![]() ![]() Oteando la estela de la extinta Yugoslavia desde la actual Serbia ✏️ Blogs de Serbia
En este nuevo diario relato mi viaje por tierras serbias, el cual duró dos semanas. Inicié mi viaje entrando por el Aeropuerto Internacional de Belgrado y finalicé saliendo por tierra hacia Macedonia del Norte.Autor: Agus1973 Fecha creación: ⭐ Puntos: 5 (6 Votos) Índice del Diario: Oteando la estela de la extinta Yugoslavia desde la actual Serbia
01: Preámbulo circense
02: De cuando llegué a Belgrado sin haber pagado
03: De cuando descubrí lo bello que es Belgrado
04: De cuando mis pies me llevaron más allá de Stari Grad
05: De cuando Novi Sad no me entristeció.
06: De cuando gora no significa viva en vasco, sino montaña en serbio
07: De cuando aprendí a rimar Nerón con peron
08: De cuando el oso en Bajina Basta no se asomó
09: De cuando el segundo día de Bajina Basta se acabó en el pantano
10: De cuando una lavadora me dejó en Novo Varós
11: De cuando fui al mirador de Vranesa nº 1
12: De cuando necesité un día para llegar a la cercana Novi Pazar
13: De cuando exploré Novi Pazar
14: De cuando Nis sufrió
15: De cuando Nis me enseñó su pasado convulso
16: De cuando, colorín colorado, esto se acabó
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Etapas 7 a 9, total 16
Bajina Basta, 04 de octubre de 2023
Dejé la llave de mi habitación debajo de la esterilla, tal como me comentó la propietaria en el mensaje de WhatsApp: " Under mat". En Serbia, con los propietarios de las habitaciones el contacto solía ser mínimo, al menos esa fue mi experiencia; pero, eso sí, siempre muy correctos. En la parada situada en el lado opuesto de la lapida de la familia Cenazi, se encontraba la parada para tomar el autobús N.º 4 para poder regresar de nuevo a la estación de tren y autobuses. Para ir a Banjina Basta había un autobús directo al mediodía, pero preferí pasar el tiempo de espera en Belgrado. El precio del billete: 660 DRS Novi Sad a Belgrado + 70 DRS equipaje grande. El extra de equipajes solo me lo cobraron en este trayecto. En los demás, no tuve que pagar nada por llevarlo en la bodega de equipajes de los autobuses. El trayecto se desarrolló en la autopista, atravesando un paisaje monótono de tierras de cultivos en su periodo de inactividad. Llegamos a la estación de autobuses de Belgrado a las 10:00h y lo primero que hice fue acercarme aleatoriamente a una de las taquillas que estaban abiertas, evitando tener contacto con la empleada de la ventanilla de información que acumulaba tantas reseñas negativas en las redes por parte de los pasajeros. Allí compré un billete con salida a las 13:45h. Aproveché para tomar un capuchino en la terraza del bar, que estaba ubicado en la salida opuesta a la plaza de la antigua estación de tren. Pasé un buen rato leyendo a Murakami ( Kafka en la orilla) en mi e-book. Justo cuando más concentrado me encontraba en la lectura, dos mujeres se dirigieron a mí en serbio. Al darse cuenta que no les entendía, señalaron la factura que estaba sujeta por el limpio cenicero de la mesa. La miraron y se marcharon. Les seguí con la mirada, observando que realizaban la misma operación en todas las mesas ocupadas. Finalmente, charlaron un rato con la camarera y se marcharon. ¿Inspectoras, tal vez? Me pregunté. Una pregunta que no podría resolver. Cansado de leer, volví a entrar al pasillo central que separaba los andenes de llegadas y salidas en dos espacios diferentes. El andén de mi autobús era el número 24. Fue ese día cuando aprendí que la palabra serbia "peron" significa andén que rimaba con Nerón, pensé para acordarme rápidamente de la palabra, ya que la memoria no es mi fuerte cuando se trata de palabras. Salí por el acceso de la plaza de la antigua estación de tren y me senté un rato en las escalinatas que antiguamente solían utilizar los pasajeros ferroviarios para tomar el sol. Permanecí un rato ensimismado en mis pensamientos, mientras observaba los tranvías, en su mayoría rojos, circulando a veces en una dirección y otras en la contraria, conviviendo en el mismo asfalto con vehículos de motor. Siempre me había llamado la atención, que pudiera convivir en el mismo espacio sin que ocurriera demasiados accidentes. Eso sí, las ciudades con tranvía me parecían más atractivas. A esa hora, en Belgrado, nada se detenía, como en cualquier gran urbe del planeta, el tiempo se había evaporado y las prisas habían acabado por reinar en casi todos sus ciudadanos. Y yo era tan anónimo como los indigentes que, tumbados o sentados en una mugrienta y barata alfombra en el rellano de las escalinatas, tomaban vino tinto barato para intentar correr detrás de las prisas para no pensar, porque pensar para ellos era hacerlo sin esperanza, sin vitalidad. Y, sin embargo, parecía, en ese momento, que éramos los únicos que el tiempo no nos había abandonado, teníamos tiempo para nosotros, a pesar de que para ellos, el tiempo no era un preciado regalo sino una maldita maldición. Dejé de divagar por el mundo de los pensamientos y me acerqué a la panadería cercana. Me comí un burek de queso (sobre 100DRS) y luego fui a los impolutos baños públicos (60DRS). Después, accedí al patio descubierto donde se encontraban los andenes de salidas, pasando por los torniquetes. Y me senté en un banco cerca del anden N.º 24. Pregunté al conductor del autobús estacionado en el andén N.º 23 si mi autobús lo haría desde el 24, y él me lo confirmó. El autobús llegó diez minutos antes de la hora de salida. Delante de mí subieron diez jóvenes gitanos de tez muy morena, que en la península ibérica se hubieran confundido con magrebíes. Se sentaron en los asientos centrales. El conductor al ver que se sentaban por la parte central se dirigió a ellos como si fueran ganado, con aspavientos y palabras que no sonaban especialmente armoniosas, indicándoles que se movieran todos hacia los últimos asientos. Ellos acataron sumisamente. Al principio pensé que se trataba de un caso aislado de discriminación y racismo. Sin embargo, durante todo el trayecto , pude observar que los serbios tenían interiorizada la idea de que el pueblo romaní no tenía mucho más valor que un animal de granja. Cada vez que alguien subía al autobús, jóvenes, mayores o ancianos hablaban despectivamente o se reían de ellos sin ocultarlo, delante de ellos, y siempre intentaban sentarse lo más alejados de ellos, cuando no podían, esperaban a que quedara una plaza libre de la parte delantera para cambiarse. Los gitanos asumían su papel impertérritamente, sus rostros no mostraban ningún sentimiento, era como si no los escucharan. Es cierto que algunos desprendían un fuerte olor nauseabundo que echaba para atrás, de no haberse lavado en siglos, pero eso no justificaba el trato que presencié. Además, en qué condiciones debían vivir esas personas en una sociedad que los aislaba. ![]() A unos cuarenta kilómetros de Bajina Basta, en Bulbobija, bajaron los diez cíngaros. Todo volvió a la normalidad, como si lo que hubiera visto fuera una película sobre el apartheid. Durante esos últimos kilómetros, la carretera discurría paralela al río Drina, que sirve de frontera natural con Bosnia y Herzegovina. Desde allí, observé algún minarete afilado sobresaliendo de pequeñas localidades en la otra orilla, en la República Srpska. Una de las regiones que más sufrieron los bosniacos en la guerra. No muy lejos está Srebrenica, la ciudad tristemente famosa por el genocidio provocado por los serbios, quienes intentaron "limpiar" la región de musulmanes. Me pregunté cómo deben ser las relaciones entre ellos en la actualidad. Debe ser difícil normalizarlas cuando todavía hay generaciones vivas que vivieron esa época oscura. Finalmente llegamos a Bajina Basta. Ya era de noche, así que poco podía ver del paisaje. El alojamiento estaba ubicado a un kilómetro de distancia de la estación de autobús. Subí por la calle de la gasolinera, giré a la izquierda en el cruce y, en el segundo cruce de la calle principal, observé un cartel del hotel: Mystic River Design Hostel indicando que camino debía coger para encontrarlo a cien metros. Cuando llegué a recepción ,no había nadie. En el comedor había una chica puertorriqueña que fue quién me dio las indicaciones. Mi habitación constaba de cuatro literas, ubicada en la planta superior, pero al ser temporada baja iba a poder disfrutarla durante dos noches para mí solo. 36 euros por tres noches. Después, me acerqué al centro de la población. Habían bastantes cafeterías pero pocos restaurantes. Al final, en un puestecito, compré una banitsa de nutela por 350 DRS y me lo comí sentado en un banco, viendo pasar a la gente. Luego, me tomé un café en una de las animadas terrazas, a pesar de ser un día laboral y las nueva de la noche. Me fui a descansar, después de charlar con el joven ruso que regentaba el local, aunque no era el propietario. El joven era una persona nerviosa y hablaba atropelladamente,, pero dominaba o se hacía entender en cuatro idiomas, entre ellos el castellano. Etapas 7 a 9, total 16
Bajina Basta, 05 de octubre de 2023
A primera hora de la mañana, una bruma espectral envolvía a la pequeña localidad, envuelta de montañas que no se dejaban ver, convirtiendo el valle en un lugar misterioso en el que uno imaginaba que podría acontecer extraños sucesos, quizás incluso la aparición de seres de origen inescrutable. Esa niebla madrugadora y omnipresente durante todos los días que estuve allí alimentaba mi imaginación, siempre predispuesta a explorar nuevos horizontes. Envuelto en la húmeda de las nubes bajas, en el bonito jardín exterior ubicado en la parte trasera del albergue, me acerqué a comprobar el estado de las cinco o seis bicicletas que el alojamiento ofrecía gratuitamente a sus huéspedes. Sé bien que a caballo regalado no se le deben mirar los dientes, pero aquello parecía más un cementerio de bicicletas que otra cosa. Solo una bicicleta de montaña con la cadena oxidada, el cambio de marchas bloqueado, pastillas de frenos chirriantes y un asiento decimonónico que podría milagrosamente servir para llegar al monasterio. Sinceramente, hubiera preferido que las alquilaran por un precio razonable, pero que hubieran tenido un mantenimiento adecuado. ![]() Tomé la agonizante criatura de dos ruedas, después de inflar las dos cámaras, y rodé hasta el Monasterio Racha, ubicado a siete kilómetros de distancia. Una distancia que podría solventar a pie sin mucho esfuerzo en el caso de tener una avería grave con la bicicleta. Llegar al monasterio resultó bastante fácil. Había suficientes carteles en la carretera para no perderse. Asimismo, los últimos kilómetros, una pista asfaltada con buen firme llevaba directamente al recinto ortodoxo. Mientras pedaleaba, la niebla se fue desvaneciendo y una tierra ubérrima subía el telón para ofrecerme su gama de colores verdes intensos, sinónimo de abundante y vibrante existencia. De hecho, en la zona del Parque de Tara, se podría encontrar con muchos de los mamíferos que en otros bosques europeos están extintos, como el oso pardo, donde se estima que había sesenta ejemplares, pero no solo osos, sino también lobos, linces y ciervos. Aunque el oso pardo era el protagonista indiscutible del parque. El Monasterio Raca se considera uno de los tesoros culturales más importantes de la zona. Fue construido por el Rey Dragutín (1276-1282) y fue un centro de reproducción manual de manuscritos medievales de Serbia. Durante una parte del periodo de la dominación turca dejó de funcionar y luego volvió una temporada a funcionar hasta que los monjes lo abandonaron nuevamente. A finales del siglo XVIII se reconstruyó, y a principios del siguiente siglo, debido a la rebelión serbia de 1804 contra el imperio Otomano, tuvo que volver a ser reconstruido. Las vicisitudes de este monasterio octocentenario han sido numerosas, pero se obstina en su empeño de no desaparecer. ![]() El lugar donde se aposentaban la fornida iglesia y la torre, rodeada de los nuevos edificios residenciales de los monjes, sin lugar a dudas, era idílico. Accedí al patio del recinto amurallado y visité el interior de la pequeña iglesia. Aproveché para preguntar a dos monjes que charlaban distendidamente si podía dejar mi bicicleta en el patio mientras iba a dar un paseo, ya que no me entendían, fui a buscar la bicicleta y con mímica, comprendieron de inmediato mi solicitud. Por supuesto, me permitieron dejarla en el interior del patio. Aunque, pensándolo bien, no creo que hubiera sido necesario dejarla bajo el "protectorado clerical ortodoxo" , ¿quién se tomaría las molestias de perder su tiempo llevándose ese hierro móvil? " Desde el monasterio, salían varías rutas de senderismo interesantes. Yo escogí la más sencilla (Raca Monk´s trail). Este sendero recorría paralelo al pequeño río Raca, hasta llegar al manantial de Ladevac. Empezaba justo detrás del monasterio, siguiendo una pista flanqueada por un prado a la izquierda y el río Raca a la derecha. Solo me alejé del río unos dos cientos metros ladera arriba. Luego, se transformó en un bosque de hayedos donde algunos ejemplares eran centenarios. El sitio era sombrío y una excelente opción para los días calurosos. Aproximadamente, a los tres kilómetros llegué al manantial de Lavedac. Sus aguas brotaban a unos treinta metros de altura desde el río, desde el interior de la montaña, y se expandía sobre su falda como un abanico invertido. Subí las escaleras artificiales para ver el manantial, pero quedé decepcionado. Era un simple caño de agua con dos balsitas en diferentes niveles. ![]() Durante el trayecto, solo vi a un leñador en una de las terrazas inferiores de un tramo elevado del sendero. El bosque me pertenecía, era de mi propiedad, una propiedad con hora de vencimiento. Era complicado avistar en este sector un oso u otro animal, y más con el ruido de la motosierra de la única persona que compartía el valle conmigo. El ruido debía abarcar todo el valle para los animales, incluso donde yo no oía nada, tan solo el gorjeo de los pájaros y el relajante sonido del agua bramando entre los elementos. Esta vez, no tuve la fortuna de tener un encuentro con un representante de la vida salvaje. Finalmente, me descalcé y me senté en una piedra para sumergir mis pies en el agua fría y así aliviar las pequeñas heridas causadas por el roce de las botas de tanto andar, día tras día, en Serbia. Y así me quedé un rato disfrutando, relajado y completamente feliz. ¿Acaso se podía ser más feliz en esta vida? Justo en el momento cuando parecía que el bosque quisiera congraciarse conmigo, intentando ocultar su lado oscuro y solo ofrecerme su candor. Retorné al monasterio, pero antes de llegar me desvié por la canalización de agua cubierta de losas, saliendo por el lado de una carretera comarcal ascendente, al lado del monasterio. Un joven serbio, acompañado de un chica, me preguntó dónde se iniciaba la ruta a pie del mirador de Crnjeskovo. Le dije que no lo sabia. Al tener 600m. de desnivel y tener dolores lumbares, preferí dar descanso a mi espalda. Y no indagué más sobre este mirador que tenía, según la información que había recabado por internet, una panorámica del valle espectacular. Por supuesto, que no le quepa la menor duda a ningún lector de Los Viajeros, la bicicleta permanecía en el mismo lugar que la dejé. La vuelta fue más rápida gracias al suave descenso de la carretera al pueblo. Sin embargo, debía tener cautela, porque los frenos, además de chirriar, tenían la misma efectividad que si hubiera puesto la suela de mi bota como zapata para detener la bicicleta. Di unas vueltas por las calles de la impersonal localidad en busca de un restaurante. Al final, decidí entrar en una pizzería de "take away" que tenía varios taburetes y mesas altas. Allí mismo me la comí, acompañada de una Coca Cola. La bicicleta la dejé apoyada en la fachada del local. Al menos, no debía preocuparme por ella, tan poco deseada la pobre. No, si después de todo, le acabaría cogiendo cariño, si es que en el fondo soy un sensible irremediable. Después de comer, bajé hasta la entrada del pueblo para tomar unas fotos a la icónica imagen turística que se asociaba indeleblemente con la localidad. No era otra que la casita de madera sobre una roca en medio del río Drina. Esta estructura había sido reconstruida varias veces debido a las crecidas del río, y en la actualidad se podía alquilar para disfrutar de una comida en su interior. ![]() A las cinco y media de la tarde, regresé al albergue para ducharme y relajarme un rato en el espacio comunitario. Allí tuve la oportunidad de conversar con el joven ruso que en esos momentos gestionaba el negocio. Me informó que el albergue de Mitrovac, perteneciente al mismo propietario, ya estaba cerrado al ser temporada baja. El joven me comentó que tenía muchas dificultades para entender a la puertorriqueña cuando conversaban en español entre ellos. La pronunciación endémica y el vocabulario particular del territorio eran obstáculos difíciles de superar para alguien que se desenvolvía con dificultad en el la lengua de Cervantes. Al comentar que estas variantes lingüísticas son comunes en todos los idiomas del mundo, incluso en las lenguas minoritaria; le mencioné el ejemplo del inglés que se habla en Inglaterra con el norteamericano. También le dije que el catalán, con una difusión territorial menor que el español y el inglés, presentaba diferencias significativas entre regiones. Sin embargo, él me aseguró que el ruso era uniforme en todo la federación, que no había diferencias. Esto me sorprendió mucho, pero como no tenía argumentos para debatirle asentí. Media hora después, Gianna, la puertorriqueña, se unió a la conversación en la sala comunitaria. Había decidido tomarse un año sabático para explorar la Europa meridional, y llevaba dos meses descansando en el albergue de Bajina Basta. Desde enero, había estado viajando constantemente y necesitaba un periodo de descanso. Había regresado al lugar donde se había sentido más cómoda a lo largo de su periplo viajero. Esta era la segunda vez que se tomaba un año sabático: la primera vez estuvo por el sudeste asiático. El joven ruso me ofreció unirme a una visita a los cinco miradores más importantes del Parque Nacional Tara, que nos llevaría con su coche al día siguiente. Por la noche, me confirmaría si se llevaría a cabo, la hora y el precio. A las diez me fui a dormir porque estaba cansado. El ruso todavía no había llegado. Por lo que entendí, le gustaba tomarse unas cervezas con amigos todas las noches, y esa noche se ve que alargó la velada. Así que pensé que la excursión finalmente se había cancelado. A las intempestivas horas que debió llegar yo ya debía estar roncando como un oso grizzly. Y a los osos grizzly no es aconsejable despertarlos por nimiedades, debió pensar el ruso que tal vez estuviera perjudicado por el alcohol. Etapas 7 a 9, total 16
Bajina Basta, 05 de octubre de 2023
El ruso dormía en su habitación profundamente cuando salí del albergue por la mañana. Antes de marcharme, me encontré en el rellano con uno de los huéspedes anglosajones que se alojaban en el cuarto comunitario de la planta baja y le pregunté si sabía a qué hora se realizaba la excursión a los cinco miradores. Respondió: A las 14:30. ¿Tan tarde? Contesté. Asintió. ¿Y qué hacía mientras tanto? No lo sabía. Mientras pensaba en ello aproveché para buscar en Google Map una lavandería, encontré una ubicada en la calle Vojvode Misica, a diez minutos en bicicleta del albergue. Tomé la bicicleta con la ropa sucia en el interior de un bolsa y me dirigí al punto señalado: una casa de dos plantas con un poste que sujetaba un cartel con la reseña de Lavandería en el jardín delantero. Allí, en un lateral, un hombre mayor se entretenía arreglando alguna pieza de un coche rojo, y fue él, cuando le pregunté, quien avisó a una de las mujeres que se encargaba del negocio, la cual se encontraba en el interior de la casa de la planta baja. Me dijo que podría pasar a recogerla a las 15h. Decidí recorrer la carretera 142 que discurría paralela al río Drina, en dirección a Mitrovac sin saber muy bien qué me encontraría, y con una bicicleta cuya cadena oxidada podría romperse en cualquier momento, como un jarrón de porcelana sobre una vieja lavadora vibrando enloquecidamente cuando centrifuga. Traté de no pensar en esta circunstancia y me propuse disfrutar del hermoso recorrido, que al ser temporada baja no había excesivos vehículos y, al menos hasta la presa de Perucac, casi no había desniveles. El cauce del río Drina se había convertido, a lo largo de muchos kilómetros, en la frontera natural entre Serbia y Bosnia y Herzegovina, en detrimento de los serbiobosnios y la alegría de bosniacos. En el flanco izquierdo se extendía una pradera de intensos colores verdes, salpicada de caseríos antes de llegar a las prominencias montañosas que cercaban el valle. Por fin, a la media hora, la persistente neblina se desprendía de las cumbres y se descubría ante mí, como una hermosa y desnuda amante dispuesta al placer de la carne. Las emociones se entremezclaban. La nostalgia con la alegría, la alegría con el entusiasmo, el entusiasmo con la tristeza. En esos momentos, mi sentimientos eran un cóctel de emociones enemistadas que pedían una tregua. A la hora y pocos minutos, llegué a la pequeña población de Perucar, que se encontraba a medio camino de la población más turística de Mitrovac. Justo en la entrada, losas medievales luchaban por no ser engullidas por la maleza. Este lugar era un cementerio que databa del siglo XIV al XVI, como indicaba un cartel informativo: Mramorje. Todas las lapidas estaban sin inscripciones ni ningún tipo de decoración, excepto una circular. Lo que hacía singular el sitio eran que las piezas talladas de roca caliza algunas llegaban a pesar más de tres toneladas. ![]() ![]() Di una pequeña vuelta por la población, que estaba muerta turísticamente. Tenía una calle principal y varios ramales. Todavía encontré algunos restaurantes y una tienda de souvenirs abiertos. Estaba desértico y desolado, y casi parecía un pueblo abandonado. Proseguí recto, dejando atrás la carretera 142 que giraba bruscamente y ascendía hacia el lago creado por el dique, hasta llegar a una garita de seguridad de la presa hidroeléctrica. Estaba militarizada y no permitían el paso a personas no autorizadas, ya que el paso de vehículos de la presa comunicaba con Bosnia y estaba cerrada. Debido a la configuración de los elementos en territorio serbio, daba la sensación de que el país vecino no se beneficiaba muchas de estas instalaciones. Aunque, pensé que en caso de que hubiera una desgracia que causara una rápida crecida del caudal del río, aquí sí ambas orillas se verían perjudicadas. ![]() Giré ciento ochenta grados en el aparcamiento de vehículos y volví a tomar la carretera 142 dirección al pantano. Subí varias rampas muy empinadas sin bajarme de la bicicleta, que sufría más que yo. Por un instante, temí que la cadena se rompería, pero por suerte, eso no ocurrió y llegué al desolado pantano. Me relajé tomando una cerveza en la terraza vacía que ofrecía una excelente panorámica del lago (costó 300 DRS). Desde allí, salía los cruceros que recorrían el cañón y llegaban hasta la localidad Visegrad en Bosnia y Herzegovina. Según me comentó el ruso, el domingo se solía programar una salida en temporada baja. Demasiados días para esperar, a pesar de que el valle ofrecía muchas posibilidades para consumir jornadas explorándolo. Pero mi intención era recorrer el país, no centrarme en un sitio. ![]() La carretera serpenteante ascendía en dirección a Mitrovac, pero ya eran las doce del mediodía y quería estar de vuelta en el albergue a las 14:30 para poder unirme al ruso y dos personas más en la visita a los cinco miradores. Así que decidí dar por finalizada mi exploración del valle. Si hubiera tenido una bicicleta en condiciones, me habría aventurado por pistas de tierra, pero dadas las circunstancias, ya me había arriesgado lo suficiente realizando 33 kilómetros de ida y vuelta. La vuelta fue mucho más rápida, con suaves descensos. Como eran la una y tenía tiempo, me acerqué al Restaurante Studenac, junto a la icónica casita en la roca en el río Drina, y me senté en la terraza. Me dio vergüenza entrar al acogedor comedor interior, ya que estaba sudado y no debía desprender el mejor de los olores. Pedí unos sabrosísimos y escasos chipirones a la plancha con una pequeña guarnición, acompañado de una coca cola. La abundancia no era su fuerte. La cuenta ascendió a 1438 DRS. ![]() Llegué al albergue a las 14:00 y dejé la bicicleta en el amplio jardín. Allí se encontraba impaciente el ruso con el coche arrancado." ¡Venga!¡La excursión está programada a las 14:00 y si no nos dará tiempo!", me instó, presionado por un "talibán anglosajón" "¡Conmigo no programamos nada! Le espeté indignado. Subí a la habitación un momento. No pude ni tan siquiera darme una ducha. Me sentía sucio y sudado, y me sentía incómodo entrar en el coche de tal guisa. Al bajar, le dije que lo único que debíamos hacer antes era pasar por la lavandería del pueblo a recoger la ropa, ya que al día siguiente me iría temprano y solo eran cinco minutos. Me llevó a otra lavandería, según él solo había una en la localidad; por lo tanto, no le di indicaciones por dónde ir. Lo cierto es que había al menos dos, y ahí vino el lío y los nervios. Mientras el "talibán anglosajón" , un sexagenario de barba larga, no dejaba de hablar entre dientes en el asiento trasero junto a mí. El único que no decía nada, en el asiento delantero, era el joven inglés con el cual había hablado por la mañana. Busqué la dirección por Google, ya que donde estábamos no conseguía orientarme. El ruso seguía presionándome que no teníamos tiempo y el otro seguía con su melodrama quejumbroso que solo hizo falta que me hiciera ese feo gesto. Cuando me incliné para mirar en el lado contrario de mi perspectiva para intentar ubicarme y sin querer me apoyé en la mochila del inglés que estaba sobre el asiento, entre los dos. Él, con un gesto brusco y una mirada despectiva, la retiró de malos modales. Entonces, muy enfadado, me bajé del coche y le dije al ruso que ya podían irse ellos solos. Paseé un rato para calmar mi estado de ánimo. Estaba completamente sulfurado. Tomé un capuchino en una de las cafeterías de la pequeña rambla peatonal y luego, más calmado, fui a buscar la ropa. Diez prendas por 230DRS. Quedé muy satisfecho. La ropa estaba limpia y planchada. Por la tarde, saludé al ruso por cortesía, pero ya no intercambié ninguna palabra más con él. Llegó un chaval de Barcelona que conversó con la puertorriqueña durante horas. Yo me pasé las últimas horas leyendo, no me apetecía charlar con nadie. Me hubiera gustado haber podido ver el valle de Tara desde las cinco atalayas. Habría sido una gran jornada después de la épica travesía en bicicleta de la mañana, pero no pudo ser ,debido a una estupidez. Y es que al final la mayoría de conflictos nacen de nimiedades que se podrían haber resuelto con la buena voluntad de todos, En fin, viajar, como vivir, es una montaña rusa de días buenos y días no tan buenos. Etapas 7 a 9, total 16
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