http://www.zermatt.ch/en/Media/Planning-hikes-tours/Swiss-Topwalk
Me levanto a las 4 de la mañana porque el colchón de la cama es demasiado blandengue para mi esqueleto espartano. Las góndolas de las telecabinas todavía no se han despertado y todo está en silencio, así que me tomo un café y me siento en la tumbona de la terraza a perderme en la negra silueta piramidal del Cervino.
Una hora más tarde, escucho respirar algo vivo que se mueve bajo la terraza, y sigiloso me apoyo en la barandilla para contemplar como un menudo asiático con vestimenta de expedición al Annapurna y gorro de Dr. Livingstone, supongo, trajina emocionado y ensimismado la posición de la pantalla y los botones de una cámara compacta colocada sobre un trípode de 5 metros, intentando capturar el alma adormilada del Cervino.
La estación del tren cremallera a Gornergrat se encuentra en una esquina enfrente mismo de la estación de trenes y la Plaza de la estación de Zermatt. El billete ida cuesta unos 20 € (22 CHF) con la tarjeta Half Fare Card, y la ida y vuelta el doble lógicamente. Durante el horario de verano, de mediados de Junio a mediados de Octubre, el primer tren sale a las 7 de la mañana de Zermatt, y el último de regreso sale de Gornergrat a las 19'15, con una frecuencia de paso de unos 25 minutos. El encantador trayecto dura una media hora.
Situado a 3.089 m, las vistas desde el mirador de Gornergrat, abierto todo el año, son por supuesto magníficas, ya que además de la privilegiada visión del Cervino, la panorámica abarca unas 29 cumbres por encima de los 4000 metros además del glaciar Gorner, el segundo más grande de los Alpes después del Aletsch.
El cremallera, inaugurado en 1898, fue el primer cremallera eléctrico de Suiza, y el más alto de Europa al aire libre. A medida que va dejando atrás el pueblo, el tren se inclina para iniciar una subida que discurre entre bosques, túneles, viaductos, cascadas y precipicios de vértigo, y pasa respectivamente por las estaciones intermedias de Findelbach, Riffelalp, Riffelberg y Rotenboden. Al llegar a la cumbre, el mirador se encuentra en el "Kulmhotel Gornergrat".
El sendero, en realidad dos, puesto que iniciando en Gornegrat el sendero del lago Riffelsee (Riffelseeweg), enlacé cerca de Riffelberg con el sendero Mark Twain (Mark Twain weg) hasta la estación de Riffelalp donde cogí el tren de vuelta, lo hice de bajada, y podría catalogarlo de dificultad moderada, aunque en la página de Zermatt le pongan la etiqueta de difícil. Es factible acortarlo, puesto que se puede hacer solo el tramo Gornergrat - Rotenboden o Gornergrat - Riffelberg, o alargarlo, pasando de largo Riffelalp, y llegando a Zermatt.
El ritmo evidentemente lo marca cada uno, así que yo entre fotos a marmotas y hormigas, riachuelos, glaciares, montañas, lagos, musarañas, paradas para disfrutar de todo ello, y el tiempo de recorrido del propio sendero, me tiré unas buenas 6-7 horas, cuando la duración en las páginas oficiales es de unas 3 horas.
Hasta Rotenboden caminaba bastante gente, pero una vez tomado el desvío de descenso al lago Riffelsse, hice todo el camino en solitario, a excepción de un chaval de Londres con el que compartí una parte del camino, un poco de conversación y unos cuantos encuadres fotográficos, a partir del lago Riffelsee, ya bordeando las faldas del Cervino de camino a Riffelalp y Zermatt por el estrecho sendero de Mark Twain.
Aunque es de interés todo el recorrido, reseñables podrían ser el tramo que va en paralelo al glaciar Gorner; el lago Riffelsee, cuyo encuadre de postal con la pirámide del Cervino debe ser sin duda uno de los más fotografiados del mundo; y para mí particularmente gustosos, son algunos estrechos tramos del sendero de Mark Twain.
Al llegar a Riffelalp, cojo por los pelos el atiborrado tren estacionado en la vía, junto con el taquillero de la estación que acaba de cerrar el chiringuito para regresar a Zermatt, y pago al llegar a ese mismo taquillero, que espera a la salida a todos los que han montando sin billete, los 9 € que me cuesta desde Riffelalp a Zermatt, tras descontar el 50% de mi pase.
Como anécdota, os transcribo una llamada telefónica que recibí a mitad del recorrido mientras me encontraba en pleno extasis contemplativo y dopado de aire puro:
-Yo: diga? -dubitativo tras ver el número de 20 dígitos en la pantalla-
-GU: Buenos dias. Es usted el propietario de un XXX blanco (mi coche), aparcado en la calle XXX (mi calle)?
-Yo: -“mientras me va haciendo la pregunta, en mi mente van apareciendo imágenes: un coche ardiendo por los cuatro costados; un mazo haciendo añicos las lunas de un vehículo como en una obra de la Fura dels Baus; un motor en un mercadillo de Sierra Leona; una pintura de Basquiat reproducida en el capó; diez mil perros meándose en una rueda; mi coche convertido en un cubo prensado de chatarra”- ....
-GU: oiga? sigue ahí?
-Yo: sí, sigo aquí. Sí es mi coche.
-GU: le llamo de la Guardia Urbana, porque tendría usted que retirar el coche de donde lo tiene aparcado, porque molesta a las obras que se están haciendo en ese lugar.
-Yo: "tras respirar hondo, -lo que provoca hiperventilación por la calidad del aire suizo-, le contesto", obras?, no había ningunas obras cuando lo aparqué en esa explanada.
-GU: ya bueno, se iniciaron hace dos días, y ya se está levantando el suelo para empezar con los cimientos de una construcción.
-Yo: vaya, entiendo. El problema es que en este mismo momento me encuentro acorralado por un comando de vacas con unas cruces rojas tatuadas en el entrecot. Sin embargo, si salgo de esta con el llavero navaja multiusos suiza que compré ayer en una panadería porque era más barata que el mismo modelo que vendían en la pescadería, el estanco, la verdulería, la farmacia, la carnicería, la panadería y la iglesia, podré retirar mi vehículo el próximo domingo, tras regresar de mis pequeñas vacaciones en Suiza.
-GU: "amablemente se sorprende, y me dice", igual hasta el domingo no es necesario, pero si lo fuera, la grua se lo trasladaría gratuitamente a otro aparcamiento. Si al regresar encuentra usted en vez de su coche unas paredes de ladrillos y hormigoneras, solo tiene que llamarnos al 092 y le informaremos de donde hemos aparcado su vehículo.
Yo: -mientras escucho que el agente le dice a alguien “está en Suiza”-, ya claro, solo faltaría que me cobraran la grua. En cualquier caso, -mientras estoy absorto observando como por el deshielo desagua en un pequeño lago la lengua de un glaciar-, le agradezco que su lengua glaciar me haya llamado para avisarme. Gracias. Adiós.
Ya en Zermatt de nuevo, por la tarde, paseando por los arrabales lejos del mundanal turismo, y dando tumbos en busca de la estación de tren a Sunnegga y de algunos regalos, me topo con unos cautivadores escaparates y entro en una tienda de antiguedades, pensando en algo menos soso que una dulce tableta de toblerone para regalar. Pierdo un buen rato entre microbios, y acabo comprando dos antiguas linternas encantadoras del ejército suizo, de esas de pila de petaca añeja con cortinas de colores para hacer señales morse. Me cuestan 45 € las dos, y estoy tan contento por el hallazgo, que decido volver en otro momento al brocante, para comprarme una para mí, echar otro vistazo, y saludar a los microbios.
Al llegar a mi hotel, el asiático de la madrugada se encuentra en el mismo punto, pero además de toquetear y darle vueltas a la cámara y a su trípode gigantesco, estaba descoyuntándose el cuello como un contorsionista para poner la cabeza en posiciones antinatura, supongo yo, que ahora aspirando a capturar los bostezos del duende del Cervino y el aura nocturna de la cumbre.
Me levanto a las 4 de la mañana porque el colchón de la cama es demasiado blandengue para mi esqueleto espartano. Las góndolas de las telecabinas todavía no se han despertado y todo está en silencio, así que me tomo un café y me siento en la tumbona de la terraza a perderme en la negra silueta piramidal del Cervino.
Una hora más tarde, escucho respirar algo vivo que se mueve bajo la terraza, y sigiloso me apoyo en la barandilla para contemplar como un menudo asiático con vestimenta de expedición al Annapurna y gorro de Dr. Livingstone, supongo, trajina emocionado y ensimismado la posición de la pantalla y los botones de una cámara compacta colocada sobre un trípode de 5 metros, intentando capturar el alma adormilada del Cervino.
La estación del tren cremallera a Gornergrat se encuentra en una esquina enfrente mismo de la estación de trenes y la Plaza de la estación de Zermatt. El billete ida cuesta unos 20 € (22 CHF) con la tarjeta Half Fare Card, y la ida y vuelta el doble lógicamente. Durante el horario de verano, de mediados de Junio a mediados de Octubre, el primer tren sale a las 7 de la mañana de Zermatt, y el último de regreso sale de Gornergrat a las 19'15, con una frecuencia de paso de unos 25 minutos. El encantador trayecto dura una media hora.
Situado a 3.089 m, las vistas desde el mirador de Gornergrat, abierto todo el año, son por supuesto magníficas, ya que además de la privilegiada visión del Cervino, la panorámica abarca unas 29 cumbres por encima de los 4000 metros además del glaciar Gorner, el segundo más grande de los Alpes después del Aletsch.
El cremallera, inaugurado en 1898, fue el primer cremallera eléctrico de Suiza, y el más alto de Europa al aire libre. A medida que va dejando atrás el pueblo, el tren se inclina para iniciar una subida que discurre entre bosques, túneles, viaductos, cascadas y precipicios de vértigo, y pasa respectivamente por las estaciones intermedias de Findelbach, Riffelalp, Riffelberg y Rotenboden. Al llegar a la cumbre, el mirador se encuentra en el "Kulmhotel Gornergrat".
El sendero, en realidad dos, puesto que iniciando en Gornegrat el sendero del lago Riffelsee (Riffelseeweg), enlacé cerca de Riffelberg con el sendero Mark Twain (Mark Twain weg) hasta la estación de Riffelalp donde cogí el tren de vuelta, lo hice de bajada, y podría catalogarlo de dificultad moderada, aunque en la página de Zermatt le pongan la etiqueta de difícil. Es factible acortarlo, puesto que se puede hacer solo el tramo Gornergrat - Rotenboden o Gornergrat - Riffelberg, o alargarlo, pasando de largo Riffelalp, y llegando a Zermatt.
El ritmo evidentemente lo marca cada uno, así que yo entre fotos a marmotas y hormigas, riachuelos, glaciares, montañas, lagos, musarañas, paradas para disfrutar de todo ello, y el tiempo de recorrido del propio sendero, me tiré unas buenas 6-7 horas, cuando la duración en las páginas oficiales es de unas 3 horas.
Hasta Rotenboden caminaba bastante gente, pero una vez tomado el desvío de descenso al lago Riffelsse, hice todo el camino en solitario, a excepción de un chaval de Londres con el que compartí una parte del camino, un poco de conversación y unos cuantos encuadres fotográficos, a partir del lago Riffelsee, ya bordeando las faldas del Cervino de camino a Riffelalp y Zermatt por el estrecho sendero de Mark Twain.
Aunque es de interés todo el recorrido, reseñables podrían ser el tramo que va en paralelo al glaciar Gorner; el lago Riffelsee, cuyo encuadre de postal con la pirámide del Cervino debe ser sin duda uno de los más fotografiados del mundo; y para mí particularmente gustosos, son algunos estrechos tramos del sendero de Mark Twain.
Al llegar a Riffelalp, cojo por los pelos el atiborrado tren estacionado en la vía, junto con el taquillero de la estación que acaba de cerrar el chiringuito para regresar a Zermatt, y pago al llegar a ese mismo taquillero, que espera a la salida a todos los que han montando sin billete, los 9 € que me cuesta desde Riffelalp a Zermatt, tras descontar el 50% de mi pase.
Como anécdota, os transcribo una llamada telefónica que recibí a mitad del recorrido mientras me encontraba en pleno extasis contemplativo y dopado de aire puro:
-Yo: diga? -dubitativo tras ver el número de 20 dígitos en la pantalla-
-GU: Buenos dias. Es usted el propietario de un XXX blanco (mi coche), aparcado en la calle XXX (mi calle)?
-Yo: -“mientras me va haciendo la pregunta, en mi mente van apareciendo imágenes: un coche ardiendo por los cuatro costados; un mazo haciendo añicos las lunas de un vehículo como en una obra de la Fura dels Baus; un motor en un mercadillo de Sierra Leona; una pintura de Basquiat reproducida en el capó; diez mil perros meándose en una rueda; mi coche convertido en un cubo prensado de chatarra”- ....
-GU: oiga? sigue ahí?
-Yo: sí, sigo aquí. Sí es mi coche.
-GU: le llamo de la Guardia Urbana, porque tendría usted que retirar el coche de donde lo tiene aparcado, porque molesta a las obras que se están haciendo en ese lugar.
-Yo: "tras respirar hondo, -lo que provoca hiperventilación por la calidad del aire suizo-, le contesto", obras?, no había ningunas obras cuando lo aparqué en esa explanada.
-GU: ya bueno, se iniciaron hace dos días, y ya se está levantando el suelo para empezar con los cimientos de una construcción.
-Yo: vaya, entiendo. El problema es que en este mismo momento me encuentro acorralado por un comando de vacas con unas cruces rojas tatuadas en el entrecot. Sin embargo, si salgo de esta con el llavero navaja multiusos suiza que compré ayer en una panadería porque era más barata que el mismo modelo que vendían en la pescadería, el estanco, la verdulería, la farmacia, la carnicería, la panadería y la iglesia, podré retirar mi vehículo el próximo domingo, tras regresar de mis pequeñas vacaciones en Suiza.
-GU: "amablemente se sorprende, y me dice", igual hasta el domingo no es necesario, pero si lo fuera, la grua se lo trasladaría gratuitamente a otro aparcamiento. Si al regresar encuentra usted en vez de su coche unas paredes de ladrillos y hormigoneras, solo tiene que llamarnos al 092 y le informaremos de donde hemos aparcado su vehículo.
Yo: -mientras escucho que el agente le dice a alguien “está en Suiza”-, ya claro, solo faltaría que me cobraran la grua. En cualquier caso, -mientras estoy absorto observando como por el deshielo desagua en un pequeño lago la lengua de un glaciar-, le agradezco que su lengua glaciar me haya llamado para avisarme. Gracias. Adiós.
Ya en Zermatt de nuevo, por la tarde, paseando por los arrabales lejos del mundanal turismo, y dando tumbos en busca de la estación de tren a Sunnegga y de algunos regalos, me topo con unos cautivadores escaparates y entro en una tienda de antiguedades, pensando en algo menos soso que una dulce tableta de toblerone para regalar. Pierdo un buen rato entre microbios, y acabo comprando dos antiguas linternas encantadoras del ejército suizo, de esas de pila de petaca añeja con cortinas de colores para hacer señales morse. Me cuestan 45 € las dos, y estoy tan contento por el hallazgo, que decido volver en otro momento al brocante, para comprarme una para mí, echar otro vistazo, y saludar a los microbios.
Al llegar a mi hotel, el asiático de la madrugada se encuentra en el mismo punto, pero además de toquetear y darle vueltas a la cámara y a su trípode gigantesco, estaba descoyuntándose el cuello como un contorsionista para poner la cabeza en posiciones antinatura, supongo yo, que ahora aspirando a capturar los bostezos del duende del Cervino y el aura nocturna de la cumbre.