Había visto en una revista un paisaje de San Martín de Trevejo en otoño, con su enorme castañar ya carente de hojas pero con un llamativo reflejo rojo. Presentaba un aspecto tan sugerente que me puse a consultar los detalles de un destino que apenas conocía. Una vez que tuve el itinerario definido, cuando nuestros amigos y familiares nos preguntaban qué donde íbamos a pasar el Puente de la Constitución y yo les decía que en la Sierra de Gata, todos, sin excepción, comentaron: “Ah, sí. Vais a Almería.” Pues no, no íbamos a Almería, allí está el Cabo de Gata, mientras que la Sierra de Gata se encuentra en la parte noroccidental de la provincia de Cáceres, muy cerca de Portugal. Es curioso que la distancia de esta sierra respecto a las tierras salmantinas de La Alberca y las cacereñas de Las Hurdes no sean muy grandes y, sin embargo, los viajeros que vienen aquí son mucho menos numerosos. Eso, al menos, tiene la ventaja de que incluso en un puente tan masificado como el de diciembre pudiéramos visitarlo todo sin demasiados agobios.
Ubicación en el mapa peninsular.
Aunque nosotros no fuimos desde la capital sino desde Ciudad Rodrigo, simplemente como referencia, decir que el viaje desde Madrid hasta San Martín de Trevejo (donde fijamos nuestra base) supone 326 kilómetros, que se hacen en unas tres horas y media, ya que la circulación es cómoda y rápida por la Autovía A-5 hasta las inmediaciones de Plasencia, donde hay que cambiar a la autovía autonómica EX A-41. Por ella se circula hasta la salida 92, en la cual se toma la EX 108 hasta Moraleja y allí la C.C.101 hasta San Martín de Trevejo. Es muy recomendable alojarse aquí y luego hacer excursiones a los demás puntos de la Sierra de Gata, salvo que se vaya en verano y lo que se pretenda sea alquilar una casa rural para disfrutar de las piscinas naturales
Ruta por carretera desde Madrid.
Visitamos Robledillo de Gata, San Martín de Trevejo, Trevejo, Hoyos y Gata. Aunque el recorrido total no supone ni 100 kilómetros, resulta recomendable dedicarle por lo menos un par de jornadas, ya que las carreteras son sinuosas y los paisajes y los pueblecitos, aunque no tienen grandes monumentos, se merecen un poquito de atención. De todas formas, es cierto que en verano el tiempo cunde más, mientras que en nuestro caso a las seis y cuarto ya era de noche.
Itinerario que hicimos en tres días según GoogleMaps.
Tras consultar varias guías turísticas e información en internet, decidí reservar dos noches de alojamiento en San Martín de Trevejo, que parecía ser el lugar de referencia para hospedarse, como he mencionado anteriormente.
Llegamos desde Ciudad Rodrigo, ya que nos habíamos alojado allí la noche anterior tras hacer una interesante excursión que podéis consultar en otra etapa de este diario. Nuestra primera parada en la Sierra de Gata iba a ser en Robledillo de Gata, donde teníamos intención de comer, pero nos hicimos un lío con el GPS y tardamos un poco más de la cuenta en llegar. Dado que era 6 de diciembre, el almuerzo no resultó una tarea fácil porque no había excesivos turistas pero tampoco vimos mucha oferta de restauración, así que paramos en el Asador Venta Peña del Fraile, de camino hacia Robledillo, en el cruce de la EX 205 con la C.C. 5.1. En fin, todo esto no dice mucho, pero lo comento por si acaso alguien pasa por allí. El restaurante estaba lleno, pero nos hicieron un hueco en las mesas del bar, así que no lo desaprovechamos. Como era festivo, no disponían de menú del día, así que tuvimos que pedir a la carta. A estas alturas se me ha olvidado lo que tomamos, aunque sé que yo pedí caldereta de cordero de segundo y que la comida estaba buena. El precio fue de treinta y cinco euros con postre y cafés.
Mapa de la comarca que nos entregaron en una de las Oficinas de Turismo.
Algunos datos sobre la Sierra de Gata.
Situada al noroeste de la comunidad extremeña, la Sierra de Gata es una comarca cuyo territorio atesora una gran variedad de paisajes, con dos ríos importantes, el Arrago y el Eljas, que le proporciona importantes recursos hidráulicos y potencial turístico, ya que casi los pueblos ribereños disponen de piscinas naturales para el verano. El tradicional aislamiento de la zona ha propiciado que incluso tenga una lengua propia, llamada A Fala, que todavía se conserva pues sus habitantes la siguen utilizando en su vida diaria al hablar entre ellos y también, por ejemplo, en los carteles que dan nombre a las calles. A la hora de apreciar la gastronomía local, no habrá que olvidar sus productos más emblemáticos, entre los que se encuentran el aceite, el vino y el queso.
La Sierra de Gata presenta una naturaleza que todavía se preserva como en siglos atrás, ya que las avalanchas turísticas y la especulación no le han alcanzado. El clima es de tipo mediterráneo con influencia oceánica en invierno, de modo que los veranos resultan calurosos, pero las temperaturas en invierno no suelen ser muy frías y las nevadas no son habituales por debajo de los 800 metros. El punto más alto es el Monte Jálama, con 1.492 metros; hacia el oeste va descendiendo en altitud y la zona norte presenta una orografía accidentada, con valles encajonados. Por su especial interés natural, toda la comarca forma parte del Inventario de Espacios Naturales de Especial Protección, abierto por ICONA EN 1977.
Respecto a su historia, se han encontrado estelas funerarias de finales del Neolítico y también dólmenes y otras construcciones megalíticas, al igual que castros y chozas de pastores de la época de los vetones. Los romanos construyeron calzadas, puentes y explotaron yacimientos de oro, y los musulmanes ocuparon estas sierras hasta que a mitad del siglo XIII, Alfonso IX inició su reconquista y cedió las poblaciones recuperadas a la Orden de Alcántara para su repoblación.
En cuanto a los pueblos, si bien comparten patrones comunes de construcción, cada uno de ellos presenta una forma característica de arquitectura y teníamos previsto visitar los cinco que cuentan con la catalogación de conjunto histórico-artístico.
ROBLEDILLO DE GATA.
Por la carretera fuimos apreciando la agreste naturaleza de la Sierra de Gata, salpicados los árboles de hoja perenne con los amarillos y marrones de robles y castaños, hasta llegar al que está considerado como su pueblo más bonito, opinión con la que, una vez visto, coincidimos mi marido y yo.
La mejor opción (la única, quizás) es dejar el coche en el aparcamiento que hay justo después de pasar el puente sobre el río Arrago, que ya proporciona una sugerente vista del caserío, que constituye todo un ejemplo de arquitectura popular y rural. Además, el cauce del río que discurre encajonado, sus aguas formando atractivas cascadas y cascaditas, contribuyen para hacer de Robledillo una población realmente preciosa, que merece la pena visitar con calma. Cuenta con poco más de 200 habitantes y, pese a la calle con considerable cuesta que hay que afrontar nada más llegar, enseguida atraen sus casas de piedra y adobe, con balconadas, situadas sobre la calle, que unen edificios y forman pintorescos arcos.
Hay que meterse por todos los rincones porque en cualquiera de ellos encontraremos la estampa perfecta para la foto que deseamos llevarnos de recuerdo, aunque en esta ocasión el sol poniente estorbaba algunas de las mejores perspectivas.
Olvidando de momento los giros a izquierda y derecha, seguimos en continua línea recta, ascendiendo por la calle que habíamos tomado al llegar, hasta alcanzar la zona de las piscinas naturales, cuyo acceso estaba cerrado al ser invierno. Sin embargo, las vistas de las pequeñas cascadas eran muy bonitas desde arriba, en la cuneta.
Vimos la indicación de un sendero que llevaba al “Chorrito” y pensamos que sería una caída de agua que estaba cerca, así que nos pusimos a seguirlo. Por un lado, fue una decisión acertada porque nos topamos con interesantes panorámicas, pero, al consultar la información en el móvil, nos dimos cuenta que la caminata era más larga de lo que imaginábamos en un principio pues nada menos que era una ruta a pie que llevaba hasta el Chorrito de los Ángeles, cerca de OVejuela, que habíamos visitado ya cuando estuvimos en la Hurdes. Así que vuelta atrás, admirando los colores que teñían de otoño el paisaje.
Empezamos, entonces, el obligado periplo de vagar y vagar, metiéndonos por todas partes, intentando encontrar las cascadas que habíamos visto en algunos paneles informativos. Aunque no terminábamos de ver lo que andábamos buscando, nos tropezamos con imágenes de postal, como éstas, siempre mucho más atractivas al natural que en fotografía.
Al fin, tomando el camino que lleva al Museo del Aceite Molino del Medio, de origen medieval pero que funcionó hasta los años sesenta y que se puede visitar, salimos al borde de la cascada que es la más representativa del pueblo cuando se buscan imágenes del mismo (aunque no es que me quedase muy allá, la verdad ).
Después, explora que te explora otra vez: pasamos por el mirador que arranca junto a la terraza de bar y que conduce hasta el río, donde sale un senderito que lleva a las cascadas próximas a las piscinas naturales por la orilla del río. Precioso recorrido de apenas diez minutos. No hay que perdérselo.
Luego, se retrocede, se cruza el río por las piedras y se regresa por un puente, desde el que se tienen vistas de nuevo encantadoras.
Al final, subimos hasta la Plaza donde se encuentra el Ayuntamiento. Perdía un poco de magia el conjunto por culpa de los coches allí aparcados. Un poco en alto se encuentra la iglesia parroquial de la Asunción, del siglo XVI, con planta hexagonal, un bonito pórtico circular y un elaborado techo mudéjar en la Sacristía. No hice fotos del interior porque se estaba celebrando misa.
No hay que quedarse aquí, pues subiendo todavía un poco más, hacia la derecha se contempla una de las vistas panorámicas más bonitas de Robledillo, aunque el sol y la sombra jugaban una pequeña mala pasada de contrastes.
Si estáis por la zona, no os lo perdáis. Estoy segura que os va a gustar mucho este pequeño pueblo de la Sierra de Gata. Y en otoño tiene el plus del colorido paisaje.
SAN MARTÍN DE TREVEJO.
Deshicimos el camino hasta la carretera EX205 y luego tomamos la CC 1.1 para dirigirnos a nuestro lugar de alojamiento durante las dos siguientes noches, el Hotel Rural el Duende del Chafaril, en San Martín de Trevejo, que desde 2019 forma parte de la Asociación de Pueblos más bonitos de España. Como todavía estábamos en 2018, aún no contaba con el conocido cartel indicador.
Rápidamente se hizo de noche, si bien todavía pudimos apreciar un poco las casitas blancas de diferentes pueblos colgados en las terrazas serranas, que ofrecían unos bonitos panoramas si bien con menos tonos rojos otoñales de lo que me esperaba teniendo en cuenta lo que habíamos visto en el Valle de Ambroz un par de años antes. El Hotel se encuentra en una casa de piedra rehabilitada, al comienzo de una de las calles típicas que conducen hasta la Plaza Mayor, en cuyas inmediaciones se encuentra también la fuente o pilón que lleva el mismo nombre y presidida por el escudo imperial de los Austrias.
La calle es estrecha y no resulta nada fácil aparcar (tampoco hace dejar el auto a dos metros de la puerta), pero apenas a unos cien metros había sitio de sobra. Lo que ignoro es cómo estará el aparcamiento en verano. Nos gustó mucho el hotel, y la habitación, con paredes de piedra, muy amplia y confortable, al igual que el cuarto de baño. Llevaba incluido un estupendo desayuno y por disfrutar de un pequeño spa (privado, un lujazo) nos cobraron 10 euros por una hora. En total, 170 euros las dos noches. Lo di por muy bien empleado, la verdad, ya que se trata de uno de esos alojamientos “con encanto”.
Por la noche, la temperatura bajó bastante. Sin embargo, salí a dar una vuelta para ver un poquito el pueblo. Apenas había gente por la calle y muy poco ambiente, la verdad. El mejor sitio para cenar, el restaurante del hotel.
En las calles, lo primero que salta a la vista es que los nombres están escritos en castellano y en “a fala”, la lengua materna de estas tierras, que contiene palabras prerromanas, otras con raíz latina, algunas derivadas del árabe y unas cuantas que se han ido incorporando con el paso de los siglos. Al parecer, esta lengua se adoptó en los siglos XI y XII con la repoblación del valle del río Erjas.
Durante mi corto paseo, también me llamó la atención el persistente sonido del agua, que corría alegremente por los regatos empedrados que bajan del Jálama. Intuyendo entre las sombras y una tenue iluminación la pintoresca arquitectura popular de las casas, algunas blancas, otras con entramado de madera, llegué hasta la Plaza Mayor y desde allí me acerqué a la Parroquia de San Martín de Tours, donde una pequeña orquesta estaba ensayando para un concierto, con lo cual, para no molestar, fui muy discreta al hacer alguna foto.
Resumen del recorrido nocturno por San Martín de Trevejo.
Tuvo su encanto el paseo por el pueblo casi desierto, con el rumor del agua y la luz amarilla y difusa, que le daba cierto misterio a las casas tradicionales con sus poyetes elevados, muchas engalanadas con macetas y flores en lo que parecía un buen empeño por acicalar el pueblo de cara a su inminente inclusión en el catálogo de la Asociación de los Pueblos más Bonitos de España.
Al día siguiente, después de un buen desayuno en el hotel, fuimos hasta la Oficina de Turismo, que se encuentra en Plaza Mayor para pedir información sobre una ruta senderista que queríamos hacer y que pasa por uno de los castañares más grandes de la provincia de Cáceres. También nos dieron un pequeño folleto con información y un mapita con lo más destacado de San Martín de Trevejo, que paso a resumir a continuación.
Casas típicas.
Catalogada como Conjunto Histórico Artístico, se caracteriza por una arquitectura de carácter popular, con casas que presentan muros de piedra y a cuyo interior se accede mediante unas escalinatas con varios peldaños de granito; con lo cual la entrada a la vivienda suele estar en alto.
Otra característica es que a la altura de la primera planta, las fachadas sobresalen hacia la calle, sosteniéndose en vigas de madera cuyos bordes (se llaman tozones) a veces están labrados con figuras.
Otra característica es que a la altura de la primera planta, las fachadas sobresalen hacia la calle, sosteniéndose en vigas de madera cuyos bordes (se llaman tozones) a veces están labrados con figuras.
Las viviendas tradicionales solían constar de tres plantas, cada una de ellas con una función diferente. En la planta baja, había dos recintos, uno de los cuales se utilizaba como bodega para aceite y vino, y otro para el ganado doméstico. En el primer piso estaban las habitaciones y la zona de estar, y en el segundo piso, la cocina la despensa y el desván.
Varias calles conservan el tipismo de estas casas, si bien su utilización puede haber variado, naturalmente. Lo cierto es que quedan muy fotogénicas, las calles flanqueadas por macetas y flores, y algunas con los regatos empedrados en la parte central o lateral. Por cierto que la función de los regatos era el riego tanto en los huertos como en las propias viviendas. En varios puntos se apreciar todavía los desvíos del curso del agua para variar los riegos.
Plaza Mayor.
Aquí se encuentran: la Torre-Campanario, de sillería de granito del siglo XVI, con el escudo de armas de Carlos V; la Casa de la Encomienda y el Ayuntamiento. Además, hay un pilón grabado de 1888.
Iglesia Parroquial de San Martín de Tours.
De camino hacia la Iglesia, nos encontramos con una estela funeraria del final de la Edad del Bronce, según pudimos leer. La Iglesia es un templo de piedra de tres naves, erigido sobre otro anterior a finales del siglo XVII y que contiene un retablo de Luis Morales de 1570 procedente del Convento de San Benito de Alcántara.
Fuentes y Pilones. Piedras Labradas. Convento de San Miguel (Hospedería).
Además de la ya mencionada Fuente del Chafaril, a lo largo del pueblo hay otras fuentes o pilones, como la de las Huertas o el Pilón del Fuerte. También, se pueden contemplar varias piedras labradas correspondientes, por ejemplo, al antiguo gremio de zapateros o a la oficina de postas. El Convento de San Miguel (ahora utilizado como Hospedería de Turismo) se construyó en las afueras del pueblo, en el siglo XV, aunque de entonces solo se conservan la Iglesia y la Torre.
Al fondo, a la izquierda, el antiguo Convento de San Miguel, actualmente Hospedería de Turismo.
Ruta senderista hasta el Puerto de Santa Clara (GR 10) y Sendero SL CC 208 , “entre ríos y bosques”.
Esta pequeña ruta (unos seis kilómetros y medio, aproximadamente) nos ocupó casi toda la mañana; bueno, tampoco es que madrugásemos mucho, precisamente. Saliendo de la Plaza Mayor (Ayuntamiento), nos dirigimos hacia la Fuente o Pilón de las Huertas, hasta alcanzar la antigua calzada romana que asciende por el castañar, si bien no sé por qué se le denomina “romana”, ya que pese a que por estos lares pasaba la Vía de la Dalmacia, que comunicaba Curium (Coria) con Mirobriga (Ciudad Rodrigo) lo que se conserva corresponde a la época medieval, y fue utilizado como ruta comercial y de paso hasta principios del siglo XIX.
Gana altura muy rápidamente, permitiendo obtener buenas vistas del pueblo y de la serranía. Al fondo, además, pudimos contemplar el perfil de lo que, quizás, sea lo más interesante de la ruta senderista completa, que llega hasta el pueblo de Eljas, surcando una interesante crestería una pasado el puerto de Santa Clara, que atraviesa la ladera del Cancho Peñaflor, con imponentes formaciones de roca granítica. Pero esto requiere contar con coche de apoyo o dejarlo para una época con días más largos.
Al cabo de un rato, el camino se piedra se interna en el castañar de los Ojestos, en alguno de cuyos claros se pueden contemplar bellas perspectivas con los colores del otoño intentando compensar el barrido de las hojas, que habían huido de los árboles para terminar alfombrando el suelo. La verdad es que me quedé un poco decepcionada pues esperaba que todavía conservasen las copas algo más de colorido.
Por el camino, que no para de ascender hasta llegar a los 1.020 metros del Puerto, nos encontramos con dos castaños emblemáticos, llamados los “abuelos”, por su tamaño, su porte y su edad.
Poco antes de alcanzar el pico, pasamos junto a una bonita cascada. Y casi fue lo más interesante de un paseo que me supo a poco y que, al final, termina junto a la carretera. Quizás hubiese sido mejor subir con el coche hasta allí, dejarlo en un pequeño claro que actúa como aparcamiento y hacer el recorrido hasta Eljas, a través del Canchal.
Como ésa ya no era una opción, regresamos al pueblo por el camino empedrado que, la verdad, se hizo muy pesado ya que las piedras en casi cuatro kilómetros con un desnivel bastante pronunciado fastidiaban un tanto las rodillas y las puntas de los pies.
Cuando se sube, hay que bajar...
De nuevo en el pueblo, tras pasar junto al enorme Cedro centenario, que se encuentra en una finca particular, y bordeando la antigua judería, fuimos a comer al Hotel, donde el menú de 16 euros mereció mucho, pero que mucho, la pena. Una buena cocina, sin duda. Y la atención, de diez. El comedor es pequeño y menos mal que, por la mañana, reservamos la última mesa disponible.
Cedro centenario.
Comilona en el hotel.
Después de comer, cogimos el coche y nos dirigimos hacia Trevejo. Tomando la carretera CC 1.2, en dirección a Villamiel, hay un mirador fantástico sobre San Martín de Trevejo. Lástima de huella que apareció sin saber cómo en el objetivo de la cámara y de la que no percaté hasta bastante después.
CONTINUARÁ EN LA SIGUIENTE ETAPA.:
SIERRA DE GATA (CÁCERES). 2ª PARTE. TREVEJO, HOYOS Y GATA.