicana y ahí estaban, sin haberlo buscado, presidiendo sus nueve meses de viaje sin retorno planeado. Ahora, desde la distancia, tras un poco de “Wikipedia” y otras ayudas cibernéticas, entiendo de donde viene esa admiración por Frida. Felicidades por los nueves meses, Lau (con dos ovarios). Creo que tienes un largo, duro y a la vez intenso, camino por delante. Suerte, y en los momentos malos recuerda….a tomar polculo lo que piensen los demás (como hizo Frida). En el fondo, tras sus aparentes “consejos de ayuda”, se esconden sus grandes miedos. Los suyos, no los tuyos. Y puestos a definir personas en función de sus predilecciones artísticas yo me quedo con el “Lobo Estepario” de Herman Hesse. Probablemente mucho más “tenebroso” y menos entusiasta que las pinturas de Frida para la mayoría pero mucho más aproximado a la realidad con la que me estoy peleando. Cada loco con su tema.
El viaje tocaba a su fin y lo empezaba a notar. Sabía que ya no habría una nueva extensión de viaje porque tenía la sensación de que ya era de hora de volver, y eso bastaba. El RINA había decidido aflojar el ritmo y nos dejaba volver hacia la costa del caribe. “Puerto Morelos. Sí, me apetece acabar el viaje ahí”, pensé mientras apuraba mi café rodeado por la tranquilidad que se respiraba en el Zócalo de Valladolid. Laura se apuntó al plan sabiendo que mi partida significaba el inicio de su búsqueda de un nuevo trabajo. Puerto Morelos se perfilaba como su posible siguiente parada en su largo viaje.
El autobús ORIENTE de Valladolid a Cancún (84 $MXC/5 euros, 4 horas) iba descontando sin prisas los 290 kilómetros de la carretera federal 180 que separa ambas localidades. Sabía que era la última kilometrada autobusera de este viaje. Dejaba atrás 3.000 kilómetros recorridos durante unas 60 horas de autobús a lo largo de seis semanas y sentía una deliciosa sensación de haber vivido un viaje diferente a los anteriores. Ni mejor ni peor, diferente, y eso ya bastaba para volver a Barcelona con ganas de volver a volar.
Puerto Morelos nos recibió con nubes y lluvia, los últimos “coletazos” del RINA. Una desagradable indigestión acompañada de vomitera y cagarrinas de cojones me acompañó durante los últimos días de viaje pero no fue suficiente para enturbiar el recuerdo de este “México lindo” que hasta ahora pronunciaba como frase estereotipada y tras este viaje, siento de verdad.
Desde Barcelona llegaban buenas noticias. Noviembre y Diciembre venían cargados de reservas en las dos casas del Montseny. Por su parte, Lau había encontrado trabajo en un hotel de Puerto Morelos. “Todo está bien, baby”, pensé mientras nos abrazábamos en el Zócalo de Morelos frente al taxi que me debía llevar al aeropuerto de Cancún. Empezaba a llover. La historia se repetía una vez más. Hace unos meses nos despedimos en Alajuela (Costa Rica) y ahora lo volvíamos a hacer en Puerto Morelos (México) pero la sensación que teníamos los dos era la misma. “Triste por dejarte pero feliz por lo que hemos pasado. Gracias y suerte, Lau”.
Fin del viaje.
“Zaci” significa “gavilán blanco” en lengua maya y es el nombre de la ciudad maya sobre la que se construyó la actual Valladolid allá por 1.700. Hoy en día, Con sus 100.000 habitantes Valladolid es la tercera ciudad más grande del Yucatán pero no por ello deja de destilar la tranquilidad mexicana. Un paseo por su Zócalo y las calles adyacentes te recuerda vagamente a San Cristóbal de las Casas aunque no desprenda el encanto de ésta. De cualquier modo, Valladolid es cálida y acogedora y al igual que la mayoría de grandes poblaciones mexicanas visitadas te ofrece su cara más turística en el zócalo y alrededores y la genuinamente local a medida que te alejas hacia la periferia.
La Plaza de la Candelaria es un rinconcito muy tranquilo cercano a la estación de autobuses donde se encuentra el Hostal Candelaria (dormitorio compartido 120$MXC/7 euros). Ahí nos encontramos con Mía, la eslovaca propietaria del Tribu Hostel de Holbox Island en su “destierro” obligado por causa del RINA y deseando volver cuanto antes. Mía andaba consultando constantemente los partes del huracán. Finalmente, el RINA había decidido debilitarse al tocar tierra y ya era tormenta tropical por lo que Holbox no iba a notar en exceso sus efectos y Mía podría volver a casa en 24 horas. Mientras hablaba con ella pensé que yo tardaría mucho más tiempo en volver a Holbox y me invadió una inesperada sensación de impotencia por no poder ir hacía allá mañana mismo. “Todo está bien, baby”, pensé una vez más. Me reconfortó el hecho de que, a diferencia de Mia, Holbox no era “mi casa” sino tan sólo un lugar muy especial que deseaba vivir con calma algún día.
El restaurante “Conato” está en la calle 40 de Valladolid, entre las calles 45 y 47. Me lo recomendaron en el Hostal Calendaria. Nada turístico, cocina local, precio “local”, un sitio “especial”. Así me lo vendieron… y no se equivocaban. Dejaremos el tema gastronómico de lado por un momento para enfatizar lo que, bajo mi punto de vista, verdaderamente está pasando en el “Conato” en este momento en el que estamos sentados poniéndonos hasta el culo. Hoy hace nueve meses que Laura decidió salir de Barcelona por su cuenta sin un billete de vuelta en el bolsillo y el “Conato” aparece como un inesperado y perfecto escenario para celebrar tal efemérides. Ambiente cálido y tranquilo, servicio impecable y una curiosa selección de cuadros de Frida Kahlo vistiendo las paredes del local. Laura me había comentado que sentía una profunda admiración por esta pintora mexicana y ahí estaban, sin haberlo buscado, presidiendo sus nueve meses de viaje sin retorno planeado. Ahora, desde la distancia, tras un poco de “Wikipedia” y otras ayudas cibernéticas, entiendo de donde viene esa admiración por Frida. Felicidades por los nueves meses, Lau (con dos ovarios). Creo que tienes un largo, duro y a la vez intenso, camino por delante. Suerte, y en los momentos malos recuerda….a tomar polculo lo que piensen los demás (como hizo Frida). En el fondo, tras sus aparentes “consejos de ayuda”, se esconden sus grandes miedos. Los suyos, no los tuyos. Y puestos a definir personas en función de sus predilecciones artísticas yo me quedo con el “Lobo Estepario” de Herman Hesse. Probablemente mucho más “tenebroso” y menos entusiasta que las pinturas de Frida para la mayoría pero mucho más aproximado a la realidad con la que me estoy peleando. Cada loco con su tema.
El viaje tocaba a su fin y lo empezaba a notar. Sabía que ya no habría una nueva extensión de viaje porque tenía la sensación de que ya era de hora de volver, y eso bastaba. El RINA había decidido aflojar el ritmo y nos dejaba volver hacia la costa del caribe. “Puerto Morelos. Sí, me apetece acabar el viaje ahí”, pensé mientras apuraba mi café rodeado por la tranquilidad que se respiraba en el Zócalo de Valladolid. Laura se apuntó al plan sabiendo que mi partida significaba el inicio de su búsqueda de un nuevo trabajo. Puerto Morelos se perfilaba como su posible siguiente parada en su largo viaje.
El autobús ORIENTE de Valladolid a Cancún (84 $MXC/5 euros, 4 horas) iba descontando sin prisas los 290 kilómetros de la carretera federal 180 que separa ambas localidades. Sabía que era la última kilometrada autobusera de este viaje. Dejaba atrás 3.000 kilómetros recorridos durante unas 60 horas de autobús a lo largo de seis semanas y sentía una deliciosa sensación de haber vivido un viaje diferente a los anteriores. Ni mejor ni peor, diferente, y eso ya bastaba para volver a Barcelona con ganas de volver a volar.
Puerto Morelos nos recibió con nubes y lluvia, los últimos “coletazos” del RINA. Una desagradable indigestión acompañada de vomitera y cagarrinas de cojones me acompañó durante los últimos días de viaje pero no fue suficiente para enturbiar el recuerdo de este “México lindo” que hasta ahora pronunciaba como frase estereotipada y tras este viaje, siento de verdad.
Desde Barcelona llegaban buenas noticias. Noviembre y Diciembre venían cargados de reservas en las dos casas del Montseny. Por su parte, Lau había encontrado trabajo en un hotel de Puerto Morelos. “Todo está bien, baby”, pensé mientras nos abrazábamos en el Zócalo de Morelos frente al taxi que me debía llevar al aeropuerto de Cancún. Empezaba a llover. La historia se repetía una vez más. Hace unos meses nos despedimos en Alajuela (Costa Rica) y ahora lo volvíamos a hacer en Puerto Morelos (México) pero la sensación que teníamos los dos era la misma. “Triste por dejarte pero feliz por lo que hemos pasado. Gracias y suerte, Lau”.
Fin del viaje.
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