Hacía bastante tiempo que teníamos ganas de hacer alguna ruta de senderismo por la provincia de Granada. Después haberlo planificado para el puente de la Constitución, las previsiones meteorológicas no parecían nada halagüeñas, por lo cual nos entraron las dudas en cuanto al frío que podríamos pasar y, sobre todo, sobre el estado de las carreteras. De modo que cambiamos de destino y nos fuimos a Tenerife, donde no nos libramos de la nieve, por cierto

Al fin, el momento propicio para volver a tierras andaluzas se presentó a finales de febrero, con temperaturas primaverales que nos hicieron disfrutar de ocho días estupendos recorriendo diversas localidades de Jaén, Córdoba, Cádiz, Málaga y Granada, con el siguiente itinerario: Zuheros, Priego de Córdoba, Setenil de las Bodegas, Ronda, Montefrío, Alpujarras (Capileira), Monachil (ruta senderista de los Cahorros), Guéjar Sierra (ruta senderista de la Vereda de la Estrella), Castril (rutas de las pasarelas, Cerrada de la Magdalena y Nacimiento del río Castril) y Cueva del Agua en Tiscar (Jaén).
Recorrido según Google Maps.
En esta etapa voy a relatar la primera caminata que hicimos en el entorno de Sierra Nevada, el recorrido por el resto de destinos irán en otras etapas.
RUTA SENDERISTA DE LOS CAHORROS EN MONACHIL (Granada).
El lugar de referencia para realizar esta bonita y pintoresca ruta senderista se encuentra en la localidad de Monachil, situada a poco menos de 10 kilómetros de Granada capital. Sin embargo, aunque pueda ser más corto, no resulta nada recomendable circular en coche particular por el centro de la ciudad: además de unos buenos atascos, la multa de tráfico está prácticamente asegurada. Así que mejor tomar la A-44, de circunvalación de la capital nazarí, y seguir las instrucciones del navegador, que seguramente llevarán hasta la carretera A-4028 y luego a la GR4022.
Ruta desde Granada según Google Maps.
Hasta estar ya de viaje, no habíamos caído en la cuenta de que el 28 de febrero es el día de Andalucía, festivo por lo tanto en esa Comunidad Autónoma, razón por la cual –lo comprendí después- me había costado tanto encontrar alojamiento en el entorno de Sierra Nevada. En Monachil fue imposible, así que reservé en el Hotel Rural Boutique Alicia Carolina, muy bien situado junto a la carretera, a kilómetro y medio de Monachil. El precio 60 euros con desayuno y parking. Para evitar aglomeraciones, alteramos un poco los planes y dedicamos el día 27 a hacer la ruta que nos había llevado allí: la de los Cahorros.
Llegamos a Monachil poco antes del mediodía, dejamos el coche en un gran aparcamiento municipal que hay junto al rio, compramos fruta, bebida y fiambre para hacer unos bocatas en un supermercado y nos acercamos a la Oficina de Turismo, donde me dieron información y un mapa del sendero que queríamos hacer, uno de los más conocidos y concurridos de la zona. Mientras tanto, vimos un poquito del pueblo, pequeño pero enclavado en un lugar muy atractivo, cerca de Sierra Nevada y con el río de su nombre que recorre el municipio longitudinalmente.
Datos de la ruta circular (hay variantes y también se puede hacer de ida y vuelta).
- Distancia: 8,2 kilómetros.
- Tiempo: entre dos horas y media y tres sin contar paradas.
- Ascenso acumulado: 386 metros. Descenso acumulado: 386 metros.
- Grado de dificultad: entre fácil y moderado (depende de quién lo juzgue). En mi opinión, fácil para quien esté acostumbrado a caminar por el campo salvando algunos obstáculos. No es paseo.
Acceso a la ruta según Google Maps.
Se puede iniciar la ruta desde el mismo centro del pueblo por un sendero paralelo al río, aunque habíamos leído que estaba cerrado por mantenimiento. En cualquier caso, el empleado de la Oficina de Turismo me comentó que no había demasiada gente y que nos podíamos ahorrar el kilómetro y medio inicial de fuerte pendiente hacia arriba yendo en el coche hasta el aparcamiento de la Era de los Portachuelos, ya que no era previsible que estuviese completo. Y así fue. Supongo que en fin de semana o en verano, a esas horas, hubiese sido una tarea imposible. Buenas vistas ya desde el aparcamiento.
A partir de allí, se camina cuesta abajo por una pista de tierra de un kilómetro aproximadamente. Vimos algún que otro coche que se metía, pero no lo considero una buena idea. Lo mejor es ir caminando desde el parking hasta el comienzo del sendero. En los alrededores, hay un par de restaurantes. El paisaje en esta zona nos pareció realmente bonito, entre olivos, árboles frutales y cortijos, subsisten vestigios de pasados cultivos de secano, trigo, centeno, espelta, avena... A un lado, se adivinaba la vista del tajo al que nos dirigíamos.
Alcanzamos una bifurcación y tomamos el sendero de la derecha, hacia los Cahorros Bajos (también se puede ir hacia la izquierda, por los Cahorros Altos, si se prefiere). Caminamos junto a una acequia, que dejamos primero a nuestra izquierda y después a nuestra derecha. Cuando empezamos a adentrarnos en el desfiladero, vimos una preciosa cascada doble vertiendo sus aguas desde lo alto de unas peñas.
De nuevo con la acequia a la izquierda, las rocas se iban cerrando hasta que llegamos a uno de los varios puentes colgantes con que íbamos a encontrarnos a lo largo de la caminata. No se trataba del más largo ni conocido, pero por ser el primero, nos llamó bastante la atención. Algunas tablas sueltas hacían dudar un poquito y se movía al cruzarlo, pero así resultaba más divertido y, por lo demás, se notaba seguro. La foto era obligada.
A continuación ganamos altura mediante unas empinadas escaleras y llegamos a una cueva, después de la cual continuaron las escaleras que nos conducían más alto entre las peñas mientras veíamos el río a nuestros pies. Pronto llegamos a otro puente colgante, del mismo estilo pero algo más corto que el anterior.
Sin embargo, no era más que el aperitivo del gran puente de 65 metros de longitud que nos esperaba un poco más adelante, el que aparece en todos los folletos que promocionan este sendero. Tras las consiguientes fotos, cruzamos el río de nuevo y nos adentramos en la parte más angosta de la ruta, en la cual las paredes sobresalen en forma de cornisas que se plantaban sobre nuestras cabezas. La acequia se convirtió en tubería sobre la que había que caminar en ocasiones. No resulta peligroso, ni tampoco impresiona demasiado salvo que se padezca mucho de vértigo.
A partir de aquí, la caminata se volvió de lo más entretenida, aventurera casi, al tiempo que se sucedían los tramos “complicados” en los que había que ingeniárselas para superar del modo más seguro y menos “humillante” posible, si era posible…

. En cualquier caso, teniendo un poquito de cuidado sin ningún problema y muy divertido.
Pocos minutos después llegamos a una de las zonas más atractivas de la ruta: la llamada Cueva de las Palomas, un túnel natural abierto con una enorme roca aposentada sobre el agujero que parece un tapón, bajo cuyas cornisas laterales se tiene que pasar agachándose, en cuclillas, sujetándose a los ganchos anclados en las paredes para servir de ayuda o por el propio río si no lleva mucho caudal. A gusto de cada cual. Eso sí, cuidado con las mochilas que pueden estorbar en la espalda y provocar más de un enganchón.
Tras la cueva, el desfiladero se fue abriendo poco a poco, dejando paso al sol, que mejoró la calidad de las fotos al tiempo que veíamos paredes rocosas coronadas con piedras erosionadas de formas peculiares con las que se puede jugar a identificar. ¿Un perro? ¿Una tortuga?
Entretanto, retornó la aventura junto al río, que corría alegre a nuestros pies, aunque sin llevar demasiado caudal. Gracias a las anillas evitamos más de un remojón, si bien al final terminamos por meternos en el cauce del río, saltando de piedra en piedra.
A la salida definitiva del cañón, tomamos nuestro bocata en la zona de las Azuelas, buscando la sombra porque hacía calor. El paisaje rocoso que nos encontramos al reiniciar la marcha impactaba realmente. Tras cruzarlo y descruzarlo para divertirnos, dejamos a un lado otro puente colgante cuyo aspecto no despedía mucha confianza: tablas rotas y amenazantes alambres laterales sueltos. Y qué balanceo… ¡Este sí se parecía a los de Indiana Jones!
Si se cruza el puente, hay un camino que retorna al comienzo de la ruta por la orilla contraria del río a media altura, pero nosotros preferimos continuar por el sendero de la derecha hasta que llegamos a la Fuente de las Chorreras.
Allí (está bien indicado), cambiamos de dirección para retroceder unos metros hasta el Puente de las Chorreras, desde el que emprendimos la ruta de regreso, tomando para ello el camino que asciende por la montaña en zig-zag y que ofrece unos panoramas magníficos a vista de pájaro de los lugares por los que habíamos caminado anteriormente.
Al cambiar de ladera, las empinadas cuestas y el inesperado azote de un sol impropio del mes de febrero no nos importaron demasiado mientras contemplábamos un mar de rocas que semejaban fortalezas, castillos y chimeneas de hadas. Muy bonito. Las fotos no terminan de reflejar la realidad.
Un cuarto de hora después divisamos a lo lejos las eras de los Renegrales y el desfiladero que habíamos dejado atrás. Tras un descenso, llegamos a la bifurcación que conduce al Camino de la Solana, por una pista, a la derecha. Cuidado aquí, no sigáis la dirección que pone “ruta circular”, mucho mejor tomar el sendero de la Ruta de las Azuelas. La circular nos obligó a dar un rodeo inmenso por una pista a pleno sol, larga y fatigosa, sin el menor interés. Y el último kilómetro, andando entre cortijos, pisando superficie dura (empedrado o asfalto a tramos) en continua bajada fue un verdadero calvario para las rodillas. Y, lo peor de todo, sin nada destacado que ver, salvo el paisaje que aunque bonito se repetía continuamente. En definitiva, una ruta muy interesante y divertida, con paisajes preciosos, a la que le sobró la parte final por la Solana.
Cuidado con este cruce. Salvo que se desee ir por pista, no seguir la ruta circular.
Cuando acabamos la caminata eran las cinco de la tarde, así que decidimos investigar adónde se dirigía la carretera de El Purche, que habíamos traído desde Monachil y que trepaba montaña arriba. Resultó que coronaba un puerto y salía directamente a la A-395, que conduce a la estación de esquí de Sierra Nevada. De modo que fuimos a echar un vistazo. Nos pareció que había mucha gente y poca nieve. Claro que no somos esquiadores y no tenemos demasiada experiencia en estas cosas.
Deshicimos el camino y volvimos a Monachil. Era temprano y no vimos todavía ningún bar que nos convenciera para tomar unas tapas, así que regresamos al hotel y tras descansar unos minutos salimos a cenar a un restaurante que nos había recomendado la encargada del hotel, llamado “Vida”. Resultó ser más fino de lo que requería nuestra pinta senderista, pero no nos arrepentimos de ir: nos atendieron muy bien y quedamos contentos. Buena comida y buen precio.
Un final estupendo para una jornada en la que nos había vuelto a acompañar un tiempo excelente. Quién diría que estábamos en febrero…. Claro, eso durante el día, porque de noche la temperatura caía que daba gusto.