Este era nuestro último día en Praga. La misma tónica del resto de los días, nos levantamos pronto, desayunamos, preparamos las maletas, las dejamos en consigna y salimos a conocer lo que nos queda de la ciudad.
Este día decidimos dedicarlo a la zona del Castillo. Cogemos un autobús en la misma calle del hotel. Llegamos allí pronto, abren a las 9:00 horas, compramos la entrada “corta” y, para nuestra sorpresa, la Catedral de San Vito no abría al público hasta las 12:30! Bueno….que le vamos a hacer! Aprovechamos que es temprano y comenzamos la visita de la zona: el Callejón de Oro, la Iglesia de San Nicolás, panorámicas de la ciudad desde los miradores…
Habíamos decidido esperar hasta que abriesen la Iglesia, a pesar de que nos hacía perder bastante tiempo, pero gracias a eso pudimos ver el cambio de guardia.
Aprovechamos para caminar y callejear por toda la zona, nos gustó mucho, mucho y además, empezaba a salir el sol! Pudimos quitarnos el gorro! Yujuu, jajajaja. Disfrutamos de unas panorámicas de la ciudad preciosas.
Bajamos andando hacia Mala Strana, decidimos entrar a ver la Iglesia de San Nicolás y visitar más tranquilamente lo que habíamos visto el anterior día por la tarde.
Nos quedaban unas horas para dejar la ciudad, así que comenzamos a recorrer por última vez algunos de los sitios principales: cruzamos el Puente de San Carlos, volvimos a callejear por la Ciudad Vieja, compramos algunos recuerdos y como teníamos tan cerca del hotel U Medvídkú, decidimos despedirnos de la comida y cerveza checa volviendo a este restaurante, pedimos codillo y unas cervezas. Y al igual que el primer día, muy rico.
Recogemos las maletas y vamos al metro, aquí nos llevamos uno de los peores recuerdos de los praguenses. No teníamos cambio para las máquinas del metro y, a pesar de que en las estaciones normalmente hay personal en una “garita”, no entiendo muy bien para qué están…le fui a pedir cambio y me dijo que no, cómo?!?!, que fuese a compara los billetes al estanco de la estación, con las mismas voy para allá y la mujer ha salido, empiezo a preguntar en otras tiendas y nada. Me salgo a la calle, voy a unos seis comercios distintos y ninguno se digna a cambiarme un billete. El tiempo pasa, la hora se nos echa encima y nadie nos ayuda. Fue realmente desesperante. Vuelvo al estanco y la mujer por fin volvía del baño….con una parsimonia….madre mía! Arghhhhh. Finalmente compro los billetes y ponemos rumbo al aeropuerto. Justos de tiempo, pero llegamos.
No sólo por este altercado, pero he de decir que los praguenses me parecieron muy antipáticos, imagino que, como en todos los lados, habrá de todo, pero en general no fueron simpáticos, en algunos casos ni siquiera intentaron ser cordiales. Está claro que eso no te va a “amargar” un viaje, y menos cuando visitas una ciudad preciosa a la que espero volver alguna vez.
Este día decidimos dedicarlo a la zona del Castillo. Cogemos un autobús en la misma calle del hotel. Llegamos allí pronto, abren a las 9:00 horas, compramos la entrada “corta” y, para nuestra sorpresa, la Catedral de San Vito no abría al público hasta las 12:30! Bueno….que le vamos a hacer! Aprovechamos que es temprano y comenzamos la visita de la zona: el Callejón de Oro, la Iglesia de San Nicolás, panorámicas de la ciudad desde los miradores…
Habíamos decidido esperar hasta que abriesen la Iglesia, a pesar de que nos hacía perder bastante tiempo, pero gracias a eso pudimos ver el cambio de guardia.
Aprovechamos para caminar y callejear por toda la zona, nos gustó mucho, mucho y además, empezaba a salir el sol! Pudimos quitarnos el gorro! Yujuu, jajajaja. Disfrutamos de unas panorámicas de la ciudad preciosas.
Bajamos andando hacia Mala Strana, decidimos entrar a ver la Iglesia de San Nicolás y visitar más tranquilamente lo que habíamos visto el anterior día por la tarde.
Nos quedaban unas horas para dejar la ciudad, así que comenzamos a recorrer por última vez algunos de los sitios principales: cruzamos el Puente de San Carlos, volvimos a callejear por la Ciudad Vieja, compramos algunos recuerdos y como teníamos tan cerca del hotel U Medvídkú, decidimos despedirnos de la comida y cerveza checa volviendo a este restaurante, pedimos codillo y unas cervezas. Y al igual que el primer día, muy rico.
Recogemos las maletas y vamos al metro, aquí nos llevamos uno de los peores recuerdos de los praguenses. No teníamos cambio para las máquinas del metro y, a pesar de que en las estaciones normalmente hay personal en una “garita”, no entiendo muy bien para qué están…le fui a pedir cambio y me dijo que no, cómo?!?!, que fuese a compara los billetes al estanco de la estación, con las mismas voy para allá y la mujer ha salido, empiezo a preguntar en otras tiendas y nada. Me salgo a la calle, voy a unos seis comercios distintos y ninguno se digna a cambiarme un billete. El tiempo pasa, la hora se nos echa encima y nadie nos ayuda. Fue realmente desesperante. Vuelvo al estanco y la mujer por fin volvía del baño….con una parsimonia….madre mía! Arghhhhh. Finalmente compro los billetes y ponemos rumbo al aeropuerto. Justos de tiempo, pero llegamos.
No sólo por este altercado, pero he de decir que los praguenses me parecieron muy antipáticos, imagino que, como en todos los lados, habrá de todo, pero en general no fueron simpáticos, en algunos casos ni siquiera intentaron ser cordiales. Está claro que eso no te va a “amargar” un viaje, y menos cuando visitas una ciudad preciosa a la que espero volver alguna vez.