Con motivo de uno de los puentes de otoño, decidimos volver a Mérida para completar otra visita anterior que hicimos de paso hacia Huelva. Han pasado muchos de años de eso, pero todavía me acuerdo del magnífico sabor de boca que me dejó la imagen del teatro romano ya que poco más pudimos recorrer entonces. Además, en esta ocasión incluí en el itinerario un par de lugares cercanos que me parecieron muy interesantes, pero que no son muy conocidos, al menos no se mencionan demasiado en las guías de viaje: la Presa Romana de Proserpina y el Dolmen de Lácara.
Situación de Mérida en el mapa peninsular.
Mérida se encuentra a 376 kilómetros de Madrid y se llega en poco más de tres horas y cuarto, muy cómodamente porque prácticamente todo el trayecto es por la autovía A-5, sin peajes. Solamente interesa tomar la R-5 hasta pasado Navalcarnero si el tráfico es muy intenso (salida de vacaciones, hora punta, etc.).
Nuestro itinerario en Google Maps.
No madrugamos demasiado, hicimos el camino tranquilamente y llegamos a Mérida sobre la una. Teníamos alojamiento para esa noche en el Parador Nacional de Turismo, que se encuentra en el mismo centro, en la calle Almendralejo, muy cerca de la Plaza de la Constitución, casi todo ventajas porque se va caminando a todas partes, con el único inconveniente del aparcamiento, que es complicado y casi todo zona azul. Así que para evitarnos problemas y sobresaltos, dejamos el coche en un aparcamiento vigilado de la calle Cervantes y no lo recogimos hasta el día siguiente después de comer. No me acuerdo cuánto nos costó (en torno a 17 euros), pero en estos casos preferimos la tranquilidad de saber que no estamos agobiados por la hora ni con la necesidad de mover el coche cada cierto tiempo.
En apenas cinco minutos, llegamos al Parador, donde nos atendieron con la amabilidad que suele ser habitual. Nuestra habitación daba al jardín y estaba decorada muy en estilo parador, sobrio pero bien, y, como de costumbre, la cama era amplia y muy cómoda. Nos costó 85 euros, alojamiento únicamente. Salvo que encontremos una oferta, no solemos desayunar en los Paradores porque el precio nos parece desorbitado (en torno a 19 euros por persona) teniendo en cuenta lo que nosotros tomamos. En un panel informativo pudimos enterarnos de que ocupa el edificio del antiguo Convento de Jesús, construido en 1725 para servir también como hospital pues la ciudad estaba asolada por las epidemias y la gran cantidad de hombres heridos en las guerras libradas en aquellos tiempos con Portugal. Fue administrado por la Orden de Hospitalaria de Jesús Nazareno hasta que con la desamortización de 1839 pasó a ser de uso municipal hasta 1933 en que se convirtió en Parador Nacional. Su estilo es barroco clasicista, si bien destaca por su sencillez de líneas. El interior contaba con iglesia, enfermería, cocina, claustro y huerto. Todavía se conservan estos espacios, aunque se han tenido que reformar y adecuar a su actual uso hotelero.
El jardín del Parador comprende el antiguo huerto y el espacio que había desde éste hasta el claustro. Se creó a mediados del siglo XVIII por los monjes para reunir piezas arqueológicas dispersas y abandonadas. Es un rincón muy agradable que conviene visitar con un poquito de tranquilidad.
Algunos datos sobre Mérida.
Su origen se remonta al año 25 a.C., cuando el emperador Octavio Augusto ordenó a Publio Carisio establecer un asentamiento en el centro de la actual Extremadura, junto al río Guadiana, para los veteranos de las Legiones V y X. Así se fundó Emérita Augusta, capital de Lusitania, una de las tres provincias de la Hispania romana del momento, que llegaría a convertirse en uno de los centros administrativos romanos más importantes de la península, en los planos jurídico, militar, cultural y económico. Prueba de ello fue la construcción de un teatro, un anfiteatro, templos, puentes, foros, acueductos, columbarios… En el siglo V llegaron los suevos y establecieron aquí su capital al igual que lo harían los visigodos después. En el siglo VI arraigó el cristianismo, plasmado en el culto a Santa Eulalia, que se convirtió en la Patrona de la Ciudad.
El emperador Octavio Augusto, fundador de Emerita. Alrededores del Anfiteatro.
La ocupación musulmana supuso el declive de la ciudad hasta que fue conquistada por Alfonso IX en 1230, convirtiéndose en sede del Patronato de San Marcos de León de la Orden de Santiago. Alfonso Cárdenas, maestre de la Orden, apoyó a Isabel frente a Juana la Beltraneja, lo que derivó en ventajas políticas durante el reinado de los Reyes Católicos. Los siglos posteriores fueron muy convulsos por los continuos litigios y guerras con Portugal, lo cual junto a la ocupación francesa del siglo XIX ocasionó destrucción y pérdida en su rico patrimonio histórico, artístico y cultural. En 1983 se convirtió en la capital autonómica de Extremadura y desde entonces se ha ido mejorando sus infraestructuras y restaurando sus monumentos hasta convertirse en una ciudad muy visitada por el turismo, sobre todo desde que fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1993.
Como ya era la hora de comer y no queríamos entretenernos demasiado buscando sitio, nos quedamos en el restaurante del Parador, donde tomamos uno de los menús del día que ofrecían. No recuerdo qué fue porque no hice fotos salvo a los tres panes de colores diferentes, pero de lo que sí me acuerdo es que tardaron una eternidad en traernos el postre, el café y la cuenta para cargar a la habitación. En pleno verano, este detalle habría tenido menos importancia, pero en noviembre, las horas de luz son escasas y no es cuestión de pasarse casi una hora sentados en una mesa, esperando. Cuando, al fin, terminamos fuimos directamente hacia la zona del recinto donde se encuentran el Teatro y el Anfiteatro romanos. Allí compramos una entrada combinada al precio de 15 euros (también las hay con descuentos), que incluye Teatro y anfiteatro, Alcazaba, Casa de Mitreo y Área funeraria de los Columbarios, Cripta Arqueológica de Santa Eulalia, Área Arqueológica de Morería y Circo Romano. Esta entrada interesa si se va a entrar en más de un lugar turístico, aunque hay que tener en cuenta que el Museo Arqueológico tiene entrada separada. Si se tiene poco tiempo disponible, digamos media jornada, quizás lo más recomendable sea visitar Teatro y Anfiteatro y Museo Arqueológico, dedicando el tiempo que sobre a pasear por la ciudad, conociendo los lugares al aire libre en los que no se requiere entrada: Acueducto de los Milagros, Arco de Trajano, Templo de Diana, Muralla de la Alcazaba… Así cundirá más la visita y será más agradecida. Si se va a estar una jornada o más y se tiene intención de visitar varios de los sitios incluidos en la entrada combinada, ésta interesa sí o sí, pues el acceso al Teatro y Anfiteatro ya cuesta 12 euros (el resto de los lugares, 6 euros, caro para algunos de ellos en mi opinión).
Es muy conveniente pasarse por la Oficina de Turismo, que tiene dos oficinas, una muy cerca del Teatro Romano, en el Pº José Álvarez Sáenz de Beruaga s/n y otra en la calle Santa Eulalia nº 62. Nosotros fuimos a la primera, donde muy amablemente nos dieron todo tipo de información y nos entregaron un desplegable muy completo con callejero, mapa turístico y explicaciones de cada sitio de interés. Me pareció muy útil y también me ha servido como guía de consulta al escribir esta etapa. Iré citando los lugares según los fuimos visitando, pero el orden es mejor que lo fije cada cual.
Lugares para visitar en el casco histórico de Mérida (recomendados por la Oficina de Turismo):
Teatro y Anfiteatro Romanos, Museo de Arte Romano, Casa del Anfiteatro, Circo Romano, Basílica de Santa Eulalia, Acueducto de los Milagros, Puente Lusitania, Puente romano, Muralla de la Alcazaba, Plaza de España, Arco de Trajano, Templo de Diana, Casa de Mitreo y Columbarios.
Teatro y Anfiteatro Romanos, Museo de Arte Romano, Casa del Anfiteatro, Circo Romano, Basílica de Santa Eulalia, Acueducto de los Milagros, Puente Lusitania, Puente romano, Muralla de la Alcazaba, Plaza de España, Arco de Trajano, Templo de Diana, Casa de Mitreo y Columbarios.
1. Anfiteatro y Teatro romanos.
Actualmente forman un conjunto, al que se accede con la misma entrada. Del 1 de abril al 30 de septiembre abre todos los días de 09:00 a 21:00 horas, sin interrupción. Del 1 de octubre al 31 de marzo, el horario de visita es de 09:00 a 18:30, también sin interrupción.
Si se sigue el itinerario sugerido, se accede al Anfiteatro a través de una calle que lo rodea y que todavía conserva algunas de las losas de granito originales de las acerad y también bloques que se utilizaban como limitadores de velocidad. También se mantienen en pie algunos lienzos de la muralla con sus puertas.
El Anfiteatro se construyó en torno al año 8 a.C. De forma elíptica, tenía capacidad para 14.000 espectadores y se dedicaba a espectáculos con gladiadores y animales salvajes. Tres puertas monumentales comunicaban con la arena y las gradas estaban divididas en cáveas con vomitorios. Además, había dependencias para los gladiadores y lugares específicos para encerrar a los animales.
Después de recorrer todos los rincones del y en torno al Anfiteatro, nos dirigimos hacia el Teatro, que se encuentra a unos pocos metros. Fue mandado construir por Marco Agripa, yerno del emperador Octavio Augusto, entre los años 16 y 15 a.C. Con capacidad para 6.000 personas, sus gradas o cáveas estaban divididas en tres tramos, cada uno de ellos destinado a las distintas clases sociales romanas de la ciudad. Delante estaba la zona destinada al coro, en forma semicircular.
Pero lo que más llama la atención es sin duda la escena, erigida en el siglo I d.C. Se trata de una plataforma elevada de gran amplitud, con sesenta metros de ancho y siete de fondo y que consta de dos órdenes de columnas superpuestas adornadas con esculturas. El Teatro fue reformado varias veces y abandonado en el siglo IV, cuando se oficializó la religión cristiana, que consideraba inmorales las obras de teatro. Permaneció durante siglos cubierto de tierra hasta el siglo XX. En 1910 comenzaron las excavaciones arqueológicas que culminaron en los años sesenta con su restauración parcial. Aquí se celebra desde 1933 el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida.
Me hacía mucha ilusión ver el Teatro de nuevo pues la vez anterior, hace muchos años, me dejó un recuerdo muy grato. Confieso que me quedé un poco chafada cuando descubrí una de las partes cubierta de andamios pues están haciendo trabajos de restauración, lo que estropeaba bastante la estampa que esperaba encontrar, la que tenía en mi memoria y en mis fotos de carrete. En fin, qué se le va a hacer. La visita mereció la pena en todo caso.
Alrededor, pueden verse los restos de otras dependencias. Y fuera del recinto se encuentra la llamada Casa del Anfiteatro, con restos de las que pudieron ser mansiones romanas de los siglos III y IV, con pinturas, pavimento original y mosaicos con la representación de la diosa Venus y una escena de vendimia. Además, hay una zona termal, pozos, hornos, cocinas peristilos, conductos de agua, jardines y restos de la muralla. Esta zona se utilizó como necrópolis a partir del siglo V.
Salimos del recinto y dimos la vuelta completa por el exterior, cruzando los jardines, hasta volver al punto de partida, frente al Museo de Arte Romano.
2. Museo Nacional de Arte Romano.
Está ubicado enfrente de la entrada al teatro y anfiteatro, así que es conveniente visitarlos sucesivamente para ahorrar tiempo. Horario de apertura: De martes a sábado, del 1 de abril al 30 de septiembre, de 09:30 a 20:00 horas, y del 1 de octubre al 31 de marzo, de 09:30 a 18:30, sin interrupción. Todos los domingos y festivos, de 10:00 a 15:00 horas. Cierra los lunes de todo el año.
Esta visita se considera una de las imprescindibles en Mérida aunque no se sea un amante especial de los museos. El edificio se inauguró en 1986 y fue diseñado por Rafael Moneo, que utilizó el ladrillo como material esencial en su construcción, tanto en el exterior como en el interior, sirviendo de homenaje a los sistemas clásicos de la obra romana. En el curso de las obras, se descubrieron restos arqueológicos de casas romanas, pavimentos, pinturas y mosaicos que se pueden contemplar en la cripta.
Nos gustó mucho la disposición del Museo por el que resulta sencillo moverse, a través de las salas laterales que ocupan varias plantas y que se asoman a la impresionante nave principal, mientras se sigue un orden cronológico de las obras expuestas, con paneles informativos claros y concisos que ayudan a comprender lo que se está viendo sin perderse. Está permitido hacer fotos en todo el recinto, creo recordar que sin flash, aunque es un detalle al que no presto atención ya que casi nunca lo utilizo.
Cuando salimos del Museo ya se había hecho de noche pues, por si no lo he mencionado, estábamos en noviembre, con los días ya menguando rápidamente. Como ya habían cerrado casi todos los lugares a los que se accede con entrada, decidimos hacer tiempo hasta la hora de cenar dando un paseo por la Avenida de Ronda, en torno a la Alcazaba y junto a las aguas del río Guadiana, sobre el cual se erige el sempiterno puente romano. Lo que no recuerdo es dónde cenamos ni qué, aunque supongo que fue de tapas y por la zona centro, en torno a la calle de Santa Eulalia.Después dimos una vuelta por el centro, en torno al Arco de Trajano, el Templo de Diana y la Plaza de España y sacamos algunas fotos.
Arco de Trajano.
Tiene 15 metros de altura, se construyó con sillares y dovelas de granito y se cree que estuvo revestido de mármol. Existe la duda de si era un arco triunfal o una puerta monumental.
Templo de Diana.
Es el único templo de origen romano que se conserva en Mérida. Se construyó a finales del siglo I a.C. y pese a su nombre (que procede del siglo XVII), se dedicó al culto del Emperador. Edificado con granito de canteras locales y revestido con estuco, estaba rodeado de columnas acanaladas pintadas de rojo. Se accedía a través de una puerta monumental que ya no se conserva.
Palacio de los Corbos.
En el siglo XVI, el Conde los Corbos, caballero de la Orden de Santiago, mandó construir su palacio residencial renacentista sobre los restos del antiguo templo (Templo de Diana) y restaurando alguna de sus partes. A finales del siglo XX se expropió el edificio con la intención de recuperar el templo romano, aunque al final se conservó también la fachada del palacio, al que se conocía como “Casa de los Milagros”. Paradójicamente, la utilización del templo para la construcción del palacio ha facilitado su conservación.
El Parador también lucía muy bonito de noche.
Resumen fotográfico del recorrido nocturno.
Al día siguiente, después de desayunar en una cafetería cercana al Parador, dedicamos toda la mañana a visitar lo que nos quedaba, que era bastante. Procuramos optimizar el tiempo siguiendo el mapa que nos dieron en la Oficina de Turismo pues aunque el centro no es muy grande, hay sitios que están algo alejados, hay cuestas y puede resultar algo cansado si no se sigue un orden lógico.
Por el lateral del recinto del Teatro Romano que da a la Avenida J. Álvarez Sáenz de Buruaga llegamos hasta la Vía del Ensanche para visitar la Casa del Mitreo y los Columbarios. Esta zona está un poco alejada y, en mi opinión, se puede obviar si no se dispone de demasiado tiempo y no se es un amante muy especial de los mosaicos romanos. Se accede a los dos lugares (al menos el día que fuimos era así) por la misma puerta ya que ambos están comunicados por unos jardines interiores.
Por el lateral del recinto del Teatro Romano que da a la Avenida J. Álvarez Sáenz de Buruaga llegamos hasta la Vía del Ensanche para visitar la Casa del Mitreo y los Columbarios. Esta zona está un poco alejada y, en mi opinión, se puede obviar si no se dispone de demasiado tiempo y no se es un amante muy especial de los mosaicos romanos. Se accede a los dos lugares (al menos el día que fuimos era así) por la misma puerta ya que ambos están comunicados por unos jardines interiores.
La Casa del Mithreo.
Su nombre se debe al hallazgo de los restos de un posible templo mitraico en una residencia de época romana dispuesta en torno a tres patios, con habitaciones, zona comercial, jardines, pertistilo y termas. Hay unas pasarelas de madera desde las que se contempla muy bien el conjunto, en el que sobresalen las pinturas y los mosaicos, en particular el Mosaico Cosmológico, datado entre los siglos II y III d.C. Algunos de sus colores se vieron alterados por un incendio en la casa.
Son construcciones funerarias, lápidas y mausoleos, erigidas en los exteriores de la antigua ciudad romana. Están restaurados y su material de construcción es la mampostería la sillería de granito. Las inscripciones señalan a las familias propietarias, los Voconios y los Julios. Hay también un Centro de Interpretación del culto a los difuntos en la época romana.
Al salir, pasamos junto a la Plaza de Toros, seguimos por la Calle Oviedo hasta llegar a la Avenida de Roma, que va paralela al río Guadiana.
Puente sobre el río Guadiana.
Se supone que se construyó en torno al año 25 a.C. Tiene una longitud de 792 metros con 60 arcos y se divide en tres tramos, de los cuales el primero es el que mejor mantiene su esencia original. Modificado varias veces, en el siglo XIX adquirió su aspecto actual.
Desde este puente, caminando hasta el centro, podemos ver al fondo, enfrente, a su antagonista en la modernidad, el Puente Lusitania, diseñado por Santiago Calatrava, inaugurado en 1991 y con 480 metros de longitud y 24 metros de anchura, con dos carriles en cada dirección para el paso del tráfico rodado y una vía peatonal de 5,5 metros, que va en medio de las anteriores, metro y medio por encima. Resulta más espectacular verlo iluminado por la noche.
La Muralla de la Alcazaba Árabe.
Situada junto al Puente sobre el Guadiana, fue construida por el emir Abderramán II entorno al año 835 con fines militares aprovechando las piedras de la muralla romana y visigoda, y mantuvo una guarnición permanente hasta que Mérida fue conquistada en 1228 por Alfonso IX, que la entregó junto con la ciudad a la Orden de Santiago. Una parte de aquel edificio fue convertida en Conventual en 1758, pero se abandonó después. En 1983 fue reconstruido para establecer la sede la Presidencia de la Junta de Extremadura.
Además de algunos lienzos de la muralla, algunos con inscripciones, se conserva el aljibe árabe, excavado en la roca, al que se puede acceder por unas escaleras.
En todo el recinto hay paneles explicativos sobre las diversas vicisitudes del lugar y también se puede acceder a la parte alta de la muralla, desde la que se contemplan unas bonitas vistas del río Guadiana y sus puentes.
Basílica de Santa Eulalia.
Se supone que aquí se enterraron los restos de Santa Eulalia, que sufrió martirio en la época de Diocleciano. Visitar esta iglesia resulta muy interesante porque es algo más que un templo, de hecho lo más importante no es la iglesia actual sino lo que tiene debajo, ya que recopila restos arqueológicos del arte paleocristiano, visigodo, bizantino y románico, además de haberse convertido en centro de veneración popular. Las excavaciones han demostrado que aquí existió una casa y una necrópolis, aunque no se sabe si la necrópolis era anterior a la muerte de Eulalia o si surgió al convertirse en lugar de enterramiento de la santa. Lo cierto es que a partir del siglo IV se convirtió en necrópolis cristiana, que se llenó de mausoleos, sarcófagos y sepulturas que rodeaban el túmulo de la mártir. Antes de bajar a la cripta, hay un pequeño museo que explica todo esto.
En exterior, está emplazado un humilladero, construido en 1612, que recuerda su vida y los sufrimientos a los que fue sometida la Patrona de Mérida, pero lo que llama más la atención es el “hornito” en honor de la santa, construido con lo que fue en época romana un templo dedicado al dios Marte.
Desde la Basílica de Santa Eulalia, una calle en pronunciada cuesta abajo nos lleva hasta el río Albarregas, donde se encuentra otra zona de gran interés en Mérida, con el pequeño puente romano y el Acueducto de los Milagros.
Puente romano sobre el río Albarregas y Acueducto de los Milagros.
El puente se construyó en época del emperador Augusto sobre el río Albarregas en su curso hacia el Guadiana. Tiene 145 metros de longitud y por él pasaba la Vía de la Plata. Frente a él se sitúa el Acueducto de los Milagros, construido entre los siglos I a.C. y III d.C., se utilizó para traer el agua desde el embalse del lago de Proserpina, salvando la depresión del río Albarregas. Mide 830 metros de largo y 25 de alto.
Continuamos caminando hacia el Acueducto de San Lázaro y el Circo, aunque hay que tomarlo tranquilamente porque lleva su tiempo ya que en el lado occidental de la ciudad las calles son más amplias y los lugares están más lejos de lo que aparentan en el plano en comparación con la zona oriental. Quien lo prefiera, puede coger el coche y dejarlo en los alrededores del circo romano. Si no se tiene mucho tiempo, se puede prescindir de visitar esta zona.
Acueducto de San Lázaro.
Se construyó para salvar las crecidas del río Albarregas. Tenía 1600 metros de longitud y 16 metros de alto, pero solo se conservan tres pilares unidos en la parte baja por arcos de granito y de ladrillos los de la parte baja. Hay otros restos arqueológicos en las inmediaciones.
Circo o Hipódromo.
Unas decenas de metros más adelante, se encuentra el Circo romano, que contaba con un aforo de 30.000 espectadores, uno de los mayores de su tiempo. Se supone que construyó en el siglo I d.C. y su espigón central medía 233 metros. Recientemente se han restaurado los cimientos y una parte de las cáveas o gradas en que se dividía según las clases sociales. También se han localizado las caballerizas. Hay un Centro de Interpretación y se puede acceder a un mirador para contemplar el complejo en perspectiva.
Volvimos a la zona centro para comer, lo que hicimos en uno de los restaurantes que hay en las inmediaciones del Museo de Arte Romano. Tomamos un menú del día bastante potable por 12 euros. Los precios son similares en todos ellos, solo hay que mirar la oferta y decidir cuál interesa.
Antes de marcharnos, dimos una última vuelta por la zona centro y nos encontramos con los restos de un recinto monumental de la época romana (siglo I d.C.).
Antes de marcharnos, dimos una última vuelta por la zona centro y nos encontramos con los restos de un recinto monumental de la época romana (siglo I d.C.).
Doblando la esquina, nos encontramos con el Templo de Diana, que ya habíamos visto la tarde anterior, pero que lucía muy bonito a la luz del sol.
ALREDEDORES DE MÉRIDA.
Cerca de Mérida hay varios lugares interesantes para visitar. Nosotros solo tuvimos tiempo de ver dos, ya que nos pillaban de paso hacia Hervás, nuestro siguiente destino: la presa romana de Proserpina y el Dolmen de Lácara.
PRESA ROMANA DE PROSERPINA.
Concebida como uno de los tres sistemas de abastecimiento de agua a la ciudad de Emérita Augusta a través del Acueducto de Los Milagros. Se construyó entre los siglo I y II d.C. y su estructura consta de “un muro de diversas fábricas pétreas al que se adosa un gran espaldón de tierras”. Tiene una longitud de 400 metros, una altura máxima de 21, cuenta con dos torres de toma y su capacidad es de 5 millones de metros cúbicos. Desde su construcción se ha venido utilizando hasta la actualidad, si bien sus usos y servicios han variado. Esta presa está incluida en el Conjunto Arqueológico de Mérida que ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Merece la pena echarle un vistazo ya que se puede ir en coche hasta la misma presa. Se encuentra solo a 9 kilómetros al norte de Mérida y cuenta con indicaciones en la carretera.
Tiene varios miradores elevados y paneles informativos con interesantes datos sobre sus técnicas de construcción, tan ingeniosas y duraderas como lo fueron casi todas las obras públicas romanas. En la actualidad, durante el verano este embalse se utiliza para fines recreativos.
DOLMEN DE LÁCARA.
No habíamos oído hablar de este dolmen hasta que consulté lugares de interés cercanos a Mérida y me encontré con éste casi por casualidad aunque es Monumento Nacional desde 1931. Seguramente sería más famoso y despertaría el interés de un gran número de personas si se hallase ubicado en otro sitio o, mejor todavía, en otro país. Lo cierto es que resulta sorprendente el gran número de monumentos megalitos que existen en Extremadura y de los que apenas tenemos constancia. Se encuentra a 24 kilómetros al norte de Mérida, desde donde vamos por la A-66 hasta la salida 606, en la cual tenemos que tomar la carretera EX 214, a la izquierda, en dirección a La Nava de Santiago. Hay que ir atentos ya que a unos cuatro o cinco kilómetros desde la salida de la autovía, a la izquierda, veremos un panel informativo y una pequeña zona de aparcamiento en la que tendremos que dejar el coche.
Continuamos después caminando por una pista de tierra, rodeados por el típico paisaje de dehesa, con alcornoques y encinas. El recorrido es sencillo, pero es mejor llevar zapato cómodo y cerrado. Tardamos una media hora en alcanzar el dolmen, alrededor del cual hay varios paneles explicativos. Al final, parece hacerse un poquito de rogar, si bien el pequeño esfuerzo se ve recompensado nada más divisarlo, medio escondido en un túmulo de tierra, al que conviene ascender para contemplarlo en perspectiva.
No había nadie allí, así que pudimos explorarlo con toda tranquilidad. Se trata del mayor monumento megalítico funerario de tipo sepulcro de corredor de la Península Ibérica. Se calcula que tiene más de 4.000 años de antigüedad y que fue erigido entre finales del Neolítico y principios de la Edad del Cobre.
Con el paso de los siglos, tuvo diversos usos, como casa romana y medieval, cantera e incluso fue dinamitado a principios del siglo XX, hecho vandálico que, afortunadamente, solo destruyó la cubierta. Tiene entre 20 y 25 metros de diámetro, consta de una cámara circular, a la que le falta la piedra que la cubría a unos cinco metros de altura, un pasillo, un corredor de techo bajo de unos 9,5 metros de longitud, y cuatro de los cinco falsos techos horizontales que se conservan bastante bien.
Se puede acceder al interior y recorrerlo. Cuesta imaginarse a aquellos hombres primitivos moviendo semejantes piedras (se calcula que para conseguirlo debían intervenir entre 50 y 100) contando únicamente con la fuerza de sus manos y sus cuerpos.
Nos gustó mucho el lugar pues una construcción tan remota en el tiempo despierta una sensación muy especial.