Me habían hablado muy bien tanto del pueblo como de la Sierra de Guara, acrecentado su interés natural por una pintoresca ruta de pasarelas sobre el río Vero, una excursión casi perfecta, a ser posible evitando los meses más calurosos y los días de mayor afluencia turística. Sin embargo, nosotros no seguimos una pauta tan sensata pues con ocasión de una de esas escapadas veraniegas nuestras en las que saliendo de Madrid cualquier ruta puede pasar por Sevilla aunque conduzca a Tarragona, aproveché para incluir en el itinerario este destino tan atractivo pasando una noche en el propio Alquézar.
Punto de España donde se encuentra Alquézar. Comunidad de Aragón, provincia de Huesca.
Aunque seguimos esa ruta solamente desde Zaragoza, a modo indicativo pongo el itinerario con inicio en Madrid. Según GoogleMaps son 432 kilómetros que se hacen en algo menos de cuatro horas y media sin contar paradas. Este trayecto tiene la ventaja de que se circula casi todo el camino por autovía, primero por la A-2 hasta Zaragoza, luego la A-23 hasta Huesca (que está a 48 kilómetros de Alquézar), y a partir de aquí se sigue otro buen tramo por la A-22, en dirección a Lleida. Unos kilómetros antes de llegar a Monzón encontramos el desvío hacia Alquézar, por la carretera A-1229, ya apenas a 18 kilómetros de nuestro destino final (25 minutos, aproximadamente).
Itinerario desde Madrid según GoogleMaps.
Alquézar forma parte de la Asociación de Pueblos más Bonitos de España (44 actualmente), que, supongo, se ha creado un poco a imagen y semejanza de la red francesa para promocionar y poner en valor estas pequeñas localidades, cuya población no puede exceder de 15.000 habitantes (los de más de 5.000 habitantes con ciertas restricciones). Repasando la lista, seguramente no están todos los que son pero los que están no se puede negar que son pueblos realmente muy bonitos (al menos los que conozco). Sin embargo, no todo son ventajas y Alquézar puede llegar a sufrir (o sufre ya) un problema muy común de estos lugares tan atractivos: la masificación. Además, como se encuentra muy cerca de la frontera, pudimos comprobar que son muy numerosos los turistas franceses que se acercan allí. Por eso, si podéis elegir, mejor visitarlo fuera de temporada para poder apreciar su encanto sin agobios
Al salir de la autovía A-22, ya circulando por la carretera A-1229, nos encontramos con un paisaje en el que cambiaba paulatinamente su pendiente y su color, del llano y amarillo de la localidad de Adahuesca, al más verde y ondulado de las estribaciones de la Sierra de Guara, que es parque natural.
La población de Adahuesca desde la carretera.
Estribaciones de la Sierra de Guara.
Estribaciones de la Sierra de Guara.
Como debe ser (aunque no siempre es así lamentablemente), la circulación de vehículos por el casco antiguo está restringida y lo primero que hay que hacer es dirigirse a los aparcamientos habilitados, que son gratuitos y bastante amplios. La carretera conduce en subida al último, el más alto, grande y alejado del pueblo. Conviene entrar por aquí y luego (si se puede) descender para aparcar lo más cerca del núcleo urbano. Así, de paso, podremos leer la historia de la villa en unos paneles informativos y contemplar desde el “Mirador de la Sonrisa del Viento” (que nombre tan sugerente) una de las vistas más bonitas de Alquézar, especialmente por la tarde, cuando el sol tiñe sus fachadas de un hermoso tono dorado, semejando una cascada de casas desparramándose desde el castillo y la colegiata, que se yerguen en lo más alto. En fin, una perfecta tarjeta de visita para los recién llegados.
Alquézar desde el Mirador de la Sonrisa del Viento.
Y a los lados, el hermoso paisaje de la Sierra de Guara (todavía bastante verde a esas alturas del verano), adivinándose el río Vero entre los intrincados cañones. La verdad es que contemplando esta hermosa estampa casi te olvidas de la multitud que sube y baja de los coches, poniéndose o quitándose las botas de montaña, dispuestos a hacer o habiendo hecho ya la excursión por las pasarelas del río Vero. En ese momento decidimos que tendríamos que madrugar para iniciar la caminata antes de que apareciese el grueso del “personal”.
ALQUÉZAR.
Teníamos reservada una noche de hotel en Alquézar, donde el alojamiento es escaso y bastante caro, sobre todo en temporada turística, así que intentamos en vano dejarnos guiar por el navegador. Y digo en vano porque no había manera de que encontrase el hotel, ya que está en una calle adonde el coche no podía acceder. Así que lo dejamos en el primer hueco que vimos en uno de los aparcamientos y no lo movimos hasta que nos fuimos definitivamente, al día siguiente. No nos supuso ningún problema porque apenas eran cuatro minutos caminando y sólo llevábamos una pequeña bolsa de viaje, aunque quizás sea algo a considerar por quienes acarreen maletas pesadas o tengan problemas de movilidad, dado que, como buen pueblo de trazado medieval, casi todo está muy cuesta arriba o muy cuesta abajo.
Nos alojamos en el Hotel Castillo, situado en la calle Pedro Amal Cavero, una de las más bonitas. Tiene dos estrellas, pero podrían ser cuatro casi sin desmerecer: edificio rehabilitado con ascensor, muy bien decorado, una pocholada de cuarto de baño con bañera de hidromasaje y ducha separada, aire acondicionado y unas vistas estupendas desde la terracita privada. Muy bonito y confortable, aunque nada barato: 100 euros nos costó el capricho forzado, pues sólo quedaba una habitación superior y tuvimos que cogerla dado que ningún otro hotel aceptaba reservas para una única noche en esas fechas; y necesitábamos alojarnos en Alquézar para no complicar nuestro apretado programa de vacaciones.
La habitación y sus espectaculares vistas:
Dejamos los bártulos y después de descansar un ratito fuimos a dar un paseo por la villa. El sendero que baja al río Vero y la Calle Nueva, que desemboca en una especie de plaza con vistas excelentes y donde se encuentra el grueso de bares, restaurantes y también la Oficina de Turismo, estaban abarrotados, pero en cuanto nos adentramos en las pequeñas calles laterales, el gentío pareció esfumarse para quedar únicamente los turistas más curiosos e interesados en los detalles. Bueno, hay que reconocer que hacía calor, mucho calor, así que tampoco podemos criticar demasiado el afán de la mayoría en perseguir la cervecita y la sombra en las terrazas.
Mapa turístico.
A unos pasos, se encuentra la Iglesia de San Miguel Arcángel, así que aprovechamos para visitarla. Data de finales del siglo XVII, pero no sigue los cánones barrocos de su época ya que se trata de una obra realizada por iniciativa popular, a la que le faltó financiación, tal como señala el panel informativo exterior, del que pongo una fotografía para que podáis conocer su curiosa historia.
Fachada de la Iglesia de San Miguel, interior y su historia según el panel informativo exterior.
Tras vencer la tentación de la cerveza y la terracita, nos guiamos por el mapa que nos dieron en el hotel para visitar el casco histórico que es bastante pequeño pero muy bonito. Lo más interesante es el propio entramado de calles y casas (algunas blasonadas), los diversos miradores sobre el río Vero, el Castillo con la Colegiata de Santa María la Mayor y la Iglesia de San Miguel. Pero antes de nada, viene bien conocer un poquito de su historia.
Situado a 660 metros de altura sobre el nivel del mar, Alquézar pertenece a la comarca del Somontano de Barbastro, ocupa el último de los cañones del río Vero en su margen derecho y una parte de su término municipal se encuentra en el Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara, por lo que disfruta de un entorno de mucha y variada vegetación. La economía local se basa en los productos agrícolas, especialmente el vino de la denominación de origen “somontano” y en el turismo. Su población está en torno a los trescientos habitantes.
Sus orígenes se remontan al siglo IX, cuando para defender Barbastro de los ataques cristianos los árabes construyeron en este promontorio un castillo, Al Qasr, del cual proviene su nombre actual. En el siglo XI, Sancho Ramírez , hijo del rey Ramiro I de Aragón, conquistó la fortaleza y le concedió fueros y privilegios, favoreciendo su repoblación. La villa creció extramuros y las casas se asentaron rodeando el risco, hacia el río, mientras el castillo iba cambiando de manos, convertido en objeto de transacción por varios reyes aragoneses. Su población quedó diezmada por una epidemia de peste en el siglo XIV pero se recuperó un siglo después. Aunque conserva el trazado medieval primitivo, las casas se renovaron a partir del siglo XVI de acuerdo con el modelo típico del caserío de la zona. Su centro urbano fue declarado Conjunto Historico-Artístico en 1982.
El acceso al centro urbano primitivo se realiza por un Arco Gótico, en el que se pueden ver esculpidas las tres torres que constituyen el escudo de la villa; en la parte interior de este arco, sobre el portal de una casa, hay otro escudo y una vieira, emblema de los peregrinos que recorren el Camino de Santiago. Aquí se inicia la calle Amal Cavero, que cuenta con varias casas blasonadas (casi todos los escudos son del siglo XVIII, aunque también los hay más antiguos, que se distinguen por su menor decoración). Resulta curioso ver clavadas en algunas puertas patas de jabalí y garras de aves como símbolos de protección contra el mal
. Siguiendo esta calle hasta el final, llegamos a la Plaza Mayor, casi toda ella con soportales, pero cuyos edificios no guardan ninguna homogeneidad entre sí, pese a lo cual el conjunto resulta bastante atractivo. Ahora, como hace siglos, siempre hay gente en sus soportales, buscando resguardo del frío o del sol.
Desde esta Plaza llegamos enseguida a la zona alta, el camino más corto para llegar al Castillo-Colegiata. En sus alrededores hay un bonito mirador sobre el cañón del Vero, desde el que también se tienen buenas vistas sobre el Castillo, cuyos dos lados accesibles quedan prácticamente sobre nuestras cabezas, ya que los otros dos están protegidos por inexpugnables acantilados. En esta zona comienza también el sendero que lleva a la llamada Ruta de las Pasarelas, a la que me referiré más tarde.
El Castillo-Colegiata es Monumento Histórico Artístico Nacional desde 1966. Llegamos sobre las siete de la tarde y aceleramos el paso porque leímos en el panel informativo que cerraban a las siete y media. Nos encontramos con la sorpresa de que en la última media hora la visita es gratuita. Aunque tuvimos que ir un poco deprisa, lo vimos bien porque no es muy grande, pero no nos hubiera importado estar un rato más: el conjunto es realmente bonito e interesante.
Para llegar a las edificaciones hay que pasar las puertas de la doble muralla quebrada que rodea el conjunto, que cuenta con tres torres. No quedan restos materiales de la primitiva fortaleza árabe del siglo IX, ya que los más antiguos que se conservan corresponden al siglo XI como la torre albarrana y algunos tramos de la muralla. El origen de la Colegiata se remonta al siglo XI, cuando el castillo y toda la zona fueron definitivamente ganados por los aragoneses y se construyó una iglesia para la comunidad agustina que fue consagrada en 1099. La mayor parte del edificio que hoy se conserva corresponde a las reformas que se realizaron en los siglos XVI al XVII en estilo gótico tardío.
Tras subir una empinada cuesta nos encontramos con una segunda puerta que conduce hasta el antiguo palacio, en cuya fachada existe una puerta de arco apuntado, de la que se cuenta que era la de las antiguas mazmorras. Sobre ella se puede ver un bajo relieve del siglo XV que recuerda a las santas Nunila y Alodia, doncellas de la villa a las que el cadí de Huesca mandó decapitar en el año 851 después de permanecer encerradas en el castillo.
Después de un nuevo tramo de escaleras se accede a la Colegiata, cuyo claustro me conquistó al primer vistazo, nada más cruzar la puerta; quizás fue su forma trapezoidal irregular muy poco corriente o sus macetas con flores que le proporcionaban un poderoso encanto, el caso es que con más tiempo y menos gente me hubiera gustado quedarme allí un buen rato, sentada, contemplándolo.
Aunque se construyó en el siglo XIV, aprovechó el atrio anterior y se conserva la galería norte con seis preciosos capiteles románicos historiados del siglo XII referentes a la creación de Adán por Dios representado con cabeza tricéfala y que aún mantiene parte de su policromía original; la tentación de Adán y Eva, y Abel asesinado por Caín; el diluvio universal y el Arca de Noé, la historia de Abraham e Isaac, personajes del clero en la consagración de la iglesia en 1099 y el banquete de Herodes con Salomé bailando en una contorsión imposible y San Juan Bautista decapitado.
El resto de galerías fueron reconstruidas respetando el estilo románico con arcos de medio punto sobre columnas dobles. Alrededor, los muros están decorados con pinturas al fresco de escenas del Nuevo Testamento que datan de los siglos XV al XVIII y que han sido minuciosamente restauradas. El conjunto me pareció precioso.
Tiene una segunda planta de ladrillo que sigue el patrón de la típica galería aragonesa de arcos de medio punto. Hacia el exterior se contemplan unas espectaculares vistas de todo el entorno.
La Iglesia actual es la que data de 1525, sin que se conserve nada de la primitiva colegiata románica. Tiene una única nave con bóvedas estrelladas, cabecera y capillas laterales. Son de destacar el órgano del siglo XVI, que está considerado uno de los más valiosos de Aragón y la imagen de un Cristo de finales del siglo XII. También me llamaron bastante la atención los restos de unas pinturas góticas que aparecieron en una reciente restauración. Asimismo, se ha habilitado un pequeño museo en la sacristía.
Aunque fue corta, la visita me gustó mucho. Si se va a Alquézar, me parece un lugar que merece mucho la pena.
Al salir, como aún había luz natural, fuimos a dar una vuelta por los diversos miradores que hay sobre el río. En realidad, toda la zona de Alquézar que está bajo el castillo se ha convertido en un gran mirador sobre el Vero. Vale la pena dar un paseo tranquilo, fijándose en los indicadores, que señalan recorridos a veces casi escondidos. Especial mención para el Mirador d’o Bicón. No os lo perdáis.
Ya de noche, fuimos a cenar a uno de los restaurantes de la Calle Nueva, que estaban a tope de gente. Hay otros dos o tres en las calles medievales, pero tampoco nos apetecía una cena demasiado formal y preferimos ir donde todo el mundo, disfrutando un poco del ambiente más turístico y veraniego. El precio más habitual del menú, tanto de comida como de cena, era de 14 euros, con varios primeros y segundos platos para elegir, además de bebida y postre. No recuerdo lo que tomamos, pero sí que por el precio, no estuvo mal.
Más tarde, recorrimos de nuevo el casco antiguo, ahora iluminado. La mayor parte de los turistas se habían ido y quedábamos solo los que nos alojábamos allí. Me encanta visitar los pueblos medievales de noche, con el especial encanto que les proporcionan la soledad del entorno y la luz tenue que ilumina sus fachadas, componiendo una estampa imaginaria de siglos atrás.
RUTA DE LAS PASARELAS DEL RÍO VERO.
Como habíamos planificado, nos levantamos temprano y fuimos a desayunar a una panadería-pastelería cercana a la Plaza Mayor, el único lugar abierto a esas horas, pese a lo cual ya vimos gente que empezaba a llegar para hacer esta conocida caminata. Después de tomar cafés y bollitos y de quedarnos con las ganas del zumo de naranja que nunca nos sirvieron, seguimos hacia la calle que lleva a la Colegiata y emprendimos la marcha por una rampa de piedra que baja hasta las pasarelas. Por cierto, que abrieron dos nuevos tramos de pasarelas durante la pasada primavera, así que estábamos casi de estreno. Todo el camino está perfectamente señalizado.
La ruta es corta y muy sencilla, apta para todos los públicos, incluso no creo que tengan problemas las personas con vértigo porque no va a mucha altura, pero eso ya es muy particular. El problema principal iba a ser el sol y el calor, afortunadamente habíamos salido temprano. Las pasarelas enlazan con el GR-11 que sigue hasta Asque y Colungo, resultando una buena opción para alargar la ruta y hacerla de jornada completa. Seguramente nos hubiésemos animado de no ser por el calor y también porque teníamos otro destino para por la tarde.
Datos de la ruta:
Recorrido: 2,2 Km. Puede hacerse en poco más de una hora, pero admite variantes más cortas y más largas. Es posible bañarse en el río.
Circular: sale de la parte posterior de la Colegiata y vuelve a Alquézar por el llamado “camino natural”. Nosotros alargamos un poco el recorrido, llegando hasta el Puente de Fuendebaños.
Recorrido: 2,2 Km. Puede hacerse en poco más de una hora, pero admite variantes más cortas y más largas. Es posible bañarse en el río.
Circular: sale de la parte posterior de la Colegiata y vuelve a Alquézar por el llamado “camino natural”. Nosotros alargamos un poco el recorrido, llegando hasta el Puente de Fuendebaños.
Pongo una foto del panel informativo con el mapa del recorrido.
La primera parte del itinerario es de bajada al río hasta el Barranco de la Fuente por un combinado de pasarelas de madera y sendero pedregoso (hay cadenas de seguridad en los puntos más complicados) entre el bosque que crece en la parte baja del acantilado. Las rocas calizas con sus oquedades y colores grises y anaranjados presentan la típica estampa llamativa y fotogénica. Ni que decir tiene que las rapaces y en particular los buitres leonados son muy abundantes por aquí. En un punto que no recuerdo vimos un desvío hacia la llamada Cueva de Picamartillo.
Al fin llegamos al primer tramo de pasarelas metálicas sobre el río. Todavía había muy poca gente, así que pudimos disfrutar bastante del recorrido y contemplar las orillas casi inmaculadas. ¡Qué ganas de darnos un baño! Al cabo de un rato, me imagino que aquello se pondría hasta arriba de excursionistas.
Seguimos en un entorno muy bonito hasta llegar a una pequeña presa, cuyas aguas utilizaba antaño un molino de harina. Tras otro tramo de pasarelas ancladas a más altura sobre el río alcanzamos la antigua central hidroeléctrica que habíamos visto en lo alto del acantilado, desde los miradores del pueblo.
Después de ir unos minutos por una pista, llegamos al nuevo tramo de pasarelas, inaugurado en mayo pasado. Miden unos 225 metros y van a más altura que las que se pasan antes y constituyen la parte más espectacular de la ruta. Es posible regresar al pueblo sin hacer este tramo si se tiene vértigo.
Al final se llega a un vertoginoso mirador colgado sobre el río, desde el que también se tiene una imagen perfecta de Alquézar.
El Mirador colgado en el risco:
Y la foto perfecta que proporciona:
Desde aquí se puede regresar al pueblo, completando la ruta circular, por el llamado Camino Natural del Somontano. Como era temprano, decidimos seguir unos quinientos metros más abajo, hacia el Puente de Fuendebaños. Aquí sí que no pudimos resistir la tentación de descansar un rato con los pies en el agua. A la sombra hacía buena temperatura porque corría el airecito, pero al sol el camino estaba empezando a convertirse en una chicharrera.
Retrocedimos hasta el mirador anterior y regresamos por el Camino Natural del Somontano. Este tramo se nos hizo algo pesado porque era cuesta arriba y nos atizaba un sol inclemente. Lo peor fue ver a una persona con un cigarrillo en la mano en el sendero que baja desde el pueblo. En esta parte, más lejos del río, la vegetación estaba muy seca y se me pusieron los pelos de punta al pensar en una colilla mal apagada que cayera por allí.
Y así acabó nuestra pequeña excursión por las tierras oscenses de Alquézar. Pese a que no fuimos en la mejor época, quedamos satisfechos y dispuestos a volver en otra ocasión para hacer alguna caminata más larga y conocer más y mejor las rutas de la Sierra y los Cañones de Guara.