Va a ser difícil. Muy difícil. Voy a intentarlo de todo corazón pero voy a ser incapaz de expresar al 100% las sensaciones que uno percibe en un día como aquél que viví 2 semanas atrás, a día de hoy que escribo esto.
A recomendación de Malena, a la que le agradezco muchos consejos, elegí Woody Elephant Camp para pasar un día con elefantes.
Nos recogen un pelín tarde. Woody viene un poco estresado y de camino nos dice que nos compensará el día haciéndo de nosotros 6 un grupo a parte con actividades especiales.
Horas más tarde estaríamos bajo un diluvio, 6 personas subidos en la parte de atrás de una furgoneta destartalada y a toda pastilla por carreteras sinuosas entre chabolas en una montaña para buscar caña de azúcar para los elefantes.
-So, this is our special day? Really, we love you.
Fué lo que le dije a Tom, uno de los ayudantes de Woody, al encontrarnos en esa situación.
Realmente fué especial?
Desde luego. Él no paraba de reírse al ver a 6 personas con monos azules empapados de arriba a abajo y haciéndonos trabajar como si sus fuésemos sus esclavos, cortando con machetes caña de azúcar y subiéndola en el camión.
Volviendo al principio, empezamos con un briefing al llegar, donde nos explican los movimientos de los elefantes. Adelante, atrás, izquierda y derecha. Y YUT, sobre todo, YUT.
Nos lo apuntamos en el brazo al estilo chuleta para no olvidarnos. Vaya momentos más horteras pero a la vez divertidos.
Vamos a darles de comer nosotros primeros, el grupo pequeño de 6. Había otro grupo de unas 20 personas, pero lo siento por ellos. Fueron los segundones. Nosotros éramos los "especiales".
Los bichos tragaban bananas como harían los monos con cacahuetes ya pelados. A saco.
Son enormes, cuando los tienes delante te dan una impresión que te cagas.
10 minutos dándoles de comer y acariciándolos, haciendo contacto, y arriba. Nos vamos de paseo.
6 personas, 3 elefantes. Gritos de PAAI, SAAI, YUUUT! Y una mierda, el elefante hace lo que le da la gana. Sigue su camino, o se escapa al río a beber. Menudo marrón para los pobres de nosotros que estábamos encima. A mí me dolía la barriga de tanto reír.
Llegamos a una zona del camino donde nos bajamos y les damos de comer, caña de azúcar en troncos. Ves con qué facilidad el elefante, con la ayuda de sus patas y la trompa, las desmenuzan como si fueran palillos de dientes y se las zampan. Qué fuerza!
Tom, nuestro guía, nos vacila al hacer fuego con un trozito de caña de azucar, un machete y caca de elefante. Y a mí me hace una pulsera trenzada con platanero que hasta el día de ayer aún llevaba. Para trabajar tuve que quitármela...
Volvemos a la zona del briefing y nos metemos en el río con los elefantes mientras el grupito grande de gente nos mira desde las sillas de una cabaña que había más arriba. Habían comido mientras nosotros nos íbamos de paseo con los elefantes. Eso por ser guiris. Se siente, chavales.
Después de dejarlos limpitos, nos vamos nosotros a comer y el grupo grande se va a hacer el paseo con los elefantes.
Empieza a diluviar. Tom aparece con una furgoneta roja destartalada y nos hace subir. Estamos locos o qué? A buscar caña de azúcar!
No vuelvo a explicar lo que pasó a continuación, la cuestión es que una vez de vuelta en el campamento con la caña de azúcar, empiezan a volver los elefantes del otro grupo, hambrientos, y volvemos a darles de comer. Y de ahí todos al río. Otra vez. Fiesta de agua (ya había parado de llover). Los elefantes duchando a todo el mundo con las trompas y nosotros intentando hacer nuestra guerra con los cubos de agua.
Después de eso, nos hacen dar un "rodeo" a algunos elegidos (o pringados) a un estanque aparentemente poco profundo.
Lo flipas, lo mínimo 3 metros de profundidad, lo justo para que el elefante saque la trompa para respirar y para que nosotros nos acojonemos cuando le da por "agacharse". Otra experiencia más.
A todo lo que he ido contando, hay que sumarle las risas continuas, las experiencias vividas, y cosas que sólo estando ahí puedes disfrutar. Si da la ocasión que puedes disfrutar con unos cuantos amigos, todo se multiplica.
Sin duda Tailandia ofrece muchas cosas y experiencias, pero esta no tuvo rival.
Gracias a Woody, Tom y compañía. Es un día que no olvidaremos jamás.
Daba mucha pena volver, pero una vez más nos vimos deambulando por el Night Bazaar (tiene algo que engancha). Nos decidimos a ir a cenar a un restaurante-bar-discoteca llamado Warm Up, que está en la zona universitaria, y donde no van turistas. Nos lo recomendó Pau. Baratísimo, muy moderno, con música ambiente y la cena muy, muy buena. El único pego era que, al no haber turistas, no tenían ni papa de inglés. Fué un espectáculo pedir la cena...
Otro día más que terminó. Yo creo que los 6 nos fuimos a dormir ese día pensamos lo mismo: nos quedan 10 días, pero no vamos a vivir ninguno igual.
Creo que no nos equivocamos.
Doi Suthep, Wat Phra Sighn y Wat Chedi Luang. Y alguna sorpresilla que dé tiempo, Pau.
Eso acordamos con nuestro guía. Y la sorpresilla fue lo mejor, sin duda.
Nos recoge a las 9 de la mañana y nos vamos al Doi Suthep. Se tarda un poco en llegar ya que está en lo alto de una montaña. Realmente es bonito y digno de ver. Llegas y ya te encuentras un montón de paraditas para asaltar a los turistas con comida o souvenirs. Unas interminables escaleras suben hacia arriba y a paso decidido las subimos hasta llegar arriba.
Rituales de templos: piernas cubiertas y a descalzarse. Las chicas se alquilan unos mantos y se cubren las piernas y todos nos quitamos los zapatos.
El templo por dentro está muy currado. La estupa principal reluce un montón con el color dorado que tiene y hay un montón de gente haciendo rituales budistas con palillos y flores de loto. Figuritas de buda por todos sitios, olor a incienso y campanillas sonando por todos lados. Un ambiente muy bonito. Muy recomendable.
Decidimos bajar para aprovechar la mañana y nos paramos en un templo muy curioso. Se llama Wat Palad y es un templo muy desconocido incluso para la gente local.
Está en pleno corazón de la montaña del Doi Suthep, y no habia nadie... Sólo monjes y una pareja de gente que lo encontró haciendo trekking.
Tiene unas vistas y una tranquilidad asombrosas.
Aquí tuvimos un encuentro con una serpiente. Estábamos fuera de un templo cuando uno de nosotros grito: Una serpiente!!!
Y todos a correr... hacia ella!
Cámaras en mano, acosamos al pobre y larguirucho animal hasta que se cansó y pasó a darnos un susto haciendo un amago de "ataque".
En ese momento tenía el zoom de mi réflex enfocado plenamente en su cabeza y al hacer ése movimiento, es como si la tuviese encima. Al estar semi-agachado, me caí de culo. Vaya risas! Todos nos asustamos un poquillo, pero juraría que era una pitón, por la forma de su cabeza y no son venenosas. Le preguntaré a Frank de la Jungla.
Más fotos y viendo algunos animales curiosos, un río que bajaba por la montaña y los bonitos jardines oscuros de la zona, nos decidimos a bajar a la ciudad a ver los templos.
Wat Phra Sighn, Wat Lok Molee y Wat Chedi Luang fueron las siguientes víctimas de nuestras cámaras (en orden).
Muy bonitos, todos. Muy bien hechos y muy bien cuidados. Llenos de detalles por todos lados.
En Wat Phra Sighn es donde más rato estuvimos, viendo un ritual de mini-monjes tragándose el sermón de ChiangDalai-Lama, que una vez terminado el ritual se puso a meditar y cualquiera le molesta, sabes? Pero la verdad es que da respeto y personalmente admiro mucho esta forma de ver y practicar una religión. Bromas a parte, creo que son gente digna de respetar, más que los señores con túnicas que tenemos por aquí y que dan misa cada domingo. Mucho más humildes y puros. Es una opinión.
Nos vamos a Siri House, dónde nuestra amiga y huésped Patt me había ofrecido a su hijo Tumm para que nos llevase al Tiger Kingdom. Vistos los precios que ofrecen y el precio que íbamos a pagarle al chaval, acepté. Salía muy a cuenta.
El Tiger Kingdom es una experiencia bonita y bastante recomendable, pero no deja de ser un zoo. Y muy caro. Supongo que es el momento que más gracia hace para enseñar fotos a la gente cuando vuelves, igual que las fotos que nos hicimos en Maya Bay. La gente alucina. Pobres chavales. En realidad la experiencia no es para tanto porque los tigres pasan de ti y tu no interactuas con ellos realmente, te pones al lado para hacerte la foto, los acaricias un poco, y ya. Quizás con los chiquitines sí que jugueteas un poco, porque son más activos.
De todas formas, lo recomiendo. Se sale.
Ducha y al Night Bazaar por enésima vez. Empieza a soplar aire y los tailandeses empiezan a cubrir su puestecitos. Va a llover, y lo tienen bastante claro. No sé porqué.
Total, que se pone a llover a saco. Nos refugiamos en un sitio donde nos hacen un masaje en los pies que te cagas y al salir, ya estaba todo seco.
Después de pensar en como echar unas risas, intentar tomarle el pelo a un TukTuquero para ver si podía llevarnos a Phuket, escuchar la mítica frase para nosotros de "Regatéale" (by Nasser) a una mujer que me ofrecía una ranita de madera por 20 baths (50 céntimos), nos vamos a cenar a la zona universitaria de nuevo. El bar-pub-restaurante-discoteca al que fuimos en esta ocasión se llama Monkey Bar, y a mi no me gustó nada. No tratan con turistas y nos tomaron por tontos, no entendían que queríamos cenar y estuvimos 20 minutos esperando a que viniesen a tomarnos nota. La música sonaba a tope porque nos pusieron al lado del escenario, y el tío que cantaba entró en mi lista de posibles candidatos al vodoo del año.
Pero al salir nos tomamos un batidazo de frutas que lo arregló todo. Última noche en Chiang Mai...
Se dice que las grandes historias terminan con un final feliz. Lo de Chiang Mai fué una buena historia, muy buena. Nos íbamos a Phuket casi sin ganas. La despedida fue muy, muy dura. Pat, su hijo y su nieta se despidieron de nosotros con palabras emotivas, y ella nos regaló un monedero hecho a mano a cada uno, con su eterna sonrisa en la cara. Sin duda en Tailandia habrá grandes personas, y creo que pudimos conocer a una de ellas. Recomiendo altísimamente Siri House a todos aquellos que no busquen lujo, que busquen integrarse en una familia Tailandesa y convivir con ellos para aprender sus costumbres en cómodas y bonitas habitaciones. Los echamos de menos todo el viaje.
Así que nos vamos a Phuket. Cogemos un avión de AirAsia que apenas dura 2 horitas. Nos plantamos allí con un ambiente muy nublado y caluroso. Nos recogen y nos llevan a nuestro hotel, situado en el centro de Karon Beach.
Está justo enfrente de la playa, nos reciben muy amablemente y nos alojan en nuestras habitaciones. Son amplias y limpias, la cama era bastante cómoda y tenía una terracita bastante chula. Aunque ni la usamos.
Decidimos ir a comer algo y a dar un paseo por la playa. Nos compramos una hamburguesa en un puesto callejero y terminamos la comida con una ensalada en un restaurante de la zona.
Karon está muy bien porque es un sitio muy tranquilo, sobre todo por las noches, y tiene una callecita de unos 200 metros donde hay buenos restaurantes, una farmacia y un par de tiendecitas. También tiene una oficina de excursiones y un par de centros de masajes. Por la noche ponen algunas paraditas y lo hacen muy bonito y familiar. Sin aglomeraciones. Comimos y cenamos ahí casi todos los días, y los precios, aunque pican…. compensan con comida muy buena.
La playa es muy bonita. Es lisa, lisa y lisa, su paisaje es muy simple: Arena y más arena fina y agua transparente, y sin rocas. Nos pusimos a merendar en la playa mientras se hacía de noche y la marea cambiaba su nivel, y empezamos a ver volar los típicos globos de papel con una llama en el centro. A los 5 minutos teníamos un vendedor ambulante ofreciéndonos tirar uno. Lo aceptamos por hacer la gracia y porque realmente tampoco nos costó tan caro. Pides un deseo, nos hacemos la típica foto superchuli, y a correr.
Seguimos paseando por la zona hasta la hora de cenar, nos compramos algún bañador falseti a buen precio en la calle que antes comenté, nos damos un bañito en la piscina, y nos vamos a dormir.