Tocaba levantarse temprano para aprovechar el día al máximo. Aunque las previsiones meteorológicas auguraban una probabilidad de lluvia del 100 por 100, lo cierto es que si bien se veían nubes, se intuía un día estupendo con buena temperatura y sol. Menos mal.
Después de desayunar en un bar de los muchos que hay cerca de la Avinguda Diagonal, fuimos caminando hasta la Plaza de Cataluña y seguimos por las Ramblas. Enseguida nos encontramos con la Fuente de Canaletas, donde celebran sus victorias los culés, en realidad más que una fuente es una curiosa farola con cuatro caños. No recordaba que fuese tan pequeña, quizás porque cuando estuvimos la otra vez no se daba tanto bombo a las celebraciones de los equipos de fútbol y nos pasó algo más desapercibida. Tiene su encanto, aunque no sé como se las apañan para colocarse los miles de seguidores del Barça a su alrededor; claro que también tiene la ventaja de que los jugadores no necesitan grúa para subir la copa y poner la bufanda (es una broma inocente, que nadie se me enfade
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Después de desayunar en un bar de los muchos que hay cerca de la Avinguda Diagonal, fuimos caminando hasta la Plaza de Cataluña y seguimos por las Ramblas. Enseguida nos encontramos con la Fuente de Canaletas, donde celebran sus victorias los culés, en realidad más que una fuente es una curiosa farola con cuatro caños. No recordaba que fuese tan pequeña, quizás porque cuando estuvimos la otra vez no se daba tanto bombo a las celebraciones de los equipos de fútbol y nos pasó algo más desapercibida. Tiene su encanto, aunque no sé como se las apañan para colocarse los miles de seguidores del Barça a su alrededor; claro que también tiene la ventaja de que los jugadores no necesitan grúa para subir la copa y poner la bufanda (es una broma inocente, que nadie se me enfade

Fuente de Canaletas

Fuimos viendo el ambientillo de las Ramblas, especialmente bonitos los puestos de flores, aunque sin entretenernos demasiado porque teníamos la visita del Palau Güell a las 10:15. Por fuera no resulta tan vistoso como otros edificios de Gaudí, quizás porque la calle donde se encuentra (Nou de la Rambla, 3-5) es muy estrecha y no permite apreciar bien la fachada, resultando imposible sacar una foto completa.
Fachada del Palau Guell.


Sin embargo, por dentro me gustó mucho. No hace demasiado tiempo que lo abrieron al público una vez acabadas las obras de rehabilitación y la verdad es que merece la pena. En este caso, en mi opinión, vale el precio de la entrada (12 euros con audioguía).
Interior del Palau Guell.









Azotea del Palau Guell.





Al salir, mi marido y yo nos separamos porque tenemos gustos distintos en algunas cosas, y cada uno tiene derecho a disfrutar de sus preferencias. Pero como la que escribe este diario soy yo, hablaré de las mías y de lo que yo visité esa mañana. Siguiendo la calle Nou de la Rambla, me adentré en el Raval, antiguo barrio chino de la ciudad, que hoy ha perdido la sórdida fama que tenía antaño. Callejeando por aquí y por allá, llegué a la pequeña pero encantadora Iglesia-Monasterio de Sant Pau del Camp, un tesoro románico en pleno centro de Barcelona, poco conocido y menos visitado por los turistas en general, apenas había media docena de personas dentro. Por el módico precio de 3 euros se tiene la oportunidad de visitar un hermoso claustro del Siglo XII y, además, la sepultura del Wilfredo el Velloso.
Iglesia y Monasterio de Sant Pau del Camp.






Después, quise volver a la zona del MUNAC para hacer fotos de día. Accedí por la parte de atrás, desde la Calle Lleida, atravesando un bonito y poco concurrido jardín y una no menos atractiva escalinata con fuentes y azulejos y encontrando por el camino bonitos edificios con esgrafiado en las fachadas.


Ya que estaba cerca, regresé al parque del Anillo Olímpico y fui a ver el Estady Lluys Companys por dentro, para lo cual entré por una puerta en la que no se cobraba entrada. Muy emotivo ver los caballos, el reloj y el pebetero, y la pista que tantos recuerdos evoca de unos momentos gloriosos para el atletismo español. Curiosamente, durante la celebración de las Olimpiadas habíamos estado unas horas en Barcelona, de paso para un viaje por Suiza y Austria y desde el exterior oíamos el clamor de la gente que asistía a los eventos deportivos.
Interior del Estadio Olímpico Lluys Companys.



Exterior del Estadio Olímpico y Parque Olímpico.



Volví a las escalinatas que conducen a la Plaza de España. La vista a pleno día era espléndida.



Volví a la Plaza de España y subí de nuevo al mirador de la antigua plaza de toros de las Arenas para ver las vistas de día. Esta vez utilicé el ascensor panorámico ya que el cobrador me dejó pasar sin pagar (?). La cortísima subida en ascensor ofrece una perspectiva más directa sobre la zona del Palau Nacional y las Fuentes y puede brindar una mejor foto; pero en mi opinión no merece la pena pagar ya que por el interior del centro comercial se llega al mismo sitio gratis.



Al salir, rodeé la plaza y me encontré con el Parque Joan Miró y su llamativa escultura “Dona i ocell” (mujer y pájaro), que también se divisa en panorámica desde el mirador, en el último piso del centro comercial.

Tomé el metro y fui por la L3 hasta la estación de Liceu, en plenas Ramblas, y me encontré con la fachada del Teatro.

Subí por la calle Ferrán hasta la Plaza de Sant Jaume, donde había quedado con mi marido, que había estado callejeando tranquilamente por el Barrio Gótico y el Raval, escucriñando el ambiente, como a él le gusta. Aproveché la ocasión para ver el patio y las escalinatas (es gratis) del ayuntamiento, ubicado en un palacio medieval.
Patio del Ayuntamiento de Barcelona.


También me acerqué a fotografiar el romántico puente neogótico que une el palacio de la Generalitat (está enfrente del Ayuntamiento) con otro edificio, en la calle del Bisbe. Curiosamente este puente no es tan medieval como parece ya que fue construido en 1928.
Edificio de la Generalitat y puente neogótico en la calle del Bisbe.



A las 14:30 teníamos reserva a través de una web de descuentos en el que se dice que es el segundo restaurante más antiguo de España y el más antiguo de Cataluña, aunque sobre estas cuestiones siempre existe controversia. Se llama Can Culleretes y está en la Calle Vidré Quintana, muy cerca de la Plaza de Sant Jaume. Fue fundado en 1780, como reza el cartel que hay a la puerta.

El interior está muy decorado, sobre todo la planta baja, y repleto de grabados antiguos y fotografías dedicadas de personajes famosos, tiene dos plantas y un aspecto de casa de comidas y olor a platos tradicionales recién cocinados. No es un lugar para sibaritas refinados, los platos de la vajilla son los blancos de toda la vida y las mantelerías están un poco desgastadas, pero se respira un ambiente que casa absolutamente con el barrio en el que se ubica, típico pero no descaradamente orientado a atraer a un turismo masivo por mucho que se llene diariamente. Se ofrece buena comida catalana a buen precio (más aún con el descuento), y con un servicio muy atento y cercano, si bien tardaban un poquito en servir porque el restaurante estaba hasta los topes y resultaba comprensible el retraso. Nos gustó.
Después de comer, mi marido regresó al hotel para echarse una siesta y yo seguí con mi recorrido. Fui por el Passeig de Gracia hasta la llamada “manzana de la discordia”, que cuenta con tres de los edificios más famosos de la ciudad: la casa Lleó i Morera (se puede visitar previa reserva), la casa Amatller (hay un oficina de turismo y se puede ver la planta baja, pero estaba cerrado cuando fui) y la casa Batlló de Gaudí (visita de pago libre con audioguía, hay muchas colas, conviene reservar).
Después de comer, mi marido regresó al hotel para echarse una siesta y yo seguí con mi recorrido. Fui por el Passeig de Gracia hasta la llamada “manzana de la discordia”, que cuenta con tres de los edificios más famosos de la ciudad: la casa Lleó i Morera (se puede visitar previa reserva), la casa Amatller (hay un oficina de turismo y se puede ver la planta baja, pero estaba cerrado cuando fui) y la casa Batlló de Gaudí (visita de pago libre con audioguía, hay muchas colas, conviene reservar).

Tenía reserva para la casa Lleó i Morera (15 euros por persona). La visita dura una hora, ponen un vídeo previo y luego te enseñan la primera planta. Impresionantes las esculturas de los pasillos y habitaciones; las vidrieras del comedor de la parte interior, preciosas.
Exterior e interior de la casa Lleó i Morera.








Después fui caminando hasta la Sagrada Familia, un paseíto más largo de lo que parece en el plano, pero como hago en Madrid cuando no voy con prisa, fui observando las fachadas de las casas del centro, y el camino se hizo muy agradable descubriendo un montón de edificios de arquitectura llamativa. Y es que resulta sorprendente la cantidad de casas más o menos anónimas con fachadas hermosas o simplemente peculiares que se puede descubrir echando un sencillo vistazo alrededor.


En la Sagrada Familia me reuní con mi marido. Teníamos entrada reservada de 18:00 a 19:00, con subida a la Torre del Nacimiento de 18:30 a 18:45. El gentío que había en los alrededores era impresionante, incluso se advertía un poco de caos en las colas. Menos mal que llevábamos reserva porque si no pueden pasar horas hasta que te toque turno. Entramos directamente, todo un alivio. Realmente hay un tramo horario para el acceso y lo miran mucho, pero una vez dentro nadie te va a decir nada por pasarte del tiempo. La arquitectura modernista del templo puede gustar más o menos, pero ciertamente es impresionante y lo convierte en una Catedral no precisamente más bella que las grandes catedrales góticas, pero sí distinta, completamente original, que no deja indiferente.




El sol brillaba con fuerza, así que el interior recibía una gran cantidad de luz, realzando los colores de las columnas que parecen querer elevarse hasta el cielo, como troncos de árboles enlazadas sus ramas diferentes en la parte superior. Por lo menos eso me pareció, que como en la naturaleza misma, las columnas no son iguales, sino que cada una tiene vida propia y se desarrolla de manera distinta en su búsqueda del infinito.


No voy a valorar la Catedral porque no tiene sentido, ya que cada cual sacará sus conclusiones. Quizás la visión del lugar pierde un poco por la gran cantidad de gente que se reúne dentro y el enorme ruido que hay, lo que produce una sensación extraña, como de no estar en un templo sino en una especie de sala de exhibiciones o, incluso, en un centro comercial; por lo que es necesario intentar en lo posible abstraerse del bullicio. Subimos en ascensor a la Torre del Nacimiento (la que se construyó en vida de Gaudí), desde donde se ve el remate de la torre y el exterior a través de un enrejado. Casi no te das cuenta de que aquello termina allí, que no hay más, y enseguida empiezas a bajar por una interminable escalera de caracol muy estrecha, desde la que se puede observar el, llamemosle, esqueleto de la torre. De la escalera salen dos o tres enlaces que comunican con otras torres y a veces tienes la sensación de encontrarte en un laberinto. Hay pequeñas ventanas para mirar hacia el exterior y se puede ver de cerca las torres en construcción, los andamios, y bonitas vistas de ciudad, presididas casi siempre por la enorme silueta de la torre Agbar.




Había menos gente cuando volvimos al interior de la basílica, se notaba que era el final del pase de las seis, lo que nos permitió apreciar los detalles con más tranquilidad. También visitamos un museo que hay en los sótanos. De nuevo en el exterior, pero dentro de la zona acotada para la visita de pago, nos fijamos cuidadosamente en las fachadas, apreciando la diferencia entre la realizada por el propio Gaudí y el resto. Los grupos escultóricos son realmente espectaculares, aunque reconozco que fue al ampliar las fotos que hice cuando pude apreciar mejor los detalles de las escenas bíblicas que representan.




Desde las plazas aledañas se puede contemplar el templo al completo y resulta muy fotogénica la imagen de la fachada del Nacimiento desde la zona del estanque que hay en el parque
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La siguiente parada era el Parque Guell. Ya habíamos estado anteriormente, pero me gustó tanto que quise volver. Como está algo lejos, cogimos un taxi, que nos llevó en apenas 10 minutos hasta la entrada (nos costó 8 euros). Desde hace un tiempo, cobran por entrar a la zona monumental, el resto del parque es gratis. Por internet hacen un pequeño descuento y se queda en 7 euros. Tenía pase para las 20:00 horas y permiten el acceso hasta 30 minutos después, una vez dentro se puede permanecer todo el tiempo que se quiera hasta la hora de cierre. La verdad es que no sé si fue porque, pese al aforo limitado a 400 personas, había muchísima gente o porque el sol casi había desaparecido o… no sé el motivo, el caso es que me gustó mucho menos que la primera vez. Me dejó un tanto fría, la verdad. Dimos una vuelta, hicimos unas fotos y nos marchamos. Quizás estoy equivocada, pero creo que esta visita es mejor hacerla con mucho sol, pues la luz realza de un modo muy especial los colores de las obras de Gaudí hasta hacerlas únicas.


Tomamos otro taxi que por 10 euros nos llevó en unos pocos minutos desde el parque hasta la Plaza de Cataluña. Sinceramente, por este precio y teniendo en cuenta la distancia, nos compensó el desembolso en vez de ir buscando metros y autobuses. El tiempo ganado lo ahorramos para pasear por las abarrotadas Ramblas y el Barrio Gótico. Naturalmente, hay posibilidades para todos los gustos.
Cenamos unos pinchos en una conocida taberna vasca de la Calle Ferrán, hay varias por la zona, todas con muy buena pinta. Luego, bajamos por la Plaza Reial, llena de gente cenando en las terrazas, seguimos por las Ramblas hasta la estatua de Colón, y cruzamos las pasarelas de madera que hay en el Port Vell, contemplando el puerto iluminado, con los edificios del World Trade Center y el centro comercial Maremagnum.

Regresamos al hotel caminando de nuevo por las Ramblas, Pza. de Cataluña y Diagonal.