Tras visitar Monreale, recobramos el recorrido de la jornada, que comprendía el Templo de Segesta y el Parque Arqueológico de Selinunte. Esa noche dormiríamos en Agrigento. Un total de 223 kilómetros, con el siguiente perfil en Google Maps.
Desde Monreale a Segesta hay 60 kilómetros, menos de una hora de un recorrido que me resultó muy entretenido por la variedad y belleza de los paisajes que fui contemplando, al principio divisando la costa y luego más al interior, entre colinas, huertos y cultivos, olivos, almendros y limoneros.
Muy bonito. Algunas estampas parecían la obra de un avezado pintor, sobre todo en los lugares donde se empezaba a apreciar la llegada del otoño. Está claro que me encanta contemplar el paisaje cuando voy por la carretera. Y Sicilia me estaba soprendiendo.
Quedaban algunas nubes en el cielo, pero el tiempo estaba mejorando y, según la previsión meteorológica, no se esperaba lluvia en las siguientes horas. Por la noche, sería distinto.
Parque Arqueológico y Templo de Segesta.
Segesta era la ciudad de los Élimos, un pueblo relacionado con Troya. Alcanzó un notable desarrolló en torno al siglo VI a.C. y se convirtió en rival de Selinunte, con la que competía por los fértiles valles del río Mazano, lo que derivó en frecuentes enfrentamientos armados.
Foto de un panel informativo del Parque Arqueológico.
Tras la destrucción en el 409 a.C. de Selinunte por parte de los cartagineses, aliados de Segesta, a finales del siglo IV a.C. fue conquistada y destruida por los siracusanos, que la llamaron Diceapoli. En la I Guerra Púnica, pasó a poder de los romanos, que la respetaron y le dieron el título de ciudad libre e inmune. Los campos circundantes le proporcionaron una gran riqueza, trabajando en los latifundios multitud de esclavos; así que no es extraño que este fuese uno de los principales focos de rebelión de los esclavos en el año 104 a.C.
El Parque Arqueológico discurre por pequeñas pistas que se pueden recorrer a pie, aunque también circula un autobús que lleva desde la taquilla hasta la parte alta, en la ladera del Monte Barbaro, donde se encuentra el Teatro, del siglo III a.C. Sin embargo, lo que más destaca es la inmensa mole del Templo, construido a finales del siglo V a.C. en el exterior de las murallas de la ciudad. Es un excelente ejemplo de estilo dórico (hay quien afirma que se trata del templo dórico griego mejor conservado), con 36 columnas acanaladas que sostienen los frontones.
La falta de techo ha dado lugar a diversas teorías, desde que se interrumpió súbitamente su construcción hasta que se dejó así voluntariamente. Según nos explicó el guía de la visita (poco explícito, por cierto), aparte de su monumentalidad, el valor de este templo radica en que –al margen del deterioro lógico del paso de los siglos- se ha mantenido tal cual era, sin haber sufrido expolios ni ataques porque, al estar inacabado, nadie encontró nada que valiera la pena robar.
Sin embargo, nosotros nos lo encontramos de una manera inédita, recubierto en uno de sus lados por unas telas de colores estampadas con dibujos a cuadros enrolladas en algunas de sus columnas. Al parecer, se trataba de una exposición temporal de algún artista moderno, expresando su particular interpretación del monumento.
En fin, no es por criticar la labor del artista, ni su propósito, que desconozco, pero hubiera preferido ver el templo tal cual es, sin semejantes añadidos. De todas formas, se admiten opiniones .
Lo que no admitía mucha discusión era que el paisaje donde se asienta este parque arqueológico es muy sugerente y el otoño inminente le sentaba muy bien.