La mañana ha salido nublada y fresca. El desayuno no está incluído en el precio y será de 4,50 € por persona y día. Se compone de zumo de naranja natural, leche y café a tutiplen mermeladas varias, mantequilla, pan tostado, una bollería distinta cada día (casadiellas, bollos, etc) y yo que soy muy de huerta, un tomate natural para poner con aceite de oliva.
Por la mañana nos decidimos por Avilés. Nos encontramos con una grata sorpresa en forma de casco antiguo atractivo, no muy extenso pero ideal para un paseo, o tomar un tentempié. Avilés, que siempre nos suena a ciudad industrial "sucia", donde prevalecen las fábricas y los altos hornos, nos muestra un centro con solera que, (me perdonen los ovetenses) no tiene nada que envidiar al de la capital.
El paseo es corto pero lo suficiente para sufrir la primera clavada del viaje; no es gran cosa, un helado pero a veces es más importante "la calidad" que la "cantidad". La susodicha heladería se encuentra en la plaza del ayuntamiento y se llama "gelato e nocciato" y, aprovechando que no ponían los precios de cara al público nos cobraron 2 € por un cono pequeño que en cualquier otro sitio no vale más de 1.
Después del paseo decidimos ir a playa Verdicio. El panorama es espectacular: sus acantilados, su luz... es una playa incómoda o sea que quien busque algo tipo Salou, que se olvide. Esa incomodidad precisamente es lo que la hace especial y no muy masificada. La arena es menos fina que la que conocemos habitualmente y para acceder a ella hay que superar unas dunas que si vas cargado, puede ser bastante incomodo. Tampoco tiene duchas salvo una a un extremo que por su situación, no te permite salir limpio de allí. El agua...fresquita

Nos empapamos de sol hasta las 6 de la tarde y cuando los críos ya están cansados de coger piedras y hacer ríos y castillos, nos marchamos a Cabo Peñas.
Este accidente geográfico (la punta de tierra más septentrional de la península ibérica) es sencillamente espectacular. La carretera nos acerca en línea recta hasta el faro. En el mismo faro hay un centro de interpretación muy humilde que si no fuera por que el precio de la entrada (1 €) va destinado a la conservación del paraje, sería totalmente prescindible. Lo realmente impactante es el acantilado y la vista del mar (gijón se divisa a lo lejos). Te imaginas eso con temporal y se te ponen los pelos de punta; es un lugar para sentarse en uno de los bancos que salpican la senda que bordea el acantilado y contemplar el mar durante horas.
Tras la visita nos dirigimos a cenar. De la lista que nos facilitó la amable pareja el día anterior, decidimos elegir el Restaurante Reixidor en la carretera entre Avilés y San Martín de Podes. El entorno del restaurante es ideal para los pequeños pues tiene un cesped muy bien cuidado con un pequeño parque infantil. Pagamos 53 € por una sopa de marisco, una ensalada mixta, dos de ternera con patatas fritas para las niñas y un cachopo de ternera para dos (una recomendación es pedir medio cachopo por persona o uno para dos; son enormes). Hubo un detalle por el cual no salimos contentos del lugar y es la manía de ponerte pan (lo pidas o nó) y luego cobrártelo (te lo comas o nó).
Después de la cena, regresamos a casa y a dormir (con manta) a pierna suelta.
